No creo que hagamos reparos a admitir que nos conviene estar pertrechados de dos clases de moral: una moral ordinaria para tiempos de paz, y otra moral extraordinaria para tiempos de guerra. Pues si en tiempos de guerra no nos valemos de esta otra moral de recambio, no dudemos de que caeremos los primeros… Pero […]
No creo que hagamos reparos a admitir que nos conviene estar pertrechados de dos clases de moral: una moral ordinaria para tiempos de paz, y otra moral extraordinaria para tiempos de guerra. Pues si en tiempos de guerra no nos valemos de esta otra moral de recambio, no dudemos de que caeremos los primeros… Pero si no obstante preferimos seguir rigiéndonos por la que nos regimos en tiempos de paz por un sentido suicida de la moral que incluye el sacrificio personal por una idea religiosa o política, allá cada cual con su criterio. En todo caso, en tiempos de guerra es cuando hay que tomar la decisión. Lo que no obsta para estar preparados a la hora de afrontar ese dilema…
Por la misma o similar razón, en la praxis política sucede tres cuartos de lo mismo. En tiempos normales o normalizados por la estabilidad social palpable, es conveniente para la ideología de un partido y para el éxito de su propósito, que no es otro que gobernar, atenerse a las reglas de juego no escritas de «lo políticamente correcto». Pero cuando no se viven tiempos «normales» (y aquí están las claves de esta reflexión), y en España, comparada con todos los países de la Unión Europea, no son normales ni siquiera los tiempos que siguieron inmediatamente a la desaparición de la dictadura, si nos atenemos escrupulosamente a esas reglas no escritas nunca pasaremos de la presencia institucional trufada de mediocridad. El partido político Izquierda Unida, un refrito de los logos PCE, PASOC, PCPE y FP, es ese papel «mediocre» el que ha representado desde los primeros compases de la Transición hasta hoy. Y no porque no llevasen sus proposiciones de ley y sus iniciativas legislativas una fuerte carga de «razón», sino porque los poderes fácticos ya se encargaban de debilitar los puntos débiles de toda organización humana, precedida además de la «mala fama» de que venía precedido el PC por la propaganda furibunda franquista y la guerra perdida, y porque los medios de comunicación apenas dedicaban sueltos a su existencia, a sus ideas y a sus iniciativas. Todo lo que determinó que el papel de IU, el pensamiento eurocomunista, fuese casi un elemento decorativo en el concierto de la política cuya presencia institucional, por lo demás, permitía a los reaccionarios y a los progresistas débiles alardear de que España ya era una verdadera y avanzada democracia nada más empezar a serlo.
Hablaba al principio de dos clases de moral según las circunstancias. La política española ha sido anómala de punta a cabo. Anómala desde el mismo nacimiento de una Constitución cocinada por siete personajes salidos del franquismo, sin ningún representante proletario o simplemente salido del pueblo en su redacción; con un ejército entonces más franquista que el Franco de su última etapa, que apuntaba metafóricamente a la nuca de los electores amenazados de un nuevo golpe de estado, etc etc. La monarquía y el monarca que ya tenía preparados el dictador, metidos en el paquete ofrecidos al pueblo que aprobó con impaciencia pero sin casi alternativa por esas circunstancias, culminaban una Transición empapada en trucos y trampas de las minorías herederas del franquismo para que, manteniéndose virtualmente el statu quo que les convenía, nos trasladásemos rápidamente al «aquí no ha pasado nada y ya estamos en plena democracia».
Pues bien, la democracia nació anómala, siguió anómala y sigue anómala. Los franquistas han dominado astutamente envueltos en el manto de la solemnidad de elecciones sin cuento. A los que poco a poco, en lo fundamental, se les fueron uniendo los «progresistas» de baja intensidad cuyo socialismo es por definición pacífico, moderado y al fin débil ante la fortaleza de los poderes fácticos que refuerzan desde un principio a los herederos directos de la dictadura. Por este camino es cómo ha sobrevenido una convergencia virtual entre ambos partidos que se han repartido el bipartidismo durante la friolera de 43 años, durante los que el partido comunista y «recién llegados» de Podemos tratan de hacer saltar los resortes del blindaje, con la complicación ahora que parece deliberada y dirigida al mismo fin, del «conflicto catalán». En resumen, si el partido comunista y Podemos ceden y se pliegan por supuestas razones de Estado a las veleidades del partido falsamente socialista cuya credibilidad está bajo sospecha tras cuatro décadas de incumplimientos graves de su programa originario, España entrará en un proceso de degradación política que conducirá a una forma de Estado que ni el poder judicial podrá corregir. Que no podrá ajustar, entre otras razones porque en el propio poder judicial siguen también enquistados elementos de autoritarismo suficientes como para hacernos pensar que asimismo él lo refuerza. Todo lo que tiene que ver con Cataluña, tanto en la acción política del partido franquista solapado que es el partido popular, como en la acción del partido «pesoista» consentidor (salvo en lo que se refiere al empeño de la exhumación se refiere, condenado al fracaso), avala el contubernio explícito o implícito de todas las fuerzas vivas contra la «razón» y la lógica de IU/Podemos. Por lo que IU/Podemos debieran sin contemplaciones dejarse de paños calientes y proclamar urbi et orbe en el Congreso y fuera de él las argucias (cuya proclama no necesita más pruebas que las enumeradas en el relato de este trozo de historia) empleadas por ambos partidos para seguir bajo un régimen político dominado por una parte de la sociedad. Esa parte de la sociedad enriquecida a partir de las confiscaciones e incautaciones de los vencedores en la guerra civil, dominado asimismo por la jerarquía eclesiástica española y dominado por un complejo ideológico que alberga los mecanismos precisos de dominio de clase contenidos en el neoliberalismo de la Thatcher y de los ensayistas estadounidenses hermanos Kaplan, todo más o menos modulado y reforzado por las maniobras fatídicas del Club Bildelberg…
La moral de recambio a que me refiero, pues, es ese puñetazo en la mesa para poner al descubierto todo un sistema ideológico dentro del sistema, dirigido a asegurarse el retener todo lo que ha constituido el producto del expolio y el despojo de los millones de ciudadanos y ciudadanos que en pleno siglo XXI malviven sin esperanza alguna de remontar su supuesta mala suerte… A partir de ahí, de ese concienzudo escándalo institucional similar al declarado en otros momentos y países, sólo podremos confiar en que las «cosas» en España den el giro de 180 grados que precisa para estar merecidamente en la Unión Europea. Mientras tanto no lo merece, pues esto seguirá siendo un feudo medieval bajo el control de unos cuantos reyezuelos de baja estofa…
Jaime Richart. Antropólogo y jurista
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