Duran i Lleida, el cabeza de lista de la candidatura de CiU por la circunscripción de Barcelona, es el hombre de las mil caras y los dos mil decires. Descalifica, deforma e insulta -con el apoyo entusiasta de una claca unionista-convergente que probablemente no hayan realizado trabajo manual alguno en su vida- a los trabajadores […]
Duran i Lleida, el cabeza de lista de la candidatura de CiU por la circunscripción de Barcelona, es el hombre de las mil caras y los dos mil decires. Descalifica, deforma e insulta -con el apoyo entusiasta de una claca unionista-convergente que probablemente no hayan realizado trabajo manual alguno en su vida- a los trabajadores agrícolas andaluces y extremeños y, dos días más tarde, en casas regionales o instituciones afines, dice reconocer la importancia que han tenido los trabajadores industriales llegados de esos lugares en la construcción, desarrollo y crecimiento de la Cataluña actual, pidiendo de paso, ese era de hecho el motivo de su presencia, el voto para su coalición rancio-conservadora. Todo sea por la pasta y por el voto. ¡Vivir para ver y vomitar!
La última de sus hazañas político-culturales. El xenófobo político de derecha extrema nacionalista (catalana, pero con buenísmas relaciones con el entorno pepero barcelonés), el mismo que señaló no hace mucho, y no por primera vez, que los homosexuales debían ir a psicólogos que tratasen su «anomalía» -o su «desviación», no puedo precisar-, afirma ahora para intentar quedar bien con ese mismo colectivo, muy presente por lo que parece en las filas del grupo parlamentario de la coalición en el Parlament catalán, que «los homosexuales son personas tan dignas como puedo ser yo. Por tanto, son hijos de Dios como soy yo» [1]. Tal cual, como han leído. Como eran y como son.
Es obvio que entre los homosexuales, como entre los heterosexuales, los bisexuales o las lesbianas, por citar a otros colectivos ciudadanos, hay personas dignas y personas que lo son menos. No está claro que en todo los campos de intervención política la dignidad de Duran i Lleida brille por su presencia y altura. Duran, como es sabido, es un lobbista pro-nuclear consumado… y oculto en ocasiones. Hay muchos otros ejemplos desde luego de sus curiosas actividades. Pero aunque fuera así, aunque todo el colectivo homosexual tuviera la misma dignidad que dice o puede tener Duran i Lleida, no existiría una identificación total entre aquéllos y éste. Ser igualmente digno, si fuera el caso, no significa ser igual.
Por ello, por no ser entidades intercambiables, aunque Duran i Lleida sea hijo de Dios -¿qué puede significar una cosa así?, ¿cree Duran lo que está afirmando?- no tienen los homosexuales que serlo. De hecho, la expresión «hijo de Dios» -la arista cristiana (conservadora) de Unió Democrática de Catalunya, generalmente oculta o marginal, ha vuelto a ser recuperada estos días de campaña- es tan impropia, tan anti-republicana, tan de otras épocas, que hace que el lector se corrobore una vez más en lo que parece razonable creer: que Duran i Lleida es un político de derecha extrema conservadora, que la coalición que encabeza está en esa misma ubicación, digan lo que digan sus medios y apologistas, y que dice mucho de España -y no menos de Catalunya- que un político profesional como él, que se mueve a la perfección y como pocos en acuerdos empresariales, mensajes y órdenes patronales y cloacas estatales, sea uno de los políticos más valorados por una opinión pública cada vez más dirigida y desnortada.
Nota:
[1] Público, 11 de noviembre d 2011, p. 60
Salvador López Arnal es autor de Entre clásicos. Manuel Sacristán y la obra político-filosófica de György Lukács. Madrid, La Oveja roja (en prensa).
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