Recuerdo haber hablado con un ambientalista de Illinois en algún momento de la década de 1980. La conferencia en la que nos encontramos iba de contaminación; me dijo que lo que había venido escuchando sobre el vertido de desechos químicos era solo la punta del iceberg de las cantidades de desechos ya enterrados.
De hecho, nadie va a conocer jamás las montañas de desechos enterrados o arrojados a ríos, lagos, mares y océanos en violación de la ley o con el consentimiento de las autoridades locales y nacionales.
La EPA [siglas en inglés de la Agencia de Protección Ambiental de EE. UU.] sigue aún luchando para aminorar los peligros de la contaminación ilegal y del entierro de desechos tóxicos en lugares de todo el país. La EPA bautiza a estas operaciones, típicas de gánsteres, como sitios “superfund” (1).
David Valentine, un profesor curioso de la Universidad de California en Santa Bárbara, fue quien sacó a la luz esos vertidos con desechos de DDT a finales de 2020. Descubrió algo así como 500.000 barriles de DDT esparcidos por el fondo del océano: un acto criminal de contaminación que resultó ser “el caso más infame de destrucción ambiental frente a la costa de Los Ángeles”. Los vertidos comenzaron en 1947 y continuaron hasta 1982, doce años después de la fundación de la EPA en 1970. Los vertidos de DDT se realizaron cerca de la isla Catalina. Y no podría haberse llevado a cabo sin el acuerdo tácito tanto del gobierno de California como del nacional.
Además de la industria que entierra o arroja sus desechos, el mayor violador de las leyes ambientales nacionales e internacionales es el Ejército de EE. UU. Su gigantesco arsenal de armas y cantidades monumentales de municiones y desechos constituyen una pesadilla a la hora de eliminarlos, así como múltiples efectos perniciosos en la salud humana y ambiental.
Desprecio del Ejército de EE. UU. por los estadounidenses
En 2017 el juez Mark Toohey de Kingsport, Tennessee, me llamó para hablar sobre la inquietud que sentía al encontrarse en la vecindad cercana a la Planta de Municiones del Ejército de Holston, que quemaba armas en pozos a cielo abierto. Había leído mi libro, “Poison Spring”, y pensó que podría hacerle algunas sugerencias.
El juez Toohey me dijo:
“No tenía ni idea de la cantidad de personas asmáticas, niños y familias, en EE. UU. que han tenido que soportar la exposición potencialmente mortal a las combustiones hechas al aire libre por nuestro propio ejército, con la bendición total de la EPA. Sencillamente, es una situación muy triste que nosotros, como nación, pongamos la reducción de costes por delante de la salud de nuestros ciudadanos”.
Lo que dijo el juez Toohey no me sorprendió. Mi experiencia en la EPA había ampliado mi comprensión respecto al poder de quienes tienen riqueza y poder: corporaciones, industrias, grandes agricultores, multimillonarios y gobiernos. Todos ellos utilizan la coerción o la corrupción descaradas para lograr sus objetivos.
El poder político y la ley
Cuando enseñaba en la Universidad de Nueva Orleans, 1992-1993, el decano de ingeniería no quiso dejarme una camioneta para que llevara a mis estudiantes a explorar las condiciones de contaminación en el “callejón del cáncer”, el corredor de 160 kilómetros entre Baton Rouge y Nueva Orleans.
“Si te doy una camioneta de la Universidad”, dijo, “la industria me acusará a mí y a la universidad de parcialidad”. Pasé de él y los estudiantes y yo nos desplazamos en varios coches nuestros y tuvimos una experiencia de aprendizaje muy interesante en la visita a un par de fábricas en el valle del cáncer.
Las leyes reflejan los ideales de la civilización y, en algunos casos, mejoran la vida tanto de los humanos como de la vida silvestre. Pero el ejército en Tennessee tenía bastante poder e ignoraba la ley. Los funcionarios estatales y federales no creían que fuera importante proteger a la gente de los actos deletéreos del ejército cuando quemaba municiones al aire libre, una práctica llevada a cabo de forma rutinaria en las colonias. Además, la industria química ocupaba un lugar central en los negocios de Kingsport.
¿Está el Ejército por encima de la ley?
Si las fuerzas armadas pueden causar daños a los ciudadanos estadounidenses durante tiempos de paz, y no por razones “estratégicas”, ¿qué serían capaces de hacer en tiempos de guerra?
Solo podemos especular acerca de los cambios que se producen en la mente humana durante la guerra. ¿Pueden los guerreros de EE. UU. respetar a los estadounidenses y al mundo natural en casa cuando, durante décadas, han estado matando a miles y millones de guerreros enemigos y civiles y cometiendo ecocidio a gran escala?
No se trata de una pregunta hipotética. La respuesta es no. No pueden. El caos de la guerra tiene repercusiones internas, la mayoría de ellas desagradables.
El Ejército no respeta a sus vecinos estadounidenses en Tennessee porque se ha educado en la anarquía y la violencia de guerras reales y teóricas. Sabe que las autoridades civiles, aunque superiores a él, no se atreven o no están dispuestas a ejercer su poder.
El Ejército está acostumbrado a verter y contaminar. De eso se trata la guerra. Durante la Segunda Guerra Mundial y, durante varias décadas de la Guerra Fría, el Ejército estadounidense ha estado destrozando el mundo.
Contaminación de guerra
Los soldados estadounidenses se enfrentaron a sus mayores enemigos en el Pacífico cuando lucharon contra los japoneses.
Japón fue el único país, entre los que combatieron durante la Segunda Guerra Mundial, que violó las convenciones internacionales que prohíben las armas de destrucción masiva. Construyó instalaciones industriales en Manchuria, China, para la fabricación de armas biológicas. Japón luchó contra los chinos tanto con armas convencionales como biológicas. Los japoneses, de hecho, utilizaron prisioneros chinos en sus pruebas con agentes de armas químicas.
Sin embargo, Estados Unidos superó a Japón en su ferocidad militar. Bombardeó Japón hasta reducirlo a la edad de piedra y la sumisión. Las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki hicieron comprender a los japoneses lo que iba a pasarles a todos ellos si continuaban resistiendo.
Esas bombas atómicas, además, le dijeron al mundo quién era el nuevo hegemón. Fueron el preludio de décadas de campañas de bombardeos sobre pueblos y personas rebeldes o revolucionarios. Además, las bombas atómicas provocaron el desarrollo de armas de destrucción masiva mucho más poderosas.
Estados Unidos, casi literalmente, rodeó el mundo con más de 800 bases militares ubicadas en más de setenta países. No podía soportar que la comunista Unión Soviética (Rusia), dispusiera de bombas atómicas y de hidrógeno, al igual que sus propias armas de destrucción masiva. China era otro enemigo que los planificadores militares estadounidenses tenían bajo sus radares de bombardeos.
Después, la guerra de Corea aplicó a los estadounidenses un poco de su propia medicina frente a la China comunista.
La guerra de Vietnam, sin embargo, llevó a Estados Unidos a la demencia. No había ninguna razón para esa guerra, salvo la arrogancia y los delirios de grandeza imperial.
Vietnam, Laos y Camboya eran sociedades campesinas del sureste de Asia. Al atacarlas, Estados Unidos se enfrentó a una jungla verde y a enemigos invisibles con pequeñas armas convencionales. Y Estados Unidos inició una guerra inútil pero ecocida contra los campos de arroz y los bosques tropicales. Las armas elegidas incluían herbicidas (Agente Naranja) y bombas.
Esa inútil guerra químico-biológica en Indochina fue el resultado de las estrategias ideológicas y militares de la Guerra Fría de las décadas de 1950, 1960 y 1970. Tanto Estados Unidos como sus aliados occidentales, Francia e Inglaterra, y sus oponentes, la Unión Soviética (Rusia) y China, disponían de armas de destrucción masiva.
Bombas de destrucción masiva
Para el desarrollo de esas armas ecocidas y genocidas, se hicieron ensayos en casa y en las colonias. Se cometieron errores y se causaron accidentes. Se acumularon enormes cantidades de desechos extremadamente perdurables y letales. Además, se lesionó a quienes fabricaron las armas y a los soldados que las custodiaban. La lluvia radiactiva contaminó el agua, los alimentos y la tierra, tanto en casa como en el Pacífico.
En el fragor de las amenazas existenciales que crearon las “superpotencias” con armas nucleares, se olvidaron de la salud humana y ambiental. Enterraron, quemaron y arrojaron su bomba nuclear y los desechos de la guerra química y biológica en mares y océanos.
Estados Unidos arrojó en el Pacífico sus sustancias tóxicas, como plomo, dioxinas, plutonio y herbicidas.
Ecocidio en el Pacífico
Un periodista de investigación llamado Jon Mitchell reveló el horror de la contaminación perpetrada en el Pacífico por el ejército estadounidense. Su libro: Poisoning the Pacific: The US Military’s Secret Dumping of Plutonium, Chemical Weapons, and Agent Orange (Rowman y Littlefield, 2020) aborda el ecocidio y la irresponsabilidad política consiguiente.
Mitchell pasó diez años escribiendo este libro tan importante. Utilizó la Ley de Libertad de Información y pudo solicitar y recibir diez mil páginas de documentos del gobierno (Departamento de Estado, ejército y CIA). Además, entrevistó a denunciantes, antiguo personal de la base militar, incluidos japoneses y estadounidenses, que fueron víctimas del envenenamiento del Pacífico durante décadas.
El terrible daño causado por la Guerra Fría y las pruebas con bombas nucleares es asombroso. En la década de 1950, Gran Bretaña probó el gas nervioso mostaza en cientos de soldados indios. También probó bombas nucleares en Australia y el Pacífico. Francia recurrió a sus colonias en Argelia y la Polinesia Francesa, donde probó unas 200 armas nucleares. China y la Unión Soviética (Rusia) hicieron lo mismo.
Los científicos, ingenieros y soldados estadounidenses hicieron ensayos con las armas y las almacenaron. Eliminaron los desechos de las armas de destrucción masiva y se convirtieron en las primeras víctimas del nuevo poder radiactivo de sus armas.
Mitchell documenta el ecocidio sistemático a causa del vertido de enormes toneladas de desechos peligrosos procedentes de las bombas en el Pacífico, donde Estados Unidos comenzó a probar su bomba de hidrógeno, extremadamente poderosa, radioactiva y deletérea, en la década de 1950.
Esa era la creencia generalizada durante la Guerra Fría. Así como los monjes cristianos que destruyeron los templos griegos en el siglo IV estaban seguros de que su destrucción era un golpe contra los griegos “idólatras”, los estadounidenses que envenenaron el Pacífico en la década de 1950 pensaban que estaban haciendo el trabajo de Dios y salvándonos del comunismo impío. No importaba en absoluto que tales actividades violaran los derechos humanos de los habitantes de las islas del Pacífico envueltos en lluvia radiactiva.
El epicentro del ecocidio estadounidense en el Pacífico incluyó Japón, Okinawa, Micronesia y las islas Marshall. El Ejército estadounidense probó 67 bombas nucleares solo en las islas Marshall, desplazando a su población y provocando secuelas permanentes. Además, hizo explotar decenas de armas nucleares en el Pacífico occidental. Esas pruebas incluyeron agentes de guerra biológica y química.
Precipitación radioactiva
El resultado de las pruebas de armas de la Guerra Fría era predecible. La lluvia radiactiva cubrió esta región del Pacífico con una huella indeleble de contaminación causada por venenos, radiación, dioxinas y uranio empobrecido.
“Durante los últimos ochenta años, ningún ejército de nación alguna ha dañado el planeta más que el estadounidense. Desde 1941, Estados Unidos ha estado en guerra casi constantemente, provocando una contaminación ambiental extrema”, escribe Mitchell.
De hecho, Mitchell nos recuerda que la palabra ecocidio se acuñó para describir la vasta destrucción de los bosques de Indochina por el Agente Naranja de Estados Unidos.
El libro de Mitchell arroja luz sobre la era oscura del Ejército y la política estadounidenses. ¿Cómo pudieron los políticos estadounidenses ser tan ciegos o arrogantes durante tanto tiempo? ¿No aprendieron nada de la Alemania de Hitler? ¿Dónde estaban los graduados de Harvard, MIT y otras universidades? ¿Dónde estaban los ambientalistas de este país?
Mitchell dice que los actos estadounidenses contra el mundo natural, especialmente en el inmenso Pacífico, vertiendo venenos y contaminación radiactiva, han sido tan destructivos y ecocidas que merecen calificarse de crímenes de guerra contra la humanidad.
Lean este libro tan bien escrito, oportuno y poderoso. Debería hacer que se llenaran de rabia e indignación, una munición que necesitarán para luchar y detener nuestra continua guerra contra la Tierra.
Poisoning the Pacific me ha impactado también a mí. He estado estudiando la contaminación y la política ambiental durante décadas y, sin embargo, me asombró esta historia de destrucción deliberada de las fuentes importantes de vida y belleza en el Pacífico.
Tenemos que aprender de esta historia fascinante e incisiva para controlar a nuestro Ejército e instruir a nuestros soldados para que respeten el mundo natural tanto en casa como en el extranjero.
N. de la T.
(1) La Ley de Responsabilidad, Compensación y Recuperación Ambiental (Comprehensive Environmental Response Compensation and Liability Act, CERCLA por sus siglas en inglés), mejor conocida como Superfund, fue aprobada por el Congreso de Estados Unidos en 1980 con el fin de identificar, investigar y restaurar los lugares que contienen deshechos peligrosos que provienen o fueron abandonados por plantas manufactureras, maquiladoras, industrias químicas, vertederos o basureros públicos.
Texto original: https://vallianatos.blogspot.com/2021/04/ecocide-in-pacific.html
Fuente: http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=31334