Como si fuera una ley natural y con la inercia que producen la inequidad y el goce de privilegios, la mayoría de países se empeñan en aparentar condiciones de igualdad entre sus habitantes, cuando en realidad persisten enormes brechas, entre ellas la de género. La democracia se exhibe como un estandarte, pero reducida a elementos […]
Como si fuera una ley natural y con la inercia que producen la inequidad y el goce de privilegios, la mayoría de países se empeñan en aparentar condiciones de igualdad entre sus habitantes, cuando en realidad persisten enormes brechas, entre ellas la de género.
La democracia se exhibe como un estandarte, pero reducida a elementos políticos de orden procedimental o económicos relativos al libre mercado, pero sin referirla a otras dimensiones más profundas como la participativa o, incluso, las formas de vida propias de la cotidianidad.
Guatemala es un país donde la exclusión y la discriminación son sus principales signos de identificación y la brecha entre los que lo tienen todo y los desposeídos es la más grande en América Latina. Y para las mujeres, la situación es extrema, ¡también se les excluye de la vida misma!, ya que somos el segundo país donde más se les asesina.
Consecuente con esta lógica de exclusión, la discriminación se da en lo público y en lo privado, abarca todo tipo de relaciones, se reproduce y se hace aparecer como algo normal, presentándose en todos los estratos sociales. Informes nacionales e internacionales y estudios de destacadas feministas guatemaltecas han demostrado fehacientemente esta realidad, con suficiente respaldo empírico.
Es de reconocer que ha habido algunos pequeños avances, por lo menos en el discurso y en el tratamiento teórico del asunto, pero es absolutamente insuficiente si no se acompaña de medidas efectivas para enfrentar la desigualdad, sobre todo en el aspecto económico y de participación política.
En este espacio queremos también abordar lo relativo a los protagonismos mediáticos de las mujeres, siendo que la prensa es un elemento determinante en la reproducción del sistema. La presencia de las mujeres en los medios de comunicación no refleja la diversidad de protagonismos que ellas asumen en la sociedad y tampoco se le otorga valor o importancia a lo que hacen, producen o proponen. La imagen predominante es la mujer como víctima y no como actora positiva.
Los espacios privilegiados concedidos a las mujeres, en términos cuantitativos y cualitativos, son de esa calidad y, por supuesto, hay otros muchos en donde la publicidad sexista degrada aún más a las mujeres, contribuyendo a reforzar los estereotipos de género.
La democratización de la sociedad pasa por la democratización de la información, pero también con perfil de género. Víctimas, reinas de belleza o publicidad sexista son protagonismos mediáticos perversos que eclipsan nuestras capacidades y potencialidades. Promovamos la trilogía: mujer, información y democracia.