Antonio Beltrán Marí es profesor titular del Departamento de Lógica, Historia y Filosofía de la Ciencia de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona y uno de los más grandes especialistas mundiales en la obra de Galileo. Entre sus publicaciones cabe destacar, además del volumen comentado, Galileo, el autor y su obra […]
Antonio Beltrán Marí es profesor titular del Departamento de Lógica, Historia y Filosofía de la Ciencia de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona y uno de los más grandes especialistas mundiales en la obra de Galileo. Entre sus publicaciones cabe destacar, además del volumen comentado, Galileo, el autor y su obra (Barcanova, 1983), Revolución científica, Renacimiento e historia de la ciencia (Siglo XXI, 1995) y Galileo, ciencia y religión (Piados, 2001). En 1994, Beltrán Marí publicó su traducción castellana del Diálogo sobre los máximos sistemas del mundo. Su larga y precisa introducción y las documentadas notas de su edición fueron incorporadas en la edición italiana del gran clásico de Galileo.
Talento y poder se lee como una novela. No es, desde luego, una novela histórica sino un libro de historia de la ciencia escrito con pulso y talento narrativo. ¿Ha sido esta una de tus finalidades como escritor?
Dando por sentado que el primer requisito que uno intenta satisfacer es el rigor histórico y la precisión conceptual, creo que siempre hay que tratar de hacer una exposición lo más comprensible, agradable e interesante que sea posible. Pero no se ha tratado sólo de un problema de voluntad o decisión. Una fuente documental básica es la amplísima correspondencia de los protagonistas del caso, sobre todo de Galileo. Conservamos nueve gruesos volúmenes de cartas, que permiten seguir, en muchas ocasiones día a día, el desarrollo de los acontecimientos. Posiblemente esto induce a un cierto estilo narrativo y en cierto modo sugiere un determinado modo de entreverar la información pertinente al contar la historia. En todo caso, creo que ahora entiendo un poco mejor las afirmaciones de algunos escritores en el sentido de que, en ocasiones, las historias parecen tener cierta dinámica autónoma que, en cierto modo, se les impone.
¿Cuál fue la acusación central de la Iglesia católica contra Galileo?
Según la versión oficial de la sentencia fue condenado porque con la escritura y publicación del Diálogo había desobedecido un precepto recibido en 1616 que le prohibía tratar de ningún modo la teoría copernicana que ya había sido condenada y declarada contraria a las Escrituras. No obstante, si tenemos en cuenta que el libro había sido publicado con todos los permisos, tras un largo proceso de censura de dos años, es obvio que la cuestión era más compleja.
¿Fue fruto de una discusión filosófico-científica? ¿La condena tuvo lugar tras un sereno y prolongado período de reflexión?
Creo que una de las tesis que el libro prueba de un modo más detallado y exhaustivo es precisamente que la condena del copernicanismo y de Galileo no fueron fruto de ninguna sesuda reflexión filosófica, científica o metodológica. Quienes decidieron fueron las autoridades eclesiásticas ignorantes en el tema, no los especialistas. Pablo V fue famoso por su desprecio de la cultura y del refinamiento intelectual. Bellarmino era totalmente incompetente en el ámbito científico por el que mostraba un considerable desprecio. Era un fundamentalista bíblico que consideraba las Sagradas Escrituras no sólo como autoridad moral inapelable sino como fuente de conocimiento cosmológico detallado que oponía a los astrónomos. En cuanto a Urbano VIII, puede decirse que en los momentos iniciales de euforia de su papado coqueteó con algunos innovadores como Galileo, pero estaba tan lejos de compartir las ideas innovadoras como Bellarmino. Y en este juego equívoco ni siquiera fue capaz de entender las implicaciones de su famoso argumento teológico, que Galileo supo aprovechar. Por lo demás, los intelectuales más competentes de la Iglesia, en especial los matemáticos jesuitas, simplemente fueron fieles a su voto de «obediencia ciega». Según sus propias declaraciones, no hicieron auténtica investigación científica. Se plegaron a las autoridades eclesiásticas más incompetentes que ellos y pensaron a su servicio.
¿Por qué crees el científico pisano no fue, digamos, más prudente en sus posiciones o en su manifestación pública? Giordano Bruno había sido quemado en la hoguera en 1600. La Santa Inquisición no parecía comportarse como una hermana buena y afable. Descartes, por ejemplo, pareció ocultar su simpatía por el copernicanismo («Vive bien quien bien se oculta»).
Galileo creía honestamente que no tenía por qué haber conflicto entre la investigación científica y las Sagradas Escrituras. Pero, en 1616 la Iglesia le prohibió sostener o defender sus tesis tanto exegéticas como cosmológicas. A partir de ese momento nunca expuso públicamente sus auténticas ideas. Y lo cierto es que cuando publicó su Diálogo en 1632 lo hizo sometiéndose a todas las condiciones, limitaciones y cortapisas que el propio Papa le había impuesto, accediendo a falsear sus propias creencias, al gusto de los censores. No obstante, aún respetando las desventajosas reglas de juego impuestas, su talento le permitió, en un arriesgado juego, ganar muchas bazas proporcionando material suficiente al lector para que sacara sus propias conclusiones. Si el talento resulta insultante y la prudencia se identifica con el silencio, la renuncia y la entrega absoluta al poder, Galileo, en efecto, no fue prudente.
La llamada «Rehabilitación de Galileo», iniciada en 1979 por parte de Juan Pablo II, parecía indicar un cambio de actitud por parte de la Iglesia y la disposición a reconocer los propios errores. ¿Ha sido así? ¿En las últimas décadas la Iglesia ha variado sustantivamente sus posiciones respecto al caso Galileo?
Un poco de historia resultará útil para responder. Desde el s. XIX la Iglesia ha tomado varias iniciativas respecto al caso Galileo. 1. En 1820 la vigencia de la condena de la teoría copernicana como falsa resultaba ridícula. Un sonado caso interno -el caso del canónigo Settele- obligó a tomar una decisión y el comisario del Santo Oficio, Mauricio Olivieri desarrolló y ratificó una tesis que ya se había venido elaborando: en su condena de la teoría copernicana de 1616 la inquisición había actuado con toda pulcritud científica, porque entonces Galileo no tenía pruebas; ahora, en 1820 tales pruebas ya existían y se retiraba del Indice la condena del Diálogo de Galileo y otras obras copernicanas. Así pues, no se reconocía ningún error, se ratificaba un doble acierto. 2. A principios del s. XIX Napoleón se había llevado a París todos los documentos inquisitoriales del caso Galileo. Tras ser recuperados por Roma, el Prefecto de los Archivos Secretos Vaticanos, Marino Marini, publicó en 1850 una obra en la que utilizaba parcial y fraudulentamente tales documentos para afirmar que mostraban la «sabiduría y moderación» de la Inquisición frente a la conducta «siempre incoherente, sino siempre maliciosa» de Galileo. El exceso pareció exagerado incluso a los propios apologistas. Cuando se publicaron los documentos, los historiadores independientes denunciaron fundadas sospechas de fraude en alguno de los documentos inquisitoriales del proceso de Galileo. 3. En 1942, en presencia de Pío XII, Agostino Gemelli, rector de la Academia Pontificia de Ciencias anunciaba con gran fasto que se había encargado al historiador de la Iglesia Pío Paschini una obra sobre Galileo que ubicaría su obra «en su verdadera luz». La imagen que daba Paschini de la actuación de los jesuitas, la Inquisición y la Iglesia en el caso Galileo no gustó a la Inquisición y no se permitió la publicación del libro. Muerto Paschini, en el concilio Vaticano II, se decidió publicarlo tras una revisión del jesuita Edmond Lamalle, que introdujo, según dijo, «algunas intervenciones muy discretas » para actualizarla. La comisión del Concilio consideró que en el libro de Paschini «se expone todo en su verdadera luz» y se citó en la Gaudium et Spes en el contexto de la defensa de la «legítima autonomía de la ciencia» por parte de la Iglesia. El cotejo con el manuscrito de Paschini ha demostrado que la obra publicada cambia, falsea e invierte más de 100 textos del original que parecieron excesivamente críticos con la actuación de la Iglesia o de sus miembros.
Y luego vendría la intervención de Juan Pablo II.
Efectivamente. En 1979, Juan Pablo II anunció al mundo la creación de una comisión que iniciaría una «reflexión serena y objetiva» sobre las condenas del copernicanismo y de Galileo y se auguraba el «reconocimiento leal de los errores, vengan de donde vengan». Las conclusiones de la comisión, anunciadas por el propio Papa en 1992, pueden resumirse diciendo que se trató de una cuestión teológica, filosófica y científica, en la que, paradójicamente, Galileo erró en el ámbito metodológico científico (una vez más: no tenía pruebas y no fue fiel al método experimental), mientras que fue «más perspicaz» que «la mayoría e los teólogos» en el ámbito de la interpretación bíblica. En cambio el cardenal Bellarmino fue el más sagaz y acertó en ambos campos. Según Juan Pablo II, se trató de un «doloroso malentendido que pertenece ya al pasado». Afirmó que, de hecho, los errores cometidos ya fueron reconocidos en la decisión aludida de 1820, al permitir la publicación de obras copernicanas, que clausuró el debate. No resulta extraño que estas conclusiones causaran perplejidad entre los historiadores y especialistas y que incluso alguno de los propios miembros de la comisión papal criticara durísimamente su total falta de rigor histórico y argumental.
Así, pues, la posición de la Iglesia romana no ha cambiado esencialmente.
No, en las últimas décadas la posición de la Iglesia no ha cambiado sustantivamente y hay una coincidencia abrumadoramente mayoritaria en que, de nuevo, la prioridad ha sido tratar de salvar su propia imagen. Pero se puede sospechar que los destinatarios de esta última iniciativa papal no eran los especialistas. No cabe olvidar que estas tesis, que simplemente repiten las de la apologética tradicional, trascendieron a la prensa con titulares según los cuales el Papa había rehabilitado a Galileo y había pedido perdón. En todo caso, sólo añadiré que en 1993, el cardenal Ratzinger, actual Papa, declaraba que «el proceso contra Galileo fue razonable y justo». Pero hay un hecho importante que, aunque merecería mayor comentario, debe ponerse en el haber de la Iglesia: en 1998 abrió los archivos secretos a los investigadores.
En las líneas iniciales del prefacio de Talento y poder señalas que tu libro ofrece una narración de «las relaciones entre Galileo y la Iglesia católica de la que surge una visión de conjunto alternativa a las propuestas hasta ahora». ¿Cuáles son los ejes esenciales de la visión alternativa que defiendes en tu voluminoso ensayo? Tú mismo señalas que en tu libro se ofrece una hipótesis alternativa de las motivaciones e intrigas que llevaron a la confesión y condena de Galileo.
En la última parte del libro se ofrece una reconstrucción del proceso que, frente a la versión oficial y otras de amplio eco, muestra la importancia fundamental del tema del argumento de Urbano VIII, la reacción de este ante el desvelamiento de su propia incompetencia en la delicada situación política del momento y su absoluto protagonismo en todos y cada una de las decisiones que se tomaron. Pero hay un cúmulo de elementos (el funcionamiento de la Inquisición, la revisión de los hechos y documentos de 1616, el análisis de las ideas y papel de Bellarmino y de los jesuitas, el equívoco que se introdujo con Urbano VIII en 1624 y la génesis de la situación que condujo al proceso, la construcción de la versión oficial del caso y su desarrollo posterior por cierta historiografía) cuya combinación forma parte esencial de la nueva visión alternativa de conjunto que ofrece el libro.
Al margen de 170 páginas de notas, 20 de bibliografía y el índice de nombres, tu libro finaliza con un singular «A modo de epílogo»: un poema de Jaime Gil de Biedma, «El arquitrabe». ¿Por qué ese final?
Un libro como el mío tiene que dar necesariamente mucha información y argumentar incansablemente. El poema puede ir directamente a lo esencial creando el propio contexto. Si se sustituye «el arquitrabe y sus problemas» por «el argumento teológico de Urbano VIII», por ejemplo, nos puede remitir igualmente a la gente o temas «pomposos» con los que nos vemos obligados a vivir. A problemas o pseudoproblemas cuya naturaleza no se entiende bien, pero que se supone que plantean «graves peligros», tan «inaprensibles» como los «enemigos» que se «insinúan por todas partes». Así, los hechos más cotidianos, «besar a una muchacha o comprar un libro» o discutir el movimiento terrestre, cobran una trascendencia y significados tan indefinibles como ominosos. Me pareció una pulcra síntesis poética de un aspecto central del caso Galileo.
Tu libro se aproxima a las 840 páginas. ¿Podrías dar un argumento a los potenciales lectores para justificar la extensión y convencerle de que este dilatado viaje a Itaca vale el esfuerzo?
El caso Galileo ha sido contado e incluso inventado tantas veces que hoy no es posible dar una visión global de conjunto sin contarla -e incluso des-contarla- con detalle. Y cuanto más minuciosa es la narración más apasionante resulta. Que un libro de estas características requiera una segunda edición a los cuatro meses de su `publicación significa que ha interesado mucho más allá del círculo de especialistas. Esto, a su vez, demuestra que «el caso Galileo» es perfectamente comprensible para cualquier persona culta. Un aspecto concreto que puede tener cierto interés es que en el libro se proporciona la traducción de prácticamente todos los documentos relevantes del proceso, así como de muy numerosas cartas de los protagonistas y otros documentos, relacionadas con el tema.
¿Cómo ha sido recibido tu trabajo entre la comunidad de historiadores de la ciencia? ¿Ha levantado alguna polémica?
Por el momento, como es natural, la prensa de distinto tipo ha sido la primera en reaccionar y todas las críticas publicadas, sorprendentemente numerosas, han sido muy elogiosas. Las revistas internacionales especializadas tardan mucho más en acusar recibo. Sólo puedo decir que hay numerosas recensiones anunciadas y que las que ya conozco, de prestigiosos especialistas, también son muy positivas. Hasta ahora lo han sido también las numerosas comunicaciones privadas de especialistas de distintos países. Incluso algún prestigioso colega que ha mostrado su profundo desacuerdo con algunas de mis tesis básicas, considera el libro una aportación importante. Pero no dudo que llegaran algunas críticas duras por parte de algunos estudiosos, que también proporcionarán elementos pertinentes para valorar debidamente el libro.
¿Por qué crees que al cabo de tanto tiempo «el caso Galileo» sigue siendo de tan rabiosa actualidad? ¿Por qué crees que sigue interesando vivamente, como decías, no sólo a historiadores, científicos o filósofos sino a personas cultas no especialistas o incluso a la ciudadanía en general?
En primer lugar porque tuvo un papel muy relevante y simbólico en el nacimiento de la cultura moderna occidental. Ilustra que fue un parto con dolor que no ha cesado. En segundo lugar, es obvio que el problema que se planteó no está resuelto en la práctica. Ni en el siglo XVII ni hoy, el mero hecho de ser un jerarca de la Iglesia proporciona ninguna competencia particular en las ideas científicas. Pero hoy, como entonces, la Iglesia sigue dando por sentado que tiene una especial autoridad cognitiva para decir cosas relevantes tanto sobre las ideas científicas y metodológicas de Galileo, como sobre las teorías cosmologías actuales. Pero ahora, en este país, no es necesario explicarle a nadie el denodado y pertinaz esfuerzo de control cultural que sigue intentando ejercer la Iglesia. Lo que sí puedo decir, es que el conocimiento del caso Galileo puede resultar muy útil y pertinente para entender este hecho.