El Pacto de Milán es un acuerdo suscrito por municipios para construir sistemas alimentarios más saludables, más locales y más eficientes que, auspiciadas por la FAO, a raíz de la cumbre mundial sobre alimentación de octubre de 2015, y al que se adhirieron más de 100 ciudades de todo el mundo. El enfoque de gobernanza […]
El Pacto de Milán es un acuerdo suscrito por municipios para construir sistemas alimentarios más saludables, más locales y más eficientes que, auspiciadas por la FAO, a raíz de la cumbre mundial sobre alimentación de octubre de 2015, y al que se adhirieron más de 100 ciudades de todo el mundo.
El enfoque de gobernanza desde las ciudades, desde el municipalismo, se constituye en la estrategia más descentralizada y efectiva (ya sabemos el impacto de muchas de las políticas de Estado y su vulnerabilidad ante la presión de los grandes intereses económicos), e incluye medidas en general sencillas y sectoriales como los huertos urbanos, comunitarios y escolares, apoyo a producto biorregional en mercados y mercadillos, suministro a comedores, compra pública, compostaje, etc. Por ello muchos creemos que el enfoque del Pacto de Milán tendrá mayor impacto que cualquiera de las medidas emprendidas por los Estados o por las Naciones Unidas en materia alimentaria. Solo las guerrillas locales podrán vencer a los grandes ejércitos de los grandes intereses económicos planetarios.
Los antecedentes de este «paradigma de Milán» son largos. El concepto de sistema alimentario fue empleado por primera vez por L. Malassis en 1979, para abarcar la diversidad y las interacciones que caracterizan los complejos agroindustriales. La teoría de sistemas permitió un cambio de enfoque significativo que se desarrolló de modo rápido con una óptica industrial. J.L. Rastoin definió en 1980 el sistema alimentario como «una red interdependiente de actores (empresas, instituciones financieras, organismos públicos y privados) que participan directa o indirectamente en la creación de flujos de bienes y servicios orientados hacia la satisfacción de las necesidades alimentarías de un grupo de consumidores en un determinado espacio geográfico«. [1]
Lo cierto es que el despliegue de los sistemas alimentarios industriales modernos a partir de mediados del siglo XX se convirtió en un gran área de negocio y una actividad muy intensiva en recursos financieros y energéticos, y ha dado lugar a diferentes problemas ambientales y sociales, fundamentalmente de concentración de tierras, capital industrial y de distribución, y de deterioro ambiental y de mayor riesgo sobre la salud de los consumidores al aumentar los aditivos alimentarios artificiales o el uso de fitosanitarios que actúan como disrruptores endocrinos y nerviosos.
La lucha desde esta estrategias locales, modestas y efectivas, como todo lo enfocado localmente, aporta algunas de las visiones y escenarios de cambio más efectivos. Estas ciudades decididas a emprender una transición alimentaria constituyen un avance. El lema de convierte tu carro de la compra en tu carro de combate adquiere en el marco del Pacto de Milán la posibilidad de convertirse en una caballería coordinada desde el municipalismo más comprometido y efectivo con la generación de cambios globales.
Seguridad o soberanía
Este conflicto entre los dos tipos extremos de sistemas y escenarios alimentarios queda perfectamente retratados en las diferencias entre los objetivos de la seguridad alimentaria y de la soberanía alimentaria.
El enfoque de la seguridad alimentaria plantea producir la mayor cantidad posible de alimentos al menor precio posible, de este modo se espera garantizar que las poblaciones con menores rentas accedan a los alimentos básicos mediante compra, subsidio o en casos extremos, y mediados por la FAO, mediante donaciones. Para esta manera de ver el mundo el trigo a 20 USD tonelada es la clave de la capacidad de alimentar el planeta en 2050. Este escenario depende de un continuo proceso de aumento de la intensidad energética, en forma de insumos agrarios, transporte, y con notables efectos colaterales en los ecosistemas y las poblaciones campesinas que quedan desplazadas por las economías de escala.
El enfoque de soberanía alimentaria, en el que entendemos que se inserta el paradigma de Milán, surgió del foro de movimientos de vía campesina de Nyeyeli en 2007, y se centra en plantear la relocalización de una parte de la capacidad de producir de alimentos, como sector activo local, y sin depender de suministros o precios ciertamente inciertos. De este modo en la cumbre de 2015 el movimiento campesino cedía una parte del reto de la soberanía alimentaria a las instituciones locales, que con su propio lenguaje político, y sus propias competencias, hacen de los municipios un escenario táctico de conquista institucional lenta y firme.
El objetivo de estos sistemas alimentarios locales es la relocalización de los ciclos de la materia de la energía, detrayendo fuerza a los sistemas alimentarios globalizados gestionadas por las grandes corporaciones. Las herramientas no pueden ser solo de mera clusterizacion o agrupación de actores (desde productores, comedores, consumidores, industrias, mercados, colectividades, etc.) se requieren políticas económicas, apoyos públicos, desde incentivos para el acortamiento de cadenas comerciales y apoyo a las pequeñas producciones.
Subsistemas alimentarios, umbrales de eficiencia.
A pesar de la creciente globalización alimentaria y la integración económica de un gran sistema alimentario planetario controlado por las grandes empresas del sector, es necesario distinguir diferentes subsistemas alimentarios. Si los organizamos, como se hace con los electrodomésticos o las viviendas, en función de su eficiencia energética, ecológica y social, podemos distinguir cinco grandes subsistemas:
- El subsistema tipo E es el más plenamente globalizado que solo responde a la reducción del precio de los alimentos desde el motor de las grandes economías de escala en la producción y distribución. Su objetivo es el control del sistema planetario, y que la producción la realice el actor o país que sea capaz de hacerlo más barato, en cualquier parte del mundo, sin importar los impactos sociales o ambientales. Esta modalidad ha crecido extraordinariamente en los últimos años desde la crisis, y es el modelo implícito en los grandes acuerdos comerciales internacionales.
- En el subsistema tipo D se pueden agrupar las grandes plataformas comerciales, grandes superficies que con sólidos sistemas de interproveedores articulan mercados de producción de materias primas e industrias alimentarias regionales, pero claramente paralelas o económicamente miméticas. Es el caso de las grandes cadenas de distribución que como Carrefour-Día o Mercadona, gigantes de la concentración alimentaria, que todavía tienen a su mayoría de interproveedores en los propios estados. Estos tienen sistemas logísticos más eficientes que el anterior, y se adaptan lentamente a las demandas del consumidor nacional, en general consciente de un concepto amplio de calidad.
- En el subsistema tipo C incluiríamos a los grandes sistemas con intenciones de «sostenibilidad» por ejemplo los sistemas de producción integrada, que reducen el uso de fitosanitarios en la producción de alimentos, y por lo tanto los riesgos que de estos se derivan para los ecosistemas y los consumidores, otras medidas agroambientales de reducción de fertilizantes u otros de los que auspicia la PAC. En general es un modelo ambiental que sigue tendiendo a la concentración. Dos buenos ejemplos de este tipo podrían ser las grandes superficies cooperativas suizas Migro y Coop, que priman la producción nacional y criterios ambientales y sociales en la compra internacional vía los sellos de garantía de Global GAP y GRASP.
- El subsistema tipo B se incluye la producción ecológica certificada, un notable y creciente área de negocio, bastante globalizado, pero con clara tendencia a producciones dentro de áreas geográficas más delimitadas. Los consumidores eco saben que la distancia supone un problema ambiental. Estos sistemas ecológicos responden en su mayoría a productores medianos, y se calcula que la producción ecológica genera entorno a un 20% más de trabajo y consumen en general menos capital financiero o energía que los anteriores. Desde el punto de vista ambiental lo más significativo de este tipo es la total sustitución de los fertilizantes de síntesis, grandes generadores de gases de efecto invernadero, por materia orgánica lo que contribuye a la fijación de carbono en el suelo. En este subsistema la comercialización se realiza mayoritariamente a través de plataformas logísticas, paralelas a las producciones convencionales, pero claramente paralelas o económicamente miméticas.
- El último de los subsistemas, el subsistema tipo A, se refiere a lo que plantea la agroecología en un sentido más estricto, reconstruir sistemas alimentarios locales, de base ecológica, certificada o no, recuperando el pequeño agricultor, y los mercados de venta directa. En este sentido el Pacto de Milán se constituye en una alternativa enfocada al subsistema A, aquel de base local, que optimiza los mercados de proximidad, y de temporada, los mercados campesinos, la articulación de sistemas de compra pública apoyando a la agricultura local, los sistemas de gestión de residuos enfocados a producir abonos orgánicos. En general estos sistemas locales de máxima eficiencia, reducen mucho la dependencia energética, generan más empleo local, y actúan como sumideros sistémicos de gases de efecto invernadero (en el resto de subsistemas se va incrementando notablemente las emisiones).
Como en la dinámica de los ecosistemas, cada subsistema está en una lucha dinámica con los continuos. En los extremos se encuentran el pollo a dos euros el kilo que será importando desde Estados Unidos si se despliega el TTIP como esperan los negociadores (subsistema E), y el pollo criado agroeclógicamente en Amayuelas a 10 euros el kilo (subsistema A). Las hortalizas sin embargo en A puedes ser un 20% más baratas que en D o E; y hasta un 100% más baratas que en B. Los cereales en A tienden sin embargo a ser, cuando menos un 30-50% más caros que en los producidos bajo el subsistema en D.
El crecimiento de la población es continuo e imparable, especialmente de las conurbaciones metropolitanas. El 2012 se alcanzó la frontera del 50% de la población mundial viviendo en ciudades, y que se espera alcance el 75% en 2050. La humanidad alcanzara una población de unos 9000 millones de habitantes en el año 2050 y será necesario un esfuerzo de intensificación y eficiencia energética para garantizar que sea posible. Los actores del enfoque E hablan de eficiencia productiva intensiva en tecnológicas, los del enfoque A (que incluye el enfoque municipalista de Pacto de Milán) hablan de pequeñas producción agroecológicas y de producción y consumo de proximidad. Es interesante constatar que, con diferentes actores, la FAO está presente en todos estos escenarios.
La esperanza -tecno-optimismo- de los actores de los subsistemas o enfoques C y D es que la biotecnología o la bioeconomía centrada en la innovación, los proyectos de I+D+I y nuevos mecanismos de producción intensiva de alimento, intensivos en energía, que consideran que se pueden diseñar mecanismos sistémicos de uso de insumos de bajo coste energético y baja contribución al efecto invernadero y cambio climático.
Las incongruencias de la FAO
Frente a los enfoques centrados en lo tecnológico sin factores de corrección política y social, se construyen las alternativas biorregionales -transicionistas- que se centran en la preeminencia del territorio y de las redes locales o regionales, es en este paradigma en el que se focaliza el Pacto de Milán. La misma FAO que auspicia el pacto de Milán, es la que impulsa la agricultura inteligente y los sistemas de base tecnológica, en un alarde de disparar en todos los frentes ante la gravedad del reto de la alimentación mundial en las próximas décadas. La FAO incluye discursos desde todos los subsistemas desde la E trabajando por intensificar la producción y grandes mercados mundiales, a la A en el dialogo con los movimientos campesinos y en pro de la agroecología
Así pues, atendiendo a la eficiencia en materia de gestión de los recursos naturales y sostenibilidad, tenemos una situación global crítica, y dos grandes promesas o utopías de sostenibilidad y dos referentes. Por un lado lo que se conoce como enfoque agricultura inteligente -Climate Smart Agriculture- que sería asimilable al enfoque de los subsistemas D y C. Por otro lado la que representa la agroecología o subsistema A centrado la reconstrucción de subsistemas alimentarios locales, en la venta de proximidad y en la recirculación de la materia orgánica como fertilizante y fijador de carbono en suelo. En este sentido un informe de la FAO de 2010, el llamado informe Schutter, confirma que un horizonte de 9000 millones de habitantes en 2050 podría alimentarse con este enfoque o subsistema alimentario que sin duda es el que más está creciendo, aunque para las estadísticas oficiales no sea fácil de constatar.
El pacto de Milán, formulado en términos en cierta medida ambiguos, al igual que los propios términos del informe de la FAO, son aproximaciones a este paradigma de la agroecología o subsistema alimentario A: el más eficiente y en el que se maximizan las funciones económica, ecológica y social.
Monedas complementarias
Algunos creemos que para reducir las evidentes diferencias de precio, y reducir la dependencia del criterio de eficiencia es imprescindible inscribir los objetivos de la soberanía alimentaria en otros de mayor calado económico. Las monedas locales o biorregionales (atendiendo a los territorios naturales y los vínculos ciudad-campo), la soberanía monetaria y la financiera, contribuirá a separar y respaldar monetariamente el subsistema A que será capaz de respaldar la moneda en valores tangibles muy diferentes a los de los mercados financieros o los bancos centrales. Sin otros dineros y mecanismos de intercambio ese otro mundo no será posible.
La ciudad de Bristol, o muchas de las ciudades en transición han empezado a aplicar monedas complementarias para garantizar los objetivos de relocalizar la producción y consumo, y apoyar el comercio local. La aceptación para el pago de tasas e impuestos locales, como los de agua y basuras, será clave para que estas monedas puedan circular con volúmenes suficientes; esto implicará, como se está planteando en Santa Coloma de Gramanet, que los funcionarios acepten una parte del pago de los salarios en esta moneda local o biorregional. Entonces el engranaje de las transiciones alimentarias y energéticas estará realmente interconectado y engrasado. Mientras tanto vamos diseñando y ensayando proyectos parciales de un subsistema alimentario eficiente y local que cuando inevitablemente las condiciones financieras, del mercado de energía o de explotación del trabajo y las condiciones laborales avancen por el camino que muchos creemos que seguirá, servirán como la más sólida de las alternativas viables. Esta parte económica de la agenda -inevitable- es la que ni los términos del Pacto, ni los Ayuntamientos firmantes del mismo no han asumido aún. Bastante tienen con gestionar la legislatura y lidiar con su propia burocracia.
Franco Llobera Serra. Madrid Agroecológico
Fuente: http://www.elsalmoncontracorriente.es/?Nuevas-estrategias-alimentarias