Es evidente el miedo del Sistema -el bloque de poder financiero, empresarial, político y mediático- a que la gente decida por sí misma libremente. Aún más cuando se acentúa la dinámica por la cual cada vez más personas, sobre cada vez más asuntos, afirman su derecho a decidir por sí mismas, individual o colectivamente. Esto […]
Es evidente el miedo del Sistema -el bloque de poder financiero, empresarial, político y mediático- a que la gente decida por sí misma libremente. Aún más cuando se acentúa la dinámica por la cual cada vez más personas, sobre cada vez más asuntos, afirman su derecho a decidir por sí mismas, individual o colectivamente. Esto significa que está creciendo el número de quienes recuperan su calidad de ciudadanos y dejan de ser consumidores pasivos de la publicidad política y de mitos que nos apartan del pensar por nosotros mismos y de la participación directa.
Cada vez más gente se rebela frente a la corrupción generalizada y el neocaciquismo inherentes a la partitocracia construida en la supuestamente modélica Transición conforme al modelo Lampedusa: que todo (aparentemente) cambie para que nada (de lo realmente importante) cambie. Se rebela frente a la cesión de poderes y competencias desde las instituciones políticas -gobiernos, parlamentos, incluso ámbitos judiciales- a los poderes financiero-empresariales; frente a la cada vez más estrecha imbricación entre ambos ámbitos -las famosas «puertas giratorias» de trasvase de políticos a consejos de administración y viceversa-; frente a la anulación o recorte salvaje de derechos básicos (a la alimentación, al trabajo, a la vivienda, a la sanidad, a la educación, a la cultura…) y frente a la sumisión a la dictadura de la troika (que es el verdadero poder fáctico en la Europa actual).
Los resultados de las recientes elecciones han puesto muy nerviosos a los integrantes del Sistema: en el conjunto del Estado Español sólo el 21,3% de los potenciales electores han votado al bipartito (PP+PSOE), mientras han avanzado o se han hecho presente otros grupos (IU, Podemos, UPyD) que se presentan como críticos del bipartidismo. También se han fortalecido, aunque ello apenas haya sido subrayado, las fuerzas soberanistas de izquierda en Cataluña y Euskadi y ha aumentado el bloque de la abstención más los votos en blanco y nulos, que ha pasado de un 56,0% en 2009 a un 57,8% ahora. Del censo electoral, sólo poco más de cuatro personas de cada diez han votado a algún partido o plataforma: la desafección respecto a la partitocracia es evidente, aunque la ingeniería estadística quiera hacernos ver otra cosa.
La abdicación del Rey, en este preciso momento, responde fundamentalmente al nuevo panorama político confirmado en estas elecciones: la institución monárquica es, junto a la partitocracia con eje en el bipartidismo, uno de los pilares fundamentales del Sistema. El espectacular descenso del apoyo a Juan Carlos de Borbón -en una década desde más de un 7 sobre 10 a un 3,6- hacía obligada su renuncia para intentar reactivar, con otra persona en el trono, el mito del papel de la monarquía en la instauración de la democracia y de su función unificadora y supuestamente arbitral. Pienso que el Rey se ha visto obligado a dimitir como último y gran servicio no a España, como nos están repitiendo, sino al Sistema.
Y puede que por un cierto tiempo la operación tenga algún éxito, aunque también ha reactivado la reivindicación republicana al poner de manifiesto el anacronismo de que por ser hijo de un determinado padre se esté destinado, desde el nacimiento, a ser jefe del Estado. Lo que será mucho más difícil es reactivar la afección al bipartidismo, aunque parece que va a ensayarse su enroque y conversión en casi monopartidismo: las declaraciones de Felipe González planteando la colaboración estrecha entre PP y PSOE, de Rajoy alabando a Rubalcaba por su «responsabilidad política» o la constitución de un club o lobby de ex ministros de ambos partidos, van sin duda en esa dirección
De lo que se trata, en definitiva, es de tratar de reparar con urgencia los diques que obstaculizan que la gente, convertida en ciudadanía, se implique directamente en las cuestiones que nos afectan colectivamente: que debata y ejerza su derecho a decidir en cuanto considere importante, desde si es mejor hacer un aparcamiento subterráneo o construir guarderías o parques infantiles en el barrio, hasta si debemos o no pagar la deuda privada de los bancos convertida en deuda pública, a costa del mantenimiento de millones de parados y del recorte de servicios esenciales, o si nos dotamos, los pueblos-naciones que formamos el Estado, de las instituciones políticas que nos parezcan más adecuadas para acometer la lucha por la igualdad y por un modelo de sociedad que sea vivible para las generaciones futuras.
El Sistema tiene miedo a la gente y va a defenderse poniendo en marcha todos sus mecanismos, tanto de persuasión como de represión. Utilizando la Constitución como muro frente a quienes quieren hacer cambios ateniéndose a la legalidad o como cachiporra contra quienes consideran que la justicia y el bien común están por encima de aquélla. Pese a ello, cada vez más gente va a querer reconquistar su dignidad de ciudadanos y está dispuesta a no callar. Se niegan a que nadie, en su nombre, les escriba el futuro.
Isidoro Moreno. Catedrático de Antropología, Universidad de Sevilla.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.