(Palabras de presentación del libro electrónico Temas de sociedad civil cubana, en la Feria Internacional del Libro de La Habana 2018).
A la encerrona de Rafael Hernández podría responder con una presentación en tiempo récord: lean el prólogo Utopía de utopías: Temas y la sociedad civil cubana, de Alain Basail -autor que forma parte también del catálogo del Instituto Juan Marinello desde 2003 con El lápiz rojo. Prensa, censura e identidad cubana (1878-1895)– y tendrán, a la vez, un adelanto de las más de trescientas páginas de esta entrega de Ediciones Temas y su colección Recuento y un nuevo rosario de problemas e interrogantes para un futuro volumen. Pero eso no haría justicia a lo oportuno y necesario de esta publicación.
Once trabajos se reúnen aquí. Al mencionado prólogo de Basail, se unen ocho ensayos, un panel de debate y entrevistas publicadas originalmente en la revista Temas entre 1995 y 2009. El asunto predominante gira en torno al concepto de sociedad civil, pero no propone una mirada enclaustrada en el ámbito académico -aunque parte de su solidez se encuentra en que inicia allí- y lo trasciende. Predomina un enfoque crítico, sistémico y procesal y como advierte el prologuista: «El libro en su conjunto va más allá de advertir los alrededores del concepto de sociedad civil al inquirir en sus múltiples definiciones y dimensiones desde una amplia perspectiva totalizadora de las relaciones sociales en el complejo y dinámico mapa cultural, político y económico cubano».[1]
Para muchos en el campo de la academia y las ciencias sociales, la revista Temas es pionera en el tratamiento a las cuestiones de la sociedad civil en Cuba y es una preocupación que la acompaña desde sus inicios. A propósito, varios trabajos recogidos en este volumen -como Sociedad civil y hegemonía de Jorge Luis Acanda; Pobreza, opresión y explotación: notas sobre la sociedad civil en América Latina de Carlos M. Vilas; La historia profunda: la sociedad civil del 98, de María del Carmen Barcia; Estado y sociedad civil en Cuba, de Hugo Azcuy, y Sociedad civil en los 90: el debate cubano, que recoge entrevistas realizadas por Milena Recio y que desde las biografías y posiciones de sus interlocutores anuncian, y luego confirman, las diferencias aparentes y reales, desde el acercamiento teórico y sus concreciones prácticas entre la sociedad civil pensada y la realmente existente en la Cuba de los 90- cumplieron, o están por hacerlo en este 2018, veinte años de su publicación en la revista.
Esta distancia pudiera resolverse a la manera de Gardel: «Sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada»; aunque yo prefiero -por ilustrativo- hacerlo con Alberto Garrandés en sus palabras preliminares a Escritores olvidados de la República: «La noción de contemporaneidad es por sí misma incisiva y ambivalente. ¿Quiénes son nuestros contemporáneos? ¿Aquellos que vivieron e hicieron sus obras en nuestro tiempo, o quienes son capaces de interpelarnos con vigor, hayan vivido hace trescientos o hace treinta años?».[2] Y en rigor, todos los trabajos recogidos en Temas de sociedad civil cubana nos interpelan hoy. Son varias las razones: la permanencia de los problemas enunciados y analizados, el movimiento de las ideas y las posiciones de los propios autores, el carácter procesal de los cambios en la sociedad cubana -en los que la idea de «lo nuevo que surge o se hace» no debía implicar un ejercicio utilitario de «borrón y cuenta nueva»-, la reivindicación desde el discurso oficial y la prensa de mayor tirada e influencia en el país del término «sociedad civil» en el contexto de la Cumbre de Panamá en 2015, la continua insuficiencia de un diálogo entre ciencia y política.
Sobre este último particular quisiera realizar una observación. El permanente llamado a la articulación entre ciencia y política, o, usando palabras de amplia explotación en los últimos tiempos, entre «la academia» y «los decisores de políticas» posterga un problema de mayor calado: ¿quiénes son esos decisores de política? A la distorsión que para la democracia socialista constituye el hecho de personalizar -porque en la práctica ocurre así- la responsabilidad de generación de políticas en «otros» y asumirnos excluidos de estos procesos, se une el hecho de que confundamos a «ejecutores» con «decisores» porque representan o trabajan en determinadas instituciones de gobierno. No necesariamente donde pensamos que se generan -o deben hacerlo- las políticas sectoriales, ello ocurre. Los trabajos compilados en este libro, también ofrecen luces sobre estos asuntos, aunque no se presenten explícitamente a veces.
Decía antes que se considera a la revista Temas una pionera en el tratamiento a las cuestiones de la sociedad civil en Cuba. Sin embargo, el propio Rafael Hernández ha defendido la idea de que ello responde a un acumulado, sedimentación que se remonta unos años atrás. En este sentido, pueden mencionarse algunos trabajos publicados por La Gaceta de Cuba en los primeros 90 y la existencia de centros de investigación y profesores universitarios que se habían acercado al tema. Lo cierto es que ese acumulado encontró su expresión en las páginas de Temas y que esa sedimentación continuó reproduciéndose para dar resultados editoriales en los 2000.
Ciertamente, el concepto «sociedad civil» había ganado un lugar en la teoría política -al menos en el marco académico-, conectado con el ambiente universitario. Sin embargo, su uso en el lenguaje político común era nulo o peyorativo. Por esos rejuegos coyunturales que a veces ponen de cabeza hasta lo consuetudinario, el impulso para una mediana socialización llegó desde la oficialidad con la Cumbre de Panamá en abril de 2015, dos décadas después de que Temas publicara sus primeros textos sobre el asunto. Un brusco giro que reproduce el utilitarismo en las definiciones, que varían considerablemente según el criterio de los actores políticos empoderados y a menudo se utiliza en forma intercambiable, como sinónimo de movimientos populares, organizaciones sociales o de base u organizaciones no gubernamentales.[3] Por eso puede entenderse también la oportunidad del material que hoy se presenta. Otra cosa, aunque no es una temática nueva, suele ocurrir en la Cuba posterior al triunfo de la Revolución que los saltos silenciosos provoquen que la socialización de estudios y enfoques anclados en una tradición teórica liberadora y revolucionaria, asalten a los más jóvenes como novedad. Y ese es otro valor añadido de Temas de sociedad civil cubana: lo que a algunos sorprenderá como novedad, puede convertirse en un puente para saltar los vacíos silenciosos y resituarse en una tradición de pensamiento de más larga data.
Siguiendo las normas al uso, correspondería comentar más detalladamente el contenido del libro. Me remito entonces, en un primer momento, al acertado e ilustrador prólogo de Alain Basail: «[El libro] tiene entre sus virtudes brindar un mapeo de inquietudes y dudas intelectuales sobre la complejidad y significación del tema en cuestión, al mismo tiempo que deja abierto el debate y la búsqueda de respuestas individuales y colectivas».[4] El prologuista destaca las miradas sociohistóricas de José Antonio Piqueras y María del Carmen Barcia sobre las subversiones de los sistemas sociales, las visiones del estado colonial, neocolonial, liberal o socialista, los actores sociales y del contexto geopolítico internacional. También sobre esto último -el contexto geopolítico internacional- pondera las puestas en perspectiva con claves latinoamericanas de Carlos M. Vilas o norteamericanas de Douglas Friedman, el acercamiento a la crisis del estado neoliberal de Ernesto Domínguez y los contrapuntos entre filósofos italianos y cubanos presentados por Jorge Luis Acanda.
De igual forma, Basail identifica al menos cinco claves interpretativas comunes en los trabajos: 1. El reconocimiento de la agencia de los actores sociales, de sus capacidades y potencialidades de acción dinamizadora en medio de relaciones de poder de simetría variable; 2. La conciencia que se trata un contexto muy politizado, donde una intencionalidad político-ideológica conduce a «confusiones interesadas» o «precisiones posicionadas», pero donde la distinción entre sociedad civil y sociedad política es metódica al constituir ambas una totalidad compleja en el sentido gramsciano; 3. La definición de procesos que devienen en el tiempo con tensiones y conflictos; 4. Una perspectiva cultural amplia de los procesos ideológicos como formas de producción de significados y sentidos de la vida social que pugnan por ser legítimos y hegemónicos; y 5. El planteamiento de una dimensión ética porque los proyectos sociales son proyectos morales que construyen una moralidad sobre códigos éticos y culturales, valores y principios sociales, que apuestan por una ganancia de civilidad y dignidad humana pero que, como construcciones sociales, pierden congruencia política y se relativizan con transgresiones, disentimientos, contracódigos éticos, dramas humanos y actitudes contradictorias al estar en juego la supervivencia misma.[5]
En un segundo momento, quisiera dialogar con algunos trabajos que me resultan cercanos desde antes de la publicación de este libro. Varios de esos textos me sirvieron como referencia cuando escribía el ensayo «Ruta crítica del sindicalismo cubano actual: hacia una nueva CTC». Debo confesar que esta publicación me hubiera ahorrado bastante tiempo en mi escenario de «estrecho de banda» y creo que esa experiencia, puede mostrar en la práctica la importancia de la compilación que se presenta. Cuando intenté hablar de los actuales retos del sindicalismo cubano, particularizando en la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), pude percatarme que ese esfuerzo implicaba el riesgo de bordear las fronteras de un asunto más amplio: el relacionado con la sociedad civil.
En medio de la discusión sobre si es válido presentar la sociedad civil como antinomia del Estado y la política, particularmente en el caso de la Revolución cubana y el proceso de institucionalización que pretendía sentar las bases de un gobierno articulado con el pueblo (un gobierno del pueblo), parece aceptado -aunque contradictorio- que el rescate del término esté relacionado con la pérdida de capacidad del Estado para resolver todas las necesidades de la población, el fortalecimiento del sector económico privado y cooperativo y con la creciente diferenciación social. En esta lógica, desde la experiencia de los últimos años con el proceso de reformas promovido por esa dualidad Partido-Gobierno, el Estado cubano aparece también como el «facilitador» y «promotor» de las nuevas expresiones de la sociedad civil.
A esto acompaña otra problemática. El surgimiento de nuevos interlocutores y la ampliación del espacio social autónomo mirados como un fenómeno actual en Cuba, implica el riesgo de desconocer como actores de la sociedad civil las organizaciones surgidas (o refundadas) entre 1959 y 1980. Estos son los casos de la CTC, la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media (FEEM), los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), entre otras. Hablamos de organizaciones que agruparon a casi toda la población joven y adulta desde los primeros años del triunfo de 1959. Es decir, como señala Hugo Azcuy en «Estado y sociedad civil en Cuba», organizaciones de la época de las grandes movilizaciones en apoyo a la naciente revolución y enfrentamiento a las agresiones de los Estados Unidos, de una homogeneización de carácter clasista y una extensión desmesurada de lo político.[6] Organizaciones de la época en que el término «sociedad civil» estaba en desuso para los cubanos.
Volviendo a las reiteradas dicotomías a debate que desfilan en este libro: sociedad civil-Estado y sociedad civil-sociedad política, las estrechas relaciones que establecieron estas organizaciones con el Estado revolucionario y el control ejercido por este, actuaron -y aun lo hacen- como fuerza de negación en algunos sectores para la inclusión de las mismas en el entramado de la sociedad civil cubana.
Sobre este particular, en el libro se recogen los análisis de Jorge Luis Acanda -marcados por los aportes de Gramsci- tomando como referencia una acepción amplia de la política y del poder como dominación, la conflictividad de la sociedad civil y el concepto de hegemonía. Quisiera hacer otra salvedad. La recurrencia a Gramsci ha sido criticada en algunos escenarios por la distancia epocal y la concurrencia de una nueva literatura especializada. Es cierto, algunas posiciones teóricas pueden resultar caducas y superadas; pero en muchas ocasiones, con conocimiento de la transformación del contexto y de buena parte de esa nueva producción, un autor decide adscribirse al corpus de un pensador precedente. Lo peor, es que en muchos de los ejercicios académicos que realizamos en nuestras universidades valoramos -como si se tratara de un algoritmo cerrado- la pertinencia de una investigación por las fechas de los textos que se citan en la bibliografía, sin cuestionarnos la calidad de los mismos.
Una tendencia que se ha extendido en diversos terrenos es negar el carácter participativo de todo espacio que legitime las políticas del Estado, apoye determinadas medidas tomadas o responda movilizativamente a convocatorias de los dirigentes estatales o del Partido Comunista. Es como si las personas no pudieran asociarse alrededor de un objetivo de acompañamiento. En la actual coyuntura la pregunta sería: ¿refleja este acompañamiento de las organizaciones la prioridad de sus miembros o la de sus dirigentes?
En resumidas cuentas, el propio concepto «sociedad civil» es complejo, problemático y diverso. Se trata quizás de uno de los términos más ideologizados y politizados desde las ideologías y los sistemas políticos contemporáneos. Ello se expresa también en Cuba, menos homogénea y uniforme ideológica y políticamente -a la altura de 2018- que lo que se cree y presenta por los dirigentes del Estado y Partido cubanos, los sectores de derecha empoderados en diferentes países y muchos cubanólogos a los que resulta funcional para sus teorías -e incluso proyectos políticos- el mito monocromático del pensamiento social y el sentido común de la isla.
Me aventuro a lanzar algunas ideas generales: 1. Existe sociedad civil en Cuba, que tiene entre sus principales retos autorreconocerse como tal y romper la dinámica hegemónica que define desde el poder (o los poderes) qué pertenece y qué no, qué tiene un lugar y qué no, en ella; y no me refiero solo a la socialización utilitaria que mencioné desde la dirigencia cubana a partir de la Cumbre de Panamá, sino también -y con igual fuerza- al «democratismo ilustrador» que manifestó Obama en su visita a la Isla en marzo de 2016; 2. Los límites a la consideración dentro de esa sociedad civil cubana se encuentran precisamente en que sea cubana, que no sea antinacional; y aquí vendría un interesante apéndice a la idea anterior: el autoreconocimiento no es suficiente, varias veces en la experiencia del país se han desarrollado plataformas que atentan contra la soberanía desde un discurso «por el mejoramiento nacional»; y 3. Lo que pudiera denominarse «sociedad civil socialista» constituye el ideal de sociedad civil al que me adscribo para el proyecto cubano de nación; su condición de ideal implica considerar el camino más que el punto de llegada, su permanente reconfiguración y el reconocimiento de «no hecho».
De esto y más encontramos en Temas de sociedad civil cubana. Para terminar, me permito jugar con el nombre de la colección: Recuento. Ojalá todos los recuentos nos hablaran en el presente y para el futuro.
Notas:
[1] Alain Basail. «Utopía de utopías: Temas y la sociedad civil cubana» (prólogo). En Temas de sociedad civil cubana. Ediciones Temas, 2017. p. 7.
[2] Alberto Garrandés. «Palabras preliminares». En Escritores olvidados de la República. Ediciones UNIÓN, 2012. pp. 6-7.
[3] Jorge Luis Acanda. «Sociedad civil y hegemonía». En Temas de sociedad civil cubana. Ob. cit. p. 18. (Temas #6, abril-junio de 1996)
[4] Alain Basail. Ob. cit., p. 6.
[5] Ibídem, p. 7.
[6] Hugo Azcuy Henríquez. «Estado y sociedad civil en Cuba». En Temas de sociedad civil cubana. Ob. cit., p. 133. (Temas #4, octubre-diciembre de 1995).
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