Los relatos se dan desde la óptica de los vencedores y deja de lado la visión de los oprimidos, en su mayoría negros e indígenas; y sobre todo, mujeres. Silencios y ausencias construyen un relato masculino. La llegada al poder de mujeres en América Latina sumado a una mayor participación en los espacios del debate […]
Los relatos se dan desde la óptica de los vencedores y deja de lado la visión de los oprimidos, en su mayoría negros e indígenas; y sobre todo, mujeres. Silencios y ausencias construyen un relato masculino.
La llegada al poder de mujeres en América Latina sumado a una mayor participación en los espacios del debate político, significó un avance en la presencia e injerencia de género en América Latina. No obstante, aún se perciben diferencias de género que desdibujan el lugar femenino y que tienen su raíz en una herencia histórica que minimizó hasta silenciar a la mujer.
La historia de la civilización está escrita desde esa óptica. Dios creó primero al hombre y luego de su costilla salió la mujer, el pecado original salió de una mujer y no de un hombre, y hasta la humanidad perdió el paraíso por culpa de una mujer. Hasta Dios es hombre. Paradojas de la humanidad, que la historia haya sido escrita por el género que mantuvo (y mantiene) la hegemonía de los relatos.
La historia universal cuenta un relato desde la óptica de los vencedores y deja de lado la visión de los oprimidos, en su mayoría negros e indígenas; y sobre todo, mujeres. Silencios y ausencias que se repiten y construyen un relato masculino. Pocos se acuerdan o saben de la participación y el protagonismo de mujeres en la construcción de la historia Latinoamericana.
Bartolina Sisa nació en tiempos de la más recalcitrante opresión y despojo colonialista español contra los indígenas. El comercio de hojas de coca y tejidos, le permitió viajar por varios poblados de árida altiplanicie andina y ver de cerca la condición de servidumbre, las vejaciones y la esclavitud a la que era sometida su nación originaria.
Murió ahorcada, torturada, flagelada, violada, arrastrada a patadas en un inmenso charco de sangre, por conducir en 1781 -junto a su esposo Túpac Katari- una de las rebeliones indígenas que marcaron el pasado de Latinoamérica.
Otra mujer que condujo luchas independentistas fue Juana Azurduy, líder revolucionaria que combatió en la Guerra de Independencia del Alto Perú. Las crónicas de la época cuentan que cuando Manuel Belgrano la vio pelear le entregó su espada en reconocimiento a la bravura y lealtad a la causa. Fue ella quien ocupó en plena guerrilla el cerro de la Plata y se adueñó de la bandera enemiga. Con esta acción el Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de La Plata, Juan Martín de Pueyrredón le concedió -en 1816- el grado de Teniente Coronel del ejército argentino en virtud de su esfuerzo.
Murió a los 82 años, olvidada y en la mayor pobreza. Enterrada en una fosa común sin honores ni glorias.
«Por la libertad de mi pueblo he renunciado a todo. No veré florecer a mis hijos», dijo Micaela Bastidas Puyucahua instantes antes de que sus verdugos le cortaran la lengua, anudaran su cuello a una cuerda que tiraron desde lados opuestos y, mientras agonizaba, la patearon el vientre y el pecho. Pero antes, tuvo que presenciar la ejecución de su hijo Hipólito en la Plaza de Armas del Cuzco, el 18 de mayo de 1781
Cacicas, mama t’allas, comandantas, amazonas, guerreras, virreinas, las mujeres indígenas intervinieron masivamente en las luchas por la tierra y en defensa de su etnia. En tanto, las mujeres negras también participaron en diversas representaciones de resistencia contra la opresión. La magia y la música afro formaron parte de la rebelión de esos pueblos.
En el libro «Juana Azurduy y las mujeres en la revolución Altoperuana», la historiadora Berta Wexler -del Centro de Estudios Interdisciplinarios sobre las Mujeres de la Universidad de Rosario- demuestra que las mujeres condujeron y participaron en acciones de guerra, discutieron estrategias y asumieron consecuencias como la tortura y la muerte.
«La historiografía, como muchas disciplinas, ha estado construida bajo categorías analíticas androcéntricas. Es el hombre el centro y el eje sobre el cual giran, avanzan y se explican los sucesos históricos. Es el hombre quien protagoniza y le da importancia al desarrollo de la humanidad», expresa Martha Noya Laguna -directora del Centro Juana Azurduy, en Sucre, Bolivia- en el prólogo del libro de Wexler.
«Los historiadores han logrado que el imaginario social asocie los hechos históricos importantes con el ‘hombre’, no sólo en un sentido biológico, sino enmarcado dentro de un concepto cultural y de género. Es habitual leer en documentos que contienen información sobre las luchas emancipatorias de América del Sur que las mujeres luchaban con ‘virtudes sensibles’, mientras que los caballeros eran los que tenían ‘profesionalismo militar'», sostiene la historiadora
Asimismo, Wexler explica que las mujeres jugaron roles cruciales en cada uno de los procesos socio-políticos de la historia. «La misma sociedad machista no las dejaba ocupar lugares. Por eso aparecen tan pocas. La historia del Alto Perú está cimentada sobre héroes y heroínas anónimas. Algunas, reconocidas por la historia como Juana Azurduy y las de la Coronilla. Estamos en la tarea de descubrir otras más».
La historia de la humanidad parece no sólo estar escrita por hombres, sino también vivida por ellos. Quienes la escribieron se encargaron (al parecer) de que no apareciera la lucha de los oprimidos y menos aún la de las mujeres.
Los relatos de esta parte del Continente tuvieron mujeres como protagonistas, ejemplo de lucha y decisión en la recuperación de los derechos ancestrales de pueblos originarios y la construcción de la riqueza política y memoria latinoamericana. Son los relatos que no se enseñan en la escuela, diferentes a aquellos que ilustraban mujeres bordando banderas, cocinando o teniendo hijos mientras eran sólo los hombres quienes luchaban por los pueblos. En cada época y de manera recurrente e inexorable, las mujeres fueron excluidas de las decisiones sociales y políticas. Si bien hubieron logros, aún quedan historias que descubrir y terrenos que ganar.