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Mujeres y la dominación simbólica masculina: moda y belleza en la política

Fuentes: LaGuachimana.org

Sarah Palin ha sido noticia por el gasto en su vestuario y maquillaje. La prensa ha informado que en total el Comité Nacional Republicano pagó alrededor de US$150.000 por ropa, peluquería, maquillaje y otros «accesorios de la campaña». Más que su posición respecto a su programa político como candidata a la vicepresidencia, ésta ha sido […]

Sarah Palin ha sido noticia por el gasto en su vestuario y maquillaje. La prensa ha informado que en total el Comité Nacional Republicano pagó alrededor de US$150.000 por ropa, peluquería, maquillaje y otros «accesorios de la campaña». Más que su posición respecto a su programa político como candidata a la vicepresidencia, ésta ha sido noticia por su imagen y su comportamiento público. En Alicante, Sonia Castedo también es un referente no necesariamente por ser la primera alcaldesa de la ciudad sino por la imagen que muestra desde el punto de vista estético, una imagen que la sociedad patriarcal les ha impuesto a las mujeres. En la toma de posesión los diarios locales informaron con sendas imágenes de su vestuario y arreglo personal más que de su currículum como política y como primera mujer que dirige el gobierno alicantino. La prensa encontró material que explotar: joyas, maquillaje, zapatos, vestuario, etc., pues su arreglo ofrecía glamour en un acto civil donde la estética y belleza, por lo menos en la teoría política masculina, no juega un papel primordial. O ¿acaso se suele ver imágenes de los hombres políticos destacando el más fino calzado de moda y el arreglo glamoroso de su cabellera si es que aún no tiene calva?

Desde la visión masculina se ha impuesto a las mujeres el rol de ser bellas. Muchas de las que llegan al poder aún no han podido romper con ese papel establecido y es más, facilitan su materialización y lo evidencian propiciando su instrumentalización como arma política para evitar que puedan participar en condiciones de igualdad. El caso de estas políticas sirve para evidenciar con crudeza lo que Pierre Bourdieu ha denominado dominación masculina (Pierre Bourdieu. La dominación masculina. Barcelona, Anagrama, 2000). Ellas, por su imagen, exaltan una belleza occidental, la belleza blanca.

Son pocas las mujeres que logran acceder al poder político y son muy pocas las que logran ejercer ese poder liberándose de tal imposición o reinventándola. El gasto que realizan los hombres en el cuidado de su imagen no siempre aparece como primera noticia ni se considera un escándalo político, el de las mujeres sí. La poca trascendencia pública del gasto que durante mucho tiempo vienen realizando los políticos (finos trajes, relojes y zapatos; coches de lujo; tratamientos de calvicie, etc.) se debe a una justificación histórica y desigualitaria. Las inversiones de tiempo y dinero en el cuidado personal e imagen son evidenciadas unilateralmente en el sexo femenino. Cuando las realizan los hombres son ocultadas para no obstruir el desarrollo de la política, porque se ha considerado como normal que el hombre sea quien ejerza la representación política y no la mujer. Entonces, cuando las mujeres, en tanto otredad en la esfera política, se integran a ella, uno los roles que se les ha asignado por su sexo, como el de la belleza, emerge como un arma de doble filo que será utilizado en su contra. Por eso es que todo lo relativo a la belleza y vestido de las políticas suele ser visibilizado y criticado mucho más. La belleza y moda impuesta es en sí misma un medio de control social y un límite para las mujeres.

Palin y Castedo son dos muestras paradigmáticas de la sociedad capitalista y patriarcal porque llevan en sus espaldas esa feminidad acrítica que precisamente sirve al mundo masculino para apartarlas del poder. Ellas, muestran con su imagen las dos formas de discriminación histórica en la humanidad: por raza y sexo y, así, lo blanco siempre tiende a ser reivindicado como bello. Palin es de piel muy blanca por lo que no le hizo falta mimetizarse en un cabello de rubio platino. Castedo exhibe una cabellera rubísima y muestra un gran fondo de armario y un extremado cuidado personal (maquillaje, uñas, pelo, vestido conjuntado) todo lo cual implica un tiempo y dinero invertido que más que favorecer su carrera política en un mundo masculino, lo limita. Como bien explica Bourdieu, es el vestido el que domina y limita a las mujeres. El autor lo ha denominado el confinamiento simbólico porque condiciona de diferentes maneras los movimientos, como los tacones altos o el bolso que ocupa constantemente las manos y limita en su acción. Ellas están condenadas a dar en todo momento una determinada apariencia que les ha sido socialmente atribuida por la visión masculina occidental. Muchas, incapaces de subvertir la dominación simbólica lo que hacen es confirmarla con su imagen.

Ambas políticas forman parte de sociedades desarrolladas y comparten una ideología conservadora pero no comparten la igualdad real de mujeres y hombres que desde una perspectiva social el feminismo progresista reclama. Ambas muestran con su imagen lo que Bourdieu llama la sumisión paradójica, mediante caminos simbólicos que obviamente se refleja en la imagen, en el culto a la belleza impuesto por el sistema capitalista y patriarcal. La belleza que impone el mundo actual tiene que ver con la sumisión simbólica y con la aceptación tácita de las relaciones desigualitarias de mujeres y hombres. La belleza blanca, la necesidad de conservar el tipo de belleza rubia ya ha sido parte de la imposición «académica» en la obra de Rousseau y Kant y claro, pasando previamente por los valores religiosos. O, ¿acaso hemos visto que mujeres con poder económico y político inviertan dinero y tiempo para exhibir con orgullo un cabello oscuro, rizado y obtener el oscurecimiento de su piel? El negocio de la belleza ha impuesto simbólicamente la discriminación racial y por sexo: se dirige a las mujeres y las convierte en sujetos pasivos del mercado de la belleza, en consumidoras que deben alcanzar la belleza más cercana a la rubia y, de ser posible sexy. Por ello, se es bella en tanto blanca y rubia y no al contrario. De ahí que la industria de la moda, especialmente lo relativo a la belleza rubia es una de las más poderosas en el actual capitalismo tardío.

Las mujeres han pasado a ser las primeras consumidoras de la belleza y las que deben exponerlo con toda su crudeza. Ellas deben ser idénticas porque así lo impone simbólicamente la dominación masculina. No hay más que verificar que las empresas que dictan los cánones de belleza y moda femenina y con mayores beneficios económicos son por ejemplo, Loewe, Louis Vuitton, Versace o Gucci, Hugo Boss y Calvin Klein, Inditex, entre otros y, además los grandes laboratorios de belleza que imponen el color del pelo, la juventud y la talla 36. Estas empresas nacen desde esquemas eminentemente masculinos. He aquí el dominio simbólico masculino. Son los hombres quienes siguen estableciendo cómo deben vestir y embellecerse las mujeres. Entre sus antecedentes, cabe destacar lo establecido por Rousseau. Este autor en el Emilio o de la Educación explica y detalla cómo han de vestir las niñas, adolescentes y casaderas. Las Revistas de moda actual prácticamente reflejan el pensamiento rousseauniano y kantiano. Ambos separaron belleza e inteligencia en el cuerpo femenino. Kant afirmó que las mujeres tienen un sentimiento preferentemente para lo bello en lo que a ella misma se refiere. Dedujo que los fines de la naturaleza tienden a hermosear más a la mujer. Kant sin un ápice de duda ni vergüenza académica señaló que a una mujer le importa poco poseer elevadas visiones, ser tímida y no verse llamada a importantes negocios: es bella, cautiva y le basta, dijo. (Lo Bello y lo sublime. La paz perpetua. Madrid, Espasa Calpe, 1979). Para el pensamiento kantiano una mujer que se atreva a ser inteligente (es decir, crítica, libre y reivindicadora de la igualdad) no es bella y el no serlo para este autor implicaba la aplicación de un terrible castigo social: el ser fea. Las imágenes de Castedo y Palin muestran la obediencia a estas imposiciones injustas y desigualitarias. El reto es ser bellas, blancas, rubias y tener una imagen y estética aceptable. ¿Aceptable para quién o quienes? ¿Sobre la base de qué cánones? ¿Por qué las uñas femeninas deben ser esculpidas sólo de una determinada forma?

La imagen de ambas políticas son dos llamadas de atención que invita a reflexionar críticamente que la mujer en el ámbito publico puede ser utilizada como mero objeto y que el arma de la parte débil siempre será débil. De ahí que será necesario pactar el asunto de la dominación masculina simbólica que se muestra con veracidad fehaciente en la belleza y moda. O será necesario derribarlo con un comportamiento más crítico y con la exigencia del trato igualitario. Si la Viagra, los tratamientos de la calvicie, trajes, corbatas, etc., son parte de los gastos masculinos y son ocultados y/o en todo caso, son aceptados como normal, ¿por qué se ha de criticar el gasto que hacen las mujeres para cumplir con un rol que ellos le imponen? Tal vez flexibilizando el cumplimiento de los rígidos dictados de la moda y belleza y encontrando alternativas en la estética femenina se podría cambiar estas relaciones de dominación simbólica. El tiempo invertido en el acicalamiento que se impone a las mujeres las coloca en una situación desigual frente a los hombres en cuanto a la distribución del factor tiempo. Económicamente, por la discriminación indirecta, existe una brecha salarial enorme entre mujeres y hombres; sin embargo, éstas se ven obligadas a gastar su dinero en belleza y moda. La moda que impone la talla 38 limita sólo a ellas pues los hombres aún con una enorme barriga pueden ser considerados «buenos» representantes políticos.