Aunque eso no le reste el mínimo impacto, la decisión dada a conocer anteayer por ETA puede calificarse sin duda como una crónica anunciada, en vista del torrente de noticias, seudonoticias y declaraciones políticas aparecidas al respecto y que coincidían además en una fecha: setiembre. De hecho, a estas alturas quizás pocos se sorprendan siquiera […]
Aunque eso no le reste el mínimo impacto, la decisión dada a conocer anteayer por ETA puede calificarse sin duda como una crónica anunciada, en vista del torrente de noticias, seudonoticias y declaraciones políticas aparecidas al respecto y que coincidían además en una fecha: setiembre. De hecho, a estas alturas quizás pocos se sorprendan siquiera ante la confirmación de que el alto el fuego -ausencia de «acciones armadas ofensivas», según la terminología del comunicado- en realidad ya había comenzado hace meses. Y no sólo por los hechos objetivos -más de un año sin atentados-, sino sobre todo por la evidencia palpable de la determinación mostrada por la izquierda abertzale en cambiar de ciclo esquivando grietas y barrancos, ganando altura poco a poco.
Muchos quizás no lo recuerden, pero cuando se presentó la Declaración de Altsasu con su marcada apuesta por las vías exclusivamente políticas y democráticas -hace apenas diez meses-, en las formaciones políticas imperó la respuesta habitual de «más de lo mismo» o «sólo es palabrería». Sin embargo, desde entonces han llovido hechos incontestables. Por citar algunos, el documento «Zutik Euskal Herria» -colofón de un debate interno inédito por su alcance y por su extensión-, el aval internacional de la Declaración de Bruselas -aunque no se haya subrayado, nunca tantos y tan importantes líderes internacionales aplaudieron una iniciativa del independentismo vasco-, o el acuerdo estratégico con EA -sin precedentes también por su contenido y, sobre todo, por su proyección futura-. A día de hoy, ni Pedro J. Ramírez, director de «El Mundo», se quiere ridiculizar a sí mismo argumentando que la izquierda abertzale propone «más de lo mismo».
Aunque la terminología utilizada por ETA en su mensaje de anteayer no se corresponda estrictamente con la empleada por documentos como «Zutik Euskal Herria», la primera evidencia innegable es que su decisión pisa -y con fuerza- en la misma huella marcada por las bases de la izquierda abertzale. Éstas han apostado por emprender un nuevo camino hacia la cumbre, saliéndose del barrizal creado por el Estado en réplica a la lucha armada y que mantiene empantanadas las aspiraciones independentistas. Lo han hecho, además, porque han querido hacerlo, sin imposiciones externas -incluso contra pronóstico, porque no hay más que recordar que hasta Jesús Eguiguren (PSE) decía que las tesis de Arnaldo Otegi no iban a ser «nada definitivo»-. Y lo han hecho tras un debate interno muy profundo y autocrítico, con el único objetivo de que su acción política sea más eficaz.
En resumen, ha sido una iniciativa unilateral e incondicionada a la que ETA se suma ahora con otra decisión igualmente unilateral e incondicionada, sin condiciones ni garantías previas como las negociadas con el Gobierno de Zapatero en verano de 2005 (que luego, como se vio, no sirvieron para gran cosa).
Incuestionablemente, quien así actúa muestra sentirse especialmente seguro de sus fuerzas.
Esta capacidad de iniciativa y esta unilateralidad han hecho que el papel del Estado español haya quedado relegado a un segundo plano, al mero papel de espectador y, como mucho, de saboteador. Sus representantes políticos y mediáticos -también los vascos- se han limitado en los últimos meses, semanas y días a especular sobre el alcance de las decisiones de ETA. O más bien, a ir subiendo y bajando el listón de «aceptabilidad» en función de los posicionamientos que ha ido ha- ciendo la izquierda abertzale. Basta recordar que para muchos el requisito mínimo exigible era un alto el fuego «verificable»… justo hasta que el viernes se filtró que la izquierda abertzale y EA apuestan por ello en sus conversaciones con otros partidos.
Reducido a espectador forzado, queda al descubierto que el Ministerio del Interior ha tenido que recurrir a la mentira. Alfredo Pérez Rubalcaba, el mismo que popularizó tras el 11-M aquella apelación de que «los españoles merecen un presidente que no les mienta», ha insistido durante el verano, y con más énfasis aún en los últimos días, en que ETA no atentaba porque no podía hacerlo. El pasado 13 de agosto, por ejemplo, afirmaba que «hoy hace 369 días que ETA no pone ninguna bomba, ni grande ni pequeña, y si no lo hace es porque no puede, no porque no quiera». El jueves de esta misma semana se declaraba «escéptico» ante los crecientes rumores de alto el fuego mientras matizaba que la retirada de algunos escoltas «no tiene nada que ver con todo esto».
Otro tanto ha ocurrido con el consejero de Interior de Lakua, Rodolfo Ares, que decía el mismo día que «ni descarto que pueda haber una declaración, ni un acto terrorista».
El afán de los responsables de Interior de Madrid y Lakua en alimentar la hipótesis de atentados de ETA ha sido constante en todos estos meses en que la evidencia era precisamente la contraria. Y este discurso ha sido aceptado como real pese que en diciembre del pasado año José Luis Rodríguez Zapatero admitió públicamente que los augurios de Rubalcaba sobre secuestros y atentados eran en realidad «una estrategia». Este dis- curso que ahora se revela como falso se ha complementado con acciones policiales prácticas que han recreado la sensación de riesgo de acciones armadas: de ello pueden dar fe ciudadanos vascos que han sido interrogados por las FSE en sus destinos vacacionales. Y el objetivo de todo ello, claro ésta, era tratar de cortocircuitar a la izquierda abertzale, algo que intentó Rubalcaba -sin resultado alguno- con los encarcelamientos de Arnaldo Otegi y sus compañeros o con las reuniones con ciertos partidos vascos (PNV, Aralar) para pedirles que hicieran el vacío a la izquierda abertzale.
Con todo, lo realmente importante del mensaje de ETA no son las conclusiones que deja «a pasado», sino el escenario que siembra «a futuro». El anuncio de que no habrá atentados no sólo refuerza la línea de acción de la izquierda abertzale y también de EA, sino que allana el camino al diálogo y la búsqueda de consensos con otros partidos vascos, potencia las movilizaciones unitarias (la del próximo sábado de Adierazi EH! cobra especial interés) y facilita un espacio seguro al Gobierno del PSOE para conseguir solucionar un conflicto armado que ha sobrevivido a dos régimenes y decenas de gobiernos. En caso de que Zapatero y Rubalcaba prefieran seguir en el «frente del no» de cuyo riesgo les advirtió Antonio Basagoiti (PP), la ciudadanía vasca también tendrá más fácil acumular fuerzas para recordarles que la demanda de solución es absolutamente mayoritaria en Euskal Herria.
Habrá quienes remarcarán hoy que ETA todavía no ha dicho muchas cosas. Y eso se puede presentar como un déficit, pero también como un estímulo, en la medida en que se abre un gran terreno para avanzar. Hay raíles que están marcados, jalones a la vista que pueden suponer auténticos saltos cualitativos cuando se alcancen. Por ejemplo, la Declaración de Bruselas, a la que ETA ha respondido indirectamente y que emplazaba también al Gobierno español; los principios Mitchell, evocados en «Zutik Euskal Herria» y que fueron claves para abrir la fase de diálogo político resolutivo en Irlanda; o la verificabilidad del alto el fuego, propuesta por la izquierda abertzale y EA. Estaciones todas ellas que quedan ahora más cerca con este nuevo campo base y que serán realidad si el esfuerzo hacia la cumbre es compartido.
CRONOLOGÍA: Un año de iniciativa política