A casi nadie le dice nada este nombre, Antonio López Sierra. Apenas una veintena de familias, además de investigadores, escritores o cineastas, son los únicos que pueden saber que quien está detrás de esa identidad es un extremeño nacido en 1913, involucrado en actividades delictivas desde los diecisiete años, cuyo modo de vida tuvo que ver con robar, de la manera que fuera, y cuya rutina consistía en entrar y salir de la cárcel, al ritmo de sus delitos que siempre tenían que ver con abusar de personas débiles y sin recursos para defenderse. “Éramos los chivatos de la policía. Íbamos por las ferias a buscarnos la vida con el timo del tocomocho, de la estampita o de las tres cartas”, explicaría el propio López Sierra. Se alistó en el ejército sublevado en 1936; luego fue voluntario en la División Azul y, de vuelta en España, ejecutó a garrote vil a veinte personas, siempre por encargo de algún juez, porque desde 1949 hasta 1975 ocupó la plaza de verdugo titular en la Audiencia Territorial de Madrid. Estremecen las declaraciones de este hombre en el célebre documental de Basilio Martín Patino Queridísimos verdugos (1977), al que pertenecen las confesiones antes citadas. La última víctima de este siniestro personaje, y también el último ejecutado a garrote vil en España, fue Salvador Puig Antich, militante del Movimiento Ibérico de Liberación (MIL). Puig Antich era anarquista.
Salvador Puig Antich murió a manos del verdugo en la cárcel Modelo de Barcelona la mañana del 2 de marzo de 1974, tras una detención rocambolesca y un juicio que, desde el primer momento, fue una puesta en escena grotesca en la que no se respetaron los principios más elementales del derecho penal ni del derecho procesal, o siquiera los derechos humanos. Antes de ejecutarle, las autoridades del régimen franquista se afanaron en despojarle de sus ideas anarquistas y borrar el sentido de sus actos, sus principios políticos y su vida. Lo presentaron ante la opinión pública como un asaltabancos, pistola en mano, sin conciencia ni escrúpulos. Hoy, gracias a investigaciones hechas por periodistas o juristas, como la de Jordi Panyella, se va demostrando y documentado la farsa en que consistió un juicio que terminó en condena a la pena capital, y en el que se hicieron desaparecer pruebas fundamentales, llegando incluso a alterar el sumario.
Esta entrevista con Merçona Puig Antich, hermana menor de Salvador, no gira en torno a los hechos que desencadenaron la ejecución del joven anarquista a los 25 años, sino más bien a cómo se vivió todo aquello dentro de la familia; el relato de un proceso que comienza cuando un joven toma la decisión de dedicarse a la política, enfrentándose al régimen, y termina en un bar de Barcelona, El funicular, en el que la policía esperaba a dos amigos anarquistas allí citados. La emboscada terminó con un tiroteo en un portal, un policía muerto por cinco impactos de bala, y Salvador Puig Antich herido por dos. De su pistola, la de Salvador, salieron tres disparos, pero no cinco, que era el número de balas incrustadas en el policía muerto. Esto ya se ha demostrado, sin consecuencias jurídicas, de momento.
Merçona Puig Antich tenía trece años cuando ejecutaron a su hermano. Ha participado en innumerables entrevistas, actos, charlas en colegios hablando de Salvador, de su vida y de su muerte. Sin duda, se siente cansada de todo esto, pero ella misma declara su intención de no dejar de hacerlo, porque la muerte a garrote vil del anarquista Puig Antich no solo le marcó de por vida a ella y a sus hermanas, sino que ha sido y sigue siendo su lucha: que se reconozca la verdad o, mejor dicho, las mentiras de un juicio que fue sobre todo una burda farsa para condenar a morir por el método medieval del garrote vil a una persona cuyo delito consistió en plantarle cara al franquismo. La ejecución de Salvador Puig Antich se ha convertido en símbolo de la crueldad y la represión de la dictadura franquista.
¿Cómo marcó a la familia el asesinato de su hermano?
No sé muy bien cómo nos marcó o cómo explicarlo, pero hay un antes y un después. Y además de la manera en que fue aquello, porque fue algo sumamente macabro, a garrote vil, un método medieval. Por suerte, somos cuatro hermanas y nos apoyamos entre nosotras; todo lo hemos pasado juntas. Tengo que decir que ya no me imagino la vida sin aquellos hechos. Yo tenía trece años cuando mataron a mi hermano, era muy pequeña, y ahora no tengo ni idea de cómo habría sido mi vida sin ese hecho, es algo que ha formado parte de mi vida siempre. Además, todo aquello me condujo a desilusionarme con el género humano, he sentido mucha rabia en este proceso, que ha sido muy largo. Es verdad que las cuatro [hermanas] hemos seguido muy activas en todo lo que tiene que ver con Salvador, aunque totalmente desencantadas. Es un sentimiento de desencanto que te llega muy adentro, y la sensación de que no te fías de nada ni de nadie.
Lo dice porque hubo gente que les falló en aquellos momentos tan duros.
Sí, pero no a nosotras, sino a Salvador. Nadie salió en su apoyo hasta que lo mataron. Como era anarquista, no tenía una masa política fuerte detrás. Todo el mundo estaba a la expectativa, a ver qué pasaba [si Franco conmutaba la pena de muerte], sin decir nada; pero cuando se lo cargaron, claro, todo el mundo salió a la calle; y sí, hasta entonces, todos mirándose a ver qué hacía el otro. Esa es al menos la sensación que hemos vivido en la familia.
¿Cree que esa actitud pasiva de la que habla pudo deberse a que caló la propaganda del régimen para presentar a su hermano como preso común y no como alguien perseguido por sus ideas políticas?
Sí claro, esa era la idea de Franco, eso es lo que quería; por eso ejecutó también a Heinz Chez [disidente de la República Democrática Alemana, condenado en España por matar a un guardia civil], lo mataron junto a él. Y esto era un mensaje que importaba de cara a la opinión internacional, les interesaba mucho que llegara al exterior ese mensaje de presentar a Salvador como un delincuente común y no como un preso político. Por otra parte, en todo aquello pesó su ideología anarquista, y por eso ni comunistas ni socialistas le apoyaron hasta que lo mataron. Solo tras su muerte salieron todos a la calle protestando porque se había hecho una injusticia enorme. O al menos nosotras lo vivimos así.
Retrocediendo un poco, ¿en su familia estaban enterados de la actividad política de Salvador?
Que estaba en el MIL, no [el Movimiento Ibérico de Liberación-Grupos Autónomos de Combate (MIL) fue una organización anticapitalista y guerrillera activa durante los inicios de la década de 1970 en Cataluña], pero que hacía algo especial, sí. Yo tenía trece años, le había conocido antes como jipioso, y de pronto un día me viene a buscar al cole con traje y corbata y un coche; recuerdo que yo pensé: “Pero ¿qué hace así mi hermano?”, porque su imagen era completamente distinta. Y él me decía: “Negocios, negocios, pero no le digas a nadie que te he venido a ver”. Y yo me callaba, claro, porque si no, no volvería a recogerme al cole. Pero, desde luego que algo sabían mis hermanas. Yo al principio no me daba cuenta de nada; pero luego vas perfilando un poco por lo que oyes a tus hermanas y por cosas que iban pasando. Y más tarde, cuando se dejó la bolsa aquella…
¿Qué bolsa?
Bueno pues una bolsa que se dejó en un bar en el que había quedado con documentos, carnés falsos… te puedes imaginar. La encontró la policía; mi madre se enteró, y algo hizo para arreglar las cosas y que quedara todo bien, pero a partir de ese momento mi madre y mis hermanas se dieron cuenta de que estaba muy involucrado en algo; en la familia veían que detrás había algo político, pero no sabíamos ni dónde militaba ni nada. Yo me enteraba menos porque era mucho más pequeña.
Además, su familia era de ideas progresistas, ¿verdad?
Sí, excepto mi padre; había tomado parte en la batalla de Belchite, había estado en un campo de concentración, en Francia, y cuando regresó no quiso saber nada de ideas políticas; quedó muy tocado y a él no le gustaba nada que Salvador estuviera metido en asuntos políticos.
¿Dónde adquirió su hermano sus ideas políticas, su activismo?
Sobre todo, en el instituto. Él había sido siempre muy justiciero. En el colegio, iba a los salesianos [colegio de la burguesía al que también acudían alumnos becados], y también iba el hijo del portero y otros así; y si un profesor o algún chico se metía con ellos, él salía a defenderlos y por estas cosas le expulsaron de varios centros. Desde muy pequeño tuvo conciencia social, y en el instituto fue cuando empezó a militar. Luego se fue a la mili y, al volver, estuvo medio año pensando si seguir estudiando o dedicarse a la política; si militar y dar la vida por la política o no. Lo pasó muy mal hasta tomar la decisión. Su compromiso con la política fue una cuestión muy meditada, no surgió de manera repentina. En esa época de plantearse su militancia vivía con mi hermana mayor, y ella siempre cuenta que Salvador lo pasó realmente mal, no podía dormir; se pensó muy bien hacia dónde ir. Yo iba a verle y recuerdo que estaba de mal humor, se le notaba inquieto.
¿Se les pasó por la cabeza que pudiera llegar a ocurrir lo de aquel 25 de septiembre de 1973, cuando su hermano es herido y detenido tras una emboscada en Barcelona y acusado de matar a un policía?
Nosotros no nos lo esperábamos para nada; además, nos enteramos por la radio. Nos enteramos de que estaba en el Hospital Clínico, que había salido herido del tiroteo, entonces mis hermanas salieron corriendo al hospital y allí se plantaron y se pusieron a gritar: “¡Som aquí, som aquí!” Porque la policía no les dejaba entrar.
A partir de ahí, los hechos son bien conocidos, aunque no tanto lo que ocurría detrás de todo aquello, es decir, lo que pasaba en la familia.
El abogado de Salvador, José Oriol Arau, era el que nos informaba. Con la policía y las autoridades nunca tuvimos contacto. Estaban las visitas a la cárcel; él, mi hermano, tenía la boca llena de hierros y gomitas, porque el tiro le había dado en la mandíbula, y le costaba hablar, se le entendía mal. Pero se recuperó. Es verdad que tampoco podíamos hablar mucho rato con él. Y nunca hablamos de política; hablábamos de la familia, de lo que había hecho cada uno, conversaciones triviales, como si no pasara nada o tratando de quitarle hierro a la situación. Donde hablábamos era un locutorio, estábamos separados por un cristal, y además es que teníamos que hablar en castellano, si hablabas en catalán salían a regañarte, porque estaban ahí, escuchando.
Le quería preguntar por el 3 de marzo de 1974, que es el día siguiente a la ejecución de Salvador.
Fuimos al entierro. Aquel día no llovía, y sí, ese día había muchísima gente por la calle; todos querían entrar dentro del cementerio, a nosotros nos costaba llegar; fue brutal. Ese día sí que hubo muchísima gente por todas partes, protestando. La última noche había sido muy dura. Yo no estuve en las doce horas que daban para estar con la familia, porque Salvador no quiso que yo estuviera, porque para él eso hubiera sido muy duro, era la hermana pequeña. A las ocho de la mañana fui al bar de la cárcel; ahí estaban ya mis hermanas, porque las habían echado. Todo eso fue muy triste, muy triste; la espera a que saliera el féretro. Yo lo recuerdo todo raro, duro, como algo que no te lo crees, que no parece que pueda estar sucediendo.
Porque además fue un ‘chivo expiatorio’.
Lo era. Y ya lo dijo él. Pero es que al cabo de unos meses se cargaron a los cinco [los cinco ejecutados el 27 de septiembre del 75, tres miembros del FRAP y dos de ETA]. Y ahí los abogados lo pelearon de verdad, pero por lo visto no había suficientes garrotes para matarlos, y por eso los fusilaron. Todo era venganza pura y dura. Además, Salvador vio clarísimo que todo se había acabado cuando el atentado de Carrero Blanco; en ese momento no tuvo ninguna duda de que aquello que muchos celebraron para él iba a suponer la pena de muerte.
Decía antes que usted y sus hermanas están algo desencantadas, sobre todo por la respuesta que se ha dado a las reclamaciones en torno al juicio de Salvador Puig Antich. Pero siguen siendo militantes activas; por ejemplo, usted pertenece a La Comuna, una asociación de presos del franquismo.
Lo de Salvador me hace moverme, a tope, pero otras cosas me cuestan más. Nosotras vamos a institutos, a muchos sitios, a intentar crear conciencia porque no puede ser que la gente se olvide de todo lo que pasó. También hay muchos casos de trabajos forzados, es asqueroso, fueron muy crueles.