Casi se puede prever la tónica informativa dominante cuando el 26 de abril se cumplan 29 años del inicio de la catástrofe atómica de Chernóbil. Como viene siendo habitual, se difundirá algún reportaje fotográfico sobre la ciudad fantasma, con su vegetación en crecimiento y sus objetos abandonados; se dedicará un recuerdo a las personas evacuadas, […]
Casi se puede prever la tónica informativa dominante cuando el 26 de abril se cumplan 29 años del inicio de la catástrofe atómica de Chernóbil. Como viene siendo habitual, se difundirá algún reportaje fotográfico sobre la ciudad fantasma, con su vegetación en crecimiento y sus objetos abandonados; se dedicará un recuerdo a las personas evacuadas, se incluirá alguna nota de «normalidad», como el incremento del «turismo de aventura» (curioso oxímoron) en la zona; no sería de extrañar que se repitan imágenes de la naturaleza salvaje del entorno, con águilas, osos, lobos, etc. ocupando anteriores espacios humanizados, todo ello sin que falte un enfoque estético y una reflexión superficial de lo que ha supuesto el abandono humano para el retorno de la «vida natural»; incluso puede que aparezca alguna imagen de animales domésticos deformes (personas no, que no conviene agitar demasiado los espíritus). Una mezcla heterogénea para un comentario casual y ya está; hasta 2016.
Esta es la pauta informativa desde que en 2005, en pleno auge del «renacimiento nuclear», la OMS publicó su vergonzoso «informe» [1]: nada de mencionar los conflictos que la catástrofe originó, sólo especulaciones superficiales sobre los «liquidadores» y silencio sobre las consecuencias profundas, y a largo plazo, que se siguen manifestando en la población, la sociedad y la economía de Ucrania y, sobre todo, de Bielorrusia.
Porque, aunque Chernóbil está situado en Ucrania, la mayor parte de los materiales radiactivos fueron arrastrados por el viento y se extendieron por varios territorios [2], la mayoría en Bielorrusia (un 70% de los que expulsó la explosión); los mapas más actualizados [3] muestran la evolución de una superficie permanentemente contaminada. Mapas indicativos de lo ridículas que son las fronteras políticas ante las catástrofes ambientales provocadas por los que mandan.
Sobre Bielorrusia, sobre las secuelas que sigue produciendo Chernóbil, sobre personas que lo arriesgaron todo (y en algunos casos lo perdieron todo) por anteponer la ética y la dignidad a los intereses económicos y políticos del lobby atómico, es sobre lo que van estas líneas.
Dejando de lado los 2.600 kilómetros cuadrados de la «zona de exclusión», objeto de atención preferente en cada aniversario [4], en Bielorrusia (o Belarús) viven más de 9 millones de personas, gobernadas desde hace más de veinte años por el mismo poder; un poder que propone, desde hace un año, construir un nuevo reactor atómico; un poder que impide saber cuántas de las 985.000 víctimas de Chernóbil entre 1986 y 2010 corresponden a Bielorrusia [5] y cuántas personas padecen hoy enfermedades causadas por la radiación ambiental [6]. El poder que más se adecua a la energía atómica.
Porque uno de los silencios impuestos es el de los efectos de las denominadas «bajas dosis» de radiación. La postura oficial es clara: toda radiación que es imposible evitar que se propague al exterior de un reactor en funcionamiento «normal» es «inocua» (de ahí el recuento de dichas emisiones recogido anualmente en el informe del CSN al Congreso de los Diputados), y por eso la única enfermedad reconocida como consecuencia de la radiación es el cáncer de tiroides. Quien cuestiona este silencio, especialmente si es médico o científico, se enfrentan a graves consecuencias.
Vassili Nesterenko era científico y Yuri Bandajevski es médico. Ambos tuvieron la oportunidad de experimentar el precio que se paga por enfrentarse al lobby nuclear; ambos eran personas respetadas profesionalmente y con trayectorias notables. Nesterenko fue director del Instituto de Energía Nuclear de la Academia Nacional de Ciencias de Belarús, hasta que su denuncia de la indiferencia del poder a las peticiones de evacuación en un radio de cien kilómetros que formulaba le llevó a la expulsión del puesto. En 1989 fundó el Instituto de Seguridad Radiológica BELRAD para ayudar a las víctimas de la radiación, especialmente a niños y niñas.
Las actividades de Nesterenko cuestionaban el saber oficial: suministraba alimentación complementaria para neutralizar el cesio radiactivo en los más de trescientos Centros Locales de Control Radiológico que creó, recogía sistemáticamente datos de radiación interna (al margen de las directivas de la OMS y la OIEA) y colaboró con Bandajevski cuando éste comenzó a sufrir el acoso del poder. Todo ello le convirtió en un marginado de la comunidad científica; fue amenazado con internamiento psiquiátrico, y sólo la reacción internacional le salvó y le permitió continuar con su labor, aunque se cree que escapó con vida a dos atentados [7]. Nesterenko murió a los 73 años, el 25 de agosto de 2008, tras una operación de estómago.
Yuri Bandajevski fue nombrado en 1987, después del inicio de Chernóbil, director del Laboratorio Central de Investigaciones Científicas de la región de Gómel, y en 1990 director del Instituto Médico de Gómel. Sus investigaciones sobre los verdaderos efectos de la radiación en los habitantes de la región, sus denuncias sobre la degradación de las condiciones de vida, la publicación de informes críticos sobre los efectos de las bajas dosis en la salud, especialmente sobre los métodos utilizados por el Instituto Radiológico de Minsk (uno de los mayores receptores de fondos de la ayuda internacional a la investigación), que minimizaban el recuento de casos; todo le llevó a una confrontación con el poder, que le acusó de malversación de fondos y soborno y le aplicó la legislación antiterrorista.
Bandajevski fue detenido en 1999, y tras ser puesto en libertad por la presión internacional pudo continuar su trabajo gracias al apoyo de Nesterenko. En 2001 fue juzgado por un tribunal militar bielorruso y, pese a que los supuestos testigos de sus delitos se retractaron en sus declaraciones afirmando que habían sido coaccionados, fue condenado a ocho años de reclusión criminal, incautación de bienes e inhabilitación profesional durante los cinco años posteriores al cumplimiento de la condena. En 2005 obtuvo la libertad provisional, y en 2006 se instaló en Francia, donde continúa su trabajo de investigación médica [8].
La dignidad, la ética y el compromiso de Nesterenko, de Bandajevski y de tantas personas anónimas que han arriesgado mucho (o todo) en defensa de la salud humana y el medio ambiente [9], obligan a una reflexión sobre las actitudes opuestas: las de aquellas otras personas que medran cómodamente al amparo del lobby atómico [10] y las de aquellas otras que se manifiestan de manera escéptica, pero sólo dentro de los límites establecidos para ser reconocidos como «expertos» por el poder. La primera actitud es de sobra conocida; la segunda permite poner el «prestigio» que otorga el calificativo de «experto» (con el añadido de un «currículum» más o menos brillante) al servicio del poder, ayudando a «racionalizar» el sufrimiento y las amenazas de la energía atómica [11].
La mayoría de las personas, en cambio, podemos reflexionar y actuar de manera crítica, podemos aportar un cierto esfuerzo para que estas dos posturas extremas -arriesgarlo todo ante el sufrimiento y el desastre, u optar por el servilismo que lo hacen posible- sean cada vez más innecesarias. Ya que Fukushima ha vuelto a marcar una diferencia que se había ido desdibujando a medida que el recuerdo de Chernóbil se desvanecía, la diferencia entre aquellas personas que se oponen a la locura atómica e intentan que finalice cuanto antes, y aquellas otras que se lamentan de su existencia pero se resignan a convivir con ella. Las consecuencias de la hegemonía de una u otra opción afectarán a la inmensa mayoría de los seres humanos.
Notas
[1] El informe, que llevaba el grandilocuente título «La herencia de Chernóbil: repercusiones sanitarias, ambientales y socioeconómicas», aunque redactado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), estuvo supervisado y controlado en su totalidad por la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA), a causa del estatus de sumisión legal que la OMS tiene a la OIEA en todo lo relativo a enfermedades relacionadas con la radiación. El contenido sesgado del informe es denunciado y documentado en la excelente obra colectiva de Salvador López Arnal, Eduard Rodríguez Farré y otros Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente ( http://www.elviejotopo.com/web/libros_detalle.php?idLibro=215).
[2] http://one-europe.info/eurographics/radiation-levels
[3] Evolución en http://chornobyl.in.ua/en/maps-of-belarus-contamination.html
[4] Ver http://en.wikipedia.org/wiki/Chernobyl_Exclusion_Zone
[6] Un ejemplo en http://www.theguardian.com/world/2014/jul/25/belarus-anti-nuclear-chernobyl-on-her-doorstep y enlaces relacionados en el artículo. Más información en http://www.telegrafo.com.ec/sociedad/item/efectos-de-la-radiacion-en-chernobil-aun-perduran.html
[7] http://independentwho.org/fr/vassili-nesterenko/ , http://independentwho.org/en/the-founding-associations/ y http://archives-2001-2012.cmaq.net/en/node/30812
[8] La mayoría de la información procede del libro de Roger Belbéoch Chernoblues, Malapata Ediciones, Granada, 2011.
[9] http://elpais.com/diario/1982/06/14/espana/392853605_850215.html
[10] http://sociedad.elpais.com/sociedad/2008/04/23/actualidad/1208901603_850215.html
[11] Véase el caso Coderch en http://www.ara.cat/tema_del_dia/Marcel-CoderchGuillem-CortesRaquel-Monton-preguntes_0_1318668175.html
[Miguel Muñiz es miembro de Tanquem les Nuclears-100% EER y mantiene la página de divulgación energética http://www.sirenovablesnuclearno.org/]
Fuente: http://www.mientrastanto.org/boletin-134/notas/nesterenko-bandajevski-bielorrusia-chernobil-29-anos