«Si Amancio Ortega quisiera ayudar a España y no humillarnos más como país, lo primero que debería hacer sería un ejercicio de patriotismo y amor a España y tributar las ventas por Internet de su empresa en Estados Unidos, Canadá o Japón en nuestro país, en lugar de en Irlanda, un paraíso fiscal en el […]
(Raúl Solís)
«¿Qué hacemos entonces? (…) ¿Seguir como hasta ahora, reverenciando al multimillonario cuando dona una mísera parte de su fortuna mientras evade todo lo posible sabiendo que si paguese lo mismo que nosotros y nosotras no sería necesaria su caridad indecente?«
(Tomás Miguel Ramírez Arévalo, Miembro de la Mesa Estatal del FCSM)
En nuestras despóticas sociedades globalizadas bajo el prisma capitalista y neoliberal, son frecuentes los «lavados de cara» sociales de los más ricos y poderosos (el famoso 1%), para quedar bien con el 99% restante de la población, mediante sus ya típicas actividades de patrocinio, filantropía, mecenazgo o donaciones. Y así, por ejemplo, en nuestro país, el fundador del imperio empresarial Inditex, Amancio Ortega, donó recientemente 320 millones de euros a la sanidad pública, en su campaña de lucha contra el cáncer. Pongamos en primer lugar un par de datos sobre la mesa para calibrar dicha cantidad en su justo término: la primera es que su imperio empresarial ganó un 18% más durante el primer trimestre del año, en comparación con el año anterior. La segunda es que, proporcionalmente y en números aproximados (teniendo en cuenta que su fortuna está estimada en más de 70.000 millones de euros), es como si alguien hubiera donado 300 euros sobre un total de 70.000. De hecho, se calcula que sólo entre 2011 y 2014, este personaje evadió más de 585 millones de euros a la Hacienda pública. Pero hoy día estos casos están muy extendidos en el ámbito internacional. Los poderosos y sus famosas obras de caridad son parte del pan nuestro de cada día. Los ejemplos se extienden a patrocinio de diversos eventos, mecenazgo dentro de algún nicho de mercado o tipo de actividades, o como es el caso, donaciones concretas para algún área de investigación o desarrollo. Y se extienden tanto al ámbito público como al privado, es decir, tanto al mundo empresarial como al ámbito del organismo público o de la Universidad (Cátedras, Fundaciones, Congresos, ciclos, conferencias, jornadas, etc.). Una situación que se está poco a poco normalizando hoy día, pero que sin duda representa un claro síntoma de alienación y decadencia social.
Detrás de dichas aparentes acciones altruistas, se encuentra un fenómeno de clara deriva privatizadora de los recursos y actividades públicas, para ir legitimando dicho proceso. Por poner ejemplos concretos, y tal como nos cuenta Luisa Lores en este artículo para el medio Nueva Tribuna, la AECC (Asociación Española de Lucha contra el Cáncer), que se presenta como la gran valedora de la defensa de los pacientes con esta dura enfermedad, está realmente dirigida por Inés Entrecanales (Grupo Acciona), la Banca March y la Fundación Garrigues. Por otra parte, e intentando ir al fondo de la cuestión, a estas empresas y a sus poderosos dueños y accionistas no les interesa la Atención Primaria, el ratio de profesionales en la sanidad pública, la promoción de la salud, o la mejora de los hábitos de vida para disminuir la incidencia del cáncer en nuestras sociedades, sino el diagnóstico con equipos de alta tecnología y el tratamiento con costosos fármacos. En última instancia no les interesa la salud de la población, sino sus beneficios económicos. La salud entendida desde un punto de vista integral depende de sus determinantes sociales (tales como la alimentación, el trabajo, la vivienda, el medio ambiente, etc.), y éstos no parecen interesar tanto a los magnates. Además, no es la falta de dichos equipos tecnológicos, sino la falta de personal para utilizarlos, lo que aumenta las listas de espera para los pacientes con cáncer. La falacia por tanto es absoluta, al pretender presentar como un gran beneficio para la sociedad la donación interesada de un magnate dentro de un ámbito relativo, en este caso, a la salud pública. Luisa Lores concluye de forma muy gráfica e ilustrativa: «Por una sanidad pública y de calidad para todos, financiada por impuestos al 100%, a través de una hacienda libre de amnistías fiscales, sin donaciones, mecenas, magnates ni multinacionales en su seno, con profesionales dedicados al sistema público y con control de su I+D+i como cualquier empresa que se precie».
Los parámetros de una sociedad justa ya poseen los mecanismos como para no tener que recurrir, aceptar ni agradecer la supuesta generosidad, altruismo o caridad de ninguna persona o entidad privada. Pero es precisamente esta base de la pirámide, es decir, los parámetros de una sociedad justa, los que fallan, en este caso los de una justa y progresiva fiscalidad, que obligarían al señor Amancio Ortega, y a otros muchos como él, a tributar en la medida correspondiente para contribuir de forma justa y equitativa a los progresos, avances y recursos de su sociedad. Por otra parte, nos choca bastante que estos magnates pretendan presentarse tan interesados por la salud pública (o cualquier otro ámbito social), teniendo en cuenta que sus empresas se encuentran deslocalizadas en terceros países, en los cuales tanto habría que mejorar en lo que a condiciones dignas de trabajo se refiere. En el caso concreto del Grupo Inditex, su ropa se elabora en gran parte en países como Marruecos, Brasil o Bangladesh, a través de mano de obra semiesclava mediante subcontratas que obligan a trabajar en condiciones de explotación salvaje, y cometiendo graves violaciones de los derechos humanos fundamentales. Realmente no tenemos aún conciencia suficiente de qué hay detrás de un pantalón de Pull & Bear, de una chaqueta de Massimo Duti o de un vestido de Zara, cuando lo adquirimos en cualquier tienda de cualquier centro comercial de nuestras ciudades. Si desean lavar su imagen y presentarse como empresas éticas y con sensibilidad social, es ahí donde tienen que demostrarlo, en vez de ofreciendo regalos o donaciones a cualquier organismo o sector público.
Albert Recio lo ha explicado en los siguientes términos: «La moraleja es clara: uno se hace muy rico a cuenta de pagar mal y eludir impuestos. Y en lugar de utilizar esta riqueza para generar empleo o bienestar social, la utiliza para seguir acumulando activos (que generarán nuevas rentas). Es evidente que, si Inditex pagara mejor a sus empleados directos e indirectos, mejorara sus condiciones de trabajo, y pagara decentemente los impuestos, sus beneficios serían menores y Amancio Ortega no habría sido capaz de construir su actual imperio». Vivimos en una sociedad que mientras jalea los donativos de un magnate para el sector sanitario, ha recortado el derecho universal a la salud, ha implantado copagos a personas de escasos recursos, jubilados o enfermos crónicos, y ha endurecido los requisitos para acceder a las prestaciones por desempleo. Y concretamente en el sector sanitario, ha contribuido a desbordar las capacidades de centros y profesionales, mediante cierres de instalaciones y de quirófanos, falta de material, bajas de trabajadores que no se reponen, cierres de camas y de plantas hospitalarias, o incremento vergonzoso de las listas de espera para determinadas pruebas o consultas. A la vez, se nos agita el mantra de la «insostenibilidad» de los servicios públicos, así como de las bondades de la llamada «colaboración público-privada» mediante los conciertos sanitarios, llevando hasta la saciedad el mensaje de que la iniciativa privada gestiona mejor que la pública. ¿Se han posicionado estos magnates de las grandes empresas en este sentido? ¿Son éstos los cimientos de una sociedad justa y responsable? ¿Son demostraciones de una sociedad coherente, sensible y decidida a defender los derechos humanos, y la universalidad de sus servicios públicos?
Por tanto, lo que necesitamos es más defensa de los derechos fundamentales desde las instancias públicas, una mayor justicia fiscal, menos colaboración público-privada, menos limosnas de los grandes magnates, y más inversión pública en los servicios que garantizan nuestro Estado del Bienestar (educación, sanidad, dependencia, pensiones, desempleo, servicios sociales, etc.). Todo ello parte de los cimientos de una sociedad justa, que a su vez es precisamente la que impide que existan magnates que posean fortunas tan elevadas a costa de la enorme pobreza, precariedad, exclusión y miseria de gran parte de la población. En el fondo, por tanto, lo que hay detrás de estas «altruistas donaciones» de los poderosos no es más que una campaña de marketing para el lavado de las conciencias de estos personajes, que se aprovechan de la pobreza espiritual de las actuales sociedades, dominadas bajo los parámetros del salvaje neoliberalismo. La filantropía de estos magnates a nivel mundial (que tuvo su origen en el mundo anglosajón, y está muy extendida en Estados Unidos) ha derivado de hecho en peores servicios públicos, y por consiguiente, en un incremento de las desigualdades sociales y económicas. Hemos de revertir estos parámetros, hemos de denunciar la falsa retórica que entiende estos hechos como «buenas noticias», y hemos de situar el foco de atención sobre las auténticas intenciones de estas campañas y donativos. Un modelo de sociedad justa, avanzada y equitativa jamás necesitará las limosnas de los más ricos y poderosos, entre otras cosas, porque impedirá que existan personajes tan ricos y poderosos como para realizarlas.
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