Cuando publicó, en 1931, «Las Lanzas Coloradas», Arturo Uslar Pietri estaba muy distante de saber que su novela inicial fundaba una nueva manera de la narrativa latinoamericana. La épica de las guerras de independencia, aún permanecía sin los cantos debidos. Un continente aguardaba con la épica fogosa de sus guerras de independencia, aún sin cantos […]
Cuando publicó, en 1931, «Las Lanzas Coloradas», Arturo Uslar Pietri estaba muy distante de saber que su novela inicial fundaba una nueva manera de la narrativa latinoamericana. La épica de las guerras de independencia, aún permanecía sin los cantos debidos. Un continente aguardaba con la épica fogosa de sus guerras de independencia, aún sin cantos que las perpetuasen, con las maravillas de una naturaleza en esplendor sin ser nombradas, con las estatuas literarias de sus paladines a medio erigir. Las maravillas de una naturaleza en esplendor permanecían sin ser nombradas. Era una tarea para toda una generación de narradores. Algunos se conocieron en París, como Miguel Ángel Asturias y Alejo Carpentier quienes vivían, junto a Uslar, en medio de la más demoledora revolución literaria, el surrealismo, pero la emancipación del subconsciente no resolvía los problemas que se planteaban entonces los jóvenes intelectuales latinoamericanos.
Uslar ha confesado que escribió en París «Las Lanzas Coloradas» frente a una ventana que daba a una calle gris, sin mirar la ventana ni la calzada, asediado por las visiones propias de su país. Casi simultáneamente Carpentier con su «Ecué Yamba-o» y Asturias con sus «Leyendas de Guatemala», penetraban en los mitos y tradiciones, recurrían a lo representativo vernáculo mientras Uslar se dejaba arrastrar por la historia.
Dos años antes Rómulo Gallegos había publicado «Doña Bárbara». La fuerza de la narrativa del viejo maestro dejaría una impronta difícil de eludir. Uslar fue de los primeros en afirmar su soberanía: no trabajó con arquetipos, desdeñó las alegorías galleguianas. «Lejos de concebir la novela en base a grandes símbolos del bien y del mal, de civilización y barbarie, de ciudad y campo, Uslar rompió el cerco de estos conflictos ya estereotipados. Sus personajes no siguen lo que Gallegos llamaría el determinismo de los caracteres», diría después Orlando Araujo. Uslar utilizó otras armas: la capacidad de compilar y esquematizar así como la fuerza expresiva de las palabras. Sin embargo, evitó la manía arqueológica y el gusto reconstructivo y escapó del mero paisajismo buscando los significados más íntimos de las horas de tensión. En el impulso destructivo y creador de la guerra de Independencia «se había revelado de un modo pleno la condición c
riolla
de nuestra humanidad», confesó. En su expresión de esencias captó lo fundamental y desdeñó el contexto, los decorados, la recuperación del entorno, que para él poseían un valor relativo: «todo el esfuerzo está concentrado en los seres», dirá después el novelista.
Alejo Carpentier gustaba comentar cómo en las cartas de relación a Carlos V, Hernán Cortés intentaba describir la exuberante realidad americana sin hallar palabras para ello, de tan diversa que era al Viejo Mundo. Lezama Lima atribuye a la contemplación de tapices europeos las descripciones de la naturaleza del Nuevo Mundo que Colón realiza en su Diario, subordinando la realidad a las imágenes adquiridas. Para Lezama la imagen creará cultura y la cultura actuará sobre la historia. De manera que el primer síntoma de recuperación de la autoctonía implica el restablecimiento de la figuración propia. La independencia es, en primera instancia, la búsqueda de una nomenclatura americana. Carpentier emprendió la tarea de nombrar las cosas, de insuflar vida a lo innominado, de ofrendar vocablos a las ánimas para que pudiesen manifestarse en un cuerpo.
Cuando visité a Arturo Uslar Pietri, por vez primera, entré en una vieja casona de prosapia, tan consistente y tenaz como el anfitrión, tan nervuda y recia como la obra del maestro que nos acogía; una casa donde había residido toda su vida, tornándola en una biblioteca con anexos domésticos. El impresionante entorno incluía códices expuestos en atriles y ediciones príncipe con tapas taraceadas sobre facistoles, infolios en pergamino, florilegios con incrustaciones de pedrería. En ése rincón tutelar de la inteligencia americana vivía y trabajaba Uslar, cuando no andaba trashumante por el mundo.
La más importante contribución de Uslar ha sido su develamiento de las fronteras del tiempo porque con ello aprendimos a reconocer dónde comenzaba nuestra comarca nacional. Se trataba de algo más que exponer el simple documento. «Las Lanzas Coloradas» puede ser estimada la piedra fundacional de la nueva corriente historicista de la nueva novela latinoamericana. Arturo Uslar Pietri dejó al morir, una obra reconocida por todos como uno de los pilares de la literatura latinoamericana de este siglo. Uslar pertenece a esa raza de patriarcas que han coincidido en el establecimiento de apelativos para el nacimiento del rostro singular de América Latina.
[email protected]