En la historia de la Humanidad, especialmente en la del llamado mundo occidental, la Revolución Francesa con sus lemas de igualdad, libertad y fraternidad es un hito dentro del campo de las ideas y un referente para el análisis de la Modernidad. Los derechos ciudadanos para las mujeres serían tempranamente reclamados, desde los convulsos días […]
En la historia de la Humanidad, especialmente en la del llamado mundo occidental, la Revolución Francesa con sus lemas de igualdad, libertad y fraternidad es un hito dentro del campo de las ideas y un referente para el análisis de la Modernidad.
Los derechos ciudadanos para las mujeres serían tempranamente reclamados, desde los convulsos días de la Bastilla, por una revolucionaria, Maria Gouze, verdadero nombre de la escritora Olimpia de Gouges, quien nació en una familia humilde y se construyó a sí misma para hacer de la palabra, escrita y por medio de la tribuna, el medio de expresión de sus ideas precursoras.
Ideóloga en el sentido de las ideas políticas, y dramaturga en el horizonte de la cultura dentro del teatro galo, Olimpia de Gouges encabezó la corriente de pensamiento que, heredera de las teorías de Condorcet, abogaría por el reconocimiento de los legítimos derechos de la mujer.
Reclamó su condición de ciudadana libre, en plano de igualdad con los hombres, en medio de un proceso contradictorio, de avances y retrocesos, como lo fue la revolución iniciada en París, en 1789.
Autora en 1791 de la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, documento inspirado en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano -aprobada por la Asamblea Nacional en agosto de 1789-, superó la temperatura ideológica, política y moral de su época, con un brillante alegato.
En éste postulaba que la «mujer nace libre y debe permanecer igual al hombre en derechos», así como puntualizaba que «la Ley debe ser la expresión de la voluntad general; todas las Ciudadanas y los Ciudadanos deben contribuir, personalmente o por medio de sus representantes, a su formación».
Estos principios de equidad entre mujeres y hombres, cuya vigencia subraya además el espíritu no sólo constatario de Olimpia de Gouges, sino la trascendencia de su pensamiento radical, subrayaban los derechos de las féminas en todos los ámbitos de la vida, tanto públicos como privados, especialmente el derecho al voto, así como a la propiedad libre de la tutela jurídica del varón, como su desarrollo pleno en el sentido de la educación, y su presencia en todos los perfiles de la sociedad, incluido el ejército y los cargos públicos.
«Las madres, las hijas y las hermanas, representantes de la nación, piden ser constituidas en Asamblea Nacional. Considerando que la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos de la mujer son las únicas causas de las desgracias públicas y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer en una solemne declaración los derechos naturales, inalienables y sagrados de la mujer (…)»
Mas este ideario feminista no encontró el apoyo de los revolucionarios franceses, ni siquiera en aquellos sectores más radicales, contra los que se enfrentaría también Olimpia de Gouges, como los liderados por figuras como Robespierre y Marat, en un proceso histórico marcadamente androcéntrico.
Encarcelada y guillotinada en 1793, a la intelectual francesa se le reprimía no sólo por sus opiniones y acciones políticas en la compleja madeja entre girondinos y jacobinos que protagonizó aquel período, sino y sobre todo, por haber sido una transgresora, desde la propia escritura de obras como La esclavitud de los negros y la mencionada Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana.
Así como por la creación y dirección del periódico L’Impatient y también por haber fundado la Société Populaire de Femmes, célula de aquellos clubes políticos revolucionarios que, igualmente, fueron precursores del protagonismo consciente y del sentido de autoestima de las mujeres en los procesos revolucionarios.
Pero a aquellas mujeres se les negaron sus derechos y la propia ciudadanía, desde una visión patriarcal de la historia cuya hegemonía no ha concluido lamentablemente en nuestros días, y en la que se afirmaba como principio absoluto la minusvalía del sexo femenino, sometido a la discriminación en la construcción histórica y cultural de una sociedad sexista.
Así, la mujer debía retornar al hogar, refugiarse en la maternidad y someterse a los dictámenes del hombre, incluso tales ideas, en un proceso de involución, serían refrendadas, años más tarde (1804), por el Código Civil Napoleónico, gracias al cual la mujer casada volvía a ser sometida a la tutela del esposo, en cuanto a su persona y a sus bienes, se le prohibiría el divorcio y se le negarían todos sus derechos civiles.
Olimpia de Gouges, quien sólo viviría 45 años, sembró la semilla de una revolución en el terreno de las ideas y de la sociedad, que no sólo en Francia sino en muchos países, serviría de aliento y de bandera para las sufragistas.
Las francesas, que vieron cómo los hombres alcanzaban los derechos al voto en 1848, sólo lo lograrían en 1944, al concluir la Segunda Guerra Mundial.