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Entrevista al cooperativista y militante por el clima Xan López

«No creo que sea buena idea llevar el decrecimiento por bandera»

Fuentes: Climática

El cooperativista y militante por el clima acaba de publicar ‘El fin de la paciencia’ (Anagrama, 2025) un ensayo para pensar la crisis climática.

Xan López aparece puntual en una pantalla que deja ver una estantería llena de libros. Se disculpa; se encuentra un pelín enfermo, probablemente a causa de un “virus de guardería”, contagio de su hijo pequeño. Sin embargo, eso no le impide celebrar la publicación de El fin de la paciencia. Un ensayo sobre política climática (Anagrama, 2025), libro breve pero profundo en argumentos, recién salido del horno. El cooperativista, miembro del Instituto Meridiano de políticas climáticas y sociales y editor de la revista Corriente Cálida, ha escrito un volumen que aúna el pensamiento sobre la crisis climática con el análisis de la política del siglo XX; en concreto, la de masas: aquella que aglutinaba a millones de personas en partidos o sindicatos muy movilizados. Hablamos largo y tendido sobre estas circunstancias tan específicas, y posibles soluciones al atolladero que plantean. 

¿Por qué se llama El fin de la paciencia? ¿Remite al lema de los movimientos activistas: “no hay tiempo”? Por otra parte, creo que lo que está habiendo respecto a la crisis climática es demasiada paciencia, ¿no? 

Es verdad que hay dos formas de entender el título del libro. Mucha gente me ha dicho que pensaba que era una especie de exabrupto mío, que se me acabó la paciencia a mí, ¡ya está bien! [risas]. Pero mi motivación para titularlo así era producir una reflexión sobre la otra cosa que has mencionado: el exceso de paciencia en la inmensa mayoría de la política formal con relación a la crisis ecológica. Es una crítica a eso desde muchos puntos de vista: crítica a ciertas izquierdas, los ecologismos, al centro político, la derecha y los fascismos.

Dices: “La mayor amenaza de toda nuestra historia como especie ocurre en uno de los momentos de mayor debilidad política”. Por un lado, ves una crisis de la política de masas; por otro lado, la crisis ecológica. Lo narras como si estos fenómenos ocurrieran de manera simultánea no conectada, pero yo me pregunto por la relación entre ellos. ¿Qué conexión tienen? Por ejemplo: el miedo a la ausencia de futuro por el cambio climático puede avivar el fascismo. ¿Cómo se influyen mutuamente?

Es una pregunta muy buena. En el libro, hago un guiño a esta cuestión: cómo únicamente con el fin de la política de masas y el triunfo del neoliberalismo podríamos haber llegado al agravamiento excesivo de la crisis climática. Yo creo que hay una relación más o menos clara. Quizá soy más cauteloso en la hipótesis opuesta: que, si la crisis de la política de masas no hubiese ocurrido, nada de esto [cambio climático] habría pasado. No me veo capacitado para decir eso. Como explico en el libro, la crisis climática empieza antes. La explosión de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) ya ocurre después de la II Guerra Mundial –que es el momento más álgido de la política de masas–. Esta política no es garantía de que no ocurra una crisis ecológica. Sí que creo, contigo, en que quizá sea una condición necesaria para hacer algo al respecto, y que sin ella estamos en una situación de extrema debilidad. El problema es la intersección de esas dos crisis, que hace increíblemente complicado actuar ahora mismo. Pero me gustaría descartar una solución fácil, tipo: “lo único que hace falta es volver a esa situación”, de grandes organizaciones de política de masas. Es más complicado, por desgracia. 

Eres reticente a la nostalgia y dices que esa supuesta vuelta a la política de masas no va a ocurrir de ninguna manera. Si esto es así, ¿en qué momento político crees que estamos ahora? ¿A qué fase hemos pasado?

No diría que no vamos a volver de ninguna manera, sino que es muy difícil. Harían falta transformaciones económicas, de la división del trabajo, culturales, etc. muy profundas. Y no es simplemente una cuestión de voluntad: “como nos hacen falta organizaciones políticas de masas, vamos a fundarlas”. No es así, es más complejo. Posiblemente estemos ante una deriva mundial que nos esté llevando poco a poco a esa situación, no lo descarto. Está el auge del militarismo, los conflictos entre Estados, el cuestionamiento del comercio internacional… Ese tipo de cuestiones, si van acrecentándose, igual podrían llevarnos a un resurgimiento [de la política de masas]. Pero no es simplemente una cuestión de voluntad. 

Otra cosa que resalto en el libro es que, para mí, lo excepcional es ese paréntesis histórico: ese dominio muy fuerte de las organizaciones políticas de masas, ese consenso transversal sobre cómo se hace la política. Creo que eso ha terminado y ahora estamos de vuelta a un mundo que es más parecido a lo que había antes, en el siglo XIX. Aunque sea un poco extraño de imaginar. Lo que pasa ahora es más parecido al XIX que a 1965 y la socialdemocracia sueca, por ejemplo. Me resulta más productivo pensarlo así: aquello fue una excepción y lo nuestro es la normalidad, a nivel político.

A la hora de contemplar el futuro, si es que podemos seguir hablando en esos términos ante de ausencia de teleología y progreso, una de las alternativas que mencionas es la creación del “partido del clima”. Lo comentas en la última parte, cuando se ve un poco la luz al final del túnel. ¿Cómo concibes ese partido en el panorama político actual? 

Destacaría dos cosas. La primera: eso es una ambigüedad del libro. Uso la palabra “partido” porque tiene muchas acepciones, pero no es una sugerencia de reconstruir un partido de masas al uso, del siglo XX, sino una idea de partido como posición de parte, una identidad, un fenómeno que, mientras haya humanos en la Tierra, siempre existirá. Para mí, el motivo de esperanza, aunque sea paradójico, es que la gravedad y la novedad de la crisis ecológica puede permitir que grupos distintos de personas, con preocupaciones diferentes, formas de organizarse particulares, de distintos sindicatos, partidos, ONG, etc. confluyan en una preocupación común y una decisión de intervenir activamente en la política, para buscar una solución lo más justa y rápida posible. Es en ese sentido en que, para mí, el partido del clima puede ser una fuente de esperanza. 

Por otra parte, sobre el final… quizá es un poco tópico hacer análisis plomizo y realista el 85% del libro, y luego acabar con una evocación poética sobre el futuro. Admito que, seguramente, he reproducido ese cliché. Pero me parecía que una de las características de esta normalidad política es, precisamente, lo que has dicho tú: la falta de esperanza por el futuro, de teleología. Entonces, creo que hay elementos para una solución que podemos trabajar y expandir, que ya están ahí. Las energías renovables son parte de la solución al problema; las posibilidades que brindan las tecnologías son prometedoras. La mayor parte de la descarbonización está siendo por la transición a las energías renovables. Para mí, un futuro en que podamos pasar de la lucha permanente por recursos energéticos escasos a un mundo donde la energía sea un derecho más o menos inalienable de cualquier persona, porque todos recibimos la energía del sol y es difícil acapararla y que otros no la reciban, para mí, eso es un futuro prometedor, que puede ser evocador y animarnos a avanzar en ese camino. Por eso escribí ese epílogo ilusionante. Así no nos vemos como la coda de 6.000 años de lucha humana, sino como el principio de una civilización que sepa convivir de forma más armónica y sostenible en este planeta. 

Precisamente, quería preguntarte sobre las renovables. Presentas como victoria su despliegue en China, pero luego dices que es el país que más contamina. Por otra parte, reconoces que el plan climático de Biden es un plan de soberanía energética; de hecho, junto al aumento de renovables, también hay un aumento de los pozos de petróleo, en una especie de dinámica acumulativa. ¿Hasta qué punto esto contribuye a la descarbonización?

Aquí hay dos cosas. Primero, está el problema de si las fuentes renovables sustituyen o simplemente se solapan a otras. Efectivamente, esto ha ocurrido. China, durante mucho tiempo, tuvo una vasta concentración de energías renovables, pero seguían utilizando gasolina, etc. Creo que, en momentos de la transición, es así. Pero en China, por ejemplo, este año se ha producido el primer descenso de las emisiones, y eso es atribuible a la sustitución de energías fósiles por renovables. Entonces, yo creo que, a medio o largo plazo, el carbón, el gas natural, etc. van a dejar de ser económicamente rentables y van a ir desapareciendo paulatinamente. Creo que es un debate que pudo tener cierta vigencia en un momento de transición en que, efectivamente, algunos países, por seguridad nacional, parecía que estaban haciéndolo todo. Pero creo que estamos viendo que no es así, y realmente las renovables van a sustituir algunas fuentes, como el carbón. Para mí, el debate problemático no es este, sino la dificultad de electrificar ciertos usos. Eso es más complicado, sobre todo política y socialmente: electrificar el 100% del uso energético.

Por otra parte, en el libro intento ser lo más honesto posible. Quizá el problema es que hay cosas positivas que están ocurriendo, como la transición energética, en las que la fuerza principal impulsora no es una preocupación por el medio ambiente, sino una preocupación de seguridad nacional y de dominio de un Estado sobre los demás, control de recursos minerales, etc. Eso es cierto y creo que es difícil de evitar. El sistema mundial de Estados está configurado así, y es difícil que esos intereses no se presenten. Ocurrió cuando se pasó del carbón al petróleo, está ocurriendo ahora que estamos avanzando hacia las fuentes renovables, y ocurrirá si hay fuentes de energía futura. A mí me parece interesante pensar qué papel podemos tener nosotros, las personas que no queremos avivar esos conflictos y tensiones. 

Hay una especie de rapapolvo a la izquierda [risas] cuando dices que la crisis climática es, en buena medida, resultado de la ampliación de los estados del bienestar, de sacar a millones de personas de la pobreza en China, etc., es decir, de la mejora de la calidad de vida de la gente. Luego desmientes el argumento de que “son sólo 4 o 5 empresas” las que emiten casi todos los gases GEI, porque detrás de ese número reducido, obviamente, se encuentran sus consumidores. Y también matizas el consabido: “esto es culpa del 10% de la población más rica”, cuando lo más seguro es que nosotros nos encontremos en ese 10%, o al menos en el 20% más rico. Esto es cierto, pero es muy impopular. Entonces, tengo dos preguntas relacionadas. Primero: ¿cómo decir cosas así en voz alta sin generar el rechazo de muchas personas? Y, la segunda: ¿por qué no continuar con la consecuencia lógica de tu argumento, que sería proponer el decrecimiento?

Sobre que decir esto es impopular: cierto. El libro intenta ser un análisis lo más reposado y honesto posible sobre una situación que veo complicada. Creo que en este tipo de intervención no tiene sentido no decir lo que tú consideras cierto, lo cual no quiere decir que sea útil si lo que buscas es convencer a mucha gente, o ganar unas elecciones. Quizás en ese tipo de situación tengas que intentar decir lo mismo con otras palabras o recalcar otro aspecto. Pero, como este ensayo creo que lo va a leer sobre todo gente activista de izquierdas, ecologista, etc., creo que tiene sentido ir al meollo del problema, y tratar de ser lo más honestos posible con nosotros mismos. Lo que me preocupa es si es cierto o no lo que digo, no si es impopular. 

Pasamos al decrecimiento. Una conclusión posible sería decir: si el problema está causado por la forma de vivir de un 10% o 20% de la población mundial, personas de clase media, incluyendo a los ricos y megarricos (aunque el grueso es una clase media mundial, fundamentalmente occidental, pero no exclusivamente), entonces, que esa gente consuma menos. Yo creo que esto es, a la vez, cierto y no necesariamente útil a nivel político. Es el mismo problema del que estábamos hablando. Tú tienes que ser capaz de transformar eso en un programa político que pueda aunar mayorías. Yo lo que suelo comentar es que hay que decrecer en algunas situaciones. Vamos a hacer programas positivos, pero sin hablarlo directamente. No poner en el centro “hay que decrecer”, sino qué tipo de sociedad estoy proponiendo. 

Por ejemplo: uno de los casos más obvios en los que hay que decrecer es la movilidad privada, y no solo porque provoca un urbanismo demencial y a nadie le gusta vivir en él, y es una de las fuentes de demanda de minerales más grande en la transición energética [para el coche eléctrico]. Entonces, ¿cómo podemos conseguir un proyecto político que busque reducir la movilidad privada, proponer otro tipo de ciudades y de sociedades, que sea deseable, y que, cuando triunfe, provoque una reducción en el uso de recursos por parte de esas clases medias mundiales? Pero no creo que sea buena idea llevar el decrecimiento por bandera. Puede ser parte de ese análisis reposado, para hacer una política cautelosa con el principio de precaución por delante, pero hay que saber a qué personas se les habla, cuál es su situación, sus miedos…

Me ha gustado mucho la reflexión de la “no contemporaneidad” de ciertos grupos. Es decir, son simultáneos en el tiempo, pero no contemporáneos. De alguna manera, cuando hablo de boomers y jóvenes en Vivir peor que nuestros padres, me estoy refiriendo a un fenómeno parecido: cada grupo vive en paradigmas distintos. ¿Cómo crees que esta no contemporaneidad nos afecta políticamente?

Creo que es como lo dices. No es sólo un problema de división entre las élites y el resto, sino también entre los subordinados. Y cada vez va a peor, porque hay menos elementos de mediación y comunicación, o elementos culturales comunes. Cada vez hay más diferencias; por ejemplo, en el problema de la vivienda. Todos sabemos que la percepción vital de la vivienda en la gente más mayor y la gente más joven se articula como si viviesen en galaxias diferentes. Y es muy difícil llegar a puntos comunes.

Esto, para mí, es una forma útil de pensar un problema que, además, no es nuevo. Ha habido épocas históricas en las que, después de que se desmoronase un sistema hegemónico social, como el primer liberalismo, también empieza a ocurrir este tipo de fragmentación social, imposibilidad de comunicación, cada vez más fricciones, etc. La consecuencia, para mí, inevitable, es que la política tiene que hacerse cargo de esa fragmentación social. Y no es útil ser nostálgico de esos partidos que aunaban a todo el mundo dentro con un programa común, etc. Eso ya ha terminado, ahora es mucho más difícil esa articulación de mayorías. Creo que, necesariamente, vamos a tener que entendernos con gente que, en algunas cosas, es parecida a nosotras, pero, en otras, nos va a parecer que viven en otro planeta. Mi punto de optimismo es pensar que esta no es la primera vez que ocurre. Ver cómo otra gente intentó solucionarlo me resulta útil y esperanzador.

Fuente: https://climatica.coop/entrevista-xan-lopez-libro-fin-paciencia/