El Dr. Adam Corner argumenta que las soluciones de geoingeniería destinadas al cambio climático son «el último truco de salón del capitalismo… un salto impresionante desde la negación desesperada de las causas del cambio climático hasta una negación triunfal de sus consecuencias». En su libro The Shock Doctrine, Naomi Klein unió los puntos que unían […]
El Dr. Adam Corner argumenta que las soluciones de geoingeniería destinadas al cambio climático son «el último truco de salón del capitalismo… un salto impresionante desde la negación desesperada de las causas del cambio climático hasta una negación triunfal de sus consecuencias».
En su libro The Shock Doctrine, Naomi Klein unió los puntos que unían la fabricación comercial de armas militares, la comercialización de medicamentos contra la pandemia de gripe y las empresas de construcción extranjeras reclutadas para reconstruir Irak: tres proyectos felices unidos por la filosofía compartida del «capitalismo de los desastres». Quizá sea el momento de agregar otro esquema emprendedor a este programa bastante oportunista de conseguir beneficios basándose en el pánico: la geoingeniería. La manipulación a gran escala e intencionada de la tierra y sus ecosistemas como respuesta al cambio climático causado por el hombre.
En un salto impresionante desde la negación desesperada de las causas del cambio climático hasta una negación triunfal de sus consecuencias, el capitalismo de frontera puede haber dado con su mejor idea. La banda flexible de tecnologías que ofrecen la deliciosa perspectiva de tratar con ingeniería nuestro camino de salida del cambio climático sale directamente de la ciencia ficción, pero la han tomado seriamente científicos e inversores.
Los planes son variables, desde inyectar en la atmósfera partículas de sulfato para inducir el enfriamiento a fertilizar floraciones de algas con virutas de hierro para incrementar el secuestro de CO2, para «cepillar» químicamente el CO2 del aire. Como mostró el evento de Royal Geographical Society sobre geoingeniería de la semana pasada (1), muchos se ven seducidos por una ciencia que cuelga la zanahoria del arreglo tecnológico del cambio climático delante de sus narices.
El evento proporcionó una ventana fascinante de la manera en que la geoingeniería es percibida actualmente por la comunidad científica. El profesor David Keith (2)…, abogado de la geoingeniería (aunque está lejos de ser un evangelizador), pedía un programa de investigación responsable y medible de las posibilidades de esta tendencia. El problema de esta propuesta, sin embargo, es que incluso el hecho de jugar con la idea de la geoingeniería abre la caja de Pandora de la incertidumbre climática y sociopolítica. Como observó en ese mismo evento el Dr. Paul Johnston, de Greenpeace, incluso la investigación más elemental de la geoingeniería implicará experimentos en el mundo real con los bienes comunes.
Jim Thomas, que hace campaña por el Canadian ETC Group, ha observado que si el control sobre estos bienes comunes parece incluso remotamente factible, inevitablemente surgirán conflictos internacionales (3) . Científicos medioambientales como David Keith son sin duda bienintencionados al buscar soluciones tecnológicas al cambio climático, pero su investigación no se realiza en un vacío, sino en un mundo que está definido por un sistema socioeconómico profundamente insostenible y no equitativo.
¿Qué esperanza hay de que la geoingeniería se aplique benignamente para un bien mayor? ¿Se buscará el consentimiento del mundo en vías de desarrollo cuando realicemos nuestros experimentos climáticos con sus recursos naturales? ¿Compartiremos nuestro conocimiento recién encontrado o solo con aquellos que pueden permitirse la compra de nuestros diseños patentados?
Como han observado repetidamente filósofos como John Gray, la fe inquebrantable en el progreso humano no suele pasar de una sustitución laica del fervor religioso. En respuesta a las acusaciones de que la investigación de la geoingeniería implicaría correr riesgos in precedentes con el frágil ecosistema del planeta, El profesor David Keith contestó: «No estamos en 1750». Lo que implica que aunque los científicos de la revolución preindustrial no previeron las consecuencias de sus actos, los expertos de hoy son demasiado sabios para actuar descuidadamente. Pero mientas algunos miembros de la comunidad científica medioambiental no buscarían tomar riesgos no cuantificables con el clima, hay un grupo duro de capitalistas del desastre dispuestos a correr ese riesgo por ellos.
Resulta preocupante que varios experimentos con floraciones de algas hayan sido impulsados por la presión comercial de compañías que pretenden vender créditos en el emergente mercado de intercambio de derechos de emisión de carbono. No importa que las floraciones artificiales de algas todavía no hayan demostrado reducciones comprobadas de CO2: los proyectos de geoingeniería a gran escala podrían ser el último truco de salón del capitalismo. El diseño y fabricación de máquinas, de las que finalmente nos volvemos dependientes, para neutralizar los desechos producidos por una sociedad de crecimiento económico impulsado por el consumo. El atractivo de la geoingeniería, la irrigación colónica del planeta, es casi irresistible. ¿Y si funcionara? ¿Y si realmente pudiéramos lavar el carbono del cielo sin tener que reducir nuestras emisiones de carbono?
Desafortunadamente, la cuestión de la eficiencia técnica desvía la atención sobre el problema. Sabemos que podemos diseñar tecnologías que pueden alterar el clima, que es el problema que tratamos de resolver. Pero la cuestión importante es si podremos encontrar una salida del problema que no exacerbe las desigualdades existentes. Abordar el cambio climático es quizá la prueba más crítica de nuestro compromiso con la justicia social que encontraremos nunca: ¿Qué podría ser más fundamental que la división y gestión intencionadas de los recursos naturales de la tierra?
Pero a menos que se produzcan cambios significativos en el modo en que el conocimiento científico es compartido y distribuido, la geoingeniería no puede abordar el cambio climático de un modo equitativo. Creer que el poder sin precedentes de la geoingeniería no será ejercido por los ricos y poderosos a expensas de los débiles y vulnerables es algo más que simple tecno-optimismo: conduce a una negación general de la realidad política.
El Dr. Adam Corner es Research Associate de la School of Psychology at Cardiff University. Su investigación se centra en la comprensión pública de la ciencia y la comunicación del cambio climático. Escribe regularmente en su blog www.100monthsandcounting.blogspot.com
Traducido para Globalízate por Almeida Torre
http://www.globalizate.org/marshall070609.html
Artículo original: http://climatedenial.org/2009/06/02/geo-engineering-denial-on-a-global-scale/
Referencias:
1. http://www.21stcenturychallenges.org/events/detail/engineering-our-climate/
2. http://www.21stcenturychallenges.org/focus/meet-the-panel-for-engineering-our-climate/
3. http://www.etcgroup.org/upload/publication/pdf_file/742