En 2001 Texaco pasaría a ser una filial de Chevron, tras fusionarse ambas. Texaco, famosa por tener el monopolio de extracción petrolera en los Campos petroleros de Lago Agrio, en la Amazonía Ecuatoriana, desde 1967 hasta 1990, cedió sus derechos a Petroecuador y terminó finalmente la concesión en 1993, abandonando Ecuador. Se estima que Texaco […]
En 2001 Texaco pasaría a ser una filial de Chevron, tras fusionarse ambas. Texaco, famosa por tener el monopolio de extracción petrolera en los Campos petroleros de Lago Agrio, en la Amazonía Ecuatoriana, desde 1967 hasta 1990, cedió sus derechos a Petroecuador y terminó finalmente la concesión en 1993, abandonando Ecuador.
Se estima que Texaco vertió alrededor de 71 millones de litros de residuos de petróleo, así como 64 millones de litros de petróleo bruto, contaminando el agua de Ecuador y creando, además de graves problemas medioambientales problemas de salud: aunque Chevron niega relación entre la contaminación y los casos de cáncer estos han aumentado, según fuentes afectadas, un 150% en la región.
En 1993, los pobladores de la región, organizados en el Frente de Defensa de la Amazonía demandaron a la compañía en Estados Unidos. Tras fallar una corte estadounidense en contra de Chevron, el litigio sería, finalmente, trasladado a Ecuador, en 2002. Allí una corte ecuatoriana también falló contra Chevron, en 2011.
Desde un inicio, y como es habitual en estos procesos, recursos y demás fueron presentados por Chevron -quien llegó a demandar a Ecuador en 2009-, y hubo, y hay, acusaciones cruzadas entre Chevron y la comunidad afectada.
Más allá de la extensión de la contaminación y de la gravedad de la misma -no se trata de dejar inmunes a las multinacionales si su «error» o «descuido» o «desconocimiento» ha sido «menor»-, este caso, como el de la contaminación de otras multinacionales -estos días célebres en España, como Coca Cola-, vuelve a situar en el centro del debate político la cuestión del crecimiento económico, del medioambiente y de la soberanía de los Estados.
La nacionalización y socialización de los medios de producción, esto es, el Socialismo, vuelve a aparecer, así, en mayúscula, frente al buen rollo del anticapitalismo abstracto, cuando se quieren analizar los problemas para solucionarlos y no para pasar el rato. Sólo poniendo el control de la producción en manos de la clase trabajadora y los sectores populares se puede poner el bien común, el bien de la mayoría social, por encima del interés privado y del enriquecimiento de unos/as pocos/as.
Cuando se quiere solucionar la aparente contradicción entre crecimiento económico y medioambiente, y aparecen modas como el «decrecimiento», lo que se hace es no plantear el problema tal y como debe ser planteado -¿por miedo al qué dirán si señalamos que la única solución sostenible para nosotros/as y el Planeta es el socialismo?-. El problema de Lago Agrio, el problema de Ecuador, no es un problema de (de)crecimiento, sino un problema de capitalismo, un problema de utilización de los recursos naturales y un problema de desentendimiento sobre los efectos en la población autóctona porque lo único que le interesaba a la multinacional era extraer la mayor plusvalía posible. Y si era al precio de no utilizar medidas contra la contaminación no importaba.
Que, naturalmente, la mayoría social puede equivocarse es algo que nunca vamos a negar. Pero eso es la democracia: el poder en manos de la mayoría, el poder de la clase trabajadora en un Estado que sirva para defender y representar sus intereses. Que puede equivocarse, está claro. Que la mayoría social tendrá en cuenta aquello que afecta a la mayoría social, y que habría tenido en cuenta al medioambiente y a la propia población de la región es un hecho, porque sería ella misma. Por ello, la cuestión de la dictadura del proletariado, del gobierno de la clase trabajadora, también aparece íntimamente ligada a la cuestión de la nacionalización y socialización de los medios de producción: no basta con que sean de propiedad estatal, es necesario que sean del poder popular, de la clase trabajadora y no del Estado como ente abstracto, y es necesario que esta clase sea la que detente el poder.
Sólo el socialismo, como gobierno de la clase trabajadora organizada y constituida en poder, puede responder a los intereses de la mayoría social, decidir cómo crecer y cuidar y proteger el Planeta, porque sólo bajo el socialismo los pueblos del mundo, de Ecuador a España, pueden ser libres, pueden ser soberanos y dirigir su rumbo.
¿Acabará Chevron asumiendo su responsabilidad y pagando la indemnización que le corresponde? Naturalmente, sólo en función de la correlación de la lucha de clases puede explicarse el desenlace del conflicto: si la presión internacional obliga a Chevron, esta tendrá que pagar. Si la presión no existe, en un mundo en el que las multinacionales campan a sus anchas, no pagará. He aquí que aparece, necesariamente, otro elemento vertebrador del socialismo: el internacionalismo. Sólo la unidad de la clase trabajadora mundial puede evitar que los/as ecuatorianos/as sean derrotados por uno de los muchos tentáculos del imperialismo. Una solidaridad que no plantee el problema de raíz no es capaz de movilizar ni de enfrentar dicho problema, pero la solidaridad, vertebrada en torno al discurso socialista, es un elemento que une a la clase y aumenta su grado de conciencia, y que haría que la victoria del pueblo ecuatoriano fuese una victoria de los pueblos de España.