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Miguel Candel, El nacimiento de la eternidad. Apuntes de filosofía antigua

Modesta aproximación a un libro de referencia

Fuentes: El Viejo Topo

Miguel Candel, El nacimiento de la eternidad. Apuntes de filosofía antigua, Barcelona, Idea Books, 2002, 222 páginas.

Alteri vivas oportet si vis tibi vivere (Has de vivir para otro si quieres vivir para ti)

Aforismo de Waldo Hutchins, uno de los primeros presidentes de la junta administrativa del Parque Central de Nueva York.

En la célebre paradoja zenonina, Aquiles parece alcanzar rápidamente a la tortuga pero, sopesado y pensado con más calma, la cosa no es tan inmediata: no se trata de mostrar sino de demostrar. En el testimonio que poseemos de Aristóteles, el discípulo de Parménides arguye así: cuando el corredor de pies ligeros haya alcanzado la posición inicial del sosegado animal, éste ya no estará allí esperándole tranquilamente sino que habrá avanzado una pequeña distancia en el camino emprendido; cuando Aquiles alcance esta nueva posición, la tortuga tampoco estará allí para saludarle sino que habrá seguido su trayectoria avanzando otro pequeño trecho del camino; cuando, en un tercer momento, el veloz corredor alcance esta segunda posición de la tortuga, tampoco el paciente quelonio habrá detenido su tenaz marcha sino que habrá avanzado una nueva distancia y así, sin fin: Aquiles, el atleta admirado podrá acercarse indefinidamente al reptil hasta el punto de separarle de él despreciables infinitésimos pero nunca podrá alcanzarle y aún menos superarlo.

Uno de los grandes, por no decir el mayor lógico del siglo XX, Quine, en un delicioso trabajo sobre las senderos de las paradojas, situó la aporía zenoniana en el ámbito de las paradojas falsídicas: la argumentación alteraba nuestras creencias más firmes sobre distancias, velocidades y tiempos porque presuponía una noción absolutamente falsa: que toda suma infinita de términos debía ser infinita; es evidente que tal creencia no es siempre aceptable: la suma de una serie infinita de miembros compuesta por la unidad, su mitad, la mitad de esta mitad, y así siguiendo, es tan finita como el primer par. No todos los autores han aceptado convencidos la solución (o disolución) quineana. Salmon o Gardner, por ejemplo, han comparado el razonamiento de Zenon a una cebolla de capas infinitas: abrimos una capa, la analizamos, pensamos que hemos disuelto el problema y nos enfrentamos a otra capa que a su vez parece superarse en algún momento pero que deja tras de sí capas y capas cada vez más profundas e interesantes. No hay núcleo ni espacio vacío para el descanso.

Algunos libros, pocos, muy pocos, son como las aporías de Zenon: cebollas (o lechugas, si se prefiere) potencialmente infinitas. El nacimiento de la eternidad (ENE) es uno de ellos. El hermoso aforismo, traducido por el propio autor, probablemente sea el fondo ético-filosófico que subyace a muchas de las páginas de este ensayo de Miguel Candel y, desde luego, no merece pasar desapercibido en una lectura precipitada. Todo en ENE, como no podía ser menos dada la importancia de la efemérides, merece ser mirado con atenta y delicada mirada: desde las citas iniciales (Parménides, Platón, Borges, p. 5) o la sugestiva «Nota previa», fechada un significativo 14 de abril de 2002, pasando por los hermosos y casi cinematográficos títulos de sus apartados hasta la misma dedicatoria que el autor ha escogido, con cariño y emoción no contenidas, para el ministro (o ministra) de Educación de turno

Que esto último es un alarde de generosidad, casi incomprensible, no debería ser puesto entre paréntesis dubitativos bajo ningún punto de vista. Candel Sanmartín fue expulsado de la Universidad de Barcelona, junto con Francisco Fernández Buey, durante la larga huelga de los profesores no numerarios (PNN) del curso 1974-1975, tuvo que opositar a las cátedras de enseñanza media, siendo enseñante de un instituto colomense (IES Puig Castellar) durante largos años, combinando su admirable y recordada tarea de profesor de griego con su trabajo de traductor en la ONU y, posteriormente, en el parlamento europeo en exclusiva, para finalizar esta curiosa espiral hegeliana como profesor titular de la Universidad de Barcelona, habiendo traducido en el camino autores tan diversos y fundamentales como Aristóteles, Davidson, Gramsci o Teofrasto. Si el alunizaje, con imágenes falseadas de laboratorio incluidas bajo supervisión del autor de Senderos de gloria, se hizo esperar sin inquietud alguna, el aterrizaje de Candel en la Facultad de Filosofía ha tardado más de lo conveniente para la salud pública filosófica del país.

ENE está dividido en diez capítulos, resultado de «doce años de trabajo en el campo de la filosofía antigua en distintas vertientes: conferencias, docencia, traducción e investigación…» (p. 10), que abarcan desde aproximaciones al atomismo clásico (II. «Lo lleno y lo vacío: la realidad como límite entre dos infinitos») hasta bellas secciones sobre la amistad (IX. «La amistad: el yo en el tú») y eros (X.»El combate entre eros y fobos»), con inclusión de una excelente y curiosa aplicación de la teoría de juegos. El firmante de esta reseña no debería ocultar su preferencia por los capítulos III («Realidad de las formas o formas de la realidad») y VI («La aporía del movimiento») y señalar la originalidad y atrevimiento de la sección VII: «La saludable levedad del ser (luces y sombras de la lógica aristotélica)», probablemente una de las más sabiamente heterodoxas secciones del volumen.

No puede ser aspiración de esta injusta, por breve, aproximación a ENE dar cuenta detallada de ninguno de sus capítulos, pero sí, en cambio, argüir por qué es altamente razonable la creencia de que estamos ante uno de los libros filosóficos más interesantes publicados en los últimos años en hispánicos territorios, por autores y autoras de cualquier origen y condición:

1. ENE es (esta vez sí) un libro de filosofía. No es un ensayo reflexivo ni una historia de opiniones y creencias ni una simple aproximación histórica a tal punto o a tal tema más o menos próximo al ámbito filosófico. Desde la primera hasta su última página, un filosofar crítico ocupa el puesto de mando democrático. El lector no podrá ser presa de ninguna decepción cuando al leer un libro que lleva como modestísimo subtítulo «Apuntes de filosofía antigua» se encuentre siempre con auténticos textos filosóficos.

2. La combinación de historia, reflexión, presentación analítica, competencia filológica es tan inusual como sorprendente. Ejemplos de esto último puede verse en la nota 53 de capítulo VIII o en la 22 del capítulo siguiente.

3. De hecho, hay en ENE dos libros en uno porque el conjunto de notas que acompañan al texto principal, y que casi obligan a leerlo bidimensionalmente, tienen tanto interés que el lector obtiene doble premio al razonable precio de uno sólo.

4. Las traducciones de los textos son en muchos casos del propio autor. No es innecesario señalar que no sólo corrige erratas notables sino que su versión muestra un dominio del griego y un castellano tan hermoso que sólo cabe solicitar aquí más de lo mismo y sugerir una historia textual de la filosofía con presentaciones, traducciones y comentarios candelianos. La selección de textos de las páginas 46-52 son un botón de muestra para degustación iniciática.

5. Es muy usual en aproximaciones a la filosofía antigua una introducción estricta y, en ocasiones, nominalmente histórica, que evita o salta alegremente la discusión crítica de los argumentos esgrimidos. Es frecuente que podamos leer ensayos sobre la teoría de las formas de Platón donde se hable y hable sobre Ideas y más Ideas y apenas se discuta alguna de las justificaciones esbozadas para defender la existencia de un «mundo» tan singular, su carácter óntico o algunas de las razones platónicas para escoger el Bien y no el Ser como eidos presidencial. El lector no se decepcionará en este punto. No sólo encontrará sofisticadas discusiones y penetrantes argumentos filosóficos sino que el autor se lanza con excelentes redes, cuando así lo estima, a dar su propia e interesante versión.

6. No debería pasar desapercibido el concepto de historia de la filosofía que Candel defiende. Escribe el autor: «La historia de la filosofía es la historia de esa interminable cadena de actos de comprensión. Hay dos maneras de hacerla: una, como notarios, que dan fe de la existencia de una herencia de la que, como tales, no pueden participar; otra, como herederos, a quienes incumbe emplear útilmente los bienes que les han sido legados» (p.9). Para hacerlo sin traición, advierte el autor, el estudioso necesita conocer el contexto material en el que surgen aquellos esquemas y el lenguaje en el que se formularon. Es decir, debe ser a un tiempo, historiador y filólogo. El autor de ENE reúne armoniosamente ambos requisitos.

7. Si como Borges apuntó, «el concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio» («Las versiones homéricas», Discusión), la noción de libro trabajado es, en cambio, netamente humana. ENE es un ejemplo de ello: un ensayo laboriosamente tejido en el que cada sección ha sido pulida, analizada, revisada y estudiada con atención. Las ganancias, sin pérdida alguna, son netas para cualquier lector.

8. Admitiendo que no existen fórmulas perennes, el autor sostiene, en cambio, que es significativo hablar de «filosofía perenne», apuntando, sabia y confiadamente tal vez, que de hecho, tomada como proposición, la oración es analítica: perenne es ya una de las notas sustantivas de «filosofía». Candel, en cambio, no se hace ilusión alguna respecto a la perennidad del filosofar: la filosofía es un accidente en la historia humana y, desde luego, puede concebirse un discurso humano (demasiado humano) sin preguntas últimas. En su opinión, está ya «instaurado e instalado en la comunicación social…Donde la información recuerda a marchas forzadas su sentido etimológico de «imposición de formas» y donde un alud continuo de qués sepulta irremediablemente cualquier tímido porqué » (p. 11).

9. La ironía que Candel usa, sin abuso, a lo largo de estas páginas produce tal divertimento que impide al lector tentaciones de nuevas revisiones de Con faldas y a lo loco o de To be or not to be. Un ejemplo: discutiendo la boutade postmoderna que sostiene, reiterada, pesada y apasionadamente, que la realidad es una simple construcción social y señalando que, obviamente, todo concepto de realidad es una construcción, como, por otra parte cualquier categoría, Candel señala: «(…) Por otro lado, preguntar al posmoderno, como algunos críticos hacen «Y ¿quién construye la sociedad?», es excederse en la aplicación del principio de caridad: resulta altamente dudoso que el interpelado pueda entender la pregunta» (p.15).

10. Popper ha argüido decisivamente contra la vindicación de la profecía en el ámbito de las ciencias sociales, pero no, en cambio, sobre pronósticos o predicciones, más o menos acotadas. Ahí va una de éxito casi asegurado: dentro de cuarenta o cincuenta años, tal vez más, los estudiosos de la filosofía clásica citarán complacidos, como estudio clásico, este hermoso libro de muy hermoso título. ENE será, es, sin duda, un libro de referencia. Sería una lástima que problemas de distribución o marco nacional dificultaran su conocimiento más allá de nuestras fronteras lingüísticas.

Obligadas son tres notas finales. La primera: agradecer a Idea Books y al director de la colección, Gerard Vilar, el atrevimiento infrecuente de atreverse con textos tan esenciales. La segunda: el lector habrá observado que el subtítulo del ensayo candeliano es un modesto «Apuntes de filosofía antigua». Cabe preguntarse: si estos estudios son simplemente unos apuntes, entonces ¿qué entenderá el autor por ensayo o estudio riguroso? La tercera nota: Candel finaliza su nota previa» (p.10) recordando «de forma necesariamente anónima a todos mis alumnos, a cuya curiosidad e interés debo el estímulo para tratar de hacer comprensibles por el hombre de hoy las palabras de los clásicos». El firmante de esta reseña tiene como casi única nota destacada de su curriculum el haber sido, y seguir siendo, uno de esos alumnos y se atreve a sugerir al ministerio de turno, o a la conselleria autonómica correspondiente, que declare textos modélicos oficiales de saber filosófico la «Nota previa» y el capítulo I («A modo de presentación: filosofía solar, filosofía lunar») que el autor ha escrito para el volumen. ¡Nunca se había dicho tanto en tan pocas líneas!.

ENE merece ser leído con lápiz, regla y papel o con el archivo de los resúmenes y apuntes abierto. Es muy probable que el lector tenga dificultades para seleccionar los pasajes más interesantes o anotar y comentar lo que le parezca más esencial porque todo en él, en limpia correspondencia biunívoca con el título que lo designa, tiene aspiración de permanencia, que, al igual que la eternidad, también es hija de los hombres. Si de toda aproximación a la filosofía clásica cabe decir lo que Borges señaló en «Tlön, Uqbar, Orbius Tertius»: «Ese plan es tan vasto que la contribución de cada escritor es infinitesimal», digamos que no todos los infinitesimales tienen el mismo rango. El de ENE no es ínfimo.