Intervención realizada en el tradicional acto de homenaje a la memoria de Manuel Fernández Márquez, luchador obrero abatido por la policía franquista el 3 de abril de 1973, durante la huelga de la Central Térmica, en Sant Adrià del Besòs.
¡Buenos días a todas y a todos!
Muchas gracias a la Coordinadora 14 de Abril por invitarme a tomar la palabra en este encuentro. Evocar el recuerdo de Manuel Fernández Márquez -y, a través de él, el de tantos hombres y mujeres que pelearon, sufrieron o dieron su vida por la libertad- no es sólo un acto de justicia, un deber de memoria democrática. Se ha convertido en una necesidad para encarar el futuro.
«Porque vivimos a golpes / porque apenas si nos dejan / decir que somos quien somos / nuestros cantares no pueden ser / sin pecado un adorno. / Estamos tocando el fondo», escribía Gabriel Celaya. Palabras que tenían todo su sentido bajo la negra noche del franquismo. Y así era. No lejos de aquí, en el Camp de la Bota, durante años de terror, fueron millares los que cayeron bajo las balas de los pelotones de ejecución. Y aquí también, el 3 de abril de 1973, murió Manuel Fernández, tiroteado por la policía del régimen.
Un joven de 27 años. Uno de aquellos trabajadores que levantaron la Central Térmica y que se habían puesto en huelga para reivindicar una semana de trabajo de 40 horas o unas mejoras salariales que permitiesen a sus familias sobrellevar el aumento del coste de la vida. Un extremeño cuya familia, como tantas otras procedentes de los más diversos rincones de España, había venido hasta aquí tratando de ganarse el pan y construir un futuro. Y uno de aquellos hombres y mujeres, conscientes y solidarios, que impulsaron con su esfuerzo el renacer un movimiento obrero – es imperativo recordarlo en estos momentos – decisivo para la conquista de las libertades y la recuperación de la Generalitat, hilo de continuidad con la legalidad republicana.
Fueron tiempos de sacrificio y esperanza. Tras la muerte de Manuel, una oleada de indignación recorrió universidades, barrios y fábricas… El día 4 de abril fueron a la huelga Siemens, Pegaso, Fecsa, Hispano Olivetti, La Maquinista, SEAT… y muchas más empresas. Era el crepúsculo del franquismo. Pero el ocaso fue largo y sangriento, puntuado por nombres que aún resuenan en la memoria de quienes vivieron aquellos años: Ruiz Villalba, Puig Antich, los últimos fusilados del 27 de septiembre de 1975…
Franco murió en la cama. Su régimen fue vencido en la calle. Acabaron con él los anhelos de quienes, como Manuel, organizaron las comisiones obreras y acabaron por reventar aquel auténtico pilar del régimen que fue el sindicato vertical. Lo hicieron las huelgas generales del Baix Llobregat, el movimiento vecinal de Barcelona -capaz de derribar sucesivamente a tres alcaldes franquistas: Porcioles, Massó y Viola-, el movimiento estudiantil, la acción conjugada de la oposición democrática, que tuvo uno de sus grandes referentes en la Asamblea de Catalunya…
Tantas y tantas luchas. Aquí como en toda la península. Dejadme que así lo diga, porque el 25 de abril del año siguiente la revolución portuguesa plantaba un clavel rojo en la bocacha de los fusiles.
Es vital recordar quien trajo la democracia. Y a qué alto precio fue conquistada. Y qué cambios supuso para la vida de la gente. Por cuanto se refiere a la educación, la sanidad pública, la protección social, la cultura, los derechos civiles, la igualdad de las mujeres… Es vital recordarlo porque muchos de esos avances han sido frenados, erosionados. O están claramente amenazados. Y porque el sueño de un nuevo país que animó a la generación de Manuel Fernández, el futuro que anhelaba para Catalunya y para España, está en cuestión.
Cuando se barrunta una nueva recesión en la economía mundial, aún sangran las heridas sociales de la última crisis y de las políticas de austeridad que las agravaron. Jóvenes con empleos precarios, parados de larga duración, trabajadores pobres, gente mayor con pensiones que han perdido poder adquisitivo, mujeres que asumen los cuidados, personas dependientes a quienes no llegan las prestaciones que les son debidas… Mucha de nuestra gente sigue aún «tocando el fondo».
Y ahora, cuando la globalización ha difuminado la soberanía de los Estados, cuando el poder de las grandes corporaciones se ha tornado inmenso, cuando se han disparado las desigualdades sociales y arrecia el cambio climático… he aquí que nos convocan a una guerra de banderas e identidades. Los mismos que han propiciado esos estragos intentan desviar contra los más indefensos el enfado y el miedo de nuestras sociedades, prometiendo el retorno a una patria ancestral que nunca existió. Pobres contra pobres. Es la América blanca de Trump. Es el Brexit. Es la Italia de Salvini, que promete ayudas sociales… pero sólo «a los de casa». Es el fantasma del nacionalismo y del populismo que recorre Europa.
Pero es también el «procés», marcado por la desazón de unas clases medias a las que se ha hecho creer que les iría mejor separándose del resto de España… y dando la espalda a la diversidad de la propia sociedad catalana. Y es el «proceso» de las derechas españolas, que toca a rebato contra las autonomías, contra la inmigración, contra la igualdad efectiva para las mujeres… Unas derechas que hoy cabalgan espoleadas por los nostálgicos desacomplejados del franquismo.
Por eso es tan importante que nos inclinemos hoy ante la memoria de Manuel Fernández y recojamos el testigo de su lucha. Unos amenazan las conquistas democráticas alcanzadas. Otros las disminuyen y desprecian, insultando a quienes tanto dieron por ellas. Pretenden que todo sigue igual como en tiempos de la dictadura y que España es irreformable, porque el autoritarismo está en su ADN.
Es un buen día y es un buen lugar para reivindicar a esa clase trabajadora, mestiza y solidaria, que hizo posible la Catalunya que tenemos. Su tenacidad fue decisiva para poder normalizar el catalán y poner las lenguas de este país al alcance de toda su ciudadanía. No por casualidad la vecina Santa Coloma, donde Manuel residió los últimos meses de su vida, fue ciudad adelantada en llevar el catalán a las escuelas públicas. Lo hizo un gobierno municipal democrático y de izquierdas. La derecha nacionalista prefería una doble red escolar. Y hoy, sus portavoces más exaltados tildan a aquellos «nuevos catalanes» que trajeron el cambio de «colonos involuntarios del franquismo». Hasta eso hemos llegado.
Pero nuestra reivindicación es, al tiempo, un compromiso. Hay que recuperar el proyecto de una Catalunya acogedora, de ciudadanos y ciudadanas; de una España fraterna, «nación de naciones», reconciliada con su pluralidad; de una Europa solidaria. Tal ha sido y es el horizonte federalista del movimiento obrero. Por eso también, inspirándonos en la gran responsabilidad de que hizo gala durante aquellos años, debemos advertir del riesgo de desgarro social que supondría una condena desmesurada de los dirigentes independentistas, juzgados en el Tribunal Supremo por unos delitos de rebelión y sedición cuyos requisitos de violencia, por fortuna, nunca llegaron a darse. Necesitamos justicia y no venganza, diálogo y no imposición, para salir del atolladero en que unos y otros nos han metido. ¿Será difícil? Sin duda. Tampoco fue fácil entonces. Pero, lo mismo que la poesía, los sueños que forja la clase trabajadora son un arma cargada de futuro.
¡Salud y República!
Fuente: https://lluisrabell.com/2019/04/06/memoria-obrera-y-libertad/
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