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Cazarabet conversa con Salvador López Arnal sobre Contra la (sin)razón nuclear (y II)

«No hay que olvidar las profundas relaciones existentes entre la industria nuclear y la industria militar en su vertiente atómica»

Fuentes: Cazarabet

Salvador López Arnal es colaborador de Rebelión, El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales y del cambio global. Junto con Eduard Rodríguez Farré es coautor de Casi todo lo que usted deseaba saber algún día sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente, Vacunas, ¿sí o no?, Ciencia […]

Salvador López Arnal es colaborador de Rebelión, El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales y del cambio global. Junto con Eduard Rodríguez Farré es coautor de Casi todo lo que usted deseaba saber algún día sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente, Vacunas, ¿sí o no?, Ciencia en el ágora y Contra la (sin) razón nuclear. Fukushima, un Chernóbil a cámara lenta (todos ellos publicados por El Viejo Topo). Nos centramos, en esta conversación, en el último libro de los citados.

***

Vamos a recordar algunas consideraciones para que la gente se ponga en el argumento: ¿qué fue lo que hizo que todos los países del mundo o casi todos se quisieran alimentar de la energía nuclear? ¿Es la energía nuclear y la industria nuclear un negocio?

Sobre la primera: las fantasías tecnológicas que suelen acompañarnos y, sobre todo, el negocio enorme que se abría ante los ojos de grandes corporaciones. En todo caso, no fueron todos los países del mundo, ni muchos menos. En los primeros años, Estados Unidos, la URSS, Japón por supuesto y algunos países europeos, especialmente Francia. Italia, Portugal, Grecia y Austria no han tenido nunca centrales nucleares. No hay centrales en Africa, Oceanía y muy pocas en América Latina. En el primer capítulo del libro, «Coordenadas nucleares», hablamos de todo ello. La información que damos está actualizada

Que la industria nuclear es un negocio es tema conocido. Basta mirar la cuenta de resultados durante décadas de TEPCO, la corporación nipona propietaria de Fukushima, o los beneficios obtenidos por las empresas eléctricas españolas. Una parte sustantiva de su negocio son las centrales atómicas.

Y no hay que olvidar, en ningún caso, las profundas relaciones entre la industria nuclear y la industria militar en su vertiente atómica. Lo de átomos para la paz fue un camelo, otro camelo que convenció a muchos predispuestos a ser convencidos. La pata militar-atómica es esencial en todo ese asunto.

¿Qué hace que aún hoy algunos gobiernos mantengan esa política de «retener» la energía nuclear?

Hay excepciones, pocas. Cito el caso de Alemania. Un gobierno alemán, liberal-conservador, decidió abandonar la energía atómica, poco después de la hecatombe de Fukushima. No han rectificado. La opinión pública, la movilización ciudadana cuenta.

Las razones de los que siguen en sus trece, incluso incrementado la apuesta y ampliando el plazo de duración de las centrales construidas, son estrategias gastadas. A pesar de lo vivido en Japón en esta misma década, la industria atómica, dicen, es segura, barata, eficaz. No tiene alternativas. Etc. Música muy oída. Sus cuentos conocidos esconden cuentas abultadas de las grandes corporaciones. Esta reflexión de Paul M. Sweezy de 1975 sigue siendo muy actual y conviene tenerla muy en cuenta: «Mientras las fuerzas motrices de la producción sean el beneficio y la expansión de las empresas que buscan los beneficios y mientras la renta de los trabajadores se mantengan a la baja precisamente para permitir un aumento en los beneficios y una expansión más rápida de las empresas, aumentará el crecimiento del poder de la sociedad para intentar dejar atrás su capacidad de consumo».

Y si esta contradicción es más profunda y penetrante hoy día que en tiempos de Marx, proseguía el gran economista marxista norteamericano «la razón es que, en el periodo transcurrido, el proceso de concentración y centralización del capital -que él reconoció como rasgos inevitables del desarrollo del capitalismo- ha ido tan lejos que los monopolios dominantes tienen hoy día el poder no sólo de explotar a sus propios trabajadores, sino también al de los restantes estratos de la sociedad, ensanchando de este modo la brecha entre la riqueza en un extremo y la pobreza en otro, al mismo tiempo que hay, o pronto podrá haber, un amplio poder productivo para suministrar a todo el mundo sin excepción los medios para vivir humana y decentemente». En estas circunstancias, concluía Sweezy, «los economistas han cargado sobre sus hombros la tarea de esconder los hechos, de hacer aparecer lo incontrolable como si estuviera controlado, de racionalizar un sistema que condena a cientos de millones de seres humanos a vivir en la desesperación y el hambre y que, a través de su libertinaje y violencia desmedidos, amenaza la misma continuación de la vida en la tierra. No es una tarea que les envidie».

Ultimamente han añadido un nuevo argumento, defendido incluso por parte de algunos ecologistas, más bien ex ecologistas. No nos queda otra: parar el cambio climático, lo más urgente y necesario, exige no abandonar la apuesta atómica (aunque se reconocen riesgos y no se idealiza la decisión como en otras aproximaciones). Jorge Riechmann dio buena cuenta de este argumento falaz. Puede verse en un prólogo que escribió para el libro, que ya he citado antes, que Eduard y yo escribimos hace años sobre industria nuclear y salud humana. Hay una reflexión de Riechmann, anterior al accidente de Fukushima, que me gustaría recordar aquí (lo hacemos también en el libro): «Quienes hablan, hoy, de seguir construyendo reactores nucleares no han comprendido nada de la tragedia de Chernóbil. Y Chernóbil era, quizá, la última advertencia de la que podíamos aprender, si es que ha de existir en el futuro una humanidad libre sobre una Tierra habitable. Mi convicción personal es que la única energía nuclear limpia y segura, que hemos de reivindicar sin tregua, es la de las reacciones de fusión que tienen lugar en el interior del sol y nos llegan luego en forma de bendita luz solar que caldea la atmósfera, mueve los vientos y nutre la vida».

¿Qué o cuáles son los peligros o fallos más frecuentes que puedan tener, así genéricamente, las centrales nucleares?, porque, además, para rizar el rizo hay como diferentes tipos…por ejemplo leía un libro en la que se explicaba, hasta lo que mi entendimiento alcanza, que la de Cofrentes es muy parecida a la de Fukushima y Chernóbil…

Sí, desde luego, que hay centrales de diferentes tipos. Pero no hace falta entrar en estos detalles técnicos. La de Cofrentes fue diseñada como Garoña. La central, ubicada a apenas dos km de Cofrentes, logró la autorización para su puesta en marcha en julio de 1984 (su permiso de funcionamiento termina en marzo de 2021). E s la planta que cuenta con mayor potencia eléctrica instalada en España: 1.092 megavatios. En 2016 produjo el 17% de la energía eléctrica de origen nuclear que se genera en España. Los grupos ecologistas han alertado de los serios riesgos de la central. Recuerdan que contabiliza 25 paradas no programadas y más de cien «incidentes» de seguridad. Además, a finales de 2016, Iberdrola, la empresa propietaria, inició los trámites para implantar un almacén de residuos radiactivos en la misma central. Este almacén, a juicio de «Tanquem Cofrents», es el primer paso del plan que persigue la empresa, la ampliación del periodo de funcionamiento, más allá de su periodo de vida útil.

Los peligros son evidentes cuando se piensa en Chernóbil y en Fukushima y no se olvidan otras situaciones anteriores menos citadas. Eduard suele insistir en ello. Con razón. Ha habido muchos accidentes nucleares, de diferente gravedad, aparte de los más conocidos. Hablamos de ellos en nuestros libros. No han sido sólo Chernóbil y Fukushima y ya está (aún siendo mucho).

De las demás que hay instaladas y en funcionamiento en el Estado Español, ¿siguen patrones diferentes que las hacen «más seguras» ¿, si se puede hablar de seguridad en las centrales nucleares…. precisamente me acuerdo ahora de un incidente en Vandelllós —creo recordar en el sistema de refrigeración del agua— que tuvo lugar muy recientemente… (http://www.lavanguardia.com/local/tarragona/20180302/441192499540/vandellos-ii-registra-una-parada-no-programada-del-reactor-por-un-goteo-de-agua.html ; https://www.diaridetarragona.com/costa/Un-goteo-en-la-refrigeracion-del-reactor-de-Vandells-II-obliga-a-parar-la-nuclear-20180302-0054.html )

No, no, no siguen patrones diferentes que las hacen más seguras. En absoluto.

Por lo demás, hablando de seguridad, el CSN es un organismo que, hasta el momento, ha estado en manos de representantes políticos pro-atómicos. Con alguna excepción Cristina Narbona, quien, por cierto, fue sustituida no hace mucho, desde que ocupa la presidencia del PSOE, por Jorge Fabra.

Conviene recordar unas declaraciones suyas, de Fabra, muy interesantes, cuando era presidente de Red Eléctrica de España. La primera preguntó se centró en la rentabilidad del negocio nuclear en España. Su respuesta: «El negocio nuclear en España, si seguimos la lógica de la regulación del sector, debe generar beneficios muy elevados. Soporta unas cargas que no son mayores que otros segmentos eléctricos. Pero no las soporta el sector nuclear sino los consumidores. Porque el impuesto general sobre la producción que afecta a las centrales que marcan el precio -las de gas- acaba elevando los precios del mercado y, por lo tanto, subiendo la presión fiscal a la que está sometido el sector nuclear como otras tecnologías».

Se habló a continuación del recibo de la luz. ¿Subiría un 25% si se cerraran las nucleares como se ha afirmado en reiteradas ocasiones? Su reflexión: «No, esto no es cierto. Los consumidores no estamos pagando por las centrales el coste al que producen. Estamos pagando por la electricidad que producen las nucleares al mismo precio que las de ciclo combinado, que son las que marcan el precio de la electricidad en España. Sería lo mismo que tuviéramos un parque solo por centrales de ciclo combinado; tendríamos el mismo coste los consumidores. Nos cuesta lo mismo la hidroelectricidad, las nucleares, las de carbón y los ciclos combinados. Por el contrario, si la vida útil de las centrales no fuera prolongada sería sustituida con ventaja por las renovables. La fotovoltaica y la eólica han puesto de manifiesto una curva de aprendizaje, de reducción de costes, que hoy las hacen ya competitivas contra las alternativas térmicas».

¿Y los residuos generados, asunto muy importante? ¿Se tenían en cuenta en el debate nuclear desde una perspectiva económica? ¿Cuál era su opinión? Su comentario: «En la comunidad de expertos sí se tiene en cuenta. Los residuos son algo que está enterrado, que es pasivo, que tiene una cierta invisibilidad frente a la opinión pública».

Pero, en su opinión señaló, el asunto no ha estado ni está en el debate público, «y debería estar presente».

Se le preguntó también si tenía sentido ampliar la vida útil de las nucleares más allá de los 40 años. Hablando desde una perspectiva esencialmente económica -no se ubicó Fabra en una perspectiva más global, donde otras aristas estuvieran también presentes, lo que sumaría más argumentos críticos a esta posibilidad- carecía completamente de sentido desde su punto de vista. Ampliar la vida útil de las centrales 20 o 30 años más, apuntó, «implica aumentar de una manera tremenda, más del 50%, los residuos que ya tenemos y con los que estamos teniendo dificultades de gestión. Existen alternativas competitivas, incluso teniendo en cuenta el menor coste de inversión que implicaría la ampliación de la vida útil respecto a la construcción de una nueva. Está habiendo subastas de eólica y fotovoltaica en todo el mundo que se están resolviendo por debajo de los 40 y los 30 euros por megavatio hora».

Más aún: el hueco que podrían dejar las centrales nucleares para la introducción de renovables a una mayor escala «es fundamental para la transición energética y para ir hacia un modelo descarbonizado». Además, permitiría introducir elementos de cambio de modelo productivo en la economía española: tejido industrial no contaminante, tejido empresarial, empleo de calidad. Su apuesta: las nucleares podrían ser sustituidas con gran ventaja por renovables desde el punto de vista de la calidad de nuestro modelo productivo. Estamos de acuerdo. ¿Quién puede no estarlo?

Y todavía nuestra salud, la de todo el planeta, está bajo estos efectos, la de estos accidentes ¿verdad? ; parece como si no pasase el tiempo…¿Hay riesgo sin la necesidad de que haya o se produzca un accidente?

Haya o no haya accidentes, las centrales nucleares tienen aristas que pueden ser muy peligrosas, que son de hecho peligrosas. Recuerde, además, el tema de los residuos que hay que transportar y hay que almacenar y cuidar. ¿Esa es la herencia que queremos dejar a nuestros descendientes? ¿Dónde vamos a ubicarlos?

Con palabras, con hermosas palabras, de Henning Mankell: «Para manipular los residuos nucleares hemos construido un palacio para el olvido. Lo que quedará después de nuestra civilización será, pues, olvido y silencio. Y un veneno escondido en las profundidades de una catedral excavada donde nunca podrá entrar la luz».

Cuando se produce un accidente como el de Chernóbil, ¿cuánto tiempo dura «la fuga» o el accidente porque lo que más dura es el «post accidente» y sus efectos? ¿Y en el caso de Fukushima?

Son casos distintos el de Chernóbil y el de Fukushima. El primero fue una gran explosión; el segundo, por decirlo de algún, la expresión es de Eduard, es un Chernóbil a cámara lenta. En ambos casos, los efectos son duraderos (se tarda mucho en conocer sus dimensiones reales) aunque se organicen «visitas turísticas» a la central bielorrusa.

No hay superación inmediata de los desastres atómicos. Es un mito o un engaño irresponsable. Además, calcular las pérdidas (humanas, sociales, económicas). no es asunto fácil.

Creía que los japoneses eran más metódicos, concienzudos y estoy segura que nadie quiso que pasase lo que pasó… pero, de alguna manera, ¿se hubiese podido evitar? ¿Hasta qué punto?…porque si los «efectos de Chernóbil» siguen, también seguirán estos, ¿verdad? Y de qué manera contaminando el planeta a través de las corrientes oceánicas.

La contaminación radiactiva, según numerosos testimonios, ha llegado hasta la costa del Pacífico de Estados Unidos. A través dela alimentación, por ejemplo, puede llegara a muchos otros lugares.

Lo que se puede afirmar, sobre lo primero que apunta, es que la dirección de la central tenía informes de que las medidas de seguridad sólo eran seguras ante determinados tipos de tsunamis. No hicieron nada para pensar en situaciones más graves. Era muy costoso emprender las reformas. El dinero es el dinero y la rentabilidad es la rentabilidad. En el caso de Fukushima estuvo por encima de todo, incluso después de la hecatombe de 2011. ¿Y en los otros casos podemos preguntarnos? Mi respuesta: probablemente, muy probablemente, también. La historia enseña, puede enseñarnos.

Sin ser alarmistas, ¿qué culpa tienen estos accidentes nucleares del actual estado de salud del planeta?—incluyo ahí a todos los seres humanos.

Tienen la parte que les corresponde. Hemos hablado antes de ello. La salud del planeta, por supuesto, no depende tan solo de los desmanes nucleares. Hay más barbaries en la gran barbarie. La contaminación urbana, por ejemplo, es asunto distinto y genera muchas muertes prematuras. También, por supuesto, las enfermedades laborales (pensemos en los muertos por amianto, que no son solo laborales por cierto, están o estaban los de fuera del trabajo) y nuestro ritmo antihumanista de vida.

¿Quiere añadir algo más? 

Sí, con dos cosas. La primera: gracias por vuestro interés. El trabajo político-cultural-histórico de vuestra librería es admirable. Hasta Preston lo ha reconocido. Mereceríais el Premio Nobel alternativo de la paz y de la cultura.

El segundo añadido. Me gustaría finalizar con esta reflexión; la recogemos en el libro.

Así se expresaba el Premio Nobel de Literatura japonés Kenzaburo Oé a finales de septiembre de 2011, dos semanas después de la hecatombe atómica de Fukushima. «Hace no mucho, leí una obra de ciencia-ficción en la que la humanidad decide enterrar cantidades ingentes de residuos radiactivos en las profundidades subterráneas. No saben de qué modo deben advertírselo a la generación futura, a la que se le dejará el cometido de deshacerse de los residuos, ni quién debe firmar la advertencia. Desgraciadamente, la situación ya no es un tema de ficción. Estamos endosando unilateralmente nuestras cargas a las generaciones futuras. ¿Cuándo abandonó la humanidad los principios morales que nos impedían hacer algo así? ¿Hemos superado un punto de inflexión fundamental en la historia?»

Después del 11 de marzo, Oé se quedaba levantado todas las noches, hasta bien tarde, viendo la televisión, una costumbre, según sus propias palabras, recién adquirida tras el desastre. «Hubo un periodista de televisión que fue a mirar en una casa con las luces encendidas en una zona que, por lo demás, estaba a oscuras debido a las órdenes de evacuación. Resultó que una yegua estaba de parto y el propietario era incapaz de irse de su lado. Al cabo de unos días, el periodista volvió a visitar la granja y vio a la yegua y a su potrillo en el interior a oscuras. La expresión del propietario era sombría. No habían permitido que el potro saliese a correr en libertad porque sobre la hierba había caído lluvia contaminada por el material radiactivo. Lo mejor y lo más rápido es abolir la energía nuclear y suprimir la radiactividad de raíz».

La crisis, proseguía Oé, se había llevado vidas que muchas personas seguían intentando recuperar. «¿Qué mensajes podemos transmitirles a esas personas y de qué modo? Yo también necesito oír esas palabras y la persona a la que he recurrido en busca de orientación es el físico Shuntaro Hida, que ha estado hablando sobre los peligros de la exposición del país a la radiación desde el bombardeo atómico de Hiroshima».

En una entrevista publicada en la edición de septiembre de la revista nipona Sekai, Hida recomendaba: «Si ya han estado expuestos, deben estar preparados. Resígnense. Díganse a ustedes mismos que pueden tener mala suerte y sufrir unas consecuencias horribles al cabo de varias décadas. Luego, traten de reforzar su sistema, háganlo inmune todo lo que puedan para combatir los peligros de la radiación. ¿Pero será suficiente para protegerse el hacer el esfuerzo de evitar comprar verduras que puedan estar contaminadas? Es mejor tomar precauciones que no tomarlas. Los materiales radiactivos siguen escapando de Fukushima, incluso ahora. Los alimentos contaminados se han infiltrado en el mercado, así que, desgraciadamente, no hay ningún método garantizado para protegerse de la exposición. Abolir la energía nuclear y suprimir la radiactividad de raíz es un modo mucho más rápido de abordar el problema».

Recorriendo el mismo sendero que transitó Mankell, Kenzaburo Oé quiso transmitir estas palabras a los hombres -«los políticos, los burócratas, los empresarios»- que intentan imponer a las futuras generaciones la difícil tarea de deshacerse de los residuos radiactivos que se han generado y siguen generándose «por culpa de una política energética que pone la capacidad de producción y la fortaleza económica por delante de todo lo demás». De hecho, señalaba, «quiero transmitir estas palabras a las mujeres -las jóvenes madres- que rápidamente se han dado cuenta de los peligros que se les plantean a sus hijos y tratan de encarar el problema de frente». Después de que los ciudadanos italianos rechazaran la reanudación de las operaciones en sus centrales nucleares en 1987, fue el primer país europeo tras Suecia (Nueva Zelanda no utiliza reactores nucleares para la generación de energía desde 1984), «un funcionario de alto rango del Partido Democrático Liberal de Japón atribuía el resultado del referéndum a la «histeria colectiva», dando a entender que el poder de las mujeres estaba detrás de los resultados», añadía el escritor nipón.

Una mujer italiana de la industria del cine, recordó Oé, respondió a la inhumana descalificacióndel político neoliberal: «Es probable que los hombres japoneses se vean empujados a la acción por una histeria colectiva que pone la productividad y el poderío económico por delante de todo lo demás. Hablo solamente de hombres porque, se esté donde se esté, las mujeres nunca ponen nada por delante de la vida. Si Japón no solo perdiese su condición de superpotencia económica sino que además cayese en una pobreza prolongada, ¡todos sabemos por las películas japonesas que las mujeres superarían esas dificultades!»

Los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, de los que tanto y tan profundamente nos ha hablado el escritor japonés en muchas de sus obras, la derrota de Japón en la II Guerra Mundial y la subsiguiente ocupación del país por las fuerzas aliadas tuvieron lugar durante su niñez. «Todos éramos pobres. Pero cuando se dio a conocer la nueva Constitución, me impresionó la repetición de la palabra «determinación» en su preámbulo. Me llenaba de orgullo saber que los mayores tenían tanta resolución».

Hoy, concluía el premio Nobel nipón, a través de los ojos de un hombre mayor, «veo Fukushima y las difíciles circunstancias a las que este país se enfrenta». Añadía: «Y sigo teniendo esperanza en una nueva firmeza del pueblo japonés».

También nosotros mantenemos la misma esperanza. La esperanza en la firmeza, sabiduría, prudencia y tenacidad del pueblo japonés y en las de todos los ciudadanos informados, comprometidos yorganizados del mundo.

De nuevo, conviene insistir hasta el agotamiento, «¿Nuclear? No, gracias». No en nuestro nombre. ¡Contra la sinrazón atómica, contra el ecosuicidio nuclear! ¡Mejor activos hoy que mañana radiactivos! ¡Otros mundos no atómicos son posibles!

Gracias, muchas gracias por vuestro interés.

Fuente: http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/sinrazonnuclear.htm

 

Nota edición. Primera parte: Cazarabet conversa con Salvador López Arnal sobre Contra la (sin) razón nuclear (I). «Ser experto en algo, ser buen conocedor de algún tema de alguna materia, no implica compromiso transformador alguno» http://www.rebelion.org/noticia.php?id=244120