La idea de estas reflexiones viene forzada por un estado de cosas en España que solapa oficialmente el hecho de que millones de personas sobreviven, malviven o tiemblan por quedarse sin futuro. De no ser así, hubieran tenido un contenido más pretencioso intelectualmente hablando. Pero noblesse oblige, y por eso y de momento me limitaré […]
La idea de estas reflexiones viene forzada por un estado de cosas en España que solapa oficialmente el hecho de que millones de personas sobreviven, malviven o tiemblan por quedarse sin futuro. De no ser así, hubieran tenido un contenido más pretencioso intelectualmente hablando. Pero noblesse oblige, y por eso y de momento me limitaré a invitar al lector a no confundir ideología y mentalidad…
Precisamente ahora en este país están en pugna dos mentalidades o, por mejor decir, una mentalidad y una ideología dividida en dos vertientes más o menos próximas. Una formación emergente intenta imponerse políticamente sobre las otras dos. Se trata de una formación nueva con el bagaje de una mentalidad nueva sobre dos principales ideologías trasnochadas y espantosamente funestas: el capitalismo de casino, por un lado, y la socialdemocracia, un concepto que si empezó voluntarioso, por diversas pruebas sostenidas a lo largo del último cuarto de siglo ha acabado en las redes del neoliberalismo, aunque sólo sea por debilidad o conformismo cómplice.
No me hubiera gustado hacer este análisis al hilo de la situación política que atraviesa España y en realidad en toda Europa. Hubiera preferido hacerlo al margen de los efectos que producen en la sociedad la mentalidad y la ideología. Pero si con ello consigo despejar las posibles confusiones entre una y otra por la resistencia que opone siempre el poder instituído y fáctico a las nuevas corrientes de pensamiento y de acción, me daría por satisfecho. En definitiva, lo que está en juego ahora en España no son ideologías, sino dos mentalidades…
Veamos. La ideología, sea política, religiosa, económica, moral, étnica o corporativa, lo es en tanto que pensamiento cerrado, ocluído, inflexible o poco flexible. Una ideología flexible y acomodable a las situaciones de cambio desconcertante es ya un pensamiento débil en el concepto de Ganni Vattimo. Por su parte la cosmovisión o «visión del mundo» es una imagen o figura general de la existencia, realidad o «mundo» que una persona, sociedad o cultura se forman en una época determinada y trasciende la ideología.
Otro rasgo destacable de la ideología es que está desprovista de sensibilidad; quizá puede lucir sensiblería. Pero la sensiblería no es si no sentimentalismo exagerado, superficial o fingido. Mientras que el sustrato de la mentalidad es justo la sensibilidad que, trasladada a la política, es sensibilidad por encima de todo social. Dos personas de diferentes culturas e idioma o de otro siglo pueden estar muy lejos de sus ideologías respectivas, si la tuviesen, y sin embargo compartir una misma mentalidad y comprenderse fácilmente. La prueba es la empatía que tenemos con grandes pensadores de pasados siglos ajenos a toda ideología o la que podemos hallar dialogando con un lapón, y lo lejos que estamos de tantos que hablan nuestro idioma y de otros muchos personajes que pasan por grandes de nuestro siglo que están precisamente entre los miserables que vienen llevando al cataclismo a este planeta moribundo…
En definitiva, la ideología es un conjunto de ideas metidas en un matraz sin respiradero, y la mentalidad es un concepto que va mucho más allá del pensamiento consciente propiamente dicho. Responde por decirlo de un modo un tanto grandilocuente, a un universo mental. Pues se extiende a muchos más aspectos que los que caben en la ideología, está encerrada en un espacio muy amplio y abarca a una o a varias épocas. Es más flexible que la ideología, pero necesita mucho más tiempo para su evolución y desarrollo que ésta. La mentalidad siempre está ahí. Me refiero a la mentalidad predominante, activada y potenciada por los poderes de toda clase, tanto institucionales como fácticos que actúan sobre ella y sobre toda la sociedad del mismo modo que el sol atrae a los planetas que lo orbitan. Lo que no significa que no existan otras mentalidades que o bien regresan mental y fácilmente a fórmulas de pasado y se llaman reaccionarias, o bien se proyectan hacia nociones esbozadas de futuro aún no cristalizadas y se llaman revolucionarias. En este último caso, los individuos piensan los hechos y acontecimientos en perspectiva, ésa que los historiadores e historiógrafos aplican el pasado. Esto hace que la ideología dominante, en manos del poder, dentro de la mentalidad asimismo dominante para que todo siga igual, trate de anular a quienes abanderan la nueva mentalidad que aspira a encapsularse en ideología humanista pero política, por encima de cualquier otra intención.
Porque de otro modo, si no es a golpe de política, a escala y en la proporción temporal debida, el desarrollo visible de la mentalidad, aun siendo ésta más flexible que la ideología, necesita periodos muy largos. Pues la ideología cambia en relativamente poco tiempo y con relativa facilidad. (Véase, por ejemplo, cómo una modalidad de socialismo no hace mucho se transformó en una llamada socialdemocracia: un remedo de ideología capitalista tradicional más atemperada, mientras ésta se fue alejando rápidamente de los principios de iniciativa privada, libre concurrencia y «el riesgo justifica el beneficio» que originariamente le dieron cobertura y justificación; los tres sencillamente apartados abruptamente por las nuevas triquiñuelas de la economía especulativa y financiera). Y además, todo esto ocurre en tiempos de paz. Porque los cambios de mentalidad en un espacio de tiempo más corto sólo se producen o bruscamente cuando esa sociedad o ese grupo de sociedades han sido zarandeadas por una guerra o por una revolución, o con la radicalidad necesaria para barrer todo lo que dio origen a tantas trampas y tanto sufrimiento.
Al fin y al cabo una sociedad es esencialmente y un grupo de personas de mentalidad análoga. Pertenecer a una sociedad significa básicamente poseer su mentalidad predominante. Cuando la heterogeneidad existe en la mentalidad de dos o más generaciones estamos en un estado social y mental diferente del de nuestros antepasados. Y a su vez cuando en el seno de una misma sociedad se registran grandes divergencias, es posible inferir de ellas que esa sociedad se halla en vías de escisión o de transformación: justo el momento en que nos encontramos
En todo caso, aunque la mentalidad es flexible y, como he dicho, está necesitada de mucho tiempo para ligeros cambios, las muchas sutilezas que se contienen en sus muchos componentes se reparten entre costumbres muy extendidas y hábitos que comparten gentes de muy diversa clase y condición: hábitos religiosos que tuvieron hasta no hace mucho gran predicamento en la conformación de aquella mentalidad, y conductas y tendencias económicas abandonadas a su inercia que han impulsado otra mentalidad en opuesta al espíritu religioso occidenta, al haber potenciado pautas alejadas de la sobriedad predicada por la escolástica y por la axiología de toda religión.
Así, en ambos planos, y en línea con la mentalidad predominante, la inmensa mayoría de las gentes, al ejercer su opción política responden sólo a su interés particular y privilegios, y al realizar su economía, a una marcada inclinación hacia el consumo por el consumo, puedan costearlo o no. Casi todo demás le está subordinado. Esa mentalidad, a través de las dos ideologías que sigue reinando en España pese a sus terribles carencias, trata de contener y destruir a la nueva que intenta abrirse paso para rescatar el valor de «lo público». Pero la cabeza de la gente no puede saltar de repente de un siglo a otro, de una época a otra; se atiene a las coordenadas marcadas por poderes superiores a sí misma, sea por mostrencas ideas religiosas, sea por vía intravenosa para potenciar el consumo… Por ello, considerándose como muchos consideramos necesario el cambio, el cambio debe hacerse por vías de ruptura, sin concesiones a una política, a unas ideologías y a una mentalidad caducas, porque ya han probado que el individuo en ellas no ha sido ni es el centro de gravedad ni de sus políticas, ni de sus ideologías, ni de su mentalidad.
La consecuencia de una mentalidad mantenida por mucho tiempo (el tiempo que va desde la muerte del dictador hasta nuestros días) es que, salvo los espíritus superiores, quienes eligen a sus mandatarios y el consumidor común reducen su placer y su pensar a lo económico y no conciben la vida de otro modo. Incapaces de reaccionar contra esa dañosa mentalidad, hay una larga nómina de ciudadanía que prefiere elegir a sus verdugos que a sus libertadores. En todo caso es un proceso inexorable. Tarde o temprano se impondrá la razón; y la razón está en adelantarse, aun a marchas forzadas, 50 o 100 años a la mentalidad ahora dominante para recuperar el tiempo perdido durante siglos y luego durante casi otro medio de dictadura.
Pero los antiguos griegos tenían razón: los dioses ayudan a los que aceptan y arrastran a los que se resisten. Ayudémonos de una vez para construir esa sociedad nueva con una nueva mentalidad rousseuniana donde todo el mundo comprenda y acepte la colosal idea de que la igualdad no consiste en que todo el mundo tenga la misma riqueza, sino que no debe haber alguien tan rico que pueda comprar a otro, ni tan pobre que se vea en la necesidad de venderse…
Jaime Richart es antropólogo y jurista.
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