El presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, viajó a principios de octubre a Fukushima, para subrayar que el temor sobre la zona era «infundado» -es decir, sin fundamento racional, fruto de oscuridades alentadas y sesgadas publicidades antinucleares-, confiando, así lo señaló él mismo, que su visita ayudara a disipar esos miedos [1]. Era el primer […]
El presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, viajó a principios de octubre a Fukushima, para subrayar que el temor sobre la zona era «infundado» -es decir, sin fundamento racional, fruto de oscuridades alentadas y sesgadas publicidades antinucleares-, confiando, así lo señaló él mismo, que su visita ayudara a disipar esos miedos [1]. Era el primer mandatario occidental que visitaba la ciudad, a unos 65 km de la central atómica siniestrada.
Sin embargo, la visita no resultó. Ese mismo día, Tepco, la criticada corporación propietaria de Fukushima, detectó una nueva fuga de agua radiactiva desde uno de los tanques de almacenamiento. Parte del líquido contaminado pudo haber llegado al mar.
Un fragmento de las palabras del líder del PP: «Queremos mostrarles que nos les olvidamos y confirmarles que nos tienen y nos tendrán a su disposición en el futuro en todo aquello que podamos ayudar para recuperar la plena normalidad». ¿Plena normalidad? ¿Qué entenderá Rajoy por «plena normalidad»?
Junto al problema en los tanques de almacenamiento, se estima -¡son estimaciones tan sólo, la realidad puede ser peor!- que la central filtra a diario al océano cerca de «300 toneladas de líquido radiactivo acumulado en el subsuelo de los edificios que albergan los reactores de la planta». Nada menos.
Pero no acabaron ese día los errores ni los accidentes. No se prevé que acaben en breve.
Un nuevo error humano en la central de Fukushima, el cuarto en apenas una semana, provocó en la mañana del miércoles 9 de octubre «una masiva fuga de agua con altos índices radiactivos que afectó a seis trabajadores». El incidente se produjo a las 9.35 hora local. Un trabajador -¿logramos imaginamos las condiciones y la tensión en la que realizan su difícil trabajo?- se equivocó «al cambiar una de las tuberías del sistema utilizado para desalinizar y depurar las partículas radiactivas del agua que se acumula en la planta» [2]. Seis trabajadores fueron expuestos a fugas de agua radiactiva después del error. Al retirar la tubería, se derramaron unas siete toneladas de líquido. La última de las mediciones (agosto de 2013) registró «37 millones de becquereles/l de sustancias que emiten rayos beta, que afectan sobre todo con el contacto y la ingesta, y cuyo límite legal es de 30 becquereles/litro».
La corporación asegura -¿quién se fía, quién puede fiarse de sus comunicados e informaciones?- que el agua contaminada «no tocó la cara de ninguno de los seis trabajadores afectados, con lo que consideran que no hay «posibilidad de que se haya introducido en su cuerpo», lo que agravaría la situación». La avería -que se prolongó durante unos 50 minutos- se afirma que no causó que el agua se filtrara al exterior. El incidente [3], se señala igualmente, «tampoco afectó al sistema de inyección de agua en los reactores ni provocó anomalías en su funcionamiento».
Es el cuarto accidente por error humano que se produce en una semana en la central: filtración de cinco toneladas de agua con bajos niveles de radiación desde uno de los tanques contenedores (se desbordó después de que dos trabajadores de la central lo utilizaran de manera incorrecta para transferir allí agua de lluvia acumulada en las instalaciones). Días después, se produjo una segunda filtración de líquido con alta radiación, parte del cual se vertió al océano, después de que dos trabajadores «calibraran mal la colocación de otro de los tanques, lo que provocó el desborde de cerca de 430 litros». El pasado lunes, 7 de octubre, «un técnico desactivó por error durante una comprobación rutinaria el sistema de reciclaje, lo que provocó su reactivación y, a pesar de que no generó problemas graves, sumó una nueva muesca al historial de imprecisiones de TEPCO». La corporación informó este miércoles pasado lo arriba señalado, «que seis trabajadores fueron expuestos a fugas de agua radiactiva después de que uno de ellos eliminase por error un tubo conectado a un sistema de tratamiento de agua en la instalación».
En resumen: con errores o sin errores humanos (¿cómo evitarlos completamente?), desde Fukushima se vierten a diario al mar cerca de 300 Tm de agua altamente contaminada, en filtraciones que se suman a las fugas producidas en los casi 1.000 tanques que se utilizan para acumular el líquido. Este es una parte del escenario. Unos 3.500 trabajadores luchan denodadamente por superar esta crisis nuclear, una de las peores de la historia industrial de la Humanidad, en condiciones extremas de temperatura y protegidos por trajes aislantes (lo que, claro está, dificulta su movimiento y su visión). Un trabajo casi imposible.
Eduard Rodríguez Farré, nuestro admirable y antinuclear científico franco-barcelonés, acertó de pleno pocos días después de la hecatombe nuclear de 2011. Fukushima, señaló, «es un Chernóbil a cámara lenta».[4]
Lo es. Veremos, seguiremos viendo, cosas muy similares o acaso peores.
Notas:
http://es.reuters.com/article/idESMAE99800120131009
[3] Se produjo dentro del «recinto de carpas que la eléctrica ha dispuesto para protege el vital sistema de reciclaje de este líquido que, tras depurarse, sirve para mantener los reactores a temperatura estable en «parada fría»».
[4] ERF y SLA, Ciencia en el ágora, El Viejo Topo, Barcelona, 2012 (capítulo VI).
Salvador López Arnal es miembro del Front Cívic Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra, director Jordi Mir Garcia)
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