Como una bofetada para los millones de campesinos del mundo, el Centro Internacional de Mejoramiento del Maíz y el Trigo (CIMMYT) acaba de anunciar públicamente que no sólo seguirá con el desarrollo de trigo transgénico, sino también con el de maíz, a espaldas de las fuertes críticas emitidas en todo el mundo contra este tipo […]
Como una bofetada para los millones de campesinos del mundo, el Centro Internacional de Mejoramiento del Maíz y el Trigo (CIMMYT) acaba de anunciar públicamente que no sólo seguirá con el desarrollo de trigo transgénico, sino también con el de maíz, a espaldas de las fuertes críticas emitidas en todo el mundo contra este tipo de cultivos, incluyendo las actitudes de este centro internacional en el tema de la contaminación del maíz campesino en México.
Parece una provocación deliberada, »a tiempo» para la próxima reunión que se celebrará en México del Grupo Consultivo Internacional de Investigación Agrícola (CGIAR, por sus siglas en inglés), entre el 25 y 29 de octubre, y deja en claro lo poco que le importa la opinión de miles de organizaciones campesinas y de la sociedad civil que los cuestiona.
Se suma así al coro de instituciones internacionales, como la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO), que le hace el trabajo sucio de lavar la cara a las cinco multinacionales que dominan el negocio de los transgénicos en el mundo. No es demasiado sorprendente, si se tienen en cuenta los orígenes del CIMMYT y la estrecha relación que históricamente ha mantenido tanto con agencias del gobierno de Estados Unidos, como con la industria agrobiotecnológica. Por ejemplo, en su propio consejo de directores hay un representante de la Fundación Novartis, institución »de investigación» de una de esas cinco multinacionales.
El anuncio viene envuelto en una serie de datos falsos o parciales y justificaciones como las ya gastadas de »alimentar a los pobres» y de que »no existen tecnologías sin riesgo», formuladas ahora en el documento «Principios directrices para el desarrollo y distribución de variedades maíz y trigo genéticamente modificados».
Si alguien tuviera dudas, el documento aclara que el CIMMYT »tiene el compromiso de complementar la investigación del sector privado para que esas tecnologías puedan llegar a los campesinos pobres y los consumidores desnutridos». Que estos mismos rechazan enérgicamente el maíz y el trigo transgénicos, o las muchas alternativas que proponen sin tecnologías riesgosas ni patentadas por las multinacionales de ese »sector privado», no lo toma en cuenta.
El CIMMYT integra la red CGIAR junto a otros 17 centros de investigación agrícola pública internacional. Basan sus investigaciones en las más de 600 mil muestras de variedades de cultivos básicos que han recolectado de campesinos en todo el mundo y que tienen en sus bancos de genes. Se deben, por tanto, de hecho y de derecho, a los campesinos que produjeron esa enorme riqueza para la alimentación de toda la humanidad.
Por el contrario, el CGIAR ha sido históricamente el promotor por excelencia de la llamada »revolución verde», que incentivó el uso de paquetes de alta tecnología para el campo (semillas híbridas que no pueden reproducirse por los propios campesinos; mecanización de las tareas agrícolas con gran demanda de capital; fuerte impacto en los suelos y reducción de mano de obra; uso intensivo de agrotóxicos que han dejado un saldo terrible de contaminación de suelos, cuencas y personas).
El argumento de la revolución verde fue, igual que ahora con la biotecnología, »terminar con el hambre en el mundo», cosa que no lograron. Al contrario, el número de personas con hambre y campesinos desplazados aumentó en las mismas décadas. Actualmente existe suficiente volumen de producción agrícola para alimentar -incluso para hacer obesa- a toda la población mundial, pero mil millones de personas sufren hambre.
Es claro que no se trata de un problema tecnológico, sino de acceso y distribución de los recursos y los medios para producir. Los paquetes tecnológicos han empeorado esa situación. Esto ha sido una crítica permanente de la sociedad civil al sistema CGIAR, incluido el CIMMYT.
La promoción y justificación de los transgénicos parte de ese mismo enfoque tecnológico estrecho que sólo favorece a la agricultura industrial y a las grandes empresa que lucran con ella. En el caso del CIMMYT es aún más grave porque tiene su sede en México, centro de origen del maíz, pero se ha dedicado a ignorar las demandas de los campesinos mexicanos que consideran los transgénicos y la contaminación transgénica como uno de los ataques más graves a las culturas, las economías y la vida campesinas.
Todo esto será un tema obvio en el Foro Campesino por las Semillas y la Vida y otras actividades donde organizaciones campesinas, indígenas y de la sociedad civil se expresarán paralelamente a la próxima reunión del CGIAR. También en ocasión del Día Mundial de la Alimentación (16 de octubre), la red internacional Vía Campesina, junto con otras organizaciones, llama a un día de protesta en todo el mundo contra los transgénicos y por la soberanía alimentaria, particularmente en respuesta al informe de la FAO que hace propaganda a favor de los transgénicos. Con este anuncio, el CIMMYT se ha ganado su puesto entre las instituciones que serán denunciadas en esas jornadas.
Silvia Ribeiro es investigadora del Grupo ETC