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Oscar Wilde contra el sistema

Modernización y homosexualidad

Fuentes: Rebelión

En España acaba de aprobarse una ley autorizando el matrimonio entre homosexuales. Reglamentaciones similares se han aprobado en muchas otras partes del mundo. Se ha ido aceptando, de manera creciente, las relaciones entre personas del mismo sexo como parte de la conducta social normal en una sociedad moderna. No deja uno de pensar que hace […]

En España acaba de aprobarse una ley autorizando el matrimonio entre homosexuales. Reglamentaciones similares se han aprobado en muchas otras partes del mundo. Se ha ido aceptando, de manera creciente, las relaciones entre personas del mismo sexo como parte de la conducta social normal en una sociedad moderna. No deja uno de pensar que hace apenas cien años el desdichado Oscar Wilde fue condenado por un tribunal por haber optado por la diversidad sexual.

Una infección en el oí­do le produjo una inflamación cerebral, causa directa de su muerte. Pese a los oprobios que se habí­an acumulado en su contra, a su miseria fí­sica, a su marginalidad social y a la execración que recibió, no perdió su buen humor ni su óptimo estado de í¡nimo, según refirió Bernard Shaw que lo visitara en su declinación. Se habí­a exiliado en Parí­s tras el proceso que se realizó en su contra por su relación con Lord Alfred Douglas, y la acusación del padre de éste, el Marqués de Queensberry.

Fue hallado culpable de sodomí­a; pecado nefando, condenable por la ley en aquella época victoriana de estricta moral; cumplió dos años de trabajos forzados en la prisión de Reading, donde escribió su famoso «De profundis». Wilde fue un gran triunfador por el ingenio demostrado en sus comedias de costumbres que satirizaban a los medios sociales de su tiempo. Pero ni su reputación pudo defenderle de un medio hostil que se escandalizó por su ostentación de lo que otros practicaban en privado.

La mudanza de los tiempos es visible en el enfoque que ahora se da a la personalidad del escritor. Hay un nuevo resucitar de su obra, y el estudio de su ejecutoria se ha convertido en objeto de culto. Muchos teatros, de diferentes ciudades, han montado obras de su repertorio. También se ha publicado un libro «La esposa del pederasta», una biografí­a novelada de Constance Lloyd, con quien Wilde contrajo matrimonio y tuvo dos hijos.

Wilde desafió a la Inglaterra victoriana. Eran tiempos de expansión imperial, la flota real dominaba todos los mares y a las islas brití¡nicas se añadí­a el dominio sobre la India, Australia y Canadí¡, tres de los paí­ses mí¡s grandes del mundo. Aquella cristalización social estaba deseosa de respetuosidad. El comportamiento pomposo y ficticio de la élite no toleraba fisuras. El enriquecimiento de una burguesí­a orgullosa de sí­ misma pretendí­a una institucionalidad que Wilde no respetaba. El escritor predicaba un esteticismo chocante y gustaba de sorprender y escandalizar. Parte de su reputación la alcanzó por sus audacias. Al desembarcar a Estados Unidos por primera vez para una gira de conferencias declaró en la Aduana que lo único que tení­a que declarar era su talento.

Wilde provení­a de una familia letrada. Su padre, Sir William, era un eminente cirujano, que también escribí­a, y publicó libros sobre arqueologí­a, folklore y un estudio sobre Jonathan Swift. La madre era una poetisa cuyos estudios sobre los mitos y el folklore celta le otorgaron autoridad académica en ese tema.

En «El retrato de Dorian Grey», Oscar Wilde mezcló elementos de la novela gótica con el decadentismo francés finisecular. Pero fueron sus obras de teatro las que le otorgaron popularidad y fortuna. Con «El abanico de Lady Windermere», «La importancia de llamarse Ernesto», «Un marido ideal» y «Una mujer sin importancia» renovó las técnicas del teatro de boulevard francés y reformó el teatro social inglés.

La acusación de Queensberry, pese a la reconocida excentricidad del marqués, era la expresión compartida de un rechazo colectivo. En nuestro siglo se ha producido una liberación de costumbres que permite a cada quien escoger la expresión sexual de su preferencia sin temor a represalias demasiado graves. Aún quedan algunos prejuicios pero se van deshaciendo con rapidez. De haber vivido en nuestra época Wilde habrí­a pertenecido a algún movimiento gay y habrí­a desfilado orondo y con orgullo, por las calles de Londres, junto a sus congéneres, libre de toda condena moral.

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