Pablo Iglesias asegura haberse «convertido en un chivo expiatorio que moviliza los afectos más oscuros y más contrarios a la democracia”. “Es evidente que a día de hoy, y estos resultados lo dejan claro, no contribuyo a sumar. Dejo todos mis cargos», anuncia el aún líder de Podemos.
Pasaban ya varios minutos del toque de queda madrileño y la noticia en la sede central de Unidas Podemos seguía siendo el silencio. Silencio sepulcral. En toda la tarde ningún dirigente de la cúpula morada había realizado declaración pública alguna valorando, como es habitual, el dato de participación. Tampoco ningún portavoz del partido se había dejado ver por la zona habilitada a los medios de comunicación para compartir corrillo o sensaciones “off the record”. Ni siquiera se había podido ver llegar al candidato, aislado con su equipo desde media tarde en la planta superior del edificio.
El resto de cabezas de cartel de las elecciones madrileñas ya había comparecido públicamente y el escrutinio era esclarecedor desde hacía un buen rato. Pero en la planta baja de la sede de Unidas Podemos seguía sin producirse atisbo de movimiento. Y era raro. En realidad, la noticia estaba arriba. Poco antes de las diez de la noche, Pablo Iglesias había convocado una reunión urgente del Consejo de Coordinación, la ejecutiva del partido, para compartir la decisión tomada este 4 de mayo y seguramente rumiada desde mucho tiempo antes. El histórico líder de Podemos iba a dejar la política.
“Dejo todos mis cargos, dejo la política institucional”, comunicaba Iglesias ya desde el atril de la sala de prensa y flanqueado por toda la cúpula de Podemos a punto de dar las once y media de la noche. Apenas un par de minutos antes, el hombre que hasta hace un mes y medio era vicepresidente segundo del Gobierno de España había entrado en esa sala al frente de una procesión de cabezas bajas y miradas desencajadas. Al otro lado de la mascarilla quirúrgica se le intuía la sonrisa nerviosa del que sabe que va a volver a ser protagonista, aunque sea por última vez. Los ojos achinados y vidriosos lo delataban. Un aplauso lento y forzado rompía la solemnidad del momento justo antes de empezar a hablar.
“El éxito impresionante de la derecha trumpista y la consolidación de la ultraderecha es una tragedia. Una tragedia para la sanidad, para la educación, para los servicios públicos. Y auguro que estos resultados agudizarán los problemas territoriales de España por la deslealtad del Gobierno de Madrid, que se va a intensificar”. Nada de felicitaciones a Ayuso, sí a Mónica García y pocos rodeos más.
Tan solo un breve prólogo con los resultados de la izquierda antes de la bomba final: “Hemos fracasado. La participación masiva, lejos de conseguir lo que buscábamos, ha consolidado a la derecha trumpista y a la ultraderecha. Hemos constatado un incremento de la agresividad sin precedentes, una normalización de discursos fascistas en los medios de comunicación, amenazas de muerte, deshumanización…Tengo la conciencia absoluta de haberme convertido en un chivo expiatorio que moviliza los afectos más oscuros y más contrarios a la democracia”.
Lo que estaba a punto de decir y aún no había dicho ya retumbaba a esas alturas del discurso en la sala de prensa en la que la más absoluta de las calmas había precedido a otra tempestad política también para la Historia. Pablo Iglesias se va: “Es evidente que a día de hoy no contribuyo a sumar. Dejo todos mis cargos. Seguiré comprometido con mi país pero no voy a ser un tapón para una renovación de liderazgos que se tiene que producir en nuestro partido”.
Iglesias ha dejado trazado el futuro insistiendo en que “Yolanda Díaz encabeza un equipo muy bueno en el Gobierno, ella puede ser la próxima presidenta”. Y también a la interna se ha atrevido a pronosticar liderazgos “que tendrán rostro femenino”. Su discurso ha terminado con un verso de Silvio Rodríguez: “Yo no sé lo que es el destino, caminando fui lo que fui. Hasta siempre”.
A su espalda, aplausos, llantos y abrazos. En la calle, una decena de cohetes de quienes le quieren un poco menos.
Mejora insuficiente de resultados
Unidas Podemos ha obtenido en las elecciones madrileñas 10 diputados y algo más de 260.000 votos. Una cierta mejora respecto a los resultados de 2019 (tres escaños y 80.000 papeletas más) y respecto a las encuestas de hace apenas dos meses, cuando Pablo Iglesias no había anunciado aún su candidatura y los sondeos señalaban el riesgo real de no obtener representación en la Asamblea.
Evolución, en cualquier caso, insuficiente para contribuir al ensanchamiento del bloque de izquierdas, que se queda muy lejos de la derecha. Y tampoco el ansiado “efecto Iglesias” ha tenido ni el impacto ni el recorrido suficientes como para volver a convertir a Unidas Podemos en un proyecto electoralmente robusto capaz de competir por ser alternativa de Gobierno, quedando como última fuerza en la Asamblea a gran distancia de Más Madrid y PSOE.
Y todo tras una campaña enmarcada por un clima irrespirable: amenazas de muerte, balas, insultos, disturbios, debates suspendidos, llamamientos para hacer frente al fascismo. Este último argumento, el de parar al fascismo, fue el expuesto por el propio Pablo Iglesias como principal motivo de su inesperada salida del Gobierno central en dirección Madrid. Muchos lo interpretaron como el principio de un epílogo que quizás aún tendría algún recorrido. Seguramente el propio Pablo Iglesias ya lo visualizaba entonces como la oportunidad perfecta para el punto y final.