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Entrevista a Francisco Espinosa, historiador y combatiente por la memoria

«Nunca entendí por qué se decidió asociar el Día de Extremadura a la Virgen de Guadalupe»

Fuentes: Rebelión

Es uno de los principales manantiales de la memoria histórica en España, la fuente más fiable para conocer la magnitud y el significado de la barbarie franquista. Mientras los historiadores cortesanos fortificaban la cultura del olvido y contribuían al relato tramposo de la transición modélica, él litigaba por los archivos municipales de media España rescatando […]

Es uno de los principales manantiales de la memoria histórica en España, la fuente más fiable para conocer la magnitud y el significado de la barbarie franquista. Mientras los historiadores cortesanos fortificaban la cultura del olvido y contribuían al relato tramposo de la transición modélica, él litigaba por los archivos municipales de media España rescatando la verdad oculta tras el miedo.

Su pasión por la verdad, su tesón metódico y su coraje le han convertido en el investigador de referencia tanto para el movimiento de recuperación de la memoria como para toda una nueva generación de historiadores. Obras como La columna de la muerte o La primavera del Frente Popular se han convertido en herramientas imprescindibles para entender nuestro pasado reciente.

«Que sea el hombre el dueño de su historia», escribía Jaime Gil de Biedma, a mediados de los años setenta. En nuestro país, pocas personas han trabajado tanto para ese objetivo, para que la historia no sea un relato enajenado de los comunes, del pueblo. Conversamos con Paco Espinosa, un combatiente por la memoria y por la historia, un espejo de rigor y dignidad donde mirarse.

¿Cómo y por qué te hiciste historiador?

No resulta fácil buscar las raíces de ciertas decisiones. Creo que me llevaron a la Historia las dos pasiones favoritas de mis años jóvenes: la literatura y el cine. Ambas, en su vertiente histórica, resultaban enormemente atractivas y permitían asomarse donde uno quisiera, tanto en lugar como en tiempo. Por otra parte mientras cursaba la carrera de Historia en los setenta, años dorados de los cine-clubs, me impliqué con otros amigos en la creación de uno en mi pueblo, que además de llevar buen cine constituyó un foro de debates en un momento clave (1974-1975). De hecho unos años después, en los ochenta, tras visitar un instituto en Londres y ver que contaba con una videoteca al servicio de los profesores, realicé un trabajo titulado «Cine e Historia» en el que aborde diferentes épocas y hechos desde el cine pero creando un dosier con materiales diversos para cada película. Recuerdo aún algunos títulos: En busca del fuego, Faraón, Barry Lyndon, El Gatopardo, Qué verde era mi valle, Las Hurdes, tierra sin pan, Missing… Intenté publicarlo en Badajoz pero un informe negativo de un personajillo cortó esa posibilidad, así que se quedó en el cajón para siempre.

Tu obra hasta el momento ha girado fundamentalmente sobre la II República, la guerra civil y la represión franquista. ¿Por qué elegiste esas temáticas, cuando prevalecía de modo abrumador la cultura del olvido fraguada en la Transición?

En esto puede que influyera haberme criado en una familia franquista. Aunque resulte extraño, se comprende que indagáramos más en esta historia quienes veníamos de ahí que aquellos que procedían de familias represaliadas. De hecho no creo exagerar si digo que buena parte de los que hemos investigado las consecuencias del «18 de julio» procedemos de entornos familiares franquistas. Por eso me hace gracia cuando el tal Abascal de Vox afirma que ellos son la voz de aquellos que tuvieron padres en el bando nacional. Qué mundo tan simple y feliz el suyo.

Mi padre, al que ya aludí en el libro que hice sobre mi pueblo, ingresó en Falange a comienzos de 1936 y fue uno de los detenidos tras el 18 de julio con 18 años. Luego se incorporó a las milicias y acabó participando en la operación final de la Bolsa de la Serena. No es que le gustara hablar mucho de aquellos años pero, al ser una experiencia clave en sus vidas, resultaba inevitable que no saliera en numerosas conversaciones. Su mensaje final solía ser siempre el mismo: «No sabéis lo que fue aquello; no podéis ni imaginarlo». Siempre me gusta traer un recuerdo de pequeño: la entrada en Badajoz en coche por Puerta Trinidad, cuya bóveda tachonada de disparos permanecía intacta por decisión de los vencedores. Me impresionaba. Años después, a fines de los setenta, vi en Toledo fachadas con idénticas señales en recuerdo de la «Gloriosa Gesta del Alcázar». Las ruinas de Belchite, otra ruina intacta por decisión militar, también impresionaban. Y es que el franquismo también tenía su propia memoria histórica y sus lugares de memoria.

Mis conversaciones con mi padre sobre estos asuntos, en que ya digo que primaba la reserva, adquirieron más interés cuando pude leer las obras de Hugh Thomas y Gerald Brenan por amigos que las traían de París. Con estas lecturas mis planteamientos resultaban más afinados. A medida que tuve más conocimientos las conversaciones fueron más interesantes y, al mismo tiempo, más tensas. No en vano dichas obras, así como todas las de Ruedo Ibérico, estaban prohibidas. Desgraciadamente mi padre murió joven y no pude hablar con él cuando mi conocimiento daba ya para una conversación más detallada.

Tampoco la carrera contribuía mucho a acercarte a esos temas. O digamos que contribuía a su pesar. La situación era curiosa, ya que de forma natural uno aprendía rápidamente que ciertas lecturas eran para aprobar y otras eran para formarse. En Historia de España, por ejemplo, cualquiera sabía que no había que mencionar en los exámenes ni a Fontana ni a Pierre Vilar ni a Tuñón de Lara. Pero los leíamos.

Tu investigación sobre la represión se ha convertido en una referencia fundamental para toda una generación de jóvenes historiadores. La columna de la muerte, publicado en 2003, constituye un libro de cabecera para entender el plan de exterminio que animó el golpe militar y las proporciones estremecedoras de la violencia del franquismo en toda España. ¿La represión tuvo dimensiones o características específicas en Extremadura?

La columna de la muerte fue un proyecto de largo recorrido. Desde muchos años antes fui archivando información relativa a la ocupación de Badajoz. Antes he citado a Thomas y a Brenan, pero también podría mencionar a Herbert Southworth, Antonio Bahamonde o el testimonio clave de Mario Neves. De hecho cuando decidí hacer el libro a fines de los noventa llevaba ya dos décadas acumulando materiales. Además, cuando investigué lo ocurrido en Badajoz, contaba con la experiencia de tres investigaciones, una sobre la sublevación en Sevilla (1990), otra de más calado sobre la provincia de Huelva (1996) y una tercera sobre la justicia militar tras el golpe (2000), lo cual resultó fundamental para abordar Badajoz. Mi idea inicial era tocar los núcleos principales de la ruta Sevilla-Badajoz, pero poco a poco fui ampliando y del proyecto inicial de unas 25 o 30 localidades pasé a ochenta y seis, todas ellas de la zona central y occidental de la provincia, que es la que cae en el avance inicial. Esto suponía más de la mitad de sus pueblos y ciudades con más del 60% de la población. Todo ello supuso un largo recorrido por archivos locales, regionales y nacionales. Finalmente tuve la suerte de que lo publicara Crítica.

Un anticipo de este libro fue mi colaboración en Morir, matar, sobrevivir (2001), titulada «Golpe militar y plan de exterminio», fruto de un ciclo de conferencias organizado por Josep Fontana en la Universidad Pompeu Fabra. Después de ver lo ocurrido en Sevilla, Huelva, Córdoba y Badajoz, y de conocer el desarrollo y consecuencias del golpe en el resto del país por las publicaciones que iban saliendo, era evidente que el avance del Ejército de África al mando de Franco marcó la ruta hacia Madrid. El Suroeste tuvo la desdicha de ser el camino elegido por los golpistas. El hecho de que en vanguardia fueran moros y legionarios dio un carácter africanista a todas aquellas operaciones por más que en vez de tener enfrente las cabilas del Rif tuvieran a la población española. De ahí la brutalidad de su actuación, que incluía actos violentos de todo tipo, saqueos, reparto y venta del botín, violaciones y asesinatos. Todo ello con el visto bueno de los mandos militares. Fue así como, ante una población mayoritariamente contraria al golpe militar, se impusieron por el terror. Incluso la derecha moderada fue desbordada por prácticas tan salvajes.

En conclusión, Extremadura forma parte de la zona más afectada por los planes golpistas, si bien hay que decir que hay grandes diferencias entre ambas provincias. Con los datos con que contamos actualmente Cáceres no llega a los dos mil represaliados y Badajoz pasa de nueve mil quinientos. Cuando contemos con la documentación que hasta ahora se nos niega, Badajoz superará ampliamente esa cifra y en cuanto a Cáceres creo que hace ya años que necesita de una revisión a fondo que complete y actualice las cifras que dio Julián Chaves hace más de veinte años.

No deja de llamar la atención el reducido número de investigaciones realizadas en esa provincia frente a lo ocurrido en Badajoz. Lo cual resulta llamativo si pensamos que el departamento de Historia está en Cáceres. Otra calificación merece el hecho de que desde ahí mismo se haya querido cerrar la investigación de la represión en Badajoz con un trabajo limitado a los pueblos que faltaban de la zona oriental que ha tenido la desfachatez de «repetir» lo que ya estaba hecho en el resto de la provincia, como si décadas de investigaciones no hubieran servido para nada, pero eso sí, tomando de los demás lo que interesaba. Estoy seguro de que en Cáceres no pasará eso… Supongo que hay quien no ha superado que la investigación del golpe militar en Badajoz se haya hecho casi por completo al margen de la Universidad.

En diversas ocasiones has señalado el contraste entre el tratamiento de la Plaza de Toros de Badajoz y «los dos otros dos grandes símbolos del terror fascista que la memoria democrática conserva: Víznar y Guernica». Y recientemente escribías un artículo en el que tildabas de memoricidio lo ocurrido con ese espacio emblemático pacense. ¿Cómo es posible que se haya convertido en un lugar de olvido?

Badajoz, Víznar y Guernica constituyen tres lugares simbólicos de la destrucción de la República y por tanto de la memoria democrática de nuestro país. Euskadi, aun siendo de las regiones menos afectadas por la represión, ha guardado memoria de aquellos hechos y se ha cuidado de investigarlos a fondo y de que quede memoria de ellos. Andalucía, pese al abandono en que estuvo Víznar y su entorno durante un tiempo, acabó protegiéndolo y, sobre todo, tuvo la inmensa suerte de que Ian Gibson decidiera ver qué pasó con García Lorca. Extremadura, por el contrario, siempre ha parecido que no sabía qué hacer con la plaza de toros, símbolo de una de las mayores matanzas realizadas por los sublevados en su avance hacia Madrid. Partiendo de que lo raro es que no fuera la dictadura la que la destruyera, lo cierto es que cuando llegó el PSOE al poder nadie sabía qué hacer con aquello. A algunos les molestaba verlo allí; era una presencia inquietante.

Existían muchas posibilidades para aquel espacio, pero finalmente se eligió la peor: meter allí un palacio de congresos que hubiera estado mucho mejor en otras zonas de la ciudad. La decisión de destruir la plaza de toros era tan extrema e incomprensible que el responsable de aquel destrozo debió pensar que la única forma de compensarla era suplirla por algo tan espectacular que hiciera olvidar lo que allí había antes. Por no haber no hubo ni debate público, solo quejas individuales lamentando el hecho. Según parece no había nada que discutir. El jefe había hablado y punto. Una vez fuera del poder, Felipe González dejó dos frases para la posteridad: «Nosotros decidimos no hablar de pasado» y «Nosotros decidimos no mirar atrás».

En el caso de Extremadura se llegó a más, ya que se decidió destruir aquello que recordaba el pasado y era memoria del genocidio. No es de extrañar dada la visión que de la guerra civil tenía y tiene Rodríguez Ibarra, con esas ideas de que la guerra la perdieron todos o de que muchos soldados al servicio de Franco fueron sufridores de la guerra que ganaron. Desde este punto de vista la plaza de toros no era sino un mal recuerdo que debía ser borrado. Un estorbo. Para Ibarra aquel monumento, al contrario que el dedicado a la Legión en el décimo aniversario del final de la guerra, dividía e imposibilitaba la reconciliación definitiva. Era un lugar de memoria que debería haber formado parte de la historia de Badajoz y de la de España, pero alguien decidió desaparecerlo. De ahí el memoricidio.

¿Se ha avanzado significativamente en el acceso a los archivos y fuentes documentales? ¿Quedan todavía parcelas importantes por investigar en cuanto a la represión franquista?

Desde los ochenta para acá se ha avanzado mucho pero muy lentamente y con muchas dificultades. He hablado en más de una ocasión de combate por la historia. Nada ha sido fácil: ni acceder a los registros de defunciones, ni a los archivos militares, ni a los municipales, ni a los judiciales, ni a los eclesiásticos, etc. Durante los años ochenta y noventa era muy frecuente encontrarse con funcionarios formados en el franquismo que se mostraban reacios a cualquier consulta sobre esos años. Se veían favorecidos por una legislación ambigua que manejaba conceptos como el derecho al honor o a la intimidad. Esos funcionarios no estaban al servicio de la sociedad sino del poder, al que servían y debían proteger. El usuario estaba totalmente desprotegido.

Hay importantes fondos documentales tanto del Ejército como de la Policía a los que aún no se nos ha permitido acceder. En la legislatura de Rodríguez Zapatero la ministra de Defensa, Carme Chacón, anunció en 2008 que iban a hacer públicos diez mil documentos militares hasta entonces secretos. Finalmente, dos años después, comunicó que a falta de algunos trámites parlamentarios, el acceso a la documentación era inminente. Pues bien, aún seguimos esperando. Luego supimos que dichos fondos, que en realidad contenían muchos más de diez mil documentos y que abarcaban desde principios de siglo hasta los años ochenta, estaban catalogados desde los años noventa y que un intento previo de desclasificación había fracasado.

En algún momento se supo también que había existido un acuerdo secreto tomado en consejo de ministros en noviembre de 1986 por el que una importante masa documental pasó de tener carácter reservado a tener carácter secreto, lo cual repercutió directa y negativamente en que dichos documentos mantuviesen sine die la condición de material clasificado. Todo parece indicar que el proyecto de desclasificación de los «10.000 documentos» no fue más que un espectáculo de cara a la galería realizado solo a unos meses de las elecciones que se aproximaban. Del fondo clave de la 2ª Sección del Estado Mayor del Ejército solo se incluyeron los boletines de información, una mínima parte de lo que contenía. Una vez más los políticos permitían que los militares impusieran su criterio y una vez más la investigación histórica quedaba supeditada al capricho de unos y otros. Mientras tanto seguimos sin ley de archivos.

Otro libro primordial para entender la historia de España y especialmente de Extremadura es La primavera del Frente Popular, obra en la que tratas las ocupaciones de fincas tras la victoria del bloque popular en febrero de 1936. ¿Está ese proceso de aceleración de la reforma agraria en el origen de la guerra civil? La fecha clave durante esa primavera de empoderamiento campesino fue el 25 de marzo. ¿Cómo caracterizarías esa jornada, crees que tiene tanto relieve como la Asociación 25 de marzo le vienen otorgando? ¿Qué opinión te merece la propuesta de designar la fecha como el Día de Extremadura?

Cuando hice La columna de la muerte (2003) se mostró tal panorama que surgía de manera insistente una pregunta: ¿cómo se pudo llegar a esta masacre en una provincia donde los conflictos sociopolíticos no habían tenido especial relevancia durante la República? El impulso para investigar las consecuencias políticas de la reforma agraria me vino del profesor de Historia Económica Antonio Miguel Bernal. Dado que en el primer bienio republicano la Ley de Reforma Agraria avanzó muy lentamente y con enormes limitaciones y que en el bienio negro la derecha frenó el proceso, mi idea era centrarme en los cinco meses del Frente Popular, etapa maldita que en numerosas investigaciones desaparece subsumida entre las elecciones del 16 de febrero y la sublevación del 18 de julio.

Sin embargo ese fue el momento en que tuvo lugar el despegue de la verdadera reforma agraria de la II República, que de haber tenido continuidad hubiera producido en pocos años cambios importantes y positivos en la sociedad española. Pensemos que estamos hablando de un proyecto reformista, no de una revolución al estilo mexicano o soviético. Pese al lamentable estado en que nos han llegado los archivos municipales pude localizar alguna documentación que mostraba paso a paso cómo se llevó a cabo la selección de las personas que fueron asignadas a las tierras seleccionadas por el Instituto de Reforma Agraria y cómo se organizaron. Y puesto que ya conocía previamente las consecuencias de la represión fascista pude ver la relación directa que existió en un proceso y otro. La contrarreforma agraria fue brutal y allí donde antes no hubo revolución ahora sí se pudo hablar de contrarrevolución.

En cuanto al Día de Extremadura nunca he entendido por qué se decidió asociarlo a la Virgen de Guadalupe y si lo entiendo es peor. El 25 de marzo de 1936, con la gran movilización agraria, ofrece otra visión de la historia extremeña más comprometida con su historia. En esa fecha estarían incluidas todas aquellas personas que por uno u otro motivo se quedaron en el camino, los que tuvieron que irse para buscar lo que su tierra les negó y los que se quedaron.

Todavía en 1996, uno de los historiadores de cabecera de la socialdemocracia española, Santos Juliá, escribía un artículo titulado «Saturados de memoria». ¿Crees que se ha producido un cambio sustancial en la orientación en el campo político y académico que comparte esa orientación?

En cuanto a Juliá ya hay que tener percepción histórica para escribir un artículo titulado «Saturados de memoria» nada menos que en 1996, precisamente el año en que despegó el movimiento en pro de la memoria. Cabe recordar que fue precisamente este hecho, que coincidió con la primera legislatura de Aznar, el que movió a poner en marcha el neofranquismo revisionista de los Moas, que tuvo su apogeo entre finales de los noventa y mediados de la década siguiente. Zapatero llegó al poder en 2004 con la promesa de una política de memoria que supuso una inyección para el mundo memorialista pero que finalmente no supo consolidar con una ley de memoria a la que ni se atrevieron a llamar así.

Para buena parte del mundo académico todo este asunto de la memoria vino a ser como una pesadilla. Sintieron su castillo asaltado. Lo expresó bien uno de los adelantados de esa historiografía que trata de hacer comprensible el «18 de julio», Fernando del Rey Reguillo, quien llegó a escribir que «la llamada memoria histórica derivada del franquismo y de la guerra civil ha caído como una losa sobre los historiadores profesionales». La única manera de fomentar un pensamiento crítico sobre nuestro pasado reciente, tal como había ocurrido en otros países como Alemania, debería haber tenido por base tres hechos: la existencia de un debate académico sobre el tema, la implicación no partidista de las instituciones y la socialización del debate. En nuestro país no existió tal debate por la actitud cerril de los que tenían por dogma que la historia no debía mancharse de memoria; la implicación de las instituciones existió solo en algunas regiones, y el debate nunca llegó a socializarse.

El año pasado falleció Josep Fontana, un historiador con el que te unía una estrecha relación. ¿Qué destacarías del legado de Fontana?

Fontana era el historiador vivo más importante de nuestro país. Sus referentes, además de españoles como Vicens, Soldevila o Vilar eran los grandes historiadores de tradición marxista tanto franceses (la escuela de Annales: Bloch, Febvre, Braudel…) como británicos (J.P. Thompson o E. Hobsbawm) y también pensadores de la talla de W. Benjamin o Antonio Gramsci. Su obra es diversa. Investigó a fondo la crisis del Antiguo Régimen, realizó grandes obras de síntesis, estudió la teoría y metodología de la historia, propulsó y coordinó grandes trabajos de historia de España y además tuvo tiempo para asesorar a la editorial Crítica y para escribir numerosos artículos en prensa. Por otra parte, como persona incapaz de negarse a nada, fue autor de innumerables prólogos y conferencias que lo implicaban permanentemente con la realidad. Su idea de la historia queda bien reflejada en esta frase: «El trabajo del historiador debe servir fundamentalmente para combatir todo aquello que atenta contra los derechos que cada hombre y cada mujer tienen a su vida, a su libertad y a su dignidad».

He aquí un detalle poco conocido. Durante años, un sábado al mes por la mañana, consciente del distanciamiento existente entre la investigación más avanzada (académica o no) y la formación del profesorado, organizó actividades en las que reunió a los autores de obras que consideraba de interés con profesores de Historia de Secundaria de Barcelona y su área de influencia. En este mismo sentido, como asesor de la editorial Crítica, favoreció la publicación de numerosos trabajos de investigadores en cuya valoración primaba el interés de la obra sobre el estatus académico del autor. De ahí se nutrió la serie Contrastes, que durante la década pasada renovó nuestro conocimiento del golpe militar de 1936 y de la represión franquista. En cuanto a la editorial Crítica solo cabe decir que su papel en la formación tanto de historiadores como de simples ciudadanos interesados por la historia ha sido fundamental. Para Fontana era muy importante la dimensión social de la historia, sin la cual se convertía en un mero producto de consumo interno al servicio exclusivo del currículum. Según decía: «Hay que escribir con seriedad y rigor metodológico para todos aquellos a quienes les importa o les gusta la historia».

¿Qué relación se debe establecer entre historia y memoria? ¿Qué historiadores recomendarías a alguien que quiera iniciarse en el conocimiento de la historia contemporánea?

La memoria es un recurso más de la historia, un complemento que tiene sus propias reglas. El historiador británico Ronald Fraser sigue siendo un referente sobre la historia oral. En su clásico Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, publicado por Crítica, Fraser hizo un gran esfuerzo por recoger la memoria oral de la guerra civil. Los que comenzamos a investigar estas cuestiones en los ochenta pudimos comprobar las enormes dificultades que tenía entrevistar a alguien sobre los hechos relacionados con el 36. La gente tenía miedo a hablar. El mundo de los vencidos aún no se sentía seguro como para contar su experiencia. También ocurrían hechos muy llamativos: la gente se abría mejor a un investigador extranjero, al que incluso le dejaban grabar la conversación, que a un español. Además la reticencia a hablar venía tanto de personas de derechas como de izquierdas. Todo ello fue fruto de la transición, cuando la memoria se convirtió en un estorbo. El escritor Agustín Gómez Arcos lo decía bien: «La dictadura imponía el silencio, la democracia impide la memoria».

La transición rechazó aquellos testimonios que venían a enturbiar el supuesto espíritu de la reconciliación que se pregonaba. Lo expresa bien Pedro Piedras Monroy en La siega del olvido. Historias y presencia de la represión: «…la imagen del abuelo insoportablemente pesado, que habla de guerras del pasado que nadie quiere oír. Del abuelo Cebolleta todo el mundo huye. (…). Ese modelo del abuelo insufrible, que no sabe otra cosa que recordar y está al margen de los problemas cotidianos de su familia, es uno de los personajes de más éxito en el cómic de los años de la Transición. La figura del viejo que recuerda se representará siempre como demodé, conservadora y falta de cualquier atractivo, con su pierna gotosa siempre vendada. La gente tenía que mirar adelante y no al pasado. Cualquier viejo que recordara el pasado y tratase de hablar de él sería tachado, (…), con el escarnecedor título de abuelo Cebolleta«.

En cuanto a los historiadores que podría recomendar soy muy poco original. Al igual que en literatura siempre es bueno leer a los clásicos: desde Marx y Engels, tanto por el contenido de algunos de sus escritos como por la manera de enfrentarse a la realidad; los que ya he mencionado antes: Marc Bloch y sus compañeros de Annales, o los británicos, desde J.P. Thompson a Paul Preston. Otro autor al que admiro y que siempre he leído con gran interés es Herbert Southworth, un historiador peculiar que escribió joyas como El mito de la Cruzada de Franco o Guernica. Y entre los españoles siempre será enriquecedor leer a Jaume Vicens, Ramón Carande, Miguel Artola o Josep Fontana, de cuya obra recomiendo Por el bien del Imperio. Una historia del mundo desde 1945 (2011) y El siglo de la revolución. Una historia del mundo desde 1914 (2017). Se trata de lecturas para entender el mundo que vivimos. Tampoco habrá que perderse su obra póstuma, que saldrá en breve: Capitalismo y democracia, 1756-1848. Cómo empezó este engaño.

Has participado muy activamente en la puesta en marcha y desarrollo del movimiento de recuperación de la Memoria Histórica, en iniciativas como Todos los Nombres y en el grupo de expertos que sustentó el sumario promovido por Baltasar Garzón. ¿En tu opinión, en qué estado se encuentra actualmente el movimiento de la memoria histórica?

Me impliqué en el proyecto Todos los Nombres porque lo creí necesario. Fui coordinador científico entre 2005 y 2010. Me atrajo el hecho de que TLN surgió al margen de cualquier institución. Contaba con el respaldo de CGT pero los que integramos aquello estábamos allí exclusivamente por la relación que teníamos con la investigación de la represión o por los conocimientos de informática. Surgieron otros proyectos relacionados con organismos autonómicos o con el mundo académico, pero creo que el más eficaz y económico fue TLN.

Creí también que la iniciativa del juez Garzón podía suponer un avance importante en el sentido de que lo que hasta ese momento era Historia o Memoria iba por fin a adquirir una dimensión jurídica. Estaba convencido, en consonancia con la experiencia latinoamericana, de que la justicia es la parte más sólida de la memoria. Fue una gran oportunidad perdida para determinar la realidad del golpe militar y de la represión, pero distintos poderes (políticos, judicial, mediático…) se unieron para que tal cosa no ocurriera.

Tras esto y la llegada de la derecha al poder el movimiento volvió a una fase anterior basada en el esfuerzo de las asociaciones y muy volcada en las exhumaciones. La única puerta que quedó abierta fue la de la querella argentina. De la derecha ya sabemos lo que podemos esperar: nada. Recientemente, en los presupuestos que el PSOE no pudo sacar adelante, había una partida importante para memoria histórica, pero aquello acabó. Lo cierto es que no hay modo de entender que a más de ochenta años de los hechos los partidos ni siquiera se hayan puesto de acuerdo para dar sepultura digna a las miles de personas cuyos restos yacen en fosas comunes.

¿Subsisten aún señas de identidad del franquismo? ¿Cómo se puede explicar la irrupción de Vox y la emergencia internacional del neofascismo?

Antes pensábamos que pervivía lo que algunos estudiosos llamaron el franquismo sociológico. Ahora, tras los últimos acontecimientos, algunos pensamos que esa fase se ha superado para entrar en otra mucho peor. El mundo que vivimos se empezó a gestar en los años ochenta y recibió el golpe definitivo con la gran crisis económica de estos años pasados. En ese proceso se hundió la socialdemocracia surgida en Europa occidental tras la segunda guerra mundial con sus grandes logros sociales, se quebró el movimiento obrero, y el capitalismo, a toda máquina, fue conformando un mundo afín a sus intereses inmediatos. Este ha sido el caldo de cultivo de los populismos y del resurgimiento de la extrema derecha en todo el mundo.

El caso español tiene sus peculiaridades. La derecha procede del franquismo, con el que nunca ha roto. Antes del PP fue AP. El partido de Fraga y Aznar contenía a todas las derechas y les ha ido bien hasta que surgió el problema catalán. Ciudadanos surge de ahí y Vox pretende contener el tarro de las esencias del pensamiento reaccionario español. Les oyes recurrir a Lepanto y a las Navas de Tolosa para explicar la Europa actual y te preguntas si no será de cachondeo. Sería de risa si no fuera preocupante. Vox es hijo del PP. ¿Cómo olvidar la foto de Aznar vestido de Cid Campeador mirando la llanura castellana desde lo alto de un castillo años antes de llegar al poder? Los referentes del PP y Vox son los de la España que reflejaban los manuales de historia del Franquismo.

No quieren saber que solo bajo la bota militar ha habido en España eso que llaman unidad de España. Y eso olvidando que el régimen foral de algunos territorios impide hablar de esa unidad homogénea con que sueñan. En origen España constituye un país formado por distintas naciones. El estado de las autonomías surge para diluir esa realidad histórica. Su régimen político ideal sería el que dejó trazado la República: un Estado federal. Pero la derecha cerril ha impedido siempre esa posibilidad delegando en el Ejército la misión de mantener por encima de todo la sagrada unidad de España. Con ello están creando permanentemente problemas que no existen. El peso de la dictadura sigue siendo enorme y el reto que tiene la democracia española es crear una mayoría social favorable al progreso de todos.

Dos cuestiones de actualidad sobre las que nos gustaría conocer tu opinión. Qué trascendencia puede tener el hecho de que la Comisión de Memoria Histórica en Andalucía sea presidida por VOX y qué opinas del proceso de exhumación de Franco del Valle de los Caídos.

Volvemos a lo anterior. Solo hace meses hubiéramos considerado un chiste que la Comisión de Memoria Histórica de Andalucía se entregara a un partido de extrema derecha. Si en su momento el PP declaró con orgullo que no habría ni un euro para las políticas de memoria, podemos imaginar lo que harán ahora estos. Cualquier cosa puede pasar, desde que organicen rutas para dar a conocer la verdadera historia de España, a que metan en Canal Sur un programa sobre las grandes batallas celebradas en suelo andaluz o que un buen día decidan recuperar un personaje como Queipo. Todas ellas ocurrencias que empezarán a resultar preocupantes si el partido se convierte en pieza clave para el triunfo de la derecha y alcanza una presencia importante en el parlamento.

Lo de Franco y el Valle de los Caídos es una pesadilla típicamente española. Deprime el lamentable espectáculo de ver a la familia del dictador consiguiendo paralizar la iniciativa del gobierno. Y llama la atención la ingenuidad de Pedro Sánchez al pensar que eso se podía hacer en un par de meses. Surge preguntarse qué pinta eso ahí a cuatro décadas del final de la dictadura y cuándo el Estado se decidirá por fin a recuperar y devolver los restos de los miles de republicanos allí enterrados a sus descendientes. Este asunto lo debió resolver el PSOE en sus tiempos de mayoría absoluta, cuando la derecha aún no se atrevía a mostrar abiertamente su fondo franquista, pero no lo hizo. Ya se sabe que para PP y PSOE en nuestra historia reciente hay un agujero negro entre 1931 y 1977. Todo empieza en 1978. Ahora es un problema que acabará en manos del Supremo, con lo que puede pasar de todo. Ya lo dice el proverbio alemán: «En alta mar y ante un juez todo depende de dios».

Una última pregunta relacionada con nuestra tierra. Aunque vives en Sevilla, has mantenido siempre el vínculo con Extremadura. ¿Podrías hacernos un breve diagnóstico sobre la situación económica, política y cultural de Extremadura y apuntar algunas de las posibles líneas de trabajo para transformar la región?

Esa pregunta daría para un tratado y desborda mis posibilidades. Solo diré que la historia contemporánea de Extremadura, para no irnos más allá, constituye la historia de un gran fracaso colectivo. Y no por culpa de los extremeños en general, que han aguantado y aguantan todo pacientemente, sino por culpa de las élites regionales y nacionales, que convirtieron la región en una zona de extracción de rentas. Esa paciencia solo estalló, y de ahí su valor simbólico, el 25 de marzo de 1936, inicio de un gran proyecto que puso a Badajoz en la vanguardia del país inmediatamente antes de entrar a causa del golpe militar en la etapa más negra de nuestra historia. Lo que vino después ya lo sabemos: hambre, miseria y emigración. En esta situación la democracia y la integración en Europa solo podían traer un mundo mejor. En estos cuarenta años los cambios han sido importantes, pero la realidad es que Extremadura no acaba de despegar. La ampliación de la Unión Europea supuso al desvío de fondos europeos hacia otras regiones y el intento de instalar una refinería en la Tierra de Barros llevó a un callejón sin salida que dejó a todos, partidarios y contrarios, exhaustos. Las malas noticias que llegan sobre las comunicaciones y la triste realidad de que la gente joven tiene que buscar su futuro fuera de la región son solo dos indicadores de una realidad difícil de asumir. Plantear soluciones requeriría un conocimiento en profundidad del estado de la región desde la transición para acá.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.