La revolución verde convencional que marcó la segunda mitad del siglo XX, se continúa en el XXI con otra verdadera revolución agraria, la revolución transgénica, de magnitud igual o tal vez superior a la del Neolítico, que signó el paso de los recolectores – cazadores a agricultores. Claro está que existen diferencias sustanciales entre ambas […]
La revolución verde convencional que marcó la segunda mitad del siglo XX, se continúa en el XXI con otra verdadera revolución agraria, la revolución transgénica, de magnitud igual o tal vez superior a la del Neolítico, que signó el paso de los recolectores – cazadores a agricultores. Claro está que existen diferencias sustanciales entre ambas revoluciones tanto en lo que concierne a variables espacio – temporales como a parámetros tecnológicos. Pero en el fondo la transformación genética de plantas implica cambios sin precedentes, que señalarán nuevas vías para el ulterior desenvolvimiento cultural de las sociedades, tal como pasó durante la transformación neolítica.
El símil no es gratuito. La importancia de la transformación genética de plantas no radica solamente en las posibilidades materiales de incidir en la producción de cultivos, sino en el poder de los seres humanos para modificar los códigos contenidos en el ácido desoxirribonucleico o, en otras palabras, para modificar la naturaleza a su antojo.
Algunos conceptos
Sin ningún ánimo de establecer el estado del arte sobre el tema, pero atendiendo a la idea de ofrecer un marco mínimo de comprensión para aquellos legos en la materia, a continuación se transcriben textualmente algunas ideas recopiladas por Hernández (2005) sobre las bases biológicas y moleculares de la transgénesis. Los interesados pueden consultar, además, la copiosa literatura existente sobre el particular.
«…A escala molecular todo lo vivo funciona de la misma manera, bien sea que se trate de bacterias, hongos, protistas, plantas, animales o seres humanos. Las moléculas de la vida, el ARN (ácido ribonucleico) y particularmente el ADN (ácido desoxirribonucleico), tienen una estructura peculiar que les concede dos propiedades extraordinarias: la capacidad de copiarse a sí mismas, de reproducirse o autorreplicarse y la de almacenar y transmitir información genética. Cada segmento de ADN que contiene información para codificar una proteína es un gen. Los genes se agrupan en cromosomas…
El número de genes varía de un organismo a otro. El ser humano posee cerca de 40.000, la mosca Drosophila 14.200 y el nemátodo Coenorhabditis elegans 19.100. Algunos genes, llamados estructurales, no codifican proteínas; otros llamados reguladores, activan o desactivan los mecanismos mediante los cuales se codifica la producción de proteínas. Todo el conjunto de material genético de un organismo se conoce como genoma. En realidad, no todo el genoma está constituido por genes codificadores de proteína, los cuales alcanzan el 4%; el resto (96%) son secuencias de ADN que desempeñan otras funciones diferentes a la codificación de proteínas y que se consideran como ADN chatarra (junk), aunque este concepto está por reevaluarse…
La disciplina biotecnológica que intenta definir y secuenciar los genomas completos de los organismos vivos se conoce como genómica. Durante la década de los años noventa del siglo pasado se desarrolló bastante la llamada genómica estructural que implica la determinación de la secuencia completa de nucleótidos del genoma, identificando los genes que contiene; la genómica funcional, bastante menos desarrollada, busca caracterizar la utilidad de esos genes. Los primeros organismos cuyo genoma fue secuenciado en 1995, fueron las bacterias Haemophilus influenzae y Mycoplasma genitalium. El proyecto Genoma Humano, que se inició en 1987, ha arrojado muchos datos interesantes que permitirán la manipulación, para bien o para mal, de las características propias del Homo sapiens…
El genoma humano, por ejemplo, codifica más de 30.000 tipos diferentes de proteínas que desempeñan cada una, una función específica; las hay reguladoras de procesos biológicos, como las hormonas; catalíticas, como las enzimas que facilitan las reacciones bioquímicas; estructurales, como las que componen las membranas celulares; transportadoras, como la hemoglobina que transporta oxígeno en la sangre o defensivas, como las inmunoglobulinas. Las proteínas están formadas por cadenas largas de aminoácidos. Hasta hace poco se conocían 20 aminoácidos esenciales; a partir del 2002 se habla de 22, siendo los dos nuevos la pirrolisina y la selenocisteína.
El término Ingeniería Genética presenta cierta ambigüedad, pues la palabra «ingeniería» implica determinados grados de exactitud matemática, precisión, seguridad y control de los cuales carecen muchas veces estos procesos, que a menudo están regidos por el azar. Es mucho más descriptivo y menos ideológico hablar de tecnologías del ADN recombinante. Por ejemplo, una de las formas de insertar ADN foráneo en una planta consiste en la llamada Biobalistica, que utiliza un «cañón de genes» con el cual se bombardea el tejido vegetal con partículas de tungsteno u oro recubiertas del ADN que se quiere insertar, las cuales se integran al azar con el genoma de la célula huésped. No es fácil predecir con precisión el nivel de expresión de los genes foráneos introducidos en una planta, debido a que el gen que se introduce puede quedar insertado en cualquier parte del genoma; incluso puede insertarse un número variable de copias del gen según la técnica empleada…
El proceso de construir moléculas de ADN recombinante para ser introducidas en células receptoras tiene dos fases: la primera se realiza in vitro y consiste en extraer el ADN de las células del organismo donante y su incorporación o adhesión a un vehículo transportador, conocido como vector (generalmente un plasmido o un virus), que es el que contiene el gen que interesa. La segunda fase consiste en implantar el vector en el organismo receptor, operación que se lleva a cabo in vivo. La técnica de «recortar y pegar» ácidos nucleicos fue inventada por los genetistas Boyer & Cohen en 1973, quienes crearon el primer organismo transgénico al insertar genes de un sapo africano en bacterias…
Uno de los vectores más utilizados en la manipulación genética de plantas es un plasmido del Agrobacterium tumefasciens (una bacteria fitopatógena del suelo), que se integra a los cromosomas vegetales alterando su metabolismo en su propio beneficio. Para que los nuevos genes insertados funcionen adecuadamente, debe insertarse junto con ellos una especie de interruptor génico o gen promotor, que por lo general es un gen del virus del mosaico del coliflor (90% de los transgénicos lo tienen)…
Todos los transgénicos son Organismos Genéticamente Modificados (OGM / OMG), pero no todos los OGM son transgénicos. Un transgénico es un organismo de una especie al cual se le ha insertado uno o varios genes de otra(s) especie(s). Un OGM [1] es cualquier ser vivo al cual se le haya modificado su genoma, sin agregarle secuencias genéticas de un organismo de otra especie…
Otra de las tecnologías relacionadas con la manipulación genética es la clonación, que es un proceso por el cual se producen, a partir de un organismo, varios individuos genéticamente idénticos al primero (a nivel molecular, es el proceso de replicación de un gran número de moléculas de ADN idénticas). Los clones son los descendientes genéticamente idénticos de un organismo único…
Desde la antigüedad se han propagado plantas vegetativamente mediante esquejes, en un tipo de clonación tradicional no molecular. Actualmente, para obtener grandes cantidades de un anticuerpo determinado, se fusiona la célula del sistema inmunitario productora natural del anticuerpo con una célula tumoral capaz de reproducirse indefinidamente, dando como resultado una célula híbrida llamada hibridoma que produce clones del anticuerpo indefinidamente, y son los llamados anticuerpos monoclonales, ampliamente utilizados en diagnóstico medico e investigación…
En casi todos los organismos la transferencia génica que prevalece es de tipo vertical (de padres a hijos); la gran excepción son las bacterias, en las que es más frecuente la transmisión horizontal de genes (entre individuos sin relación de parentesco, de una generación simultánea), mediante tres vías naturales: 1) Conjugación, en la cual los plasmidos pasan de la bacteria donante a la receptora mediante la formación de un tubo conyugal, 2) Transducción, en la que un bacteriófago se encarga de transferir el ADN de una bacteria a otra, y 3) Transformación, en la que el ADN desnudo, que puede ser de otra bacteria o cualquier otro organismo, penetra en la bacteria a través de sus poros o por alguna zona dañada de la pared celular. Los investigadores aseguran que evolutivamente, en algún momento se presentó intercambio de genes entre los tres dominios que conforman el Arbol de la Vida (Archaea, Eubacteria, Eucaria)…»
Hasta aquí la breve lección de Hernández. En los párrafos siguientes se podrá apreciar el hondo significado ambiental de estas nuevas técnicas de ADN recombinante, que tiene indudables efectos tanto a nivel ecosistémico como cultural.
El estado actual del modelo transgénico
La revolución transgénica ha alcanzado cifras récord desde la liberación de los primeros cultivos transgénicos en 1996 hasta el año 2004: los valores de negocios, el número de hectáreas cultivadas y los agricultores que han adoptado esta tecnología, no han parado de crecer, si se atiende a las cifras expuestas por James (2006), director del ISAAA (International Service for the Acquisition of Agri-Biotech Applications), entidad auspiciada por la Fondazione Bussolera Branca de Italia y Rockefeller Foundation de Estados Unidos y que se encarga de monitorear anualmente la evolución de los cultivos transgénicos en el mundo.
El mercado de cultivos transgénicos tan sólo para el año 2005 alcanzó la astronómica suma de 5.25 billones de dólares, una extensión aproximada de 90 millones de hectáreas, equivalente a casi el 10% del área total de tierras cultivables de China (956 millones de hectáreas) o de los Estados Unidos (981 millones de hectáreas) y a casi cuatro veces el área actual cultivada de Inglaterra que es de 24.4 millones de hectáreas (James, 2006). Este autor calcula que cerca de 8.5 millones de agricultores utilizan actualmente plantas transgénicas en 21 países del planeta. (figura 15 y tabla 13).
El mismo reporte de ISAAA indica que la proporción de cultivos Biotech[2] que crece en los países en desarrollo, se ha incrementado consistentemente cada año, pasando de 14% en 1997, a 16% in 1998, 18% en 1999, 24% en 2000, 26% en 2001, 27% en 2002, 30% en 2003, 34% en 2004 y 38% en 2005.
De esta manera, en el año 2005 más de un tercio de las 90 millones de hectáreas con cultivos transgénicos, equivalente a 33.9 millones de hectáreas, se ubicaron en estos países, entre los que se destacan China, India y las Filipinas en Asia, Argentina, Brasil, México, Uruguay y Paraguay en Sudamérica y Sur África en el continente africano.
James (op. cit.) afirma que la adopción rápida y continua de los cultivos transgénicos refleja las mejoras sustanciales y constantes en la productividad, el medio ambiente, la economía, la salud y los beneficios sociales que concretaron agricultores grandes y pequeños por igual, consumidores y la sociedad en países tanto en desarrollo como industrializados. Por supuesto que esta afirmación contiene elementos discutibles que serán tratados en las páginas siguientes.
De acuerdo con este mismo autor, el estudio más actualizado[3] sobre el impacto global de los cultivos transgénicos en el período de nueve años comprendido entre 1996 a 2004, estimó los beneficios económicos netos para los agricultores de cultivos transgénicos en 2004 de US$ 6.5 billones[4] y US$ 27 billones (US$ 15 billones para los países en desarrollo y US$ 12 billones para países industrializados) para los beneficios acumulados en el período comprendido entre 1996 y 2004. Estas cifras incluyen los beneficios derivados del aumento del doble de los cultivos de soja transgénica en Argentina.
La disminución acumulada en el uso de plaguicidas entre 1996 a 2004 fue estimada a 172.500 megatoneladas de ingrediente activo, lo que es equivalente al 14% de rebaja en el impacto ambiental asociado al uso de plaguicidas en tales cultivos, calculado según el Environmental Impact Quotient (EIQ), una medida combinada basada sobre los diferentes factores que contribuyen al impacto ambiental neto de un ingrediente activo individual.
Los dos siguientes párrafos, tomados literalmente de James (op. cit.) muestran el optimismo que se ha instalado en algunos sectores sobre la prevalencia de los cultivos transgénicos:
«..Existen motivos para esperar, con cauto optimismo, que el aumento en cultivos transgénicos observado durante la primera década de su comercialización, del 1996 a 2005, continúe y sea excedido en la segunda década, de 2006 a 2015. Se estima que el número de países que adopten los cuatro principales cultivos transgénicos crecerá y tanto la superficie global como el número de agricultores que producen transgénicos aumentarán a medida que la primera generación de transgénicos se cultive de manera más extensa y la segunda generación de nuevas aplicaciones para características de input y output se torne accesible.
…Además de los productos tradicionales de alimentos, forrajes y fibras serán introducidos productos del todo nuevos a la agricultura, comprendiendo la producción de productos farmacéuticos, vacunas orales, productos químicos finos y de especialidad, y el uso de recursos de cultivo renovables que reemplazarán a los combustibles fósiles no renovables, contaminantes y cada vez más costosos. A corto plazo, en los mercados establecidos de los países industrializados, el crecimiento proseguirá en características apiladas, medidas en «hectáreas de características» de cultivos transgénicos, con la introducción de nuevas características de input y output para satisfacer las necesidades tanto de consumidores como productores en búsqueda de alimentos y forrajes de mejor calidad y mayor contenido nutricional a precios más bajos. La adherencia a prácticas agrícolas correctas con cultivos transgénicos continuará a ser tan vital como lo ha sido durante la primera década y una administración responsable continuada tendrá que ser ejercida, sobre todo por los países del Sur, que serán los mayores productores de cultivos transgénicos durante la próxima década….».
Aunque el citado autor enfatiza que, entre 2003 y 2004, por primera vez en la historia los países subdesarrollados superaron en crecimiento absoluto en transgénicos (7.2 millones de hectáreas) a los países desarrollados (6.1 millones de hectáreas) al igual que en porcentaje de crecimiento (35% versus 13%) y que esta tendencia se mantuvo en 2005 (23% de crecimiento en países en desarrollo versus 5% de crecimiento en países desarrollados), tales datos no deben llamar al optimismo de un acercamiento de la barrera tecnológica porque, como se verá más adelante, ello obedece más a estrategias de negocios que a incrementos en la capacidad de investigación y aplicación de la biotecnología en los países pobres.
Las críticas al modelo
El panorama descrito, a pesar de su apabullante fortaleza, no muestra toda la realidad. No describe la precaria situación de la investigación científica que se debería ocupar de establecer los efectos ecosistémicos, socioeconómicos o políticos del modelo transgénico. En el campo meramente ecosistémico la literatura que alaba el modelo no describe posibles efectos o impactos en parientes silvestres o en especies relacionadas; guarda silencio ante las repercusiones posibles en suelos afectados por exudados de raíces de plantas transgénicas; esquiva el tema de las supermalezas, de los insectos no objetivo que son afectados o de las funciones ecológicas que se transforman y nada dice sobre los gastos energéticos o las modificaciones metabólicas o bioquímicas de las mismas plantas modificadas. Se estima que para estos campos, los presupuestos de investigación mundial son mucho menores del 1%.
Pero el modelo divulgado tampoco expresa los cambios en las relaciones económicas o sociales que se generan como consecuencia de la implantación masiva de campos de cultivos transgénicos. Nada cuenta sobre países que, como Argentina, han visto reemplazar extensas zonas hortícolas por campos uniformes de soya transgénica destinada a la alimentación animal en Europa o sobre las actuales disputas que ese país suramericano sostiene con la compañía Monsanto por las regalías tasadas sobre el uso de las semillas.
Los defensores del modelo transgénico no describen las batallas desiguales que realizan las compañías transnacionales contra asociaciones civiles, campesinos e indígenas para apropiarse de los derechos de los genomas modificados. Las carreras detrás de las patentes de propiedad por los organismos vivos han hecho que se modifiquen viejas posiciones de la jurisprudencia mundial sobre estos temas, se generen presiones a los gobiernos nacionales o que, incluso, se recurra artificios de dudosas pruebas científicas para lograr la aprobación de registros de comercialización y venta de los OGM. Tampoco se refieren a los derechos de los agricultores por poseer e intercambiar sus propias semillas, que no será posible bajo el modelo privatizado y corporativo ni a los derechos de los consumidores para elegir lo que comen, que tampoco es posible bajo este modelo que impide el etiquetado de sus productos.
La opinión pública mundial se esfuerza en impedir la ampliación de los campos de cultivo transgénicos, lo que ha sido logrado en Europa, en donde la oposición ha logrado detener provisionalmente su producción y comercialización esencialmente debido a que en este continente existen fuertes lazos culturales que hacen de la comida un verdadero proceso de comunicación cultural. La balanza del mercado se mueve, entonces, hacia los países pobres que son los principales productores de biotech crops. Seis de los principales ocho países productores, pertenecen a ese borroso mundo subdesarrollado.
La manipulación genética de plantas, animales y seres humanos, ofrece un extenso potencial económico que, seguramente, derivará en una nueva sociedad, dentro de un proceso de paulatino cambio cultural que es irreversible.
Algunos rasgos de esa sociedad novísima y tecnológica serán la centralización del conocimiento, basado en el secreto de las nuevas fórmulas genéticas; la exclusión de la mayor parte de la población que no accede a comprender el intrincado lenguaje molecular, característico de este tipo de biotecnología; el control de la producción mundial de alimentos por parte de un puñado de empresas transnacionales; el aumento de las brechas tecnológicas y económicas entre los que más tienen y los que más necesitan…y una nueva era de dominio tecnológico final del hombre sobre la naturaleza, cumpliendo el sueño prometeico de la supremacía humana. La promesa es tan fuerte y tan real que, definitivamente, como lo afirman varios colegas…»ningún trabajador de la ciencia renunciará al nuevo paradigma». Los párrafos siguientes exploran algunos de los ítems enunciados.
Dependencia, pobreza e interés transnacional
El modelo transgénico surge en un entorno mundial de interdependencia signado por la histórica subordinación de los países pobres en relación con aquellos que poseen el poder económico, militar y político del planeta, hecho que lleva tras de sí bastantes polémicas relacionadas tanto con el origen de este modelo como con sus probables efectos en los ecosistemas y en las culturas.
De entrada, sus defensores presentan las plantas transgénicas como parte de una estrategia que disminuirá el hambre en el mundo en tanto participa de los modelos de agricultura sostenible.
Sus críticos manifiestan que el problema del hambre no se resuelve a punta de tecnología sino de justicia social y de equidad. Nunca antes la humanidad había producido tantas toneladas de alimentos (que alcanzan para un abastecimiento diario de 4.3 libras per cápita / día) pero nunca antes tampoco se habían elevado los índices de muertes por obesidad en el mundo desarrollado y de muertes por hambre en los países pobres. Mientras en unas partes del planeta se muere por indigestión en otras se muere por inanición.
El hambre tiene raíces políticas y razones económicas. El comercio internacional especulativo, la pobreza y las estrategias encaminadas a presionar privilegios militares, económicos y políticos entre bloques de países, entre Estados e incluso entre regiones, explican mejor el hambre mundial que la disponibilidad real de alimentos.
Desechado por insuficiente el argumento anterior, se debe enfrentar la siguiente cuestión: ¿se necesitan los transgénicos en el marco de una agricultura sostenible? ¿Colombia requiere importar semillas de cultivos transgénicos para aumentar la producción agraria?. En principio la respuesta es no y ello en virtud de varios argumentos, que tienen que ver tanto con los interrogantes en torno a estos cultivos para aumentar los rendimientos más allá de los logrados por las semillas convencionales o para garantizar la ausencia de efectos ecosistémicos indeseables como con sus efectos culturales, es decir, económicos, políticos y sociales incluyendo la salud de los consumidores.
La desigualdad en el acceso a los recursos tierra y agua, los conflictos políticos y el acaparamiento del mercado mundial están en la base de la responsabilidad social del hambre. Los cultivos transgénicos no pueden resolver este conflicto, entre otras cosas porque su origen no se basa en una demanda efectiva por parte de los agricultores campesinos o de los consumidores de alimentos, sino que proviene de las necesidades manifestadas por otros actores, ubicados en la otra orilla del acto agronómico: las grandes compañías multinacionales.
Y aquí aparece tal vez la mayor fuente de desacuerdo entre quienes critican y entre quienes apoyan el modelo transgénico, es decir, su estrecha relación con el poder transnacional.
La investigación biotecnológica que generó las primeras plantas transgénicas aprovechó el acervo de conocimientos acumulados durante siglos en los modelos científicos, la mayor parte de ellos realizados con fondos públicos de universidades europeas y norteamericanas. Una vez que se comprendieron las bases genéticas y moleculares de la biología celular y se entendió el enorme potencial futuro que ofrece la manipulación genética, el negocio pasó a manos de las compañías transnacionales que dominan los mercados mundiales de semillas y de agroquímicos.
En la actualidad solo siete de esas compañías acaparan el mercado mundial de semillas transgénicas (Morales, 2001).
Es fácil comprender que tales compañías, luego de realizar fuertes inversiones en desarrollos tecnológicos, deseen recuperar el capital invertido asegurando, en primera instancia, la posesión sobre los avances biotecnológicos a través de patentes que les confieren derechos de propiedad.
La legitimidad de tales posesiones sobre los genes es altamente cuestionable, especialmente porque el conocimiento requerido para manipular plantas es producto de siglos de trabajo científico y de saber tradicional de la humanidad, que no se reconocen en las patentes y porque los genes no existen solos, levitando en el vacío, sino que hacen parte del prodigioso tejido de la vida, compuesto por millones de átomos, moléculas, macromoléculas, tejidos, organelos, órganos, organismos, poblaciones, comunidades y ecosistemas, cuyas íntimas interrelaciones son desconocidas a la hora de otorgar valores económicos a dos o tres genes. Pero el modelo transnacional busca las mejores ventajas comparativas en cada país para realizar el despegue de las plantas transgénicas, sin preocuparse por indagar sus relaciones con la realidad nacional de cada nación.
El caso de Argentina es particularmente revelador: este país se ha convertido en uno de los principales cultivadores de soya transgénica. Mientras que en 1995 se cultivaban 2,8 millones de hectáreas de soya convencional, en 1996 aparecieron por primera vez los transgénicos en ese país con 800 mil hectáreas y solo dos años después, en 1999, Argentina cultivaba 7 millones de hectáreas de soya transgénica. Para el año 2004 se calculaban en 13 millones de hectáreas la superficie de soya transgénica en el país gaucho (Grupo de Reflexión Rural, 2003). Ello constituye el caso más exitoso de transferencia de tecnología que la humanidad ha visto en toda su historia. Ni siquiera con los híbridos de alto rendimiento lograron estos espectaculares índices de crecimiento en área cultivada.
Por su parte, el nivel de ventas de Round – Up, el herbicida para cuya resistencia han sido genéticamente modificadas las plantas de soya, se incrementaron dramáticamente, pasando de menos de 8 millones de litros a más de 50 millones en el mismo período (Pengue, 1999 citado por Morales, op. cit.). La gran beneficiada de este proceso es, sin duda alguna, la compañía Monsanto que es al mismo tiempo la propietaria de las semillas transgénicas y del herbicida Round – Up. Negocio perfecto. El monopolio de las semillas y de los herbicidas, que constituye una enorme revolución de la posmodernidad, se apoderó de los campos argentinos sin una sola gota de polvo de resistencia, en medio de un silencio que impresiona.
De acuerdo con la revista Fortune de 2006, la compañía Monsanto reportó ganancias netas totales en el trimestre que cerró en noviembre 30 de 2005 por U.S.$ 59 millones (ventas netas totales por U.S.$ 1.4 billones), a la venta de Round – Up en Estados Unidos, Europa y Argentina y al crecimiento en ventas de sus semillas de maíz genéticamente modificadas en USA.
Mientras tanto, Rulli (2002) denuncia que el modelo rural argentino, netamente exportador, genera el material de soya con los que se alimenta el ganado europeo, en tanto que casi la mitad de la población se encuentra por debajo de la línea de pobreza, 500 obreros son desplazados por cada unidad de máquina y han sido expulsados 300.000 productores de las zonas rurales hacia las urbes argentinas en la década de los años noventa. Veinte millones de hectáreas que podrían alimentar ampliamente a toda la población de ese país, se encuentran concentradas en 200 empresas en buena parte puestas al servicio del modelo exportador de soya.
Parte de la explicación del éxito de la transferencia transgénica en Argentina, radica en políticas favorables a su producción, en la reducción de costos de mano de obra y en el no cobro de los derechos de semilla por parte de la citada multinacional.
Este último aspecto es de trascendental importancia. Por varios años la compañía Monsanto repartió en Argentina y de manera gratuita semilla de soya transgénica, cultivo que, como se anotó anteriormente, se expandió de manera significativa en ese país. No obstante, en marzo de 2005 un reporte de la agencia EFE, difundida a través de Internet, indicaba que la compañía «…anunció que todos los embarques de soja transgénica argentina y sus derivados «serían sujetos a una acción de fuerza» en los países donde la multinacional tiene patentada esa tecnología, principalmente en Europa.
…La multinacional no ha patentado en Argentina su tecnología Round Up Ready (RR, resistente al glifosato) y avisó a los exportadores de granos argentinos que buscará «la asistencia de las autoridades aduaneras en los países importadores» para cobrar sus derechos por patentes, tasada en 15 dólares por tonelada en concepto de daños y perjuicios. Los productores aseguran que pagan tres dólares en concepto de derechos por el uso de la tecnología por cada bolsa de semillas de soja que compran a los intermediarios, cuyo precio total es de unos 20 dólares.
…En febrero de 2005 Monsanto propuso recurrir a la Oficina Mundial de la Propiedad Intelectual para lograr un arbitrio sobre el pago de derechos, aunque esta posibilidad no prosperó. Tampoco avanzó un proyecto gubernamental para que sólo paguen derechos extraordinarios aquellos agricultores que cultiven más de 65 hectáreas (agencia EFE. www.univision.com/contentroot/wirefeeds/35dinero/2175234.html del 17 de marzo de 2005)…».[5]
Como se puede observar con el ejemplo argentino, el modelo transgénico tal y como está planteado en la actualidad sirve fundamentalmente a grandes intereses corporativos que subordinan las necesidades de los agricultores a sus propios intereses.
El derecho a sembrar
El mercado transgénico se apoya en la obtención de patentes y en el cobro de derechos sobre la utilización de las semillas. El valor de estas transacciones se mide en varios miles de millones de dólares al año y en ellas están involucradas principalmente las compañías transnacionales que se han repartido los nichos de mercado. Unas se especializan en semillas tolerantes a herbicidas y otras en plantas transgénicas que producen toxinas contra insectos.
En el futuro se crearán plantas transgénicas para diversos usos puesto que las posibilidades de manipulación genética son literalmente infinitas, en la medida en que todos los seres vivientes son susceptibles de ser transformados genéticamente. El mercado de la vida está abierto. Para ello es necesario patentar la propiedad sobre genes que fueron creados para transmitir la información de la vida generación tras generación. En este proceso se excluye a los campesinos que en el futuro deberán comprar las semillas a las transnacionales. De no hacerlo, se expondrán a sus demandas penales por uso ilícito de bienes privados.
Es lo que le ha pasado a Percy Schmeiser, quien ya inscribió su nombre en la historia debido a que es el primer agricultor demandado penalmente por una empresa transnacional que le acusa de tener en sus campos de cultivo semillas transgénicas de canola resistentes al Round – Up. A pesar que Schmeiser afirma que no utilizó las semillas transgénicas de la empresa Monsanto ni compró el herbicida que produce y vende esa misma compañía, debe pagarle una multa de $10.000 dólares por la licencia y de $ 75.000 por regalías (veredicto del juez Andrew Mackay, consultable en www.fct-cf.gc.ca).
Este primer caso del año 2002 ilustra bien el futuro campesino si se permite que las semillas tengan dueño absoluto.
El derecho a saber
Varios escándalos se han presentado en el país en relación con la venta y comercialización de cultivos transgénicos. En mayo del año 2001 se detectó soya transgénica en los envíos de buena voluntad del gobierno norteamericano dirigidos al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, que son repartidos entre niños de bajos recursos. Nadie en la patria sabía que era soya transgénica. El 2 de septiembre de 2002 apareció una nota del semanario El Espectador informando que «desde hace dos años los colombianos importamos alimentos genéticamente modificados para el consumo interno, y que en varios sectores de los Llanos Orientales se cultiva con semillas de maíz y soya tratadas genéticamente, sin control por parte del Estado y menos con advertencia a los consumidores. Las autoridades sanitarias y ambientales niegan que haya consumo y siembra de productos genéticamente modificados en el país. Pero reconocen que no se posee la tecnología necesaria para diferenciarlos del banco nacional de semillas…»
Lo anterior refleja el nivel de la polémica. Los transgénicos son negados por sus creadores e introducidos de contrabando en diferentes países. ¿Cuáles son las razones para no colocar etiquetas en los alimentos procesados o frescos que provienen de plantas transgénicas?. ¿Será temor a que el mercado castigue este tipo de productos y en consecuencia disminuyan las ventas? ¿Habrá otras razones? ¿Algo relacionado con la salud de los consumidores? ¿Se estará probando la capacidad nacional para controlar el consumo de tales alimentos?
Pero se deberían etiquetar? ¿Tienen los consumidores derecho a saber qué están consumiendo, independientemente de los efectos que puedan causar tales alimentos en su salud?. La respuesta es Sí. Se tiene derecho a saber lo que se consume y a decidir sobre ello, así esa decisión sea ideológica, estética, política o ética. Un solo ejemplo basta para ilustrar el asunto. Existe una papa transgénica que fue modificada para que produjera lectina, sustancia que se utiliza para repeler ácaros. Al mismo tiempo la lectina, que está presente en habas y fríjoles, genera una alergia entre ciertas personas, conocida como fabismo. Ahora bien. Una persona con fabismo puede ingerir, sin saberlo, papas transgénicas con lectina y enfermarse. ¿Tienen esas personas derecho a saber que en estos alimentos se encuentran sustancias que las afectan?
Y si alguien decide no comprar alimentos transgénicos simplemente por oponerse al modelo de globalización y a los globalizadores? O porque considera mejor no arriesgar su salud o la de su familia? O simplemente por motivos éticos? O porque definitivamente no lo desea?
La sostenibilidad del modelo transgénico
Dado que la sostenibilidad se juega en ámbitos que trascienden el escenario ecosistémico, los cuestionamientos sobre los cultivos modificados genéticamente, que provienen del ámbito cultural, tienen que pasar necesariamente por filtros relativos a sus implicaciones sociales, políticas, tecnológicas y científicas, además de las ecosistémicas.
¿Porqué?. Porque se trata de una tecnología que libera plantas transformadas irreversiblemente en un ambiente biofísico que le pertenece a toda la sociedad, con altos grados de incertidumbre sobre sus efectos tanto sociales como económicos y ecosistémicos. En esto se diferencia la polémica sobre el uso de la biotecnología en plantas transgénicas de aquel uso, por ejemplo, en producción de insulina.
Igualmente porque como ya se afirmó en este libro, la agricultura está indisolublemente ligada a la sociedad en su conjunto y por lo tanto sus límites se difunden hacia incontables actores y procesos en múltiples áreas del tejido social, incorporándose en todas las esferas de la sociedad, aún en aquellos sectores que parecen más alejados de la fertilidad de la tierra.
En consecuencia las tecnologías de plantas transgénicas para ser sostenibles, entre otros, deberían resolver satisfactoriamente cuestionamientos como los siguientes:
- ¿Las plantas transgénicas solucionan los problemas fitosanitarios de los cultivos?
- ¿Incrementan o no el uso de agroquímicos a corto, mediano y largo plazo?
- ¿Son compatibles con la protección de la biodiversidad?
- ¿Generan o no erosión genética?
- ¿Pueden provocar la aparición de supermalezas resistentes a herbicidas?
- ¿Afectarían insectos benéficos no objetivo?
- ¿Provocan rápida resistencia entre los insectos – plaga?
- ¿Aumentan significativamente la producción de alimentos en comparación con plantas cultivadas con sistemas convencionales o ecológicos?
- ¿Mejoran la calidad nutricional de los alimentos y por ende representan un incremento en la calidad de vida de los consumidores?
- ¿Afectan la salud de los seres humanos?
- ¿Agudizan, o por el contrario, resuelven desequilibrios económicos de la población rural?
- ¿Deben patentarse? ¿En qué condiciones?
- ¿Es un proceso social y económicamente excluyente?
- ¿Lesionan la soberanía alimentaria de las naciones?
- ¿Aumentan la dependencia tecnológica de los grupos de productores o los libera de la importación obligada de insumos?
- ¿Sus ventas sin etiqueta lesionan los derechos de los consumidores a estar informados sobre la clase de productos que consumen?
- ¿Afectan la certificación de agricultores ecológicos cuando sus campos de cultivo se contaminan con plantas genéticamente modificadas?
- ¿Afectan otros componentes estructurales y/o funcionales de los agroecosistemas y de los ecosistemas?
- ¿Resuelven problemas centrales de manejo de suelos, como desequilibrios nutricionales, procesos de compactación o deficiencia de materia orgánica entre otros?
- ¿Son necesarias para el desarrollo del sector agrario nacional?
El derecho a consumir alimentos sanos
La discusión sobre si los alimentos transgénicos generan o no efectos en la salud de los seres humanos, es compleja por cuanto la misma negativa de los fabricantes a etiquetar sus productos impide que se adelanten estudios precisos sobre este tópico y porque se requieren investigaciones de largo alcance, con el establecimiento de protocolos específicos para evaluar riesgos que puedan establecer relaciones ciertas entre este tipo de alimentos y efectos en la salud.
Investigadores como Chaparro (2000), Acosta (2000) y varios paneles de expertos de la Royal Society of London (2002) al igual que de las Academias de Ciencias de los Estados Unidos, Francia y de la Organización Mundial de la Salud (OMS) entre otros, indican que los riesgos sobre la salud humana son mínimos en relación con el uso de genes de resistencia a antibióticos que pudieran derivar en la aparición de organismos resistentes a los mismos o con posibles proteínas que puedan tener potencial alergénico ligado al consumo de estos alimentos.
Sin embargo, Cummings (2005) alerta sobre la posibilidad de no registrar a tiempo posibles alergénicos como en la aprobación reciente de la papaya modificada genéticamente para expresar una proteína que controla al virus de la mancha anular a través del silenciamiento de su expresión genética. Esta proteína posee una secuencia corta de aminoácidos idéntica a un alergénico reconocido, que fue descubierta por Kleter (2002) pero que no se tuvo en cuenta en el proceso administrativo de aprobación de la planta.
Recientemente, Kunik et. al. (2001) demostraron que la bacteria Agrobacterium tumesfaciens, vector frecuentemente utilizado para transferir genes y de la cual se creía que no infectaba células animales, es capaz de transferir segmentos de su plasmido (T-DNA) a los cromosomas de células humanas cancerosas de la misma manera a como lo hace en células vegetales. Ello puede ser una nota de alarma especialmente para quienes trabajan con esta bacteria en laboratorio.
Informaciones de prensa recopiladas por Ribeiro (2006) indican que en un experimento realizado por Irina Ermakova del Instituto de Neurofisiología de la Academia de Ciencias de Rusia se encontró que 36 por ciento de las crías de ratas alimentadas con soya RR (resistente a glifosato) sufrían de peso severamente inferior a lo normal, comparado con 6 por ciento en otros grupos de control. Pero lo más alarmante fue que 55.6 por ciento de las crías del grupo alimentado con soya transgénica murieron en las primeras tres semanas, comparadas con 9 por ciento de las crías del grupo alimentado con soya normal y 6.8 por ciento en el que no recibió soya.
La misma autora indica que en noviembre de 2005, el centro de investigación científica más importante de Australia, el «Commonwealth Scientific and Industrial Research Organisation (CSIRO)» abandonó un proyecto de diez años y 2 millones de dólares para obtener arvejas transgénicas, luego de que la experimentación en ratas mostró una reacción alérgica que consideraron podría implicar serios riesgos para el consumo humano.
En efecto, Prescott et. al. (2005) mostraron que la expresión transgénica de la proteína r-amilasa inhibidor – 1 del fríjol común (Phaseolus vulgaris L.) llevó a la síntesis de una forma estructuralmente modificada de esta proteína inhibitoria en un hospedero no nativo, en este caso arveja transgénica (Pisum sativum). Los autores demostraron que el consumo de la proteína transgénica predispuso a ratas de experimentación a un determinado tipo de inflamación pulmonar y que, además, su consumo con otras proteínas promueve cruces inmunológicos los cuales elicitan immunoreactividad de esas proteínas. De esta manera, la expresión transgénica de proteínas no nativas en plantas podría conducir a la síntesis de variantes estructurales con inmunogenicidad alterada.
El caso es muy significativo, porque a la arveja se le habían insertado genes de un fríjol cuyo consumo como tal no produce alergias. La combinación tenía por objetivo conferir a las arvejas resistencia a los ataques de gorgojos. Según los investigadores del CSIRO, los genes de fríjol insertados en las arvejas se expresaron de manera sutilmente distinta, lo cual desencadenó la reacción alérgica. De acuerdo con Ribeiro (op.cit.) esto muestra una vez más lo que muchos científicos sospechan, pero que casi nadie investiga: la transferencia de genes crea proteínas similares pero con pequeñísimas diferencias que tienen efectos en los organismos vivos, muy distintos de las proteínas originales. La autora indica además que actualmente, ni la soya ni el maíz transgénico que se comercializan pasan por este tipo de pruebas en animales, que solamente se aplican cuando se trata de transgénicos de uso médico.
A pesar de lo expuesto, que constituye un indicio importante de posibles efectos en humanos, la Organización Mundial de la Salud publicó un reporte reciente (OMS, 2005) en el que afirma que «…los alimentos transgénicos probablemente no presentan más riesgos para la salud que los asociados con los productos convencionales..».
Como respuesta a esta conclusión y aunque la OMS acepta la necesidad de estudiar los «riesgos caso por caso», Sahai (2005) indica que las aseveraciones de este reporte son hechas sin ningún análisis y que resulta «…increíble que el reporte de la OMS no discuta las inquietudes de las organizaciones de la sociedad civil, científicos y consumidores alrededor de todo el mundo, sobre la seguridad de los alimentos GM. En ninguna parte del reporte hay una discusión sobre los datos obtenidos de los estudios científicos conducidos hasta ahora sobre alimentos transgénicos los cuales han demostrado repetidamente afecciones serias a la salud de ratas y otros animales experimentales que fueron alimentados con comida transgénica, por ejemplo, maíz y papas. El daño reportado fue fatal en muchos casos y los animales en experimentación presentaron lesiones graves en órganos como los riñones, hígado y sangre, en conjunto con un colapso del sistema inmunológico…
… Estudios famosos como aquellos realizados por el Dr. Arpad Pusztai del Instituto Rowett de Edimburgo, sobre las lesiones y el colapso inmunológico causado por las papas transgénicas en ratas, los estudios conducidos en la Universidad de Cornell sobre la mortalidad de las mariposas monarcas alimentadas con polen de maíz transgénico, las lesiones estomacales y la mortalidad de las ratas que fueron alimentadas con tomates Flavr Savr genéticamente modificados, los numerosos reportes sobre lesiones en el estómago de ratas, partos fallidos en las vacas, crecimiento celular excesivo y daño al sistema inmunológico de los animales no son mencionados en el reporte de la OMS. Ni tampoco hay una mención del famoso caso Denko Showa, donde 37 personas murieron y miles fueron lesionadas al ingerir suplementos alimenticios de triptófano genéticamente modificado.
…La revelación accidental a mediados de 2005 del estudio de Monsanto que demostraba un daño extensivo de órganos en las ratas alimentadas con su propio maíz Bt recalca una vez más que existe una serie de amenazas a la salud asociadas con alimentos transgénicos pero parece que la OMS no está preocupada con el peso de la evidencia científica en contra de los alimentos GM…».
De lo expuesto en los párrafos anteriores puede deducirse que la polémica continúa abierta y que se requieren nuevos esfuerzos de investigación para establecer las reales dimensiones de la posible afectación de seres humanos por consumir alimentos transgénicos, cosa que solo se hará contando con los fondos suficientes que, para estos casos, parecen no existir.
Problemas de producción con plantas transgénicas
Los promotores del modelo transgénico afirman que, aunque muchas de estas plantas no se diseñan especialmente para aumentar los rendimientos, en muchas ocasiones éstos son superiores a los que se consiguen con plantas convencionales. Por ejemplo, Bezlova (2005) informa sobre aumentos en rendimientos del 10% y disminución del 80% en el uso de plaguicidas en el arroz transgénico probado en China. Sin embargo, algunas experiencias muestran problemas evidentes de producción cuando incluyen plantas transgénicas:
Altieri (1999) citado por Matamoros (2000) indica, por ejemplo, la ineficiencia del algodón transgénico (con genes de Bacillus thuringiensis o algodón Bt) para controlar el gusano en 20000 acres de Texas en 1996; copos deformados y desprendidos del algodón Round-up en el delta del Mississipi; reducción de la producción en 27% y disminución del tenor de cobre en las hojas de maíz Bt en Bellville; fertilización de plantas emparentadas con transgenes de colza, mediante el flujo de polen en 2.5 kilómetros a la redonda en Escocia; inocuidad de transgenes de resistencia a virus en la ahuyama y no-resistencia a otros virus transmitidos por áfidos; bajos niveles de producción y poca resistencia a enfermedades en cultivos de tomate FLAVR-SAVR; retiro de canola del mercado debido a contaminación con un gen no aprobado por la Federal Drug Administration (FDA) de los Estados Unidos y resistencia del rábano silvestre al Round-up.
El mismo autor citando fuentes directas del USDA (1999), afirma que se ha demostrado que las semillas fabricadas por ingeniería genética no aumentan los rendimientos agrícolas. En 1998 los rendimientos de tales cultivos no fueron significativamente diferentes de los de aquellos no modificados en 12 de 18 combinaciones cultivo / región. El algodón tolerante a glifosato no mostró aumentos significativos en ninguna región de los Estados Unidos en donde se hicieron encuestas. Otro estudio citado por el mismo autor, que examinaba más de 8.000 pruebas de campo, encontró que las semillas de soya Round – Up Ready producían menos bushels por hectárea que variedades similares producidas convencionalmente.
Informaciones de prensa provenientes de la India indican que durante la campaña 2004 – 2005 el algodón transgénico Bt había fallado en Rajasthán, Andhra Pradesh y Madhya Pradesh, causando serias pérdidas a los agricultores, reacciones alérgicas en humanos y muerte de ganado. Un estudio de Gene Campaign de la primera cosecha de algodón Bt en Andhra Pradesh y Maharashtra había demostrado que el 60% de los agricultores que cultivaron el algodón Bt en estas regiones sufrieron tales pérdidas que no pudieron recuperar su inversión. Se mencionan dificultades en germinación y marchitez temprana, cuyas causas todavía no se conocen (Sahai, 2005).
Biodiversidad y transgénesis
Desde las chagras indígenas y los huertos diversos de la economía campesina de ladera, pasando por los bosques de café e incluso por la oferta variada de flores en la agroindustria de los Altiplanos, Colombia entera es una expresión viva de abundancia de cultivos, respaldada por la presencia en su territorio de todos los climas y todos los suelos que hacen posible obtener dos y hasta tres cosechas al año.
Es más: el país y en general las regiones tropicales y subtropicales americanas son de los mayores centros mundiales de origen de las actuales especies cultivadas-
Al Centro de Origen Mexicano y Centroamericano se le atribuyen casi 49 especies de las cuales las más importantes son maíz (Zea mays), los frijoles (Phaseolus spp.), algunas especies del género Cucurbita (ahuyama, pepino, calabaza), Capsicum annum y C. frutescens (chile o ají), el tomate (Lycopersicum esculenta), algodón (Gossypium hirsutum), el cacao (Theobroma cacao), el achiote (Bixa orellana), el aguacate (Persea americana), algunos frutales del género Annona y el girasol (Helianthus annus), éste último en un centro menor de origen de Estados Unidos y Canadá.
El Centro de Origen y Domesticación Suramericano es muy rico en cultivos de raíces y tubérculos como la papa (Solanum spp), Ios cubios (Oxalis tuberosa) y la arracacha o mandoquina (Arracacia xanthorriza). Otros cultivos de grano son algunas especies de frijol, tarwi, quinua o amaranto. Además, se atribuye el origen en Suramérica a un grupo importante de ajíes (Capsicum pubescens y C. baccatum), algodón (G. barbadense) y tabaco (Nicotiana tabacum). En frutales se destacan el maracuyá (Passiflora edulls), la papaya (Carica papaya), la guayaba (Psidium guajaba), la uchuva (Physalis peruviana) y el lulo (Solanum quitoense). Al Centro Menor de origen Brasilero-Paraguayo se le atribuye el origen de la yuca (Manihot esculenta), la batata (Ipomoea batata), el caucho (Hevea brasiliensis) y la yerba mate (ilex paraguayensis).
A la valiosísima lista anterior habría que agregarle muchas especies más que aún permanecen desconocidas para la humanidad o que poseen un uso restringido en determinadas zonas del trópico, principalmente en las selvas húmedas, pero cuyo potencial es muy alto en la agricultura del futuro.
Se requieren plantas modificadas en un contexto de tan alta diversidad? ¿En un país con todos los climas, relieves y suelos? No. No se requieren.
La biodiversidad de plantas en los campos de cultivo corresponde también a distintas diversidades culturales y concepciones económicas de la agricultura. Aunque con algunos grados de desaparición de vínculos simbólicos, es posible encontrar todavía en las montañas y en los valles andinos del trópico americano grupos de campesinos descendientes de habitantes nativos que guardan en sus labranzas vestigios importantes de la heterogeneidad vegetal de origen.
Tapia (1984) citado por León (1997), señala 17 clases de agroecosistemas en los Andes peruanos en donde, dependiendo de la altura sobre el nivel del mar, aún se encuentran ampliamente distribuidos varios cultivos nativos de grano como quinua (Chenopodium quinua), kañiwa (Chenopodium pallidicaule), kiwicha (Amaranths candatus) o tarwi (Lupinus mutabilis) que se instalan en rotación o asociación con papa, maíz, habas o tubérculos como oca (Oxalis tuberosa), ulluco (Ullucus tuberosus) o isaño (Tropaeolum tuberosum).
Nieto y colaboradores (1984) citados por el mismo autor, en un trabajo de recuperación de cultivos en Ecuador, observaron asociaciones múltiples de hasta 10 especies diferentes en un mismo sitio y habían logrado colectar alrededor de 3.325 entradas de quinua, 131 de amaranto, (Amaranths sp), 33 de tarwi, 129 de Prunus capuli y varias decenas de raíces andinas como la zanahoria blanca (Arracacia xanthorriza), jicama o chicama (Polymnia sanchifolia) y el miso o taso (Mirabilis expanza). Tales grupos de cultivos múltiples estaban asociados con agricultores del denominado «Callejón Andino», área típica de economía campesina de ladera. Datos similares han sido suministrados por Toledo (1982) para México.
CENSAT (Centro Nacional de Estudios en Salud, Ambiente y Trabajo), ONG que lleva varios años trabajando en las montañas santandereanas, presenta los casos de agricultores como Gueiller Vargas (figura 17), que cultiva alrededor de 10 variedades de habas, 11 de fríjol, 7 de maíz y cerca de 100 variedades de papa de año y criolla en no más de tres hectáreas de terreno (Censat, 2003).
Aunque en los mencionados estudios (con excepción del de Censat (op. cit.)) no se analiza la realidad sociocultural o económica de los productores, es posible preguntarse por las razones que impulsaron a tales grupos a conservar un patrimonio genético que ha desaparecido casi por completo en otras regiones andinas.
Existen, evidentemente, respuestas ligadas a la permanencia de un mercado que todavía reclama de alguna manera estos cultivares andinos, pero también se encuentran legados culturales y tradiciones históricas con hondas raíces de apego a la tierra, en donde los conocimientos sobre las propiedades de las plantas se insertan en una cosmovisión que tiene en cuenta por igual la seguridad alimentaria del grupo familiar, la secuencia y frecuencia de los fenómenos naturales, la reproducción de bienes materiales de uso múltiple o los vínculos psicológicos de pertenencia grupal para incidir en la elección final del sistema de cultivo y en las opciones de preservación de las especies agrícolas útiles. Tales consideraciones no son reconocidas desde la óptica de la ingeniería transgénica.
Clara Van der Hammen (1990) describe con maestría las hondas significaciones culturales de los campos cultivados en las comunidades indígenas amazónicas del Bajo Caquetá en Colombia, con un enfoque que trasciende el mero referente agronómico para insertarse en el ámbito simbólico y en la intrincada red de relaciones sociales que refleja la organización de las chagras.
Por más de 10.000 años la agricultura americana del sur ha podido alimentar a la población sin recurrir a modificaciones genéticas. Tan solo en los últimos 50 años se quiso vender la idea según la cual no era posible producir sin agroquímicos de síntesis, apelando esencialmente a que el aumento de la población reclama igualmente aumentos en la producción. En los últimos diez años, con el mismo argumento, se quiere hacer creer que no es posible alimentarse si no es a partir de plantas modificadas genéticamente. Pero las evidencias en la práctica muestran que ello no es así y que no tiene porqué serlo en el futuro. Casi 8 millones de productores asentados en las laderas de las cordilleras andinas generan más del 60% de los alimentos que se consumen diariamente en Colombia y ello a pesar de las dificultades enumeradas anteriormente.
Ninguno de ellos solicitó jamás una planta transgénica.
La transgénesis: una ruptura cultural
De todo lo anterior, se deduce que la liberación de plantas transgénicas constituye una ruptura cultural sin precedentes en la historia de la humanidad. Es una revolución de magnitud comparada solo con el paso de los cazadores – recolectores a los primeros agricultores del neolítico. ¿Por qué?
Porque se trata de un programa casi infinito, o por lo menos tan amplio como la naturaleza misma, de transformaciones posibles. Todo está en juego de nuevo. Las concepciones anteriores de una naturaleza sabia, que proveía las soluciones en su justa medida y a su tiempo, dentro de procesos de equilibrio dinámico, no solo se han puesto en duda, sino que se desechan como posiciones retrógradas, que no contemplan el avance de la ciencia. Todo está por modificar.
El optimismo tecnológico augura una era pletórica de transformaciones positivas. Allí en donde la naturaleza presente limitaciones, habrá una posibilidad biotecnológica. Las granjas de genes surtirán los alimentos que requiera la nueva sociedad, eliminando residuos biológicos inservibles, demasiado pesados o accesorios, que demandan costos adicionales para su producción o transporte. El caso de las explotaciones avícolas posmodernas ilustra este caso: los picos, las patas o las plumas, que no sirven en el mercado de alimentos rápidos, serán eliminados de las aves ponedoras. Si la demanda exige empaques cuadrados para aumentar la eficiencia del transporte y aumentar las ganancias, la solución genética estará a la disposición para cuadrificar[6] los frutos. El único límite será la imaginación.
De paso, el paradigma de la evolución darwiniana llegará a su fin. Los mecanismos de la selección natural y de la supervivencia del más apto serán eliminados a favor de los mecanismos de laboratorio. No vencerá ni se adaptará la especie o la variedad que posea las habilidades o características más favorables, sino la especie que el ser humano modifique para sus fines en los laboratorios. La selección natural dejará definitivamente la vía libre a la selección artificial por ADN recombinante y el mismo concepto de especie se evaporará en el aire, por sustracción y adición de materia.
Al ritmo de estas transformaciones, aparecerá una nueva sociedad. Las relaciones comerciales se regirán por el uso de las patentes, las científicas incluirán el secreto como su mayor valor y las de mercado estarán sometidas a poderes supranacionales, del tipo transnacional. Un nuevo lenguaje está por nacer en la sociedad del siglo XXI. Los que accedan a él, dominarán, sin duda alguna, a sus congéneres. El derecho también se transformará y aparecerán los especialistas en litigios transgénicos, disputando campos con la bioética.
La producción de alimentos pasará de ser un acto democrático a ser un acto corporativo. En algunos años más el poder político derivado de la posesión de los alimentos se sumará al poder político derivado de la posesión de las aguas y de las tierras. Es probable que también surjan procesos para marcar a los seres humanos, empujados por las actuales circunstancias de una tierra dividida en bloques y sacudida por las expresiones del terrorismo internacional. A este paso, puede que se cumpla la predicción bíblica de un acceso a los alimentos a través de una marca.
Sobre el mejoramiento de plantas
Una de las primeras ideas en juego que coloca el Modelo Transgénico (MT) es aquella de «mejorar» las plantas de cultivo. Este término pretende continuar con el paradigma clásico del mejoramiento de semillas que pasaba por seleccionar y cruzar plantas in situ y con la ayuda de los agricultores, para obtener variedades o híbridos con características deseables para la producción, el rendimiento, la resistencia a plagas y enfermedades o la adaptación a condiciones biofísicas limitantes.
Solo que el mejoramiento clásico es diferente de la idea actual de mejoramiento a través de las plantas transgénicas, por varias razones:
En primer lugar, el proceso de selección de las mejores plantas ya no se realiza en condiciones de campo sino que se efectúa principalmente en la soledad de los laboratorios biotecnológicos con la presencia casi exclusiva de científicos, analistas y auxiliares. Los agricultores, por supuesto, están excluidos, al menos en las primeras fases de la concepción de «las mejoras», aunque por supuesto, participarán en algún momento en las fases posteriores de liberación comercial de las plantas modificadas.
En segundo lugar aparecen varias implicaciones en relación con la contextualización del proceso investigativo, que plantea una discusión de fondo: ¿A qué tipo de necesidad corresponde el problema que se investiga? ¿Qué características de las plantas pretenden mejorarse? ¿Cuál es el sentido que adquiere la palabra mejoramiento en el MT?
Sin más preámbulos se puede afirmar que se trata de problemas originados en la misma compañía comercial que financia las investigaciones y ellos son directamente proporcionales al volumen de ganancia económica que se derive del ejercicio investigativo. Los problemas de investigación, en términos biológicos o agronómicos, son por lo tanto no pertinentes en la mayor parte de los casos. No se trata aquí de resolver inquietudes básicas sobre comportamiento de insectos plagas, de vectores de enfermedades o de desequilibrios nutricionales en plantas y suelos, sino de ejercicios conducentes a jugar y ganar partidas de interés económico.
Los trabajos no se enfocan directamente a resolver, o por lo menos a entender, las causas que generan problemas o desequilibrios en la agricultura sino a enfrentar sus síntomas externos.
Tal es la razón que justifica la ausencia del agricultor en la concepción misma de las preguntas originarias de la investigación transgénica y en su posterior desarrollo. El modelo transgénico probablemente no está interesado en conocer y resolver los cuellos de botella que afectan la producción agropecuaria en distintas condiciones ecosistémicas o culturales, sino en resolver planteamientos económicos, que si bien mencionan el agro, no lo interpretan. La concepción transgénica se escuda detrás del debate agrario, lo utiliza como excusa, le crea problemas a partir de concepciones utilitaristas y luego le provee soluciones de segunda mano que autojustifican el proceso y lo alimentan económicamente. Por ejemplo, el manido argumento de luchar contra las malezas.
Los debates sobre los modelos de desarrollo agrario, encarnados en las escuelas de agricultura alternativa, han puesto en evidencia desde hace bastantes años, que las denominadas malezas son, antes que nada, un producto cultural, extensión teórica de una determinada forma de entender el mundo. El concepto de maleza se desarrolla apenas desde mitad del siglo pasado, con el nacimiento de la Revolución Verde, para señalar aquellas plantas competidoras del cultivo principal, que «pelean» con él por espacio, luz o nutrientes. La conclusión obvia de esta visión es la de «luchar» contra las malezas por todos los medios posibles, incluyendo su muerte. Concepción que, por lo demás, es heredada de los ambientes militares en que se incubaron las primeras ideas del uso de sustancias químicas durante la segunda guerra mundial.
Es esta concepción de la agricultura la que emplea el modelo transgénico para colocar en juego su solución: plantas resistentes a herbicidas para que estas sustancias puedan ser más efectivas contra las malezas. No se preocupa por preguntarse qué hacen allí estas «malezas», qué significados expresan, qué papeles cumplen en el agroecosistema o qué manejos pueden estar reclamando, sino que, casi como un acto reflejo, propone eliminarlas de los campos de cultivo.
No son las preguntas legítimas sobre la agricultura en sí misma lo que motiva el acto transgénico, sino las preocupaciones por encontrar espacios de lucro: un transgen – una proteína – una acción herbicida – malezas eliminadas – patentes obtenidas – lucro privado. En todo caso, la pregunta abierta es: ¿El cambio genético….¿Para quién? ¿Para qué?
Igual sucede con la lucha contra los denominados «insectos – plaga». La idea de las plagas, como pululación súbita de especies en determinados entornos, aunque tiene referencias bíblicas, se traslada solo recientemente al ámbito del arte de cultivar plantas y se expande en relación con conceptos prestados del lenguaje militar, de donde viene la concepción de luchar contra ellas, como si su aparición se debiera a invasiones incontroladas, casi naturales, en donde no existe la mano del hombre más que como operadora de los gatillos de las armas químicas para su control.
Pero nuevamente las concepciones de la agricultura alternativa, especialmente a partir de los trabajos de Chabousson, indican que la aparición de las plagas es consecuencia de desequilibrios nutricionales en los suelos y en las plantas. Es más: la agricultura ecológica considera que no existen plagas, definidas en su sentido de enemigo natural, puesto que todas las especies se regulan en los juegos ecosistémicos y por lo tanto casi que un sin fin de factores se colocan en movimiento para regular las explosiones demográficas de los insectos: temperatura, humedad, cantidad y distribución de lluvias, tipo de suelos, materia orgánica, coberturas presentes, plantas hospederas para refugio, parches, corredores biológicos, alimentos, señales químicas, ciclos de vida….
La idea de la búsqueda agronómica debería ser, entonces, entender las particularidades de estos juegos de equilibrios – desequilibrios, su expresión ecosistémica, la magnitud y frecuencia en que suceden, la manera de paliarlos, las formas de traducirlos o describirlos…en fin. Todo un programa de investigación agronómica, soslayado por el modelo.
El camino fácil, señalado por la lógica de la eficiencia mercantil, es eliminar los insectos. Así de simple. Por la vía más directa posible: matarlos. Es esta simplicidad la que aprovecha la vía transgénica para proponer su solución comercial: un gen – una proteína (Cry) – una planta transformada en bioplaguicida – una patente.
Ello puede resultar legítimo cuando se enfoca desde los mismos principios de la Revolución Verde (RV). Al fin y al cabo fue esta visión pragmática la que se impuso por décadas al mundo y la que logró hacer creer que el proceso tecnológico cada vez más intenso era capaz de sostener rendimientos crecientes en los campos de cultivo, puesto que ni siquiera se interrogó a sí misma sobre las posibilidades, también crecientes, de encontrar límites, bien en la esfera ecosistémica o bien en la esfera cultural.
El modelo transgénico invoca al mismo tiempo la necesidad de aumentar la productividad de la tierra utilizando monocultivos y de disminuir el uso de plaguicidas para combatir las plagas que engendra la misma práctica del monocultivo, hijo predilecto de la RV. De esta manera, se cae en espirales autojustificatorias: el sistema de cultivo genera sus propios desequilibrios, que se solucionan con mayor especialización tecnológica, lo que a su vez provoca nuevos desequilibrios, nuevas plagas, nuevas malezas y mayores esfuerzos de control especializados.
Por otra parte, existe la creencia que en verdad las plantas modificadas genéticamente son mejores, en el sentido literal de la palabra, que las plantas convencionales.
Aquí el debate toma un nuevo cariz: el actual modelo, hasta donde se conoce, trabaja esencialmente para llevar la expresión genética de las plantas a niveles no alcanzados de resistencia a herbicidas o como generadoras continuas de moléculas insecticidas …¿Ser tolerante a un herbicida es una mejora? ¿Los herbicidas fueron alguna vez parte de las presiones evolutivas de las plantas? ¿Convertir plantas en fuentes continuas de principios tóxicos … hace parte de su mejoramiento?.
Ho y Cummings (2005) lo expresan mejor: «…pero desde una perspectiva biológica no existe tal mejoramiento. ¿Acaso un árbol que ha sido manipulado genéticamente para contener menos lignina es mejor o peor que uno normal? Claramente es peor, dada la pérdida resultante de sostén estructural, lo que le hace susceptible a daños durante tormentas de vientos. ¿La resistencia de las plantas a los herbicidas es una «ventaja»? No lo es, pues permite la aspersión extensiva de estas sustancias tóxicas que afectan el suelo y, al mismo tiempo, destruyen la flora local y las formas de vida salvaje. ¿Es acaso un árbol sin flores ni frutos ni semillas útil para los seres vivos? ¿Este árbol no es el alimento de miríadas de especies de insectos, aves y otras especies que dependen de él? ¿Constituye una planta con propiedades insecticidas un «mejoramiento»? Por el contrario, es una amenaza muy peligrosa para muchas especies de insectos que son parte de cadenas alimenticias más grandes…»
Pero incluso si en el futuro el modelo transgénico, en alardes de generosidad se vuelca hacia la manipulación de plantas para aumentar tolerancia a sequías, heladas o stress salino, mayores crecimiento y adaptabilidad o diferentes composiciones, colores, sabores, formas y tamaños …¿Cómo estar seguro que ello sea parte del mejoramiento deseado? ¿No existen ya cultivos adaptados a todas estas circunstancias y razones para entender porqué otros no sobreviven a determinadas condiciones limitantes?
La teoría de la evolución darwiniana supone procesos lentos de adaptación de las especies y los postulados de Jay Gould pregonan que tales cambios podrían darse rápidamente en cuestión de pocas generaciones siempre y cuando éstas estuvieran sometidas a procesos que obligaran tales cambios. Ambas hipótesis se refieren, sin embargo, a proceso orgánicos, en donde se conjugan mecanismos de selección natural, de coevolución de nichos, de hábitats y biotopos que se tornan variables fundamentales en el devenir de las especies. En todo caso, nada es gratuito en la teoría evolutiva.
La selección artificial que ocurre en la domesticación de especies también va ligada de la mano del tiempo y del cruzamiento total de los genomas, fundamentalmente por vía sexual, cuyo éxito se mide en condiciones de campo, cuando la totalidad de la planta se expone a las condiciones ecosistémicas e incluso culturales que determinan su permanencia.
El acto transgénico se mueve en una sola vía: un monorriel en una autopista de muchos carriles. Un gen manipulado en genomas de miles de codones, de secuencias, de nucleótidos. Y esta manipulación se somete a selección artificial en los laboratorios, en tiempos récords probablemente muy cortos y luego la planta modificada se prueba en campo, pero libre de competidores y por lo tanto de presiones adaptativas. No hay procesos libres de coevolución ni restricciones por competencia, ni enemigos naturales, puesto que el proceso de investigación en campo se acompaña del arsenal químico de protección característico de la RV.
Las presiones evolutivas tal vez esperan en los recodos del camino del tiempo, cuando la patente corporativa haya expirado.
La legitimidad de la ciencia
La otra cara de la moneda de este proceso es la pregunta sobre la legitimidad de la ciencia para conocer y manipular el ADN. Aquí es necesario entrar con precauciones porque se trata de un terreno intangible que conjuga a la vez la ética y la epistemología de la ciencia. Veamos:
El conocimiento científico, acumulado por centenares de años, hace parte del legado simbólico iniciado por los griegos y enriquecido a lo largo de la historia humana. Se ha alimentado de innumerables episodios de grandeza, intuición y genialidad que emergen de la gran cobija de los trabajos anónimos, pacientes, persistentes, descriptivos unos experimentales otros, analíticos o sintéticos, que hubieran podido ser casi irrelevantes a no ser por la fuerza de las ideas que arrastraban en esfuerzos múltiples de comprobación de hipótesis en lo que Thomas Khun denominó como los tiempos de ciencia normal.
Y es en estos tiempos de ciencia normal en donde ocurrieron las ideas y las comprobaciones experimentales que le permitieron al pensamiento avanzar dentro de la estructura celular y descubrir, al menos parcialmente, la genialidad y delicadeza de los procesos que envuelve el código genético y la transmisión de la herencia. Desde Mendel hasta los modernos biotecnólogos, la ciencia no ha parado de incursionar sobre la vida y su estructura fundamental: la célula, casi que como una bola de nieve.
Imposible pararla. La fuerza de la intuición, el halago del descubrimiento, la inquietud ante los retos de lo desconocido, la esperanza de los premios, la ansiedad por la incógnitas, el genuino deseo de saber, el altruismo, las esperanzas de un futuro mejor para todos, la fascinación ante la elegancia de la vida, las posibilidades materiales de experimentar, los adelantos en las técnicas de comunicación, el afinamiento de las técnicas de laboratorio..en fin, el maravilloso universo simbólico, organizativo y tecnológico que se le ofrece a los científicos ubicados en las primeras filas del ranking mundial del conocimiento científico, es de un poderío tal que resulta impensable creer que se detendrá un día, a no ser que se trate del día en que los seres humanos posean todas las respuestas a todas las preguntas.
Como ello no se vislumbra, por lo menos en esta generación, es necesario aceptar que la ciencia biológica, en las escalas celulares y moleculares, no se detendrá y que su periplo es legítimo, válido y justo.
La manipulación genética de lo vivo está en el predecible camino del conocimiento y era solo cuestión de tiempo para que los científicos accedieran a ella. No hay, pues, lugar a desgarramientos.
La objeción válida es aquella que interroga sobre la clase de camino o de caminos que la ciencia debería transitar. Es aquella que indica que es necesario tomar precauciones, porque se trata de territorios desconocidos, en donde se juegan no solamente resultados materiales sino éticos, para no hablar de espirituales, con claras consecuencias sobre la sociedad.
Porque es que la ciencia no se interna sola en el camino de la célula. Detrás y al lado de ella está la vociferante multitud de intereses, casi todos de tipo económico, que la empujan sin cesar y le dificultan la visión de conjunto, de contexto. Ella misma vocifera. Ella misma es parte de los circuitos culturales de adaptación al medio ecosistémico. Sus procesos se originan en las redes simbólicas del pensamiento, se desarrollan en la trama de relaciones de poder y se expresan en las acciones concretas del instrumento tecnológico, que a su vez afecta ecosistemas y sociedades.
Hasta el momento el proceso es joven. Los ingenieros genéticos están en la etapa de conocer y mapificar genomas, abordar de manera preliminar el conocimiento sobre distintas funciones de los genes y manipular algunos de ellos. Por ahora solo se trata de intercambiar un gen por otro.
La velocidad con que esto ocurre sobrepasa aquella en que se debieran investigar los efectos colaterales y secundarios dentro y fuera de las plantas modificadas, puesto que el énfasis comercial indica que el éxito económico se encuentra en las aplicaciones prácticas de la ingeniería. Los riesgos crecerán cuando se transfieran no uno sino varios genes para combinar rasgos deseables y cuando el aparato científico se encuentre más entusiasmado con las posibilidades de combinar la naturaleza.
Diversidad de Egoísmos.
Dentro de las motivaciones anotadas que hacen legítimo el quehacer científico, se destacan dos: el altruismo y el egoísmo.
Los economistas reconocen que es este último factor, el egoísmo, el que está en la base de los intercambios que mueven el mercado. Los actores se involucran en él con intereses propios, que colocan en los juegos transaccionales, esperando obviamente el mayor trofeo: la ganancia.
Esta lógica inevitable, que avala el funcionamiento de la sociedad actual, domina también al modelo transgénico.
No fue coincidencia que los primeros argumentos para justificarlo se dieran en el campo del altruismo. Las primeras voces que se escucharon a favor de la manipulación genética de plantas se dieron para indicar que era esta la tecnología que estaba esperando el planeta para aliviar el hambre de los más de 800 millones de personas que se encuentran en inseguridad alimentaria. El argumento duró poco: como se señaló anteriormente, la respuesta de los críticos es que los problemas de hambre en el mundo no se deben a falta de producción, sino a desequilibrios de distribución y consumo, de justicia social.
Se trataba de golpear en las conciencias de los consumidores justo con el martillo opuesto, para abrir la benevolencia de la opinión pública sobre las aplicaciones biotecnológicas que se mueven en la dirección contraria del lucro transnacional.
Bastante se ha escrito ya sobre el asunto: se conoce que pocas compañías de semillas y agroquímicos dominan el mercado mundial de plantas genéticamente modificadas que, en esencia, se dirigen a aumentar su tolerancia a herbicidas producidos por las mismas compañías o a tornarlas resistentes a lepidópteros (plantas Bt). De aquí el modelo se mueve poco, aunque es cierto que existen esfuerzos para modificar plantas con otros objetivos.
Dentro de la lógica de la acumulación de capital, las citadas compañías mundiales buscan solamente obtener ganancias dentro de su agronegocio. Ello es lícito en el marco de las reglas del comercio mundial y es aceptado plenamente por la sociedad contemporánea. Solo que tales objetivos de rentabilidad egoístas no concuerdan con los objetivos de soberanía o seguridad alimentaria de los países ni con las preferencias de muchos grupos de consumidores.
La apuesta está casada. El rumbo es fijo. Las compañías transnacionales no estarán dispuestas a perder dinero ni a ceder derechos de sus procesos de investigación y para ello se basan en regulaciones nacionales e internacionales de protección vía patentes. A la luz del derecho internacional ello también es legítimo en la medida en que cuenta con el aval de las naciones y de la Organización Mundial del Comercio. Pero se convierte en un proceso egoísta y excluyente en la medida en que no consulta las necesidades y aspiraciones de la sociedad.
Tal apropiación de los recursos de la biodiversidad enfrenta fuertes obstáculos provenientes de países y regiones enteras, ONGs, comunidades académicas y grupos de consumidores que incluso han declarado áreas libres de transgénicos. Pero la realidad es que el modelo avanza inexorablemente, hasta el punto en que para 2006 – 2007 se prevé que la superficie mundial plantada con cultivos transgénicos superará los 100 millones de hectáreas.
* Tomás Enrique León Sicard – Instituto De Estudios Ambientales (Idea) – Universidad Nacional De Colombia
Fuente: RED POR UNA AMERICA LATINA LIBRE DE TRANSGENICOS
Referencias:
[1] En este escrito se utilizará la sigla OGM para referirse tanto a las plantas que han recibido genes de otras especies o que han sido modificadas genéticamente.
[2] Biotech es la denominación que se da en algunos textos especializados a los cultivos modificados genéticamente.
[3] Cultivos transgénicos: el impacto global socioeconómico y ambiental de los primeros nueve años 1996 – 2004 . Por Gram, Brookes y Peter Barfoot, P.G. Economics, 2005 (citado por James, op. cit.)
[4] Estas cifras hay que tomarlas con cuidado: si se dividieran los U.S.$ 6.5 billones de dólares entre los 8,5 millones de agricultores que reporta el autor, se tendría un beneficio neto por agricultor de casi U.S. $ 764 (1.680.000 pesos colombianos) para el año 2004, que a la postre sería un mal negocio puesto que esta suma es inferior al Salario Mínimo Legal vigente para Colombia que es de $4.896.000 / año para 2004).
[5] En marzo de 2006 la compañía ya había iniciado procesos en contra de barcos mercantes argentinos, inmovilizados en puertos europeos.
[6] Por supuesto que el verbo cuadrificar no existe en español. Pero como toda revolución, la biotecnológica ampliará el vocabulario como corolario de la introducción de procesos nuevos en la sociedad.