Nacido en Nueva Jersey en una familia de intelectuales izquierdistas de origen judío, Allen Ginsberg (1926-1997) ha pasado a la historia sobre todo como el poeta que fue capaz de expresar en sus versos la silenciosa destrucción a que era sometida su generación en la América de la Guerra Fría y la caza de brujas. […]
Nacido en Nueva Jersey en una familia de intelectuales izquierdistas de origen judío, Allen Ginsberg (1926-1997) ha pasado a la historia sobre todo como el poeta que fue capaz de expresar en sus versos la silenciosa destrucción a que era sometida su generación en la América de la Guerra Fría y la caza de brujas. Acostumbrados a percibir solo la normalidad que los medios y los productos culturales del poder crean para nosotros, nuestra angustia se convierte al final es un problema individual, y es necesaria una poderosa conmoción para que veamos. La obra de arte es a veces el instrumento para esta visión, y en el caso que nos ocupa un brillante poemario promovió una amplia toma de conciencia ante la mentira y el horror de aquellos años sombríos.
Tras estudiar en la universidad de Columbia y ser expulsado de ella, entre otras cosas por escribir obscenidades en la ventana de su dormitorio, Ginsberg peregrinó por los ambientes literarios innovadores de Nueva York y California, donde se estaba forjando la que sería conocida después como generación beat. En Aullido y otros poemas, su primer libro, publicado ya con treinta años de edad, se encuentra una crónica puntual de estos hombres, con un viaje a las historias y los lugares, y también una aguda visión, en tono profético, del sinsentido de aquella sociedad.
La reflexión sobre las experiencias de su generación se encuentra sobre todo en la primera parte de «Aullido», que comienza con la famosa frase «He visto los mejores cerebros de mi generación destruidos por la locura…» Después, una enumeración interminable nos hace conocer a aquellos jóvenes rebeldes contra su tiempo. La segunda parte, la más breve, es sin embargo esencial en el poema, pues presenta una sombría visión de la deshumanizada civilización del capitalismo industrial, personalizada en Moloch, «cuya sangre es el fluir del dinero». La tercera parte es un monólogo dirigido a Carl Solomon, amigo de Ginsberg, y un regreso a la anécdota biográfica.
Los restantes poemas del libro visitan lugares comunes, un supermercado, una consigna de la Greyhound, la vivienda del propio Ginsberg o un muelle donde crece un marchito girasol, y en todos se despliega la poderosa máquina poética para que aliente la vida que yace allí enterrada. A mi juicio, estos fragmentos son las piezas más perfectas del libro.
Ajustados y precisos, elevan la intensidad lírica con una gran economía de medios, y están desprovistos de la palabrería en que a ratos se pierde «Aullido». Mención aparte merece el fragmento titulado «América», que es un peculiar ajuste de cuentas con los dogmas del pensamiento conservador de la época y una defensa en clave de humor de sus propias posturas.
Todos estos textos están estructurados en largos versos, que parecen destinados a ser recitados en una espiración completa, y ejercen una fascinación hipnótica con sus enumeraciones, su prosa espontánea, su ritmo enloquecido y un frecuente juego con la oposición de conceptos. Son poemas para ser memorizados o gritados, o convertidos en mantras liberadores. Y hay que recordar aquí que, aparte de las estrictamente literarias, una de las influencias que más agudamente se manifiestan en el libro es la del budismo, por el que Ginsberg se sintió atraído toda su vida.
Acusado judicialmente de obscenidad, absuelto después, discutido y aclamado en poco tiempo, «Aullido» se ha convertido en uno de esos pocos poemas que son conocidos por casi todo el mundo, un poema por ejemplo que puede ser parodiado, para general regocijo, en la serie de los Simpsons. De todas formas, sería interesante reflexionar sobre si este éxito no significa en realidad un fracaso del poemario. Que un libro decidida y manifiestamente crítico con un sistema acabe siendo celebrado por este parece querer decir que su ataque no era lo bastante contundente. Hay que pensar que quizás la ideología difusa y el énfasis en unas gentes bastante especiales resultaron al final fácilmente asimilables por un poder que parece tener una rara habilidad para adornarse con todo tipo de plumas exóticas.
En la lectura sosegada que permite medio siglo de distancia, tal vez lo que más llame la atención hoy en Aullido y otros poemas sea su intrincada estructura y la profunda catarsis que consigue provocar en el lector. Sus palabras poderosas dibujan un mundo no muy diferente del nuestro y siguen transmitiendo un conmovedor alegato sobre la dignidad del ser humano.
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