Estimados compañeros, queridos amigos y amigas: Motivos familiares y laborales me impiden estar con ustedes esta noche. Discúlpenme y déjenme que no oculte que para mí ha sido muy grato que José Manuel Naredo me sugiriera la posibilidad de estar en la mesa de la presentación de su magnífico, de su excelente Luces en el […]
Estimados compañeros, queridos amigos y amigas:
Motivos familiares y laborales me impiden estar con ustedes esta noche. Discúlpenme y déjenme que no oculte que para mí ha sido muy grato que José Manuel Naredo me sugiriera la posibilidad de estar en la mesa de la presentación de su magnífico, de su excelente Luces en el laberinto, uno de los mejores libros que he leído a lo largo de 2009.
¿Qué hubiera dicho si hubiera podido estar en tan grata compañía? Cinco ideas, no más. Quizá me hubiera alargado algo más de lo que Óscar Carpintero va a leerles, les están leyendo (como saben, las aristas de las tradiciones militantes no siempre son virtuosas y concisas), pero básicamente hubiera apuntado lo siguiente:
En primer lugar: Luces en el laberinto está escrito con veracidad y eso no es frecuente, nada frecuente. Se ve, se respira tan rápidamente esa característica, que uno sabe y siente desde los primeros momentos que no sólo va a leer y anotar Luces en el laberinto (¡qué hermoso título!) sino que tiene seguridad de que va a releerlo. Y, como quería Salvador Allende, más pronto, mucho más pronto que tarde.
La segunda idea remite al lenguaje de Luces. Es tan hermoso, tan potente, tan rico el castellano que despliega con maestría José Manuel Naredo en Luces que la emoción artística, literaria, nunca está alejada de su lectura. A la emoción e interés por lo narrado se le une, y no en menor grado, la inusual belleza con la que se nos narra todo ello.
La tercera idea remite, como apunté en una nota que escribí para rebelión, a la cardinalidad de los sistemas transfinitos: la autobiografía intelectual de Naredo es un libro inagotable, uno de esos raros ensayos que gozan de todas las virtudes exigibles y de algunas más, por si fueran necesarias: excelentemente documentando, señalando senderos, nuevos o no, pero en todo caso pertinentes; mostrando las formas del trabajo de un cientifico abierto y atento siempre a nuevas disciplinas; enseñando los ejes básicos del trabajo científico honesto, riguroso y no servil; apuntando y argumentando sobre la importancia de la interdisciplinariedad en ciencias sociales y su complementariedad no contradictoria con las disciplinas naturales; transitando siempre por senderos terrenales y humanos siempre afables. Por lo demás, Luces en el laberinto no es sólo una aproximación a la obra y vida pública de J. M. Naredo, sino un interesante retrato de la historia reciente de nuestro país, vista además con los ojos y el corazón de un protagonista de excepción que nunca se rindió, cuando no era fácil proseguir por senderos de rebeldía e insumisión.
La cuarta idea que quería transmitirles tiene que ver con la segunda parte, con «Alternativas a la crisis», un conjunto de reflexiones de Naredo conducidas, con algunas intervenciones propias, por los admirados amigos Óscar Carpintero y Jorge Riechmann. Yo no soy economista. Confieso con algo de vergüenza que estudié un año en la Facultad de Económicas de la UB y que huí raudo hacia otros territorios alejados. Era joven, discúlpenme. Pero no exagero si les digo que de lo que he leído sobre esto que suele llamarse «profunda crisis económica y social de nuestras sociedades» hay pocas cosas que me hayan enseñado más, que me hayan instruido más que estas páginas a las que hago referencia.
Si no he contado mal, me falta una ideilla para el quinteto. No es propiamente una idea, es un agradecimiento. Jorge Luis Borges incluyó en el que fuera su penúltimo libro, La cifra, un poema titulado «Los justos». Habla en él de personas no siempre recordadas que están salvando el mundo y sobre las que suele habitar el olvido. Cita entre ellas al topógrafo que compone bien la página de su poema que acaso no sea de su agrado, el que agradece que en el mundo haya existido Stevenson o el que acaricia un animal herido. Desearía añadir un verso al poema borgiano y quería agradecer ante ustedes que podamos leer un libro como Luces en el laberinto y la existencia de una trayectoria político-intelectual como la de José Manuel Naredo. También Luces en el laberinto y José Manuel Naredo están salvando un mundo que, estarán conmigo, exige con urgencia mimos, intervenciones y cuidados afables.
Gracias.
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