El historiador y editor Julius Van Daal (París, 1960) es autor de un libro ilustrado sobre la revolución española (Le rêve en armes, 2001) y se ha interesado también por revueltas populares como las Gordon riots londinenses de 1780, a las que dedicó un trabajo del que hay edición en castellano (Bello como una prisión […]
El historiador y editor Julius Van Daal (París, 1960) es autor de un libro ilustrado sobre la revolución española (Le rêve en armes, 2001) y se ha interesado también por revueltas populares como las Gordon riots londinenses de 1780, a las que dedicó un trabajo del que hay edición en castellano (Bello como una prisión el llamas, Pepitas 2012). En La cólera de Ludd (Pepitas 2015, trad. de Diego Luis Sanromán) nos presenta una crónica y un análisis de la primera movilización, en los albores del siglo XIX, contra el capitalismo industrial que apenas se aprestaba por entonces a convertir a todos los seres en mercancías. Considerados a veces obtusos primitivistas, la obra muestra cómo los destructores de máquinas atacaban en ellas no la idea del progreso, sino la esclavitud odiosa que en nombre de éste y por medio de ellas se les imponía.
El libro arranca aproximándonos a las transformaciones económicas que se dan en Inglaterra a finales del siglo XVIII, cuando las clases enriquecidas que han ido tomando el poder político (revolución de 1642-1649 y golpe de estado de 1688) utilizan los adelantos técnicos producidos para desarrollar la industria de las hilaturas, lo que exige la conversión de las tierras cultivables en pastos y la proletarización de los habitantes de las aldeas. Un complejo mundo rural desaparece por entonces para dejar paso a la pareja infernal fábrica-cuchitril, y el hombre deviene una pieza más de la máquina que enriquece a los poderosos. Las sublevaciones que se suceden en esta época, como un débil eco de lo que ocurre en el continente, son aplastadas sin contemplaciones, mientras se asiste también a la proliferación de tribunales y la construcción de las primeras prisiones modernas.
Es en Nottingham, en las Midlands, donde echa a andar la revuelta luddita. En 1811, la crisis económica había puesto contra las cuerdas a los tejedores de medias y encajes de la región, que veían con inquietud la introducción de máquinas que degradaban su forma de vida. Ya en el mes de marzo comienza la destrucción ocasional de telares como respuesta al descenso de los salarios, pero es en noviembre cuando la crisis se agudiza con ataques sistemáticos y declaraciones escritas en las que aparece como capitán de la rebelión un misterioso Ned Ludd, personaje imaginario basado en la historia oral de un aprendiz despedido que maltrató una máquina o un viejo rey celta. El movimiento, escasamente coordinado, se extiende sin embargo a los condados vecinos, mientras las tropas enviadas para reprimirlo se enfrentan a la falta de colaboración de la población. En 1812 la agitación declina pronto, aunque proseguirá esporádicamente hasta enero de 1813.
Los artesanos pañeros de Yorkshire, también amenazados por nuevas máquinas odiosas, se adhieren a los ludditas a partir de febrero de 1812, cuando infinidad de cardadoras y tundidoras de lana son destrozadas. En este mes, los Comunes y el Senado, con el único voto en contra de Lord Byron, aprueban una ley que establece la pena de muerte para los destructores de máquinas. La sublevación, más allá de las reivindicaciones corporativas, empieza por entonces a adquirir una dimensión política, reclamando una república parlamentaria favorable a los obreros. Un asalto frustrado el 11 de abril provoca un cambio de estrategia, y un levantamiento que hasta aquí no amenazaba la vida de las personas, comienza a realizar atentados contra los industriales más odiados. Desde este mes de abril y hasta agosto, se suceden además los denominados «motines del hambre», que son sofocados por las tropas de ocupación.
La tercera fase del movimiento luddita afectará a la región algodonera de Mánchester, un infierno particularmente infame de la clase obrera, resultado de la geología (carbón) y la geografía (llegada de irlandeses famélicos al vecino Liverpool). No es de extrañar que la revuelta prendiera aquí con fuerza en una época de paro y desplome de los salarios en la que niños, mujeres y hombres se extenuaban catorce horas al día o morían de inanición en un holocausto apenas recordado. Los primeros ataques se producen en esta zona en febrero y marzo de 1812, y el 8 de abril, la turba luddita se apodera de la calle en Mánchester. Hasta el final de ese mes, los motines y destrucciones de máquinas continúan, en alguna ocasión con numerosas bajas entre los asaltantes. En mayo y junio se suceden los juicios contra los detenidos, saldados con abundantes condenas a la horca y deportaciones a Tasmania.
La fiebre luddita podría haber servido de catalizador para un proyecto político ambicioso que algunos, como George Mellor, líder del movimiento en la región de York, llegaron a entrever, pero no ocurrió así. Enquistado en las zonas descritas, y sin eco en los campos que se despoblaban o en la mercantil Londres, el proceso declinó durante el verano de 1812 con escasos motines, requisas de armas y bandolerismo. Lord Sidmouth, que acababa de asumir el Home Office, organizó la represión con crueldad y astucia desconocidas hasta entonces. En otoño hubo aún esporádicos tumultos, pero la detención de George Mellor y sus colaboradores más cercanos el 22 de octubre arrastró en breve el final. Fueron ahorcados en enero de 1813 junto a otros comprometidos con el movimiento ante una multitud estremecida que entonaban sus viejos himnos de revuelta.
En la época subsiguiente, sabotajes y motines dejan paso a huelgas y manifestaciones, aunque en 1814 y 1816 alguna reminiscencia luddita sacude todavía la zona de Nottingham. Lo cierto es que la derrota de los sublevados supuso la inmolación del ser humano al Moloch insaciable sin que se adivine un final. Los últimos capítulos del libro sirven para remarcar la inexactitud del concepto que ha terminado prevaleciendo de un luddismo desatinado y tecnófobo, cuando la realidad es que luchó heroica y tenazmente contra la repugnante explotación de la que la máquina era un instrumento y la fiebre productivista, alienadora y voraz, que nacía por entonces. Sucesivos apéndices recuerdan los cantos de los ludditas, la sintonía con su causa de Lord Byron, Percy B.Shelley o William Blake y la epopeya del Capitán Swing, que alentó las destrucciones de aventadoras en el campo inglés en 1930.
El libro estudia en detalle, analiza y reivindica la revuelta luddita contra las primeras factorías odiosas del capitalismo industrial, antros sin higiene ni seguridad, donde hombres, mujeres y niños eran esclavizados para extraer la fuerza de su trabajo que engordaba al rico. La gesta fue aplastada, pero sirvió para instruir a la clase obrera inglesa en un experimento de organización y de lucha que ilumina a todos los espíritus libres. Copiosamente anotado e ilustrado con retratos, grabados y documentos, La cólera de Ludd de Julius Van Daal rescata del olvido un episodio memorable del combate contra el monstruo capitalista, gestado en el momento justo en que este echaba a andar.
Blog del autor: http://www.jesusaller.com/
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