Millones de personas dedican ahora mucho más tiempo a pensar en política de lo que lo hacían antes de que se estropeara la «paz» bipartidista, esa que nos narcotizó durante más de 30 años para que proliferara su corrupción. Siendo la política el asunto más importante de entre los que nos afectan, bienvenida sea tanta […]
Millones de personas dedican ahora mucho más tiempo a pensar en política de lo que lo hacían antes de que se estropeara la «paz» bipartidista, esa que nos narcotizó durante más de 30 años para que proliferara su corrupción. Siendo la política el asunto más importante de entre los que nos afectan, bienvenida sea tanta preocupación por el interés general. Explicaré el título elegido repasando brevemente el momento particular que atraviesan los actores principales de nuestro día a día.
Pedro Sánchez. Nuestro protagonista ha demostrado su valor, o cabezonería, ante la adversidad, pero nadie está vacunado contra el miedo y la consiguiente cobardía. No hay quien se atreva a toserle ahora mismo en el PSOE y, por tanto, está viviendo el mejor momento de su carrera política, pero podría mejorar porque el caos dominante seguirá propiciando motivos y ocasiones. Me recuerda al primer periodo de Suárez, tras ser nombrado por el rey después de cesar al dúo Arias/Fraga. A Sánchez no lo ha nombrado ningún rey, pero el Congreso también es una institución, y más tras atreverse a censurar un gobierno. Nada se parece más al silencio que guardó aquella pareja de destituidos mientras se legalizaba al PCE en medio de una Semana Santa, algo que ellos jamás habrían consentido, que lo callados que están ahora Felipe González y su tropa desde que su odiado «Pedro, cariño, no mientas» ha tomado La Moncloa con la ayuda imprescindible de los también odiados independentistas, cosa que los restos del ala izquierda mandante durante la edad de oro del juan carlismo tampoco habrían aceptado. Por tanto, se dan las condiciones para las sorpresas, componente principal del aire que respiran los osados.
El PSOE. Se equivocan los socialistas si piensan que se han salvado de una crisis que ha dejado en los huesos a muchos partidos socialdemócratas europeos. Si bien es cierto que nuestra historia particular les ha permitido aglutinar durante legislaturas muchos votos prestados por el miedo a la memoria, ese crédito inmoral está ahora en números casi rojos y sufren mordiscos a izquierda y derecha. Renovar el fondo de maniobra requiere asumir el liderazgo de una decisión radical que modifique los parámetros que rigen los comportamientos de todas las fuerzas políticas.
La demoscopia. Recordando aquello de que «El medio es el mensaje» podríamos afirmar que las encuestas son las urnas, aunque solo hagan estimaciones y no produzcan consecuencias legales de obligado cumplimiento. Las últimas han confirmado que una parte relevante del electorado se apunta siempre a caballo ganador. A la espera del CIS y de la Metroscopia para «El País», que ya están tardando, desde que el 2 de junio pasado Pedro Sánchez se convirtiera en presidente del gobierno se han publicado no menos de nueve encuestas con la clásica pregunta: «¿Qué votaría usted si mañana se celebraran elecciones generales?» y pocas veces un cambio de tendencia electoral ha sido tan unánime y veloz. Las encuestas publicadas por La Razón (2), ABC, El Diario (2), Público (2), El Periódico y El Independiente + Prensa Ibérica entre los días 10 de junio y 11 de julio de 2018 certificaban, sin excepción, dos vuelcos principales. Por una parte, que el PSOE había conseguido el liderazgo en votos y escaños y, por otra, que el bloque PSOE + Podemos superaba al formado por PP + Ciudadanos. Todo lo anterior es cierto, salvo que las aproximadamente 10.000 personas preguntadas en esas mismas encuestas se hayan confabulado para engañar a Pedro Sánchez y convencerle de que anticipe las elecciones, aunque después lo traicionen votando a Ciudadanos o al PP. Le ocurrió al Junqueras encarcelado con las encuestas previas al 21D de 2017, que anunciaban la victoria de ERC entre los independentistas, aunque quien después ganó fue Puigdemont. Pero aquellas elecciones las convocaron los del 155, por lo que la victoria de Inés Arrimadas fue mucho más amarga que la derrota de Oriol.
El Partido Popular. La elección de Pablo Casado ha demostrado que la mayoría de los tres mil dirigentes principales del PP siguen siendo tan prepotentes e irresponsables como su flamante líder. Nadie en España, y menos cada uno de ellos, y menos aún él mismo, podía ignorar que inmediatamente después de su elección regresaría a las portadas con el mismo fardo que llevaba Cifuentes hasta que terminó por aplastarla. Exacto, el máster de mentira, emitido por un Instituto que la propia URJC acaba de disolver, quizás con destrucción de discos duros incluida, ha tardado 48 horas en renacer al ritmo de unos trámites judiciales que, en la vertiente del expolio de las arcas públicas practicado desde su partido durante decenios, va a dar muchos quebraderos de cabeza. Lo más probable es que la inestabilidad en el PP siga durante un tiempo, pues Soraya está vendiendo cara la derrota. Este PP parece haber «vuelto» para ser de nuevo el peor mal perdedor de España, tal como ya lo fueron cuando las urnas les sacaron de La Moncloa el 14 de marzo de 2004, el último de aquellos cuatro días durante los que tanto mintieron. La primera legislatura de Rajoy en la oposición, durante la que hacían cosas como declarar un boicot imposible al Grupo PRISA o animar boicots a productos catalanes. Esta vez, el caballo de batalla será también Catalunya, ninguna novedad en su currículum, por lo que no puede esperar Sánchez ninguna lealtad que pueda compararse a la que él sí respetó siendo líder de la oposición. Se esfuma así cualquier tentación de geometría variable que pueda haber albergado como estrategia de supervivencia en La Moncloa.
Ciudadanos. Los de Rivera, tras un viraje hacia más derecha que les permitió recoger, pero solo en las encuestas, miles de descontentos con un PP que mientras gobernaba se veía obligado a cuidar el centro, se encuentran ahora, y sin tiempo para mudar la piel, con la necesidad de pescar entre los centristas del PP que no puedan soportar a Casado, y los centristas del PSOE que se asusten por las concesiones necesarias para aguantar con 84 diputados. Además, no hay que olvidar que los votantes de Ciudadanos, aunque solo sea por la edad, manifiestan ante los encuestadores valores menos reaccionarios que los de los votantes del PP en asuntos ideológicos como el de la religión, véase el último barómetro de La Sexta. El desajuste entre los líderes de un partido y sus electores puede durar, pero nunca demasiado tiempo sin consecuencias.
Lo de Catalunya. La sorpresa es que Puigdemont está resultando un hueso imposible de roer para propios y extraños. En la rueda de prensa que ayer organizó en Berlín para despedirse de Alemania y agradecer el trato recibido ha dejado claro que los interlocutores del gobierno español tendrán que terminar reuniéndose con los de la República catalana en el exilio, y no ha dudado al recordar las negociaciones de los varios gobiernos españoles con los representantes de la ETA que mataba. Otro político decisivo que tampoco ha conseguido su máximo nivel naciendo directamente de las urnas, pues todos recordamos que fue quien capitalizó el empecinamiento de la CUP para sacar a Artur Más de la Generalitat antes de que tomara posesión, por su pasado convergente. Salvo derrota electoral del independentismo, y eso tampoco serviría, no alcanzo a vislumbrar ninguna solución de este conflicto que no pase por una reconstrucción política en España, algunos cimientos incluidos.
La Monarquía. A estas alturas solo da vergüenza hablar, escribir o simplemente pensar en la Monarquía española. Si a esta sensación personal, doliente y tantas veces contrastada, le añadimos que, ante la aparición de pruebas de posibles delitos graves que deben ser investigados sin dilación, la reacción de un gobierno del PSOE en el siglo XXI sea la de proteger al principal presunto, descartando incluso la socorrida respuesta «respetaremos todas las decisiones judiciales», imprescindible para salir del paso hasta en democracias de segunda como la nuestra, solo dan ganas de convocar cada semana, y lo más cerca posible de La Zarzuela, un inmenso incendio colectivo de fotografías de estos reyes indecentes hasta que el humo les enseñe que el aire respirable solo volverán a encontrarlo cuando decidan abandonar ese mundo extraño donde viven a nuestra costa y en el que ocultan sus inconfesables para, una vez reconvertidos en personas normales, puedan salir a la superficie. ¿Cómo podremos soportar que la persona física Felipe de Borbón pueda heredar una fortuna conseguida gracias a la inviolabilidad que blindó toda la vida de delincuente con que la historia calificará a su padre, en ausencia de una justicia independiente y capaz en tiempo real? Por favor, que se dicte ya un seguimiento exhaustivo de todas las propiedades y dineros que figuren, «orbi et orbe», a nombre del rey actual y del emérito, o de cualquiera de sus amantes y demás secuaces. Esa idea del fuego purificador e incruento de imágenes «reales» sería una acción que conquistaría los telediarios de todo el mundo y, además, plenamente legal, pues la Justicia europea ha conseguido recuperar, para España, el derecho inviolable a quemar los símbolos que necesitemos, también para evitar cualquier otra tentación. ¡Qué gigantesco oprobio, tanto como hemos presumido de democracia, que ahora nos enseñen desde Europa el abecé de las libertades políticas!
Podemos. Como esto va de Monarquía, reparamos en que Pablo Iglesias y los suyos han flirteado quizás demasiado con una institución contraria a la democracia por definición, y que de haberse conservado debería haber sido como pieza de museo, nunca con funciones políticas o institucionales, es decir, justamente lo contrario de lo que está ocurriendo en España. Desde actuaciones para llamar la atención cuyos efectos son siempre imprevisibles, como el regalo aquel del Juego de Tronos, hasta sus prejuicios a la hora de pronunciar la palabra «república», pasando por la falta de implicación con las consultas con urnas valientes en la calle sobre la forma de Estado, han sido más las decepciones. Por sí solos, una proclamación formal de Podemos comunicando la decisión estratégica de señalar el objetivo República en el horizonte cercano no tendría demasiada trascendencia, pero se supone que si Pedro Sánchez diera ese paso podría contar con Podemos de una manera tan incondicional como lo ha sido para la moción de censura.
El momento político se caracteriza por seis elementos principales: La derecha está en crisis y dividida. Los de Podemos andan con problemas internos. Bastante más de la mitad de Catalunya reclama el derecho a decidir. La Monarquía está hundida en la miseria. Algunos de los socios para la censura castigando al PSOE, sin decirlo, por no aprobar la comisión de investigación contra la «miseria» que nos reina. Y sexto, Pedro Sánchez con la llave de las próximas generales.
En estas condiciones, el presidente solo puede hacer dos cosas: o recomponer los bloques del 78 y del 155 y entregarse a lo que le marque el dúo Rivera/Casado, o atreverse a romper de una vez el maleficio que nos tiene agarrotados y asumir el liderazgo de los cambios. Adelante, Sánchez, que tu papel en la vida es sorprender.
¿Y qué es lo que podría hacer para que la política gire al ritmo que él mismo y el PSOE marquen y demostrar así que sigue auto proponiéndose para ganador, subiendo a la cresta de la nueva ola registrada por la demoscopia?
Si yo pudiera, le aconsejaría que comunicara a Felipe VI, de manera personal pero también públicamente, su decisión de proponer a la sociedad el establecimiento de una república como forma de estado en España. Al mismo tiempo convocaría elecciones generales anticipadas, ante las cuales a los partidos no les quedaría más remedio que definirse sobre el dilema planteado, que quedará políticamente resuelto con la normalidad de cualquier proceso electoral. Tras el recuento habitual se sumarán, por una parte, los votos obtenidos por los que defiendan expresamente la monarquía, y por otra los de los que propongan construir una república nueva. De propina, la participación electoral batirá récords y el entusiasmo por un cambio importante y pacífico conquistará a millones de personas. El nuevo Congreso de los Diputados será, salga lo que salga, el más representativo de nuestra historia y el rey aceptará las consecuencias políticas que personalmente le afecten tras el resultado de las urnas, si no ha decidido abdicar antes, que es lo que la decencia exigiría de cualquiera.
Si triunfa, para que la república pueda construirse con tranquilidad debería anunciarse un periodo de no menos de tres años. Si saliera Monarquía, Catalunya seguirá perdida, pero si sale República se abrirán bastantes puertas. Además, es muy probable que se pudiera constituir un gobierno con más apoyos, quien sabe si de amplio espectro, que gobernaría la transición y todo lo demás con mayor comodidad de la que han gobernado los sucesivos de los últimos dos años y más de medio.
Si a usted le gusta y le puede hacer llegar esto al presidente, podría servirle de lectura durante el tiempo que dura un café con hielo de verano. Muchas gracias por intentarlo.
No hemos hablado de la historia porque la Monarquía ha fracasado por sí misma y sin paliativos, a pesar de disfrutar de tanta ventaja, pero como tampoco está prohibido retrocederemos primero casi noventa años. Es muy probable que al leer haya recordado usted una de las pocas elecciones que fueron capaces de cambiar de verdad nuestra historia. Son las que acabaron con una dictablanda para traer la libertad mientras el rey decidió no resistirse, para evitar problemas o porque sabía que lo tenía perdido. La historia nunca se repite, pero en ocasiones se parece. Y tal como nos acaba de decir el maestro Juan José Millás en «Sabor a cloro», «toda monarquía lleva en sus entrañas una república a la que dan a luz». Pero cualquier parto necesita ayuda, y quizás el nuestro se retrasa porque no hay nadie que se atreva.
En cambio, otro maestro, Ferreres, prefería recordarnos el pasado más reciente, para lo que el 22 de julio nos regalaba desde «ARA», y en modo chiste, unas ilustraciones insuperables que adornaban una conversación perfectamente verosímil:
Felipe VI y su padre están sentados, este con la pierna escayolada, mientras un camarero privado les trae unas copas. El rey de ahora está leyendo un periódico con Corinna en la portada. Con gesto de preocupación le pregunta al rey de antes:
«Los socialistas dicen que suprimirán los símbolos franquistas. ¿Eso nos incluye a nosotros?
A lo que Juan Carlos I responde:
«No me hagas reír. ¿Es que no sabes quien firmó el contrato del Castor con el gran Florentino?»
Mientras termino de escribir, entra por wapp el enlace a un artículo de Josep María Loperena, antiguo tertuliano en televisión que abandonó esa actividad cuando, hace muchos años, habló en RC1 del cobro de comisiones por parte del rey escayolado y de su lío con Bárbara Rey, ambas cosas entonces desconocidas por el público, y el programa, que era en directo, lo interrumpieron en medio de su intervención, colocando publicidad. Orden del Conde de Godó que después, según recuerda Loperena, se confabuló con Montilla, entonces presidente de la Generalitat, para vetarlo, incluyéndolo en una lista negra de apestados de la que aún no ha sido «amnistiado». Y después se quejan de que ganen los independentistas. Desde aquella hiper protección a favor de una Monarquía que ya era un pozo de corrupción, y no podían no saberlo, hemos aterrizado en medio de la peor basura. Mucho antes que a Loperena se habían cargado, y por mucho menos, a Mikimoto. Gobernaban Felipe González y Jordi Pujol.
El jueves 26, la prensa de papel en Mallorca destacaba en portada que «El Rey Juan Carlos está ‘loco’ por venir a Mallorca a las regatas» pero hoy la televisión dice que ha sufrido una recaída y no estará presente en las regatas ni en Mallorca. Alguien ha debido poner el grito en el cielo. Mientras, en la capital del reino Villarejo declaraba ante el juez que estaba vigilando al rey por orden del Estado, cosa que me parece tan natural y obligado como irresponsable y delictivo lo fue que no le pararan los pies… y las manos, al ex rey. Todos esos delitos, los de los que sabían lo que estaba ocurriendo, seguro que habrán prescrito. Quizás ni se puedan hacer eco los libros de historia. En consecuencia, y «a pesar del gobierno», como dice un tertuliano liberal de Onda Cero, el noticiero de las nueve de la noche nos contaba que un juez de la Audiencia Nacional ha comenzado una investigación contra Juan Carlos I gracias al supuesto «chantaje», tras iniciar antes la correspondiente a Corinna. Por fin alguien «chantajea» para disfrute de la mayoría. En cambio, a las 8 de la mañana de hoy, viernes 27, abro «El País» y compruebo que Sánchez vuelve a esconder la cabeza debajo del ala insistiendo en que «El Estado no acepta chantajes». Los verdaderos chantajes, presidente, son siempre abusos de posición dominante ejercidos por los inexpugnables, y el Pedro Sánchez de hoy no debería rebajarse a hablar de los habitantes de las cloacas. Y hoy menos que nunca, porque es el momento de librarse del principal chantaje político y emocional que funciona desde la muerte de Franco, la Monarquía. Una institución que resiste gracias a la libertad pacata y asustada que sufrimos y que, incapaces de derrotarla, no acertamos a comprender que ha sido el último recurso para el beneficio particular de unas élites que solo conciben el ejercicio del poder de manera autoritaria y que, por tanto, les ha servido para salir al paso de la tantas veces molesta democracia, especialmente cuando se excede con las transparencias.
¿A que espera Pedro Sánchez para resolver este problema? ¿No se da cuenta de que la Monarquía se ha convertido en un obstáculo que debe apartar ya de en medio si el PSOE quiere cruzar en condiciones la frontera que le separa del futuro?
Por lo que a mi respecta, me parezca mejor o peor tu partido centenario, Pedro, prefiero un PSOE a tener cualquier clase de rey en España.
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