A pesar de lo mucho y mal que ha llovido desde entonces, todavía aguantan en muchas memorias los silencios del resto de tertulianos que tantas veces conseguía aquel joven profesor de la Facultad de Políticas de la Complutense cada vez que tomaba la palabra. Recuerdo los sábados de La Sexta durante los primeros años del […]
A pesar de lo mucho y mal que ha llovido desde entonces, todavía aguantan en muchas memorias los silencios del resto de tertulianos que tantas veces conseguía aquel joven profesor de la Facultad de Políticas de la Complutense cada vez que tomaba la palabra. Recuerdo los sábados de La Sexta durante los primeros años del gobierno Rajoy. Nuestro protagonista era el 15M en persona, tan cercano todavía. Pero desde aquellas tertulias, que sin aquel Pablo no han vuelto a ser las mismas, han ocurrido muchas cosas.
Para constituir y organizar un Podemos que llegara a tiempo de las elecciones europeas de 2014 y consiguiera casi el mismo número de diputados que la IU de Cayo Lara hizo falta mucha dedicación, por más que el grupo promotor surfeara en la cresta de la mejor ola, la misma que los llevó al cielo imaginario del primer Vista Alegre, en octubre de 2014. A continuación de aquel éxito, abordar las municipales y autonómicas de la primavera de 2015 con candidaturas de marca blanca, por lo que pudiera ocurrir en un partido de aluvión, tampoco fue una apuesta menor.
Antes de las generales del 20D de 2015, y pensando en alguien con tanta personalidad, no es posible olvidar aquel café en Nou Barris, invitado por Evole y con Albert Rivera de contrario, del que Pablo no salió triunfador. Un fiasco intransferible que, por mucho que después derrotara al catalán anti independentista en las urnas, nuestro prota de hoy quizás no había digerido bien antes de la investidura fallida de Sánchez en marzo de 2016: decidió mostrar en público su posición contraria antes de la consulta interna en Podemos, en lugar de buscar la opinión de los inscritos, pero mirando cada uno a su espejo íntimo. Pero es que casi todos los que mandan solo convocan a la democracia directa para ganarla. Y Pablo no iba a ser menos.
Desde entonces, nada le ha salido a Podemos tal como deseaba. Y se ha llegado al maratón electoral que comenzará con las andaluzas del dos de diciembre en medio de una situación política general no apta para cardiacos ni para jueces, y con un ambiente interno en Podemos plagado de conflictos y desmoralizaciones que, en algunos lugares, están hasta provocando que falten nombres de relleno para completar las listas. Con el distanciamiento añadido de algunos aliados, que afirman que ir hoy con la marca de Iglesias les haría perder votos.
Pero a un osado como Pablo Iglesias, sabedor además de que en los momentos explosivos es cuando darse importancia multiplica el valor de lo que llevas, no se le podía escapar que el apoyo al presupuesto de Sánchez iba a ser el instrumento capaz de multiplicar por mil su margen de maniobra desde el primer instante, cerrando una etapa de irrelevancia parlamentaria que estaba suponiendo una verdadera sangría en las expectativas electorales. A los dos días de inundar los medios con declaraciones de sus segundos negando el acuerdo, aparecieron ambos líderes firmando el borrador de los números más importantes del Reino. Y cada uno de los dos en situaciones radicalmente distintas.
Por una parte, el presidente, que no puede mover ni un solo dedo para marcar el teléfono, siempre «pinchado», de cualquier catalán, a riesgo de ser acusado de terrorista etarra por parte del lenguaraz Casado, que hasta «El País» ha tenido que llamar «Mal alumno» al pepero. Y, lo que es peor, desconociendo lo que se esconde tras los silencios difícilmente contenidos de la mayoría de sus barones, los mismos que le exigieron que se «suicidara» en el otoño de 2016.
El otro, Iglesias, a quien ahora benefician todos y cada uno de los insultos que pueda recibir desde el PSOE hasta la derecha más ultra de todas. En esas circunstancias, habría que estar muerto y, además, ser tonto de capirote, para no hacer cada día cualquier cosa que sirva para provocar el mayor odio del mundo del mayor número posible de adversarios. Y, a Pablo, ni le falta ego ni lleva gorro procesionario, aunque autocontemplación e inteligencia no sean garantía de acierto en cada momento.
En menos de una semana, y pase lo que pase con los Presupuestos, la metáfora televisiva de abrir las celdas de Junqueras y del resto de presos políticos catalanes e independentistas, más los contactos telefónicos con Puigdemont, que se convertirán en encuentro personal por video conferencia el día que Pablo Iglesias decida lo que le conviene para rematar, le han elevado a la categoría de único líder que permite recuperar la confianza en una solución no violenta para lo de Catalunya. Una situación muy arriesgada, pero también se jugó los diputados del 20D a un zarpazo que solo era imaginario, y tampoco aquello le tumbó. Pero lo de ahora es muy distinto, pues el mismo Tribunal Supremo que tiene entre rejas a los catalanes se está envenenado con el cianuro facilitado por los bancos, tan odiados, y Podemos podría estar recuperando muchos votos en la intimidad.
Hablando de lo mismo, escribo mientras las pantallas construyen los resultados de las próximas encuestas. Ana Pastor está entrevistando en La Sexta a Torrent, presidente del Parlament de Catalunya y, a continuación, modera un debate con Esther Vera, Neus Tomás y Lola García, de los periódicos Ara, El Diario y La Vanguardia, respectivamente. Hablan de Catalunya, pero las referencias a Pablo Iglesias son constantes. Es natural. Los demás políticos, o callan sometidos al tridente Moncloa-Ferraz-San Telmo, o amenazan con regresar a los telediarios de toda Europa golpeando abuelos y abuelas. Quizás lo que quiere Casado es comprobar si los catalanes le tienen a él más miedo que a Rajoy.
No es fácil saber si la osadía de Iglesias conseguirá calmar las tensiones internas en Podemos. Aunque «Éramos pocos y, por fin, parió la República». Lo que se están multiplicando desde hace unos meses son los eventos antimonárquicos, sin precedentes desde el final de la Guerra Civil, y tanto espontáneos como organizados. Tiene lógica, pues gracias a los catalanes no solo se está oyendo más que nunca la palabra durante tanto tiempo proscrita, sino que, para muchos, la imagen del rey en TV volvió a ser la del miedo, y eso termina movilizando. La mayoría del Parlament ha vuelto a colocar al gobierno de Sánchez y al PSOE ante una prueba de fuego, y están a punto de abrasarse recurriendo ante la que, en este momento, puede ser la Justicia más desprestigiada de Occidente.
Pruebas de la movida contra la Monarquía atada y hoy podrida son, por ejemplo, las consultas públicas y con urnas al aire libre que están convocando las entidades republicanas en distintas localidades, y que comenzó Vallecas. También lo es el manifiesto «Hacia la República», firmado este mismo mes de octubre, con nombres y apellidos, por 210 afiliados socialistas de varias CC.AA. Y cualquier día podrían aparecer las Juventudes Socialistas cerrando el paréntesis que le abrieron a su nuevo jefe, tras resucitar triunfador desde la carretera. Y, más importante aún, pues esto podría destilar una candidatura electoral, el Encuentro Estatal por la República que se celebrará en Madrid el 10 de noviembre próximo y al que cada día se apuntan varias organizaciones de las muchas republicanas, y otras, que hay diseminadas por toda la geografía. Ya han confirmado más de cincuenta, y todavía queda el sprint final.
Vayamos con las propuestas concretas. Hoy es lunes y el Pisuerga sigue pasando por Valladolid, una oportunidad nunca despreciable. Pablo Iglesias está en pantalla rodeado de periodistas. Habla del gobierno, de salvar La Naval y del lío del periodista descuartizado, que Arabia Saudí ha reconocido como un error. Delirante. Si yo fuera Pablo Iglesias y quisiera parar un poco la sangría de votos que van a huir desde Podemos hacia las candidaturas republicanas, lo que convocaría hoy mismo sería una rueda de prensa para exigir a Felipe VI que salga por la tele para suspender toda relación personal e institucional con el príncipe heredero saudí. No sería una novedad, pues ya tuvo que hacerlo con el «compi yogui» estafador de su querida Letizia, la de cualquiera de los dos. Porque de lo contrario, Pablo debería advertir al Borbón, quien parece comprender el idioma de las amenazas, que retirará su propuesta de adjudicarle la presidencia de la III República española, esa que le prometió en marzo de 2015, cuando los dos eran unos novatos. Y con el aliciente de que hoy la única manera de ser europeo es dejar de vender armas a la dictadura petrolera, que es lo que ha hecho Alemania, quizás porque no tiene rey para jugar al ajedrez.
Terminando. Si hay en estos momentos un líder al que hayamos visto nacer en directo para la política, ese es Pablo Iglesias. Alguien que, durante sus primeros pasos, estuvo bajo la luz de todos los focos, tanto para alumbrarlo como para deslumbrarlo. Amado y odiado al mismo tiempo por los suyos y los otros, fue capaz de regalar un gobierno a Rajoy y al poco tiempo decidirse a tener hijos, seguro que hay un hilo conductor entre ambos acontecimientos. La realidad es que hoy, padre ya, condición capaz de removerle las entrañas a cualquier dios, tiene en sus manos la posibilidad de romper el bloqueo que nos tiene al borde del cataclismo. No seré yo quien se lo impida.
Pero quizás debería comprender, Iglesias, que nunca conseguirá ni la mayoría absoluta ni, en su seguro defecto, el consenso necesario para ser presidente del gobierno. Y, además, que liberarse expresamente de esa ambición podría ser el detalle que le esté faltando para triunfar. ¿Por qué no encargar un sondeo secreto, pero bien hecho, en el que se enseñe a los votantes una lista de unos cuantos candidatos a presidente/a del gobierno y pedir que la ordenen por preferencias? Y que no se le olvide incluir a Manuela Carmena. Si consigue una buena acogida lo mismo ella se atreve y le deja la alcaldía de Madrid a Íñigo, o dos pájaros de un tiro. ¿Por qué regalar las abstenciones que más duelen a la derecha más peligrosa de todas? ¿O es que lo de feminizar era tan falso como lo de en el PSOE ser republicanos? ¿Y los catalanes? ¿Serían tan crueles como para dejar sola a la mujer con quien quizás podrían celebrar, al mismo tiempo, el final de la detestada monarquía?
Aunque también es probable que, en este país, tan maltratado por sí mismo y durante tantos siglos, estemos todos huyendo de la cita más necesaria: la que tenemos señalada con el diván de nuestro psicoanalista total.
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