La contribución política más conocida de Noam Chomsky es su poderosa y prolongada crítica de la política exterior estadounidense. Pero Chomsky también utilizó su alcance global para dar la voz de alarma sobre la crisis climática y trazar un camino para evitar el desastre.
Si decidimos tomarnos en serio el abrumador consenso de los científicos climáticos más creíbles, tenemos que aceptar que el cambio climático representa una amenaza verdaderamente existencial para la continuación de la vida en la Tierra tal como la conocemos.
Dada esta realidad, no es de extrañar que Noam Chomsky se haya comprometido a educar a la mayor audiencia global posible sobre la ciencia básica que hay detrás de la crisis climática, los factores que la produjeron y la forma de avanzar hacia un camino viable para revertirla.
Tampoco es sorprendente que Chomsky entienda a la crisis como una grave malignidad del capitalismo neoliberal contemporáneo y que, en consecuencia, anticipe que el trabajo de revertirla requerirá de una movilización popular masiva que derrote al neoliberalismo bajo las banderas combinadas de la justicia social y de la cordura ecológica.
Por supuesto, las contribuciones de investigación profundamente impactantes de Chomsky, que abarcan más de siete décadas, cubrieron principalmente los campos de la lingüística, la filosofía, la psicología y la ciencia cognitiva. Nunca afirmó ser un experto en los detalles técnicos de la ciencia climática o en la economía de la construcción de un sistema alternativo de energía limpia.
Al mismo tiempo, Chomsky, legendariamente, es un hombre que «lee de todo». Y no se limita a leer de todo. Más bien, a lo largo de décadas, Chomsky demostró una asombrosa capacidad para absorber una enorme variedad de material sobre cuestiones sociales y políticas de importancia crítica. También es capaz de explicar estos temas a millones de lectores en todo el mundo a través de su combinación sin igual de pasión moral, rigor, profundidad de visión, claridad y también —cuando decide desatarla— una fuerza retórica estimulante.
Estas son exactamente las cualidades que Chomsky aportó al abordar la crisis climática. Sus contribuciones son fundamentales para comprender todo el alcance de sus ramificaciones sociales, económicas, políticas y ecológicas.
Un desafío único para la humanidad
Empecé a trabajar con Chomsky en temas climáticos en 2017. En ese momento, el periodista progresista C. J. Polychroniou, un amigo íntimo suyo desde hace mucho tiempo, propuso que Chomsky y yo comenzáramos una serie de entrevistas escritas conjuntas para Truthout, que abarcaran temas relacionados con el neoliberalismo y la crisis climática.
Me sentí profundamente honrado y emocionado por esta oportunidad. Los escritos de Chomsky me influyeron mucho desde que estaba en segundo año de la universidad (es decir, hace mucho tiempo). Pero solo nos habíamos visto en persona brevemente un par de veces y nunca habíamos tenido interacciones prolongadas de ningún tipo sobre ningún tema, y mucho menos colaboraciones activas.
Nuestra primera entrevista conjunta se publicó en octubre de 2017, y nuestra colaboración continuó a partir de ese momento, con nuestra más reciente entrevista conjunta, publicada en junio de 2023. Nuestro proyecto en común más extenso es nuestro libro de 2020 Climate Crisis and the Global Green New Deal: The Political Economy of Saving the Planet [La crisis climática y el Nuevo Pacto Verde Global: La economía política de salvar el planeta]. Este pequeño libro también está estructurado en torno a una serie de preguntas de la entrevista que Polychroniou nos planteó por separado a Chomsky y a mí. Todas las citas directas que siguen proceden de las contribuciones de Chomsky a nuestro libro de 2020.
El libro comienza con una descripción de Chomsky de la situación actual en términos directos, es decir, adecuadamente crudos. Presenta a la crisis climática como «gemela» de la crisis nuclear, al ser «única en la historia de la humanidad», ya que ambos peligros plantean legítimamente la cuestión de «si la sociedad humana organizada puede sobrevivir de alguna forma reconocible». Mientras que, como él dice, «la historia está demasiado llena de registros de guerras horrendas, torturas indescriptibles, masacres y todos los abusos imaginables de los derechos fundamentales», la existencia de una fuerza que amenaza con la destrucción de «la vida humana organizada en cualquier forma reconocible o tolerable» es «completamente nueva».
Chomsky se basa entonces en algunos hallazgos clave de la investigación para documentar sus afirmaciones:
Nos estamos acercando peligrosamente a las temperaturas globales de hace 120.000 años, cuando el nivel del mar era entre 6 y 9 metros más alto que hoy. Se trata de perspectivas realmente inimaginables, incluso descontando el efecto de tormentas más frecuentes y violentas, que acabarán con los restos que queden. Uno de los muchos acontecimientos ominosos que podrían llenar el vacío entre hace 120.000 años y hoy es el derretimiento de la vasta capa de hielo de la Antártida Occidental. Los glaciares se deslizan hacia el mar cinco veces más rápido que en la década de 1990, con más de 100 metros de espesor de hielo perdido en algunas zonas debido al calentamiento de los océanos, y esas pérdidas se duplican cada década. La pérdida total de la capa de hielo de la Antártida Occidental elevaría el nivel del mar unos cinco metros, inundando ciudades costeras y generando efectos absolutamente devastadores en otros lugares, como las llanuras bajas de Bangladesh, por ejemplo. Esta es solo una de las muchas preocupaciones de quienes están prestando atención a lo que sucede ante nuestros ojos.
Chomsky también enfatiza, al comienzo de nuestro libro, la necesidad de actuar:
Los que vivimos hoy decidiremos el destino de la humanidad, y el destino de las otras especies que ahora estamos destruyendo a un ritmo nunca visto en 65 millones de años, cuando un enorme asteroide golpeó la Tierra, poniendo fin a la era de los dinosaurios y abriendo el camino para que algunos pequeños mamíferos evolucionaran hasta convertirse finalmente en el clon del asteroide, que se diferencia de su predecesor en que puede tomar una decisión.
Negacionismo climático: perfiles de la vergüenza
Chomsky no escatima nada al momento de destripar a algunas importantes figuras, especialmente de la escena estadounidense, que promueven el negacionismo climático. Esto incluye al Partido Republicano contemporáneo, empezando, por supuesto, por Donald Trump y sus acólitos. Pero eso es solo un comienzo, ya que la despreciable alineación de negacionistas republicanos del clima se extiende a toda una gama de figuras destacadas, incluidos los llamados «moderados». Como escribe sobre la campaña para las primarias republicanas de 2016:
Todos y cada uno de los candidatos negaron que lo que está sucediendo esté sucediendo, o dijeron que tal vez lo esté, pero que no importa (este último mensaje provino de los «moderados», el exgobernador Jeb Bush y el gobernador de Ohio, John Kasich). Kasich fue considerado el más serio y sobrio de los candidatos. Rompió filas al reconocer los hechos básicos, pero añadió que «vamos a quemar [carbón] en Ohio y no vamos a pedir disculpas por ello». Eso es un apoyo al 100% a la destrucción de las perspectivas de vida humana organizada, con la figura más respetada adoptando la postura más grotesca. Sorprendentemente, este asombroso espectáculo pasó prácticamente sin comentarios (si es que hubo alguno) dentro de la corriente principal, un hecho de no poca importancia en sí mismo.
Chomsky señala que los republicanos no siempre negaron el cambio climático. Tampoco se opusieron siempre a las políticas de protección medioambiental en general. De hecho, la Agencia de Protección Medioambiental de EE.UU. se creó en 1971 bajo el mandato del presidente republicano Richard Nixon. En la campaña presidencial de 2008, la plataforma del Partido Republicano y su candidato John McCain abogaron firmemente por medidas para abordar el cambio climático.
Chomsky explica lo que ocurrió con los republicanos tras la campaña presidencial de McCain en 2008, centrándose adecuadamente en el papel de los hermanos Koch, David y Charles. El patrimonio neto combinado de los hermanos era de unos 120.000 millones de dólares al momento de la muerte de David en 2019, lo que los convertía en dos de las personas más ricas del mundo en ese momento. Prácticamente toda su riqueza estaba vinculada a la industria de los combustibles fósiles.
Chomsky se basa en el libro de 2019 de Christopher Leonard, Kochland: The Secret History of Koch Industries and Corporate Power in America [Kochland: La historia secreta de Koch Industries y el poder corporativo en Estados Unidos], para argumentar su caso:
Leonard describe a David Koch como el «negacionista por excelencia», cuyo rechazo al calentamiento global antropogénico era profundo y sincero. Dejemos de lado las sospechas de que esto podría tener algo que ver con el hecho de que tenía una inmensa fortuna en juego en este negacionismo, tal vez billones de dólares de pérdidas potenciales durante un período de treinta años o más si el negacionismo fracasara, estima Leonard. No obstante, dejemos de lado la incredulidad y aceptemos que sus convicciones eran totalmente sinceras. Eso no sería ninguna sorpresa. John C. Calhoun, el gran ideólogo de la esclavitud, sin duda creía sinceramente que los crueles campos de trabajo esclavo del sur eran la base necesaria para una civilización superior.
El negacionismo de los hermanos Koch fue mucho más allá de meros esfuerzos por convencer. Lanzaron enormes campañas para asegurarse de que no se hiciera nada que impidiera la explotación de los combustibles fósiles en los que se basa su fortuna. Como relata Leonard, «David Koch trabajó incansablemente, durante décadas, para expulsar de sus cargos a cualquier republicano moderado que propusiera regular los gases de efecto invernadero».
No dejaron piedra sin remover: redes de ricos donantes, grupos de expertos para cambiar el discurso, uno de los mayores grupos de presión del país, la organización de lo que pueden parecer grupos de base para campañas puerta a puerta, creando y dando forma al Tea Party… El gigante de los hermanos Koch destaca por su cuidadosa planificación y el uso exitoso de los inmensos beneficios que obtuvo al contaminar la atmósfera global sin costo alguno, una mera «externalidad», en la terminología del sector. Pero es un símbolo del capitalismo salvaje que se hace cada vez más evidente a medida que ese proyecto neoliberal que tan bien le sirvió a la riqueza privada y al poder corporativo se ve amenazado.
¿Rescates tecnológicos?
En la medida en que la industria de los combustibles fósiles reconoció la amenaza del cambio climático —y todos esos reconocimientos fueron anémicos y a regañadientes—, no es de extrañar que la industria también se haya obsesionado con su propio plan de acción favorito. Se trata de desarrollar tecnologías de captura de carbono a escala global masiva. Se trata de tecnologías cuyo propósito es eliminar el carbono emitido de la atmósfera y transportarlo, generalmente a través de tuberías, a formaciones geológicas subterráneas, donde se almacenaría de forma permanente.
El plan sería que estas tecnologías permitieran a las empresas de combustibles fósiles seguir obteniendo beneficios mediante la venta de petróleo, carbón y gas natural. Esto sería posible porque la captura de carbono permitiría que la producción de energía basada en combustibles fósiles continuara sin destruir necesariamente el planeta como un desafortunado efecto secundario. El único problema es que estas tecnologías nunca lograron funcionar con éxito a escala comercial, a pesar de décadas de fanfarronería al respecto por parte de la industria de los combustibles fósiles.
Chomsky deja claro que ni las tecnologías de captura de carbono ni otras similares son capaces de ofrecer más que una corriente sin trabas de enormes beneficios para la industria de los combustibles fósiles. Ciertamente, no se puede confiar en ellas como una vía viable para la estabilización del clima. Citando el trabajo del científico climático de la Universidad de Oxford Raymond Pierrehumbert, escribe que el especialista revisa «las posibles soluciones técnicas y sus problemas muy serios», concluyendo que «no hay plan B». Por lo tanto, «debemos pasar a las emisiones netas de carbono, y rápido».
Al mismo tiempo, Chomsky reconoce que no hay forma de construir la nueva infraestructura global de energía limpia que necesitamos sin apoyar una serie de avances tecnológicos en las áreas de eficiencia energética, fuentes de energía renovables y agricultura sostenible:
Existe un amplio consenso sobre la necesidad de avanzar hacia la electrificación, lo que requiere cobre, un recurso que se está desperdiciando y que, con la tecnología actual, solo puede extraerse de formas que son bastante perjudiciales para el medio ambiente. Es difícil evitar estos dilemas, pero eso no es razón para no explorar enérgicamente los tipos de tecnología que parecen más adecuados para avanzar hacia un ecosistema sostenible y saludable. Queda mucho por hacer. La producción industrial de carne, incluso al margen de consideraciones éticas, no debe tolerarse debido a su contribución sustancial al calentamiento global. Tenemos que encontrar formas de cambiar a dietas basadas en plantas derivadas de prácticas agrícolas sostenibles, lo cual no es tarea fácil.
Países ricos, países pobres y justicia climática
Chomsky tiene claro que la responsabilidad de prevenir una catástrofe climática debe recaer principalmente en los países que hoy tienen altas rentas, empezando por Estados Unidos, pero incluyendo a Europa Occidental, Japón, Canadá y Australia, que vienen quemando combustibles fósiles desde mediados del siglo XIX como base para alcanzar sus niveles actuales de riqueza.
Más aún, la responsabilidad debe recaer principalmente en las personas más ricas de estas sociedades, aquellas que más se beneficiaron durante la larga era de los combustibles fósiles. Como señala, la crisis «solo puede superarse con los esfuerzos comunes de todo el mundo, aunque, por supuesto, la responsabilidad es proporcional a la capacidad, y los principios morales elementales exigen que recaiga una responsabilidad especial en aquellos que fueron sido los principales responsables de crear las crisis a lo largo de los siglos, enriqueciéndose mientras creaban un destino sombrío para la humanidad».
Pero esta perspectiva también conduce a una pregunta difícil de seguir. En aras de la justicia climática, ¿debería permitirse a los países de bajos ingresos seguir quemando combustibles fósiles como base de su crecimiento económico, tal y como habían hecho los países ahora ricos para enriquecerse? Chomsky responde lo siguiente:
Hay algo de justicia en esa posición, a lo que podemos añadir que los países pobres, que tienen mucha menos responsabilidad en la crisis, son sus principales víctimas (…). Sin embargo, si consideramos las consecuencias de ello, en particular para estos países, sería un suicidio que tomaran esto como una razón para retrasar la lucha contra la crisis climática. La respuesta correcta, introducida tímidamente y de manera demasiado limitada en los acuerdos internacionales, es que los países ricos proporcionen la ayuda necesaria para que puedan avanzar hacia la energía sostenible.
La ayuda necesaria podría proporcionarse de muchas maneras, incluidas algunas muy sencillas que podrían tener un impacto considerable y apenas supondrían un error estadístico en los presupuestos nacionales.
Por poner un ejemplo, gran parte de la India se está volviendo apenas vivible debido a olas de calor más intensas y frecuentes, que alcanzaron los 50 ºC en Rajastán en el verano de 2019. Quienes pueden permitírselo están utilizando aires acondicionados altamente ineficientes y muy contaminantes. Eso podría corregirse fácilmente. ¿Cuánto les costaría a los países ricos al menos ayudar a la gente a soportar el destino que les hemos impuesto, en nuestra locura?
Sin dudas, esto es apenas el mínimo indispensable. Seguramente podemos aspirar a mucho más, incluso a que un día se comprenda de manera generalizada que los sectores más vulnerables, tanto en el ámbito doméstico como en el internacional, deben ser la principal preocupación, y a que las instituciones hayan experimentado un cambio radical para reflejar y hacer posible esa comprensión común.
¿Qué hay que hacer?
Por supuesto, Chomsky y yo estamos totalmente de acuerdo en el marco básico, así como en los detalles críticos para avanzar en un proyecto viable de estabilización climática. No habríamos continuado nuestra colaboración durante seis años si fuera de otra manera. Chomsky también me siguió en gran medida a la hora de resolver los detalles técnicos pertinentes, ya que este fue uno de mis principales focos de investigación durante los últimos quince años. Dejando de lado estos detalles, el marco básico de nuestro enfoque conjunto es sencillo e incluye los siguientes puntos principales:
1. La reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero debe alcanzar al menos el principal objetivo establecido en 2018 por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, a saber, emisiones cercanas a cero para 2050. Esto requiere la eliminación gradual de los combustibles fósiles como fuente de energía para 2050, así como la sustitución de las prácticas agrícolas corporativas, incluida la deforestación, por la agricultura orgánica.
2. Las inversiones para elevar drásticamente los estándares de eficiencia energética y expandir igualmente de manera drástica el suministro de energía solar, eólica y otras fuentes de energía limpia y renovable deben formar la vanguardia de la transición hacia una economía verde en todas las regiones del mundo. Estas inversiones en energía limpia se convertirán, a su vez, en nuevos motores importantes de creación de empleo en todo el mundo.
3. La transición hacia una economía verde debe incluir medidas sólidas para una transición justa para los trabajadores y las comunidades cuyo bienestar depende actualmente de la industria de los combustibles fósiles.
4. Como se señaló anteriormente, los costos de estas inversiones y medidas de transición justa deben ser asumidos principalmente por los países ricos y las personas adineradas que más se beneficiaron de la era de los combustibles fósiles.
Todas las partes de este proyecto deben estar funcionando a escala global ahora. No tenemos tiempo para esperar a que el capitalismo neoliberal colapse y sea reemplazado por el socialismo. Al mismo tiempo, a través de la expansión a gran escala de buenas oportunidades de trabajo y del establecimiento de generosas medidas de transición justa, el programa de estabilización climática también puede convertirse en la base de una agenda igualitaria más amplia que sea capaz de suplantar al neoliberalismo.
Al igual que muchos otros, Chomsky y yo pensamos que el término «Green New Deal» [Nuevo acuerdo verde] capturó gran parte del espíritu de este proyecto global. Pero, obviamente, el término en sí no es lo importante. Lo que importa es diseñar y comprometerse con un proyecto que tenga éxito.
Con ese fin, Chomsky presta gran atención a las principales cuestiones de la izquierda, entre ellas a cómo construir de la manera más eficaz posibles coaliciones entre los movimientos laborales y medioambientales. También evalúa dos influyentes perspectivas izquierdistas sobre la crisis climática, es decir, el decrecimiento y el ecosocialismo, y ofrece su perspectiva sobre cuestiones de tácticas específicas, así como sobre las estrategias generales para construir el movimiento climático más fuerte posible.
Chomsky describe la labor del difunto líder sindical estadounidense Tony Mazzocchi como un poderoso ejemplo de cómo aunar los intereses de los trabajadores y los ecologistas:
Es bueno recordar que uno de los primeros y más destacados ecologistas fue un líder sindical, Tony Mazzocchi, jefe del Sindicato Internacional de Trabajadores del Petróleo, la Química y la Energía Atómica (OCAW, por sus siglas en inglés). Los miembros de su sindicato estaban en primera línea, enfrentándose todos los días en sus trabajos a la destrucción del medio ambiente y eran víctimas directas del asalto corporativo a sus vidas individuales. Bajo el liderazgo de Mazzocchi, el OCAW fue la fuerza impulsora detrás del establecimiento de la Ley de Seguridad y Salud Ocupacional (OSHA) en 1970, que protege a los trabajadores en el trabajo, firmada por el último presidente liberal estadounidense, Richard Nixon, «liberal» en el sentido estadounidense, es decir, ligeramente socialdemócrata.
Mazzocchi fue un duro crítico del capitalismo, así como un comprometido ecologista. Sostuvo que los trabajadores debían «controlar el entorno de la planta», al tiempo que toman la iniciativa en la lucha contra la contaminación industrial. (…) El camino que Mazzocchi trató de forjar —el del trabajo militante como fuerza motriz del movimiento ecologista— no es un sueño ocioso y debe perseguirse activamente.
Chomsky luego ofrece una valoración equilibrada de los planteos del decrecimiento:
El cambio a la energía sostenible requiere crecimiento: construcción e instalación de paneles solares y turbinas eólicas, climatización de hogares, grandes proyectos de infraestructura para crear un transporte masivo eficiente y mucho más. En consecuencia, no podemos simplemente decir que «el crecimiento es malo». A veces sí, a veces no. Depende del tipo de crecimiento. Por supuesto, todos deberíamos estar a favor del (muy rápido) «decrecimiento» de las industrias energéticas, de las instituciones financieras en gran medida depredadoras, del establishment militar inflado y peligroso, y de muchas otras cosas que podemos enumerar. Deberíamos pensar en cómo diseñar una sociedad habitable. Eso implicará tanto crecimiento como decrecimiento, lo que planteará muchas cuestiones importantes. El equilibrio depende de una amplia gama de opciones y decisiones particulares.
También su análisis es equilibrado al considerar el ecosocialismo:
Por lo que entiendo del ecosocialismo, no en profundidad, se solapa muy estrechamente con otras corrientes socialistas de izquierda. No creo que estemos en una etapa en la que adoptar un «proyecto político» específico sea muy útil. Hay cuestiones cruciales que deben abordarse ahora mismo. Nuestros esfuerzos deben basarse en directrices sobre el tipo de sociedad futura que nos gustaría ver nacer, y que puede construirse en parte dentro de la sociedad existente de muchas maneras, algunas ya discutidas. Está bien replantear posiciones específicas sobre el futuro con más o menos detalle, pero por ahora me parecen, en el mejor de los casos, formas de afinar ideas más que plataformas a las que aferrarse.
Se puede argumentar que las características inherentes del capitalismo conducen inexorablemente a la ruina del medio ambiente, y que poner fin al capitalismo debe ser una prioridad del movimiento ecologista. Hay un problema fundamental con este argumento: las escalas de tiempo. Desmantelar el capitalismo es imposible en el plazo necesario para tomar medidas urgentes, lo que requiere una gran movilización nacional, e incluso internacional, si se quiere evitar una crisis grave.
Además, todo el debate es engañoso. Los dos esfuerzos —evitar el desastre medioambiental y desmantelar el capitalismo en favor de una sociedad más libre, justa y democrática— deben y pueden llevarse a cabo en paralelo. Y pueden llegar muy lejos con una organización popular masiva.
Tomarse en serio la cuestión táctica
Chomsky sostiene que no existe un enfoque táctico general que sea eficaz o apropiado en todas las situaciones. Los activistas deben prestarle más atención a las circunstancias, «a la naturaleza de la acción planificada y a las posibles consecuencias, en la medida en que podamos determinarlas». Considera estas cuestiones en particular al evaluar el papel que la desobediencia civil puede desempeñar en el avance del movimiento climático:
Participé en la desobediencia civil durante muchos años, en algunos periodos de forma intensa, y creo que es una táctica razonable, a veces. No debe adoptarse simplemente porque uno se sienta fuertemente identificado con el tema y quiera mostrarlo al mundo. Esa táctica puede ser adecuada, pero no es suficiente. Es necesario considerar las consecuencias. ¿Está la acción diseñada de manera que anime a otros a pensar, a convencerse, a unirse? ¿O es más probable que antagonice, irrite y haga que la gente apoye precisamente aquello contra lo que protestamos? Las consideraciones tácticas a menudo se denigran, considerando que son cuestiones para mentes pequeñas, no para tipos serios y con principios como yo. Todo lo contrario. Los juicios tácticos tienen consecuencias humanas directas. Son una preocupación profundamente basada en principios. No basta con pensar: «Tengo razón, y si los demás no pueden verlo, peor para ellos». Tales actitudes a menudo causaron graves daños.
En términos más generales, Chomsky expresa un profundo respeto por los logros que el movimiento climático consiguió hasta la fecha en todo el mundo. También insiste en que el movimiento todavía tiene tiempo para lograr su objetivo, es decir, nada menos que salvar al planeta del desastre. Concluiré con algunas de las inimitables y estimulantes reflexiones de Chomsky sobre esta cuestión:
Hay países y localidades en los que se están realizando serios esfuerzos para actuar antes de que sea demasiado tarde. Y no es demasiado tarde. La respuesta a la loca carrera por producir más medios de autodestrucción es bastante obvia, al menos en palabras; su implementación es otro asunto. Y todavía estamos a tiempo de mitigar la inminente catástrofe climática si nos comprometemos firmemente. Sin duda, no es imposible si se afrontan los hechos. En 1941, Estados Unidos enfrentó una amenaza grave, aunque incomparablemente menor, y respondió con una movilización masiva voluntaria tan abrumadora que impresionó profundamente al zar económico de la Alemania nazi, Albert Speer, quien lamentó que la Alemania totalitaria no pudiera igualar la subordinación voluntaria a la tarea nacional que se daba en las sociedades más libres.
Robert Pollin. Profesor distinguido de economía y codirector del Instituto de Investigación de Economía Política (PERI) de la Universidad de Massachusetts Amherst.
Fuente: https://jacobinlat.com/2025/03/noam-chomsky-y-la-alternativa-socialista-al-caos-climatico/