El falangista de primera hora y recopilador de la obra joseantoniana, Agustín del Río Cisneros, escribió en 1954: «Al fundar Falange Española, José Antonio levantó la bandera de un Movimiento de Salvación Nacional; predicó el reencuentro de las auténticas venas de España para el cumplimiento de su misión universal». Se trataba del prólogo a los […]
El falangista de primera hora y recopilador de la obra joseantoniana, Agustín del Río Cisneros, escribió en 1954: «Al fundar Falange Española, José Antonio levantó la bandera de un Movimiento de Salvación Nacional; predicó el reencuentro de las auténticas venas de España para el cumplimiento de su misión universal». Se trataba del prólogo a los Textos de Doctrina Política de José Antonio Primo de Rivera, editados por la Sección Femenina de Falange Española Tradicionalista (FET) y de las JONS que por ejemplo estudiaban los alumnos de segundo de Magisterio. En el prólogo a la primera edición de los discursos, del Río Cisneros ponderaba que la Falange encendiera «una fe española, que vio la victoria a través de una guerra de liberación bajo el caudillaje de Francisco Franco». Además de «la subversión marxista y separatista en 1934», en la tercera edición del libro, de 1964, resumía el conflicto esencial del periodo 1933-36 desde la perspectiva falangista: «La concepción española, occidental y cristiana que proclamara José Antonio»; frente a la «marxista, asiática, deshumanizada del comunismo occidental».
Pero con el paso de los años, la historiografía rebatió e insertó en su contexto las interpretaciones fervorosas que habían proliferado durante el franquismo. El análisis crítico se abrió camino entre las hagiografías. Entre los muchos textos que se publicaron, la obra colectiva de 450 páginas «Fascismo en España», publicada en 2005 por El Viejo Topo y coordinada por los historiadores Ferran Gallego y Francisco Morente. Se trata de un ensayo integrado por diez artículos en el que se aborda el proceso constituyente del fascismo español, su estética, propuesta «utópica», acción política durante la II República y el mito de la «revolución pendiente» durante el franquismo. La segunda parte del libro se dedica a la figura de Ramiro Ledesma Ramos, promotor del semanario «La Conquista del Estado» en marzo de 1931 y líder de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS). Ledesma Ramos es un dirigente fascista «habitualmente marginado o manipulado en la historiografía de propios y ajenos», explican los coordinadores del libro.
El profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona, Ferran Gallego, destaca el crecimiento de Falange Española tras las elecciones de febrero de 1936. De tal manera que en las elecciones parciales celebradas en mayo en Cuenca, sólo en esta provincia Primo de Rivera consiguió tantos votos como Falange en todo el país en los comicios del 16 de febrero. ¿Cómo se explica el súbito aumento de los apoyos? Gallego, quien antes de la coordinación del libro de El Viejo Topo publicó otros como «De Auschwitz a Berlín. Alemania y la extrema derecha. 1945-2004» o «Ramiro Ledesma Ramos y el fascismo español», apunta tres factores: la «radicalización» del proceso que siguió a la victoria electoral del Frente Popular; las primeras medidas del gobierno de coalición republicana y el relieve creciente de Primo de Rivera «en un ambiente de persecución gubernativa».
Cuando se convocaron las elecciones de febrero, los jefes de Falange intentaron que el partido formara parte de las candidaturas derechistas. Después del triunfo de «los partidos marxistas aliados a las izquierdas burguesas» (el Frente Popular, en el lenguaje de la Falange), el partido fascista hispano hizo un análisis pesimista: en teoría se aventuraban tiempos muy difíciles. Sin embargo, «más bien se trataba de todo lo contrario, fue una victoria en la derrota», sostiene Ferran Gallego. «Falange pudo aparecer, a falta de su carácter parlamentario, como la única fuerza española en el exilio institucional; exaltaba su autenticidad por la vía de la represión gubernativa o del asesinato callejero».
Un Decreto con fecha de 19 de abril de 1937 constituía la Falange Española Tradicionalista (FET) y de las JONS. Esto significaba la fusión de falangistas y carlistas, al tiempo que desaparecían el resto de partidos en la zona sublevada. «En la nueva organización se daba un predominio del falangismo sobre el carlismo», destaca el historiador Francisco Morente, quien ha investigado entre otras materias las políticas educativas y sobre la juventud en las dictaduras fascistas. Configuraban el programa político de FET y de las JONS 26 de los 27 puntos del ideario de Falange (el último, referido a posibles pactos, fue suprimido). Sin embargo, más allá de documentos y organizaciones, todo quedaba subordinado a los designios del nuevo jefe del Estado, Franco, y a los militares. Aprobados por Decreto el cuatro de agosto de 1937, los Estatutos del partido reservaban a Franco el cargo de Jefe Nacional. ¿Con qué contrapesos? El dictador sería «únicamente responsable ante Dios y ante la Historia», apunta Morente. Del día a día del partido se haría cargo un «camisa vieja», Raimundo Fernández Cuesta. Uno de los hechos resaltados por los historiadores en esta fase inicial fue la detención del dirigente fascista Manuel Hedilla, junto a varias decenas de falangistas. Procesado, acusado de rebeldía ante la Unificación del partido y de enfrentarse a Franco, Hedilla fue condenado a muerte e indultado en 1941.
La cacareada «victoria» fascista de abril de 1939 dio paso a los primeros gobiernos del dictador. Se podía apreciar un predominio del sector falangista, encarnado principalmente en la figura de Serrano Súñer. Además de la jefatura de la Junta Política de FET y de las JONS, el «cuñadísimo» acumuló importantes competencias ministeriales: Gobernación, Orden Público y Asuntos Exteriores. Sin embargo, Francisco Morente introduce matices contra las interpretaciones erróneas: «No fueron las convicciones de Franco, sino el triunfo de los aliados en la segunda guerra mundial lo que dio al traste -y sólo parcialmente- con los objetivos falangistas; y lo que permitió que los sectores católicos y monárquicos pudiesen compartir con los falangistas los resortes del poder en el Nuevo Estado». Esta afirmación es compatible con el hecho de que Franco limitara desde el primer momento el peso de Falange en el nuevo régimen, de lo que se deduce que no se produjo una hegemonía política del partido fascista.
En el artículo «Un asunto de fe: fascismo en España», el filólogo Marcos Maurel señala algunas de las contradicciones que afectaban a los falangistas: el «purismo» nacionalista español, frente a la tentación de mímesis con el partido fascista italiano; una cúpula del partido que provenía muchas veces de la alta burguesía, en contraposición a una base universitaria y proletaria; y los pactos con las derechas, que convivían con una voluntad «pseudoizquierdista». Un cúmulo de disyuntivas «que no tuvieron tiempo ni capacidad de neutralizar». Además, sostiene Marcos Maurel, «la radicalización política que se vivió en 1935 y 1936 con la entrada en el juego de militares golpistas, hizo imposible cualquier posibilidad de triunfo político fascista». Falange Española obtuvo financiación de Mussolini, y se sumó al golpe de estado de julio de 1936. Condujo a esta opción el interés por frenar al marxismo, liquidar una República burguesa y parlamentaria y, sobre todo, mantener unos privilegios de clase. Pero antes de la guerra, Falange Española fue un partido insignificante. Toda su dialéctica y pompa discursiva otorgaban un barniz de «modernidad» a posiciones políticas claramente ultramontanas. El artículo caracteriza del siguiente modo a los fascistas españoles: «forjadores de imperios de papel, creadores de una retórica de quincalla que incitaba al fanatismo y con alucinante desmesura de sus objetivos».
El historiador Ricardo Martín de la Guardia resalta en el libro «El fascismo en España» algunos mitos fundacionales del falangismo. Por ejemplo el tradicional campesino de Castilla, que quintaesencia la raza hispana. Arraigado directamente a la tierra, Primo de Rivera se refería en sus discursos al campesino como el «hombre nuevo». Es más, de los 27 puntos de la doctrina falangista (noviembre de 1934), seis apelaban a este estrato social. Pero también el español es, según los textos de Falange, naturalmente católico. De toda esta retórica se desprende «la unidad inextricable entre la Falange y el pueblo español», resume Martín de la Guardia en el artículo «José Antonio Primo de Rivera o el estilo como idea de la existencia».
El estilo no suponía para el fascismo hispano una mera cuestión ornamental o de formas. Todo cobraba su sentido: camisas azules bordadas con el yugo y las flechas, los gritos de ¡»Arriba España!», la bandera rojinegra en actos paramilitares, los «mártires»… En la revista F.E., dirigida por Primo de Rivera y cuyo primer número vio la luz en noviembre de 1933, el escritor Sánchez Mazas se hacía cargo de la sección «Consignas de normas y estilo», donde se trasladaba a los militantes los fundamentos del nacionalsindicalismo: austeridad, servicio, mando y jerarquía. Siempre con un fuerte lirismo, ya que, en palabras del dirigente máximo de Falange Española: «A los pueblos no los han movido nunca más que los poetas».
Un año antes de la publicación del libro, el profesor de Literatura Española Jordi Gracia recibió el Premio Anagrama de Ensayo por «La resistencia silenciosa. Fascismo y cultura en España». El crítico literario distingue autores como Giménez Caballero, Sánchez Mazas o Agustín de Foxá de otros muy inferiores, por ejemplo Samuel Ros o Tomás Borrás. Pero a casi todos los escritores falangistas los une un elemento común: «La fe y en ocasiones la exaltación de la fe en lo irracional». En la ficción o en la reflexión teórica se basaron en «el idealismo burdo y la fantasía delirante, enemigos de las ganas de comprender, dogmáticos en la formulación y autoritarios en las conclusiones». Los motivos literarios de los autores fascistas son, además, bien simples: Dios, Nación, Tradición, Estado, Jefe y Orden. Así, Eugenio Montes defendía que los ideales por los que luchar en el siglo XX no diferían de los vigentes en el siglo XVI: «La unidad metafísica del mundo. Ante la intemperie y la aflicción no hay más que un cobijo: la Iglesia». Un claro ejemplo de desprecio por el racionalismo es el texto «La nueva catolicidad. Teoría del fascismo», de Giménez Caballero, que Gracia califica de «auténtico programa de locos». Fundador en 1927 de «La Gaceta Literaria», una de las revistas capitales del movimiento de vanguardia español, Ernesto Giménez Caballero fue «el auténtico animal fascista de las letras españolas».
El ensayo se completa con los artículos «Trabajo y empresa en el Nacionalsindicalismo», de Alejandro Andreassi; «El proyecto de sindicalismo falangista: de los sindicatos autónomos a la creación de centrales obreras y de empresarios Nacional Sindicalistas (1931-1938)», de María Silva López; y «Giménez Caballero y la ‘Vía estética’ al fascismo en España», de Enrique Selva. Sin embargo, en la época se difundían otro tipo de publicaciones. El «Libro de España» de la Colección de Textos Escolares de la Editorial Luis Vives de Zaragoza recordaba que el «Movimiento» sorprendió a José Antonio Primo de Rivera en la prisión de Alicante, «sin que el odio de los rojos se olvidase de él un instante». Además, «fue condenado por aquellos salvajes». El libro ilustrado calificaba de «día memorable» el 29 de octubre de 1933, fecha en que Primo de Rivera fundó Falange Española. Junto a Onésimo Redondo y Ledesma Ramos, fueron «los tres grandes profetas del resurgir de España». Y «sus tres mártires», que contribuyeron «a levantar el espíritu nacional». El texto para escolares se refería, asimismo, al «ímpetu con el que España se levantó, dirigida por el generalísimo Franco, para sacudir el yugo de la dominación extranjera».
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