E l vicio impune de un vir obscurissimus: Valéry Larbaud llamaba al arte de leer el «vicio impune». ¿Es un vicio la lectura? ¿es un trabajo vano o el mundo nos exige llegar y salir de un libro? Nietzsche parece ser un combatiente tenaz de esta idea ilustrada. Su pathos es claramente antilibresco, en el […]
E l vicio impune de un vir obscurissimus: Valéry Larbaud llamaba al arte de leer el «vicio impune». ¿Es un vicio la lectura? ¿es un trabajo vano o el mundo nos exige llegar y salir de un libro? Nietzsche parece ser un combatiente tenaz de esta idea ilustrada. Su pathos es claramente antilibresco, en el arte de leer no está la vida, leer ya no es vivir, como creía Flaubert. Leer, en el sentido de la Aufklärung burguesa, corrompe el pensar, corroe los espíritus libres. El pensionista Nietzsche lo tenía claro «yo odio a los ociosos que leen…un siglo de lectores todavía -y hasta el espíritu olerá mal». El hommo bourgeois y el doctus poeta eran símbolos del Büchernarr, el «loco de los libros»: un hombre decadente que no quiere ver y actuar en el mundo directamente, sino que depende de las palabras muertas de la página impresa. En esta senda anti-ilustrada de su filosofía del temperamento trágico, Nietzsche se autodefinía, en cartas o personalmente, con el irónico término latino vir obscurissimus. Parte de su propia autocomprensión consistía en presentarse a sí mismo y a su trabajo bajo la sombra vital de una especie de nuevo Baco-Dioniso: quería y pretendía ser un «macho oscuro», un Zarathustra que no tejería «los calcetines del Espíritu» con prácticas librescas. Justamente quien más malinterpreta su mensaje profético son los más doctos, los que no pueden superar ni elevarse del límite que le impone la pasiva lectura-placer. El carácter mismo de su filosofía dependía, de alguna manera, de esta íntima coherencia entre obra y existencia. Parte integral de esta mitología consistía en minimizar y despreciar la cultura libresca y la lectura sans phrase. Los primeros biógrafos y admiradores siguieron al pie de la letra esta mise en scène nietzscheana. Uno de los primeros hagiógrafos del ‘900, Henri Lichtenberg, que trabajó estrechamente en el Archiv con su hermana, concluye que «a Nietzsche no puede considerárselo ni un erudito, ni un sabio… El estado de su salud, y en particular de la vista, le prohibió casi completamente durante años enteros toda especie de lectura…» Ergo: todo lo que escribió Nietzsche puede considerarse la maravillosa producción introspectiva, no dialógica, de un Genius solitario e inspirado. El Genius se opone al Doctus, al mero erudito, esa figura patética generada por la burguesía. Si existe alguna fuente de influencia o inspiración será la de la naturaleza del instinto. El catecismo nietzscheano se mantuvo intacto hasta nuestros días: cualquiera de los libros sobre Nietzsche, ya interpretativos, ya biográficos, jamás han consultado las fuentes originales de su pensamiento, y mucho menos rastreado las marcas y huellas en su propio Nachlass o en los libros de su biblioteca personal. Se suceden así elipsis posmodernas e inferencias postestructuralistas que llegan al ridículo, como concluir que cuando menciona el término Dialektik discutía contra Hegel (Deleuze), cuando lo leyó poco o nada (a excepción de su Vorlesungen über die Philosophie der Geschichte ) y su objetivo central era el naciente socialismo y anarquismo ; o que estaba profundamente influido por Spinoza (cuando lo conoció a través de manuales de segunda mano o de la opinión de Goethe: jamás lo leyó directamente). Se encuentras parentescos con filósofos prestigiosos en el Olimpo académico y se obliteran las verdaderas influencias en el pensamiento de Nietzsche de los pensadores y escritores que realmente leyó y estudió con profundidad. Pero sigamos el derrotero poco transitado hacia la caverna del Nietzsche lector. Durante su período como profesor de filología y a la vez de instituto secundario, gracias a que se conservan sus informes semestrales, sabemos que leyó a Homero, Esquilo, Sófocles, Hesíodo, Platón (un autor que había empezado a leer con discontinuidad desde 1863, poseía volúmenes sueltos hasta que pudo adquirir la Sämmtliche Werke en ocho tomos), Demóstenes, Tucídides, Jenofonte, Aristóteles (había comprado las Werke en nueve volúmenes en 1868; curiosamente sólo enseñaba la Retórica). Esto en cuanto a su actividad y currícula meramente pedagógica, pero Nietzsche, un devorador de libros, no se quedó en esto. Las lecturas en horas de clase no eran todo el programa para los sufridos escolares. Como testimonian sus alumnos importó de su experiencia de instituto en Pforta la llamada institución de la private Lesung (Lectura Privada). Textos cuya lectura y dominio personal se dejaban al buen criterio y autonomía del alumno, pero que ocasionalmente eran «comprobados» por el profesor. Y esto exigía mucho trabajo de búsqueda de texto, lectura e interpretación: «De vez en cuando pedí cuentas e información sobre lecturas privadas llevadas a cabo; y el éxito es tal que, al menos, a nadie en absoluto se le ha podido inculpar de falta de decidida aplicación… hay que resaltar laudatoriamente, por su espontaneidad y su amplitud, la lectura privada de los alumnos», dice el propio Nietzsche en su informe de 1869. La obsesión por la lectura hizo que Nietzsche le propusiera en el semestre de invierno 1872/73 a los alumnos la siguiente lista de sugerencias de lectura: Esquilo, Sófocles, Eurípides, Homero, Hesíodo, Anacreonte, Aristófanes, Isócrates, Platón, Luciano, Plutarco. Nietzsche no aplicaba, ni había optado en absoluto, por vivir de acuerdo con la imagen del filósofo trágico y subversivo que tan grandiosamente gustaba de esbozar en sus libros y phamplets. Su método pedagógico levantaría la ira de Zarathustra. En el año sabático (1876-77) que se toma como interludio a su baja en la universidad, la actividad de Nietzsche y sus amigos en el balneario de Sorrento (Italia) se centra… ¡en la lectura: junto a Paul Rée, Malwida von Meysenbug y un alumno, Albert Brenner, leen en grupo las lecciones de historia del conservador Burckhardt, Heródoto y Tucídides. Malwida lo cuenta en sus memorias: «Teníamos un surtido grande y excelente de libros, pero lo más hermoso entre toda esa variedad era un manuscrito tomado por un alumno de Nietzsche de las lecciones de Jakob Burckhardt sobre la cultura griega… Cuando acabamos las lecciones de Burckhardt, leímos a Heródoto y a Tucídides». Las lecturas no se limitaban a ellos: se siguió con Platón político (Las Leyes), por supuesto historia con von Ranke (Historia de los Papas), además de los críticos moralistas franceses (Montaigne, La Rochefoucald, Vauvenarges, La Bruyére), literatura romántica (Stendhal), filósofos extraños y secundarios, como Afrikaan Spir (otra gran influencia en Neitzsche) e incluso el Antiguo Testamento. Al parecer era Rée (la más grande influencia intelectual muy poco reconocida en Nietzsche) quien elegía las lecturas y él mismo quien las leía para el grupo. La lectura en común en Villa Farinacci, así como la extraña idea de estar de vacaciones acompañado de kilos de libros, nos habla de la obsesión bibliómana y el rol que jugaba en la inspiración nietzscheana los libros. Cuando intenta curarse de sus migrañas y gastritis crónicas en Saint Moritz, viaja acompañado por ¡libros!: «para mi reconstrucción intelectual llevo tres libros: algo nuevo de Mark Twain, el americano (me gustan más esas tonterías que las cosas sesudas de los alemanes), Las Leyes de Platón y… a Paul Rée».
La máquina de leer y el loco de los libros: Cuando Nietzsche deja su cargo de profesor ordinario de filología en Basilea, se lleva consigo una biblioteca personal básica a la casa materna en Naumburg. El resto de sus libros, un sustancial número, se los deja provisoriamente a la suegra de su amigo Franz Overbeck, Frau Rothpletz, que vivía en Zurich. Esta parte de su biblioteca será rescatada más tarde (1892) por su hermana Elisabeth e incluida en el Archiv. Antes de esto Nietzsche ya la había depurado vendiendo a libreros de viejo los ejemplares referidos a filología y enseñanza, en 1878. Como decíamos Nietzsche deja la sedentaria Basilea y entra en una dinámica nómada que le hará viajar con mucha frecuencia hasta el fin de su vida consciente. Sabemos que estos desplazamientos eran para él muy dificultosos y la dificultad no era otra que la enorme cantidad de libros de su biblioteca. Durante todo ese tiempo Nietzsche, como un caracol libresco, se traslada cargando, como menciona en una carta de 1883, ¡104 kilos de libros! Tal tara la traslada de su refugio en Sils-María, primero hasta Zurich y luego hasta Menton y Niza. En 1884 le vuelve a escribir desde Zurich a su madre sobre el engorroso problema de moverse con sus amados libros: «con este pie contrahecho que llevo conmigo, y me refiero a mis 104 kilos de libros, no seré capaz de huir muy lejos de aquí». Una imagen poco dionisíaca del médico de la cultura y del nuevo filósofo del futuro. En 1881 Nietzsche se escapa del invierno suizo hacía la húmeda Génova (noviembre 1880-mayo 1881), excesivamente cargado deja a cargo de la dueña de la pensión un gran baúl conteniendo más libros, libros que en vida jamás volverá a buscar, algunos se perderán y otros serán de nuevo rescatados para el Archiv por su hermana Elisabeth. Ya durante los años 1885-1888, ante las complicaciones de moverse a través de los Alpes y el norte de Italia con tantos libros. Nietzsche, un lector agobiado, decide depositar libros en diferentes puntos clave de sus domicilios eventuales, incluyendo Génova y la casa de su madre en Naumburg. La mayor cantidad de libros la traslada a Niza, lugar desde donde refiere en cartas de 1885 que ha llegado con su Bücherkiste (cajón de libros con los famosos 104 kilos); en otra misiva a su madre de 1885 describe que está rodeado de «una gran cantidad de libros» y en 1888 informa que su Bücherkiste ha sido enviada en barco de Niza a Turín y que la expedición ya ha arribado. No es todo: sabemos que en este derrotero Nietzsche sigue adquiriendo libros, comprándolos por correo con mucha frecuencia y leyendo en bibliotecas públicas. Durante la última década de vida activa, Nietzsche vive en una pequeña pensión de la universidad de Basilea, constantemente agobiado por sus ingresos y gastos. Pese a las restricciones económicas, el ex filólogo adquiere una gran cantidad de libros, alrededor de cien en tres años (un libro nuevo cada dos semanas). Aparte de estos canales habituales, Nietzsche recibe libros de autores que le envían su propio ejemplar y de sus amigos por correo (especialmente de Overbeck y Gast). Contra sus propias sentencias y aforismos, contra la letra escrita, su espíritu es el de un bibliómano digno de la Ilustración. Una consideración práctica para creer que Nietzsche fue original, sin influencias y con poca lectura en sus años más productivos, proviene del hecho de sus frecuentes demencias pasajeras y sus problemas de vista. Sus problemas de salud incluían migrañas, problemas estomacales (gastritis) y quizá los más decisivos, severos problemas oculares que le llevaron a utilizar lentes Nº 3 (dioptrías) para su miopía en los últimos años de vida activa: «el tormento en y sobre los dos ojos es despiadado» comenta en una carta a su amigo Carl Fuchs. En otra carta a Marie Baumgartner le comenta algo similar: «¡Imagínese que mis ojos, prácticamente de modo repentino, se han debilitado tanto que casi no puedo leer en absoluto!». A su madre le cuenta en agosto de 1877 que «recién levantado del lecho de enfermo, ojos dolientes… ceguera cualquier día inevitable; dolores diarios de ojos; lo máximo hora y media al día para leer y escribir.» Era habitual en las cartas de Nietzsche que éste hablara de sus «tres cuartos de ceguera». Una y otra vez volvía la tentadora imagen dionisíaca del filósofo del martillo obligado por su ineludible fatum: «Mis ojos, por sí solos, pusieron fin a toda bibliomanía, hablando claro: a la filología: yo quedaba ‘redimido’ del libro, durante años no volví a leer nada ¡el máximo beneficio que me he procurado! El mí-mismo más profundo, casi sepultado, casi enmudecido bajo un permanente tener -que-oír a otros sí mismos (¡y esto significa, en efecto, leer!), se despertó lentamente, tímido, dubitativo, pero al final volvió a hablar. » (Ecce Homo, Humano, demasiado humano, 4) . Más allá de sus problemas de miopía y jaquecas, que a veces le permitían unas horas diurnas de trabajo intelectual, todos los allegados de Nietzsche coinciden en que era un quema-libros, lector ávido y voraz. Meta von Salis, que conoció personalmente a Nietzsche en la segunda mitad de las década de 1880, afirma que «Nietzsche está poseído por ‘le flair du livre‘ y lee mucho a pesar de sus problemas de vista». Cuando el estado de su vista no se lo permite, la adicción libresca de Nietzsche, como Borges, le empuja a procurarse que otros le ayuden en la lectura. En los Nachlass muchas veces Nietzsche anota, como reflexión cruel, la necesidad de que otros le leyeran textos. En rápida sucesión su madre Franziska, su hermana Elisabeth, su fiel Peter Gast (Köselitz) leen para él. Cuando la ocasión lo permite otros íntimos como von Gersdorff, Rée, Romundt, Meta von Salis y Resa von Schirnhofer se ofrecen con generosidad para leer para Nietzsche. Su propia decisión de ser un anacoreta limita que su familia y amigos puedan acercarse y ayudarlo en sus lecturas. Hasta tal punto llego la necesidad insatisfecha de Nietzsche por la lectura que en carta a su madre y a su amigo Overbeck les comenta que ha soñado con que han inventado una Lesung Maschine (máquina de leer) y agrega «ahora mis amigos deberían inventar una ‘máquina de leer’: de lo contrario estaré por debajo de lo que puedo lograr y no seré capaz de adquirir suficiente alimento intelectual». La importancia de los libros en su propia formación filosófica lo resume Nietzsche con la metáfora vital de la alimentación… Cuando no hay conocidos, Nietzsche recurre a extraños que por una paga lean para él: por ejemplo en 1883 contrata los servicios de lectura de la viuda de un pastor alemán que ha vivido muchos años en Estados Unidos, y no sólo le lee y toma dictados, sino le traduce del inglés autores que Nietzsche no puede entender; en 1885 emplea a «una dama alemana de la ciudad de Meiningen» que le leerá y copiará sus dictados muchas semanas en su «casa-perrera ideal» en Sils-María. El hecho es que Nietzsche lee muchísimo, en su intimidad le asusta la idea de no leer lo suficiente en cantidad y calidad. Pese a sus declamaciones dionisíacas, «solamente las ideas que se tienen caminando tienen algún valor» (Götzen-Dammerung oder wie man mit dem Hammer philosophirt, 1888) o sus profession de foi en Ecce Homo «Estar sentado el menor tiempo posible; no dar crédito a ningún pensamiento que no haya nacido al aire libre… ningún pensamiento en el cual no celebren una fiesta también los músculos», en la realidad su práctica en nada se modificó de su tierna infancia. Siguió poseído por la enfermedad erudita del libro, por le flair du livre. En realidad Nietzsche permanecía sentado y leyendo sobre un escritorio mucho más tiempo de lo que supone la hagiografía heroica del Nietzschéisme. Se deduce del tamaño increíble de su biblioteca personal, del número de libros que compró, pidió a préstamo o alquiló, de su práctica de anotar con profusión sus libros y especialmente en el largo número de citas, resúmenes, extractos y referencias a libros que se encuentran en su Nachlass. Podemos incluso dar un paso más: muchos conceptos claves de Nietzsche fueron escritos por primera vez en los márgenes de un libro. Y esto nunca fue tan intenso como durante su más importante período de desarrollo intelectual, de 1880 en adelante. Si cómo él mismo decía en varios libros «la carne del culo es el auténtico pecado contra el Espíritu Santo», podemos afirmar que Nietzsche vivió y murió como un pecador sin arrepentimiento.