Hace unos diez años estuve mirando atentamente los Nous Horitzons [1] de los años sesenta y principios de los setenta. Buscaba artículos inéditos de Manuel Sacristán (1925-1985), notas, reseñas o escritos que hubiera podido publicar con otros nombres por razones de seguridad. Encontré una nota breve, magnífica, emotiva, dedicada a Ernesto Guevara. Francisco Fernández Buey […]
Hace unos diez años estuve mirando atentamente los Nous Horitzons [1] de los años sesenta y principios de los setenta. Buscaba artículos inéditos de Manuel Sacristán (1925-1985), notas, reseñas o escritos que hubiera podido publicar con otros nombres por razones de seguridad. Encontré una nota breve, magnífica, emotiva, dedicada a Ernesto Guevara. Francisco Fernández Buey me confirmó la autoría.
En el número 3, primer y segundo trimestre de 1963, se publicaron varias joyas en al revista. Un editorial inolvidable sobre el asesinato de Julián Grimau, un excelente trabajo de Francesc Vicens (Joan Berenguer) sobre las bases norteamericanas en España, una entrevista con Marcos Ana,… Y también un artículo, firmado como Ramón Serra, que llevaba por título «Los científicos y la guerra atómica. Un problema de responsabilidad moral». Excelente. Se citaba o se hablaba de Einstein, Joliol-Curie, Rotblad, Bernal, Bohr, Pauling,… Leopold Infeld era protagonista destacado. La crítica a Teller y a Lindemann era magnífica. La aproximación crítica al entonces reciente libro de Edward Teller, The legacy of Hiroshima, de quien Sacristán nos había hablado en clases de metodología de las ciencias sociales, para enmarcar y conservar. ¡Todo ello en una revista clandestina comunista y a principios de los años sesenta!
¿Quién podía ser el autor del artículo, página 20-22 del número 3 de la revista teórica del PSUC? No había muchos candidatos. Sacristán tenía todos o muchísimos números. Pero no había firmado nunca con ese nombre y, además, había algo en el catalán de aquel texto que no me sonaba en las traducciones que hicieron Francesc Vallverdú o Francesc Vicens de los escritos de su amigo y camarada. Pero, ¿quién entonces?, ¿quién podía ser el autor?
No tuve ninguna duda. Lo consulté a Francisco Fernández Buey. ¡Quién mejor! No era de Sacristán, me dijo, pero estaba muy bien, seguía estando muy bien leído 40 años después. Habla con Xavier Folch me comentó el autor de Para la tercera cultura. Tengo una sospecha, me dijo, pero Xavier te podrá informar mejor. Hablé con el editor barcelonés. Se lo enseñé. No tardó ni un nanosegundo. Era amigo del autor. Su nombre: Oriol Bohigas. No el arquitecto, matizó, el físico.
No sabía nada de él. Le pregunté por su vida, por su obra. Xavier Folch, generosamente, me facilitó el e-mail de su amigo y me hizo un breve resumen.
Le escribí pensando que no recibiría respuesta. Me equivoqué de mucho. Oriol Bohigas me respondió pocos días después. Fue ron bastantes los correos que nos intercambiamos desde entonces. La obra de Sacristán, su compromiso político, la situación política en nuestro país y en Francia, nuestros gustos poéticos, fueron algunos de los temas. También la guerra civil y la tradición comunista. Cuando notó diferencias sensible en algunos puntos, incrementó la cortesía de sus formulaciones sin olvidar su sabia ironía. Supe por él que su compañera, Núria Sales, la hija del escritor Joan Sales, había participado con Sacristán en la que fue la última de las conferencias de este último. En Gijón. Había hablado Sacristán de movimientos sociales. Ella, si no recuerdo mal, del Ejército español
Oriol Bohigas dijo de vernos durante una de sus visitas a Barcelona. Para Navidad. Me daba mucho-mucho corte pero concertamos una cita. Fue un encuentro de los que no se olvidan (para mi por supuesto). Me explicó su trayectoria científica y política. Hablamos del artículo y de algunos de los científicos citados. Le pregunté por la conjetura que lleva su nombre. En otra ocasión, me dijo, no se podía explicar en diez minutos su contenido, y no era el momento además. Le propuse una entrevista. De acuerdo, más adelante, me respondió. Lamento mucho no haber insistido lo suficiente.
Supe el martes 29 de su fal lecimiento. Oriol Bohigas nos dejó el pasado 22 de octubre. Sufrió un derrame cerebral. Mis condolencias a Núria Sales y familiares.
Señalo algunos datos biográficos y científicos que tomo, básicamente, del excelente obituario de Jesús Navarro, profesor d e Investigación en el IFIC de Valencia (CSIC), y. Alfredo Poves, catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro del IFT UA [2]
Oriol Bohigas nació en Barcelona en 1937, en plena guerra civil. Estudió Ciencias Físicas en la UB, «participando ac tivamente en los movimientos de oposición al régimen franquista». En 1962 se trasladó a Orsay, cerca de París, para proseguir «estudios en el Instituto de Física Nuclear fundado pocos años antes por Irène y Frédéric Jolliot-Curie».
El Gobierno francés, señ alan Navarro y Poves, «promovía con éxito la captación de jóvenes científicos extranjeros para ayudar a impulsar su economía». Acertaron con él. «La conexión francoespañola en física nuclear y de partículas, que se ha mantenido desde entonces, debe mucho a este programa de becas y a sus primeros beneficiarios».
En 1966, a los 29 años, ingresó en el CNRS. Durante su prolongada carrera científica recibió numerosas distinciones internacionales. «Llegada la edad de jubilación fue nombrado emérito, y siguió activo en la investigación hasta el pasado verano». Culto, melómano, conversador infatigable (pude comprobarlo), «mordaz a veces, de una gran agudeza crítica siempre». Durante la transición, recuerdan los autores, enmendó las desinformadas y españolistas manifestaciones del entonces presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, sobre el uso del catalán como idioma científico. Impartió una conferencia sobre física nuclear en el Institut d’Estudis Catalans. No hace que les diga en qué idioma habló y cautivó.
Oriol Bohigas estuvo contratado entre 1972 y 1974 por el Departamento de Física de la Universidad Autónoma de Madrid. Decidió regresar a Orsay cuando vio con claridad que el Ministerio del inefable Julio Rodríguez, un ciudadano barcelonés como él que estudió en el Milà i Fontanals (donde hacen o hacían gala de manera incomprensible de ello) «no respetaba las condiciones pactadas en su contrato de catedrático». Pero esa breve estancia «fue suficiente para ejercer, directa o indirectamente, una gran influencia en buena parte de los entonces jóvenes científicos españoles que querían dedicarse a la física nuclear, a los que siempre acogió en su laboratorio de Orsay».
Su trayectoria científica se inició con el estudio de las estructuras atómicas. «Su manera de entender la física, que pasaba por buscar relaciones entre campos aparentemente diversos, le llevó a las matrices aleatorias y de éstas, al caos cuántico».[3] La celebrada conjetura de Bohigas, Giannoni y Schmit (¡lleva su nombre!, ¡una conjetura física lleva el nombre de un científico nuestro!, fue publicada en 1984), afirma -hablan ahora con voz propia, y en soliario, Navarro y Poves- que «las propiedades de las fluctuaciones estadísticas del espectro de energía de un sistema cuántico caótico son universales, y presentan las mismas características que las de las matrices aleatorias, que solo dependen de las simetrías del sistema».
No puedo traducir el enunciado. Debería estudiar más de tres meses para entender la letra de esta hermosa e interesante canción. Lo lamento muy sinceramente.
Me arrepiento de no haber insistido más, de no haberle entrevistado para que nos la explicara con detalle y lenguaje ciudadano [4]. Pero fue un honor conocerle, aprender de él, notar la presencia y bonhomía de un científico inquieto, comprometido, que amaba la buena filosofía y la gran literatura, y que, además, era cortés, afable y admitía otros puntos de vista políticos. Y tenía, por cierto, un excelente sentido del humor.
Nota:
[1] La revista teórica del PSUC (anteriormente Horitzons ). Sacristán, junto con Giulia Adinolfi, Juan.Ramón Capella, Francesc Vallverdú y otros compañeros más, dirigió la publicación (clandestina por supuesto) desde mediados de los sesenta. Durante unos cinco años.
[2] http://sociedad.elpais.com/
[3] Un sistema clásico, recuerdan Navarro y Poves, «es caótico si dos trayectorias muy cercanas inicialmente llegan a divergir exponencialmente en el transcurso del tiempo». Ejemplo: «el tan manido «efecto mariposa», por el que las variaciones de presión atmosférica debidas a un simple aleteo podrían llegar a producir un huracán en un lugar muy distante».
[4] En la red pueden localizarse varias entrevistas en las que Oriol Bohigas habla (con modestia y detalle) de la conjetura que lleva su nombre.
Salvador López Arnal es miembro del Front Cívic Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra, director Jordi Mir Garcia)
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.