En la vida me han sorprendido grandes mujeres pero las que me he encontrado pegadas a la tierra son las que más me emocionan. Recuerdo a las aldeanas de mi barrio -Josepa, Juli, Kasinta…- que ejercían de amamas dando el sentir comunitario a la aldea. ¡Que tardes aquellas! Sembrando maíz, pasando la trapa, empolvadas en […]
En la vida me han sorprendido grandes mujeres pero las que me he encontrado pegadas a la tierra son las que más me emocionan. Recuerdo a las aldeanas de mi barrio -Josepa, Juli, Kasinta…- que ejercían de amamas dando el sentir comunitario a la aldea. ¡Que tardes aquellas! Sembrando maíz, pasando la trapa, empolvadas en tierra al calor del sol… criándonos al runrún de los viejos cuentos y los talos rellenos de miel. Estas mujeres campesinas me regalaron una forma de construir el universo del que nunca más me pude desprender.
Es verdad que de joven no lo percibí claro. Y es que una cuando es muy joven más que encontrar busca. Y allí me fui al mundo a encontrar. Canté con violencia a Violeta Parra y leí con alivio a la Beauvoir. Aprendí, tropecé y caminé con y sin rumbo. Volaba pero no sabía aterrizar. Viajaba buscando algo que no supe hasta más tarde lo que era pero donde iba recogía semillas de cada lugar. Cuando observaba a las indígenas guatemaltecas de coloridos huipiles revolver la tierra siempre volvía al olor del principio… cuando en San Cristóbal de las Casas las vi armadas con azadas… cuando volví a Arratia y encontré la tierra de aquellas mujeres abandonada. Sentí a la mujer tierra.
Presentí el amanecer de la agricultura. Vi claramente el nacer de un espacio vital, libre y sincero. Las mujeres, la tierra y la soberanía alimentaria nacieron para hacer crecer la cosmogonía de la madretierra. Origen de la Vía Campesina que me ha hecho disfrutar del ideario de las labriegas de todo el mundo.
Sin los bucolismos de postal donde el sistema nos quiere a las mujeres campesinas, miramos a lo más profundo de nuestras entrañas para transmitir que nos encanta lo que hacemos, que somos felices con nuestros puerros, cerdos y gallinas, que luchamos con el feminismo para pasar de ser «objetos» a «sujetos» en un cambio radical en las formas de concebir la agricultura y el mundo.
Un espacio social que no busca al enemigo externo sino que el «enemigo» lo sitúa en nuestras propias iniciativas y formas de actuar. Y ahora que diferentes agentes sociales trabajan en ese acuerdo de mínimos o de resistencia para desobedecer a este sistema injusto con los Compromisos del buen vivir, yo me comprometo con la tierra -huerta- con mi Tierra -Euskal Herria- y con la Tierra -planeta.
Volví a mi espacio vital. Volví para reciclarme, para salir de los complejos de la sociedad de consumo. Para reivindicarme que soy aldeana. Campesina. Volví con un niño en brazos, volví a disfrutar del río y del fino viento que llega de peña Lekanda, viento libre que pregona este 8 de marzo que las mujeres campesinas amamos la tierra y volamos.