En Miami, varios oficiales norteamericanos retirados recordaron cuando la CIA, a principios de la década de 1960, envió a cientos de empleados junto con otros burócratas del gobierno a procesar y reclutar a miles de exiliados cubanos para destruir la revolución cubana. Los planes de asesinatos abundaban, desde habanos envenenados y trajes de buceo para […]
En Miami, varios oficiales norteamericanos retirados recordaron cuando la CIA, a principios de la década de 1960, envió a cientos de empleados junto con otros burócratas del gobierno a procesar y reclutar a miles de exiliados cubanos para destruir la revolución cubana. Los planes de asesinatos abundaban, desde habanos envenenados y trajes de buceo para Fidel Castro, hasta un fusil de francotirador llevado de contrabando por un compañero de armas suyo y sofisticadas píldoras venenosas. El diseñador de la cápsula imaginó cómo se disolvía esta en el batido de chocolate de Fidel, que él se tomaba regularmente en la cafetería del ex Hotel Havana Hilton. Estas creaciones hollywoodense provenían del laboratorio de la CIA del Dr. Sidney Gottlieb, el macabro experto tecnológico de la Agencia. La mayoría de los conspiradores y antiguos asesinos de aquella era, como Gottlieb, han muerto.
Un oficial de la Fuerza Aérea retirado hace años me habló de su plan para hacer que Fidel perdiera prestigio entre los campesinos. Dada la carencia de artículos de consumo, tenía sentido bombardear clandestinamente la isla con decenas de miles de rollos de papel sanitario. En cada hoja el campesino vería una foto de Castro y Khrushchev juntos.
«Eso haría reír mucho a los campesinos», me dijo el perpetrador. «Pero la Casa Blanca no lo autorizó». Quizás Kennedy pudo haber pensado que si él aprobaba tal broma, algún burlón en EE.UU. podría poner la foto suya y de Bobby en papel sanitario y vender el producto en todo Estados Unidos, lo cual es legal según la Primera Enmienda.
La mayoría de los cubanos que llegaban en los días precedentes a lo que se convirtió en el «fracaso» de abril de 1961 en Bahía de Cochinos, asumió que el gobierno de EE.UU. se encargaría de Fidel y sus comunistas. Washington nunca había permitido que una desobediencia tan flagrante no tuviera castigo. Para el verano de 1960, la revolución cubana tuvo la osadía de confiscar propiedades de las poderosas compañías petroleras (el gobierno cubano nacionalizó a Texaco y Esso después de que estas, siguiendo órdenes de Washington, se negaran a refinar petróleo crudo soviético.) Tal comportamiento desafiante era un reto a la esencia de la Doctrina Monroe: «Latinoamérica es nuestra».
Pocos en el centro de las operaciones cuestionaron la premisa. «Después de todo, era lo más álgido de la Guerra Fría», explicaron varios oficiales retirados, como si esa declaración resumiera la justificación de todo. Occidente se enfrentaba a un enemigo implacable de gran poder, y las agencias de EE.UU. tenían que detener su expansión. Es más, la mayor parte del mundo hubiera estado de acuerdo, al menos de que Cuba pertenecía informalmente a Estados Unidos, no importa lo que la mayoría de los cubanos pensara de tal aseveración.
Los planes secretos para derrocar al gobierno revolucionario se convirtieron en un secreto a voces. Miami se convirtió en el Centro de Planeamiento y Operaciones de la mayor estación de la CIA (JMWAVE). Un hombre, que ahora tiene casi 60 años, me dijo cómo un oficial de la CIA –un tal Mr. Bishop– reclutó a su padre en 1959. Su familia se mudó a Miami junto con cientos de miles pertenecientes a las clases medias de Cuba, ricas, profesionales y con propiedades. Su padre trabajaba en un edificio de dos pisos en Miami Beach, una de los cientos de propiedades de la CIA en el área. Cerca de allí, barcos de la marina de la CIA atracaban, cargaban provisiones (armas y bombas) y zarpaban hacia las costas de Cuba para sembrar el caos o para dejar o recoger agentes cuya misión era subvertir al nuevo gobierno. «Era cuestión de rutina, todos los días y a veces dos veces al día».
«Yo pensé que la invasión sería en octubre de 1960», me dijo, «o al menos que ese sería el inicio de una intensa guerra de guerrillas. Todos especulaban si habría una invasión a gran escala o si se enviaría a los hombres a las montañas de Cuba para que hicieran lo que Fidel hizo a Batista».
Eisenhower tenía dudas evidentes acerca del plan y le pasó la bola a Kennedy, quien sufrió la más ignominiosa derrota. Públicamente aceptó la responsabilidad («La victoria tiene miles de padres; la derrota es huérfana».). Sin embargo, en privado buscó venganza: el derrocamiento del gobierno de Castro. Su hermano, el Fiscal General Robert Kennedy, dirigió una guerra de terror contra Cuba; intentos de asesinatos y sabotajes, propaganda y guerra económica contra una isla de 6 millones de habitantes.
En diciembre de 1960, yo iba en un viaje a Cuba con un grupo de estudiantes. Al llegar al aeropuerto de Miami supimos que los pilotos de nuestro avión de Cubana (cada hora Pan Am y Cubana volaban a La Habana) habían desertado. Mientras esperábamos a que llegara una nueva tripulación desde La Habana, estalló una «manifestación espontánea». Airados exiliados cubanos gritaban a los estudiantes universitarios; algunos manifestantes lanzaron golpes y comenzaron a escupir a los estudiantes. Uno de ellos preguntó a un manifestante: Si Cuba fuera tan terrible, ustedes desearían que nosotros fuéramos. Luego a nuestro regreso les diríamos a muchas personas lo terrible que es aquello». El manifestante quedó confundido. Se volvió al cabecilla del grupo y pidió instrucciones. «No hables, solo escúpelos», dijo con sorna. Esto resume de manera apropiada la política de EE.UU. durante cincuenta años.
* Saul Landau es miembro del Instituto para Estudios de Política, y cineasta cuyos DVD se consiguen por medio de roundworldproductions.com.
Fuente: http://progreso-semanal.com/4/index.php?option=com_content&view=article&id=1421:memorias-encubiertas-de-miami&catid=2:ultima-edicion&Itemid=7