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Neoconservadores en España

Fuentes: Rebelión

Los sables cortan las brisas que los cascos atropellan García Lorca  El caso es vestirse con otras galas, colgar las oxidadas armaduras en el armario ropero de su historia reciente (el franquismo y sus consecuencias), y parecer lo que no son. El caso es vestirse de romería parlamentaria o de chulapo castizo 2012 con corbatas […]

Los sables cortan las brisas
que los cascos atropellan

García Lorca 

El caso es vestirse con otras galas, colgar las oxidadas armaduras en el armario ropero de su historia reciente (el franquismo y sus consecuencias), y parecer lo que no son. El caso es vestirse de romería parlamentaria o de chulapo castizo 2012 con corbatas amarillas y pañuelos de seda firmados y salir a la calle (ahora hasta se manifiestan) con un discurso hueco y zafio, hijo de la reacción y del temor a perder los históricos privilegios de clase, tratando de vertebrar los restos difusos del pensamiento tradicional español: los valores de la marcial y valerosa neoEspaña de las esencias puras. Son los nuevos conservadores (aquí, los de siempre), llamados ahora neocons, que llegan galopando desde los consejos de administración del complejo tecnológico-militar norteamericano hasta esta remota periferia del imperio donde encuentran acomodo y regocijo entre las huestes neoafricanistas del sempiterno PP. Lucen masters como condecoraciones (si acaso no lo son), manejan stock-options con ligereza de croupier, citan autores vinculados a los aparatos del estado de EE.UU. como Huntington y Fukuyama (la ridícula versión española serían Moa, Vidal o Jiménez.), se reúnen en cónclaves -nunca mejor dicho- tipo FAES y sonríen al lucero del alba esperando que caigan en sus trampas de plástico víctimas (nada) inocentes que sueñan con otra vida, con ser otros, con pertenecer a la casta de los elegidos, esos que, hace siglos, alicataron con bronces ecuestres y crímenes el reino de los cielos. Se les conoce por neocons. En francés con (como suena) significa «gilipollas». En inglés, se intuye, será diferente.

Casas en barrios residenciales y perros de peludas capas (que ya vendrá alguien -un inmigrante sin regularizar- a recoger los pelos del animal), coches de lujo, rubias de Lladró y mesas petitorias, tablas en las faldas y en la blusa, prendida, una banderita rojigualda. Misales encuadernados en piel crema, arquitectos e ingenieros de caminos, montes y minas (antipersonas), sus portavoces (los voceros del odio y la represión histórica) insultan con voz aflautada -rictus antiguo, altanería de señorito- utilizando expresiones surgidas de los arcones de las sacristías y de las alacenas de las notarías. Son España -con mayúscula y paella dominical- y así se imaginan. Lo constitutivo de la identidad patriótica, golpista o requeté. Cualquier desviación de la línea establecida por sus homilías y sus negocios es considerado la antiespaña. Neocons de la neoespaña. Presentan maneras de contable (Zaplana, Acebes, Michavilla, Rajoy, Aguirre, entre otros destacados representantes del entramado) y al fondo, como caído del cielo, un falso tríptico de María Santísima, madre de todos los devotos de las causas (generales), comprado en las subastas de Durán un sábado por la mañana. Son los neocons y se les reconoce por el aliento carroñero y la mirada torva, esquiva. Algunos leen Los mitos de la guerra civil o Checas de Madrid pero esos, los pobres, ya no tienen remedio. Han caído en la red. Si manejaran textos referenciales de Donoso Cortes, Vázquez de Mella o Menéndez Pelayo/Pidal estarían anclados en una tradición a la que, sin saberlo, superarían por la derecha. Pero ni eso. Todo es falso en los neocons nacionales, todo impostura: Marbella, Sotogrande y Baqueira Beret. Desde las inexistentes armas de destrucción masiva hasta Aznar y Botella haciendo el ridículo «en la nieve en polvo» como sólo sabe hacerlo -ensimismada en su profunda idiotez- la pequeña burguesía provincial castellana.

Los neocons españoles -jóvenes con un ligero aire neofascista- son patriotas hasta la médula espinal, escupen sentencias cargadas de agrio veneno por sus gargantas profundas, se alegran con los triunfos de los deportistas/hombres anuncio y escuchan la COPE a cualquier hora sin una mueca irónica colgada de la comisura. Ellas, agarradas a sus bolsos con cadenas y rastrillos, seguirán comprando de manera compulsiva por los barrios altos, es un decir, de todas las ciudades. Ellos, enhiestos de rabia y machismo, podrán ponerse sin pecar un preservativo. Sus amantes, escondidas en apartamentos de lujo y ya con el permiso del sátrapa de Polonia, lo agradecerán. Una gonorrea menos, pensarán. Arriba España.