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El autor de "Días de combate y 68", entre decenas de libros más

Paco Ignacio Taibo II

Fuentes: La Jornada

Paco Ignacio Taibo II se metió a la política a los 15 años, «yo creo por necesidad de nacionalizarme. Yo era un ente raro, era un adolescente que hablaba con la ce (ceceaba). Siempre tuve la sensación de la extranjería. Llegué a México de Asturias a los nueve años porque sentía que vivir en México […]

FOTO Arturo Campos Cedillo Paco Ignacio Taibo II se metió a la política a los 15 años, «yo creo por necesidad de nacionalizarme. Yo era un ente raro, era un adolescente que hablaba con la ce (ceceaba). Siempre tuve la sensación de la extranjería. Llegué a México de Asturias a los nueve años porque sentía que vivir en México siendo español era como una moneda falsa, como que algo faltaba y la política de izquierda me invitó a ligarme al país».

Pertenece a una familia sensacional. Su padre, crítico de cine, brillante novelista, Paco Ignacio Taibo I, fue director de la sección de cultura de El Universal, el periódico más antiguo de México. Al igual que su padre, Paco Ignacio Taibo II es un devoto de la fabada y tiene una relación apasionada con la buena cocina.

A los 15 años, Paco Ignacio (que Maricarmen su madre llama Paco Ignacín) comenzó a alfabetizar obreros en Santa Clara, Ecatepec, a quienes encontró en condiciones infrahumanas. Para el adolescente fue un choque ver ese lodazal de barro químico donde tiraban los desperdicios. ¡Y allí, en medio, los hombres! Las fábricas eran empresas químicas y fundidoras. Los compas a los que alfabetizaba vivían en la miseria. Adriana Valadés, hija del notable cuentista Edmundo Valadés, también era maestra y todos los días sus alumnos llegaban a clase llagados por quemaduras de fundidoras porque no usaban equipo de seguridad. Paco Ignacio y Adriana descubrieron que el mayor interés de sus alumnos era aprender a leer y escribir y hacer cuentas básicas porque les robaban en la raya. Los trabajadores llevaban su recibo a clase y les enseñaban a sumar, a restar. Paco Ignacio descubrió entonces un infierno dantesco a la mexicana: líderes charros corruptos parados en las esquinas los días de cobro para robarse los refrescos de la despensa que la compañía repartía a los trabajadores. Paco Ignacio y Adriana Valadés se enfrentaron a los patrones ultracanallas y se toparon de golpe y porrazo con aquello que llamamos injusticia social. De Ecatepec los sacó la policía a punta de pistola porque alfabetizar era pecado.

Adriana Valadés no volvió, pero Paco Ignacio sí.

En 1968, Paco Ignacio ya llevaba un buen tiempo haciendo trabajo político. Fue espartaquista con Armando Bartra, Martín Reyes, Renato Ravelo, todos seguidores del gran José Revueltas. Hicieron un largo trabajo de organización en la preparatorias en los años sesenta y el movimiento estudiantil los pescó en Ciencias Políticas. El movimiento empezó el 26 de julio con una redada en la cual detuvieron a nueve extranjeros sólo por el hecho de serlo, para inventarse el «complot internacional» que tanto gustaba al Estado mexicano de aquella época. La toma de la Universidad por el Ejército fue un escándalo y Taibo II se encontró con la agravante de ser todavía español. «Tenía que cuidarme doblemente y me preguntaban de dónde era, y yo decía que del norte, pero no especificaba si del norte del país o de España».

En esa época, la del 68, conocí a Paco como líder. Destacaba en las marchas porque brincaba muy alto, era muy elástico y alzaba el brazo: «Este puño sí se ve». Gritaba a voz en cuello: «Díaz Ordaz hocicón». Era el más conspicuo. También pintaba bardas en la noche. Pensaba que nada era mejor que la injuria. Había participado durante seis meses en una campaña maravillosa que se hizo en 1967 en las colonias ferrocarrileras de la ciudad de México, en favor de la libertad Demetrio Vallejo, el gran líder ferrocarrilero encarcelado durante 11 años y medio. También se solidarizó con el español Víctor Rico Galán, amigo de su padre, y le impactó su detención. ¿Cómo entendía Paco Ignacio, estudiante de Ciencias Políticas, el mundo antes del 68? Se dio cuenta de que vivía en una «sociedad que no tiene oxígeno», rodeado por todos lados de doble lenguaje, de mentiras, de una explotación inmisericorde, de ilegalidad. México tenía una Constitución a la que el gobierno no le hacía caso. Vivía con reglas propias, unas para los barrios obreros en Ecatepec, otras para la clase en el poder. A Paco Ignacio la Universidad le quedaba chica, las brigadas dominaron el valle de México y adquirió una notable capacidad de indignación al entrar en contacto reiterado y permanente con una población de escasos recursos.

Paco se hizo un gran orador en los barrios, en las fábricas. Aprendió a subirse a los postes y a hablar el lenguaje de la gente, a explicar problemas complicados de manera sencilla y descubrió muy pronto que la clave de un buen discurso es contar lo que se cree y lo que se ve. En el 68 formó parte de la brigada de una oradora callejera excepcional, Maricarmen Fernández, hija de Carlos Fernández del Real, defensor de presos políticos. También subía Paco a los autobuses con un cuate que llevaba un melodión, instrumento musical, especie de guitarrita, que tocaba canciones mientras él arengaba a los viajeros con su oratoria incendiaria. «Era un éxito; sacábamos muchísimo dinero en los camiones».

Paco Ignacio es un optimista patológico. Nunca mide a partir de la derrota, mide a partir de la vivencia, de la experiencia, la victoria. Las derrotas son un jalón en el camino. A lo largo de 30 años le han dado muchos palos y cree que a partir de esas vivencias se volvió escritor: «Me volví cronista de bolsillo, de sobaco, de medio rato. Escribía novelas policiacas para descansar y respirar. Era como la luz al final del túnel. La literatura te permite una especie de oxígeno extra».

Paco Ignacio publicó su primer libro en el 75, Días de combate, novela policiaca. Tomó notas a mano durante el movimiento del 68 y vivió en la clandestinidad. Las dos veces que lo detuvieron lo soltaron por angas o mangas pero su padre decidió enviarlo a España. Paco tenía ya tres cuadernos de notas sobre el movimiento y las creía material para una novela, pero de pronto descubrió que lo que quería contar era un testimonio, porque sus notas tenían tanta fuerza testimonial que no necesitaban de la literatura. Así nació 68, sus memorias personales, de un movimiento estudiantil parteaguas en la vida de muchos mexicanos, porque hubo movimientos estudiantiles en muchas grandes ciudades del mundo, Praga, Tokio, París, pero en la única ciudad en la que masacraron a 250 personas fue en México.

Taibo tituló su libro 68. «No quise ponerle un nombre ni más grande ni más chico. Parecía suficientemente evocador». Lo publicó en 1991 Joaquín Mortiz y de inmediato se tradujo al inglés y a otros idiomas. Paco Ignacio Taibo es el escritor mexicano más traducido. Entre novelas, cuentos, ensayos históricos y cosas raras ha escrito más de 50 libros, además de la saga de Héctor Beloascarán, que son 10. Vende como loco. La biografía del Che lleva ya 37 ediciones. México, Colombia, Estados Unidos, Argentina, Francia, Italia, Rusia, Japón, Alemania, Grecia y Turquía la han traducido, así como tradujeron otra sobre Maximiliano y el Imperio que se llamó La lejanía del tesoro, con 50 mil ejemplares en la primera edición. Paco Ignacio Taibo II es probablemente el único escritor que tiene libros publicados en 28 países.

Su tío abuelo, el gran patriarca de la excepcional familia Taibo, también escritor, le dio una lección de ética a los 12 años. «¿Quieres ser escritor?», le preguntó, «pues si quieres ser escritor tendrás una responsabilidad tremenda con la técnica y el oficio porque los escritores son la voz de los mudos y la oreja de los sordos». Entonces Taibo II adquirió la conciencia de que el oficio es una especie de compromiso divino, oficio de batalla, de continuo conflicto y enfrentamiento contra uno mismo, contra la técnica, contra la manera de narrar. «Salí al encuentro de un mundo poblado de dragones». Su tío abuelo le dejaba al lado de la cama Sin novedad en el frente, de Remarque, y no le preguntaba si lo había leído. Cuando intuyó que lo había leído colocó a Hemingway, El viejo y el mar, y así hasta hacerlo leer a los clásicos.

Paco Ignacio Taibo tuvo la suerte de vivir en una familia culta y apasionada, donde se discutía de literatura, de política, y la de pertenecer a la generación de los anos sesenta. Sus compañeros militantes se jugaban la vida con gran alegría. No sólo salían a la calle y dedicaban su día entero a hacer trabajo sindical en una zona oscura de la ciudad de México como Puente de Vigas, sino que eran gente culta que leía a Brecht, se apasionaban por el teatro de Julio Castillo, veían cine italiano y amaban a Pontecorvo y a Charlie Parker. Oían jazz y, como buenos eclécticos, iban de José Alfredo Jiménez a Wagner con singular alegría.

Paco Ignacio Taibo II encontró a sus lectores a las primeras de cambio, al margen de clientelas, de favores, de mafias, y eso le dio una libertad que le permitió escribir a lo largo de su vida el libro que el quería. El subcomandante Marcos le propuso escribir a cuatro manos el libro que primero publicó La Jornada porque ya Taibo tenía un diálogo permanente con Marcos, cuya fotografía enorme campea en su librero. Lo mismo con el Che, otro interlocutor verdadero cuya biografía circula en toda América Latina y en muchos países del mundo. Hoy, Taibo II está en la recta final de una superbiografía de Pancho Villa. Será una historia de vida en la que convivan la grandeza y la barbarie, y Paco Ignacio Taibo II dará respuesta a muchas preguntas, así como respondió a los 300 mil estudiantes que llegaron al Zócalo el día de la manifestación del silencio en 1968 en un libro entrañable y muy bien informado, porque Paco es finalmente un brigadista de tiempo completo, un humanista generoso y libertario.