«Mi odio nunca me permitirá trabajar para construir la sociedad nueva. Pero es la mejor arma para destruir otra sociedad, y por eso los transformé, a todos ustedes, mis hijos, en aquello que son: los hijos del odio». Con esas inverosímiles palabras, según la novela histórica ficcionada de Leonardo Padura, El Hombre que Amaba a […]
«Mi odio nunca me permitirá trabajar para construir la sociedad nueva. Pero es la mejor arma para destruir otra sociedad, y por eso los transformé, a todos ustedes, mis hijos, en aquello que son: los hijos del odio». Con esas inverosímiles palabras, según la novela histórica ficcionada de Leonardo Padura, El Hombre que Amaba a los Perros, Caridad Mercader del Río se despedía de su hijo, Ramón Mercader, días antes de que éste pasara a la historia como el hombre que en 1940 mató a León Trotsky con un golpe de picahielo de alpinista en la cabeza.
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El Hombre que Amaba a los Perros es de las últimas y más conocidas novelas de Leonardo Padura, escritor cubano en ascendente fama. El libro de más de 350 páginas tiene como tema central el asesinato de Trotsky en 1940 a manos de Ramón Mercader, comunista español al servicio de los cuerpos de seguridad de la URSS.
Padura desarrolla su libro entrecruzando tres historias y personajes, la del propio Trotsky en sus años de exiliado y perseguido, la de Ramón Mercader y sus pasos hasta convertirse en el asesino del ex-líder soviético, y la de Iván, un joven escritor cubano ubicado en los años setenta, cuyo papel es oficiar como interlocutor de un Ramón Mercader ya viejo y relatar las dificultades de vivir en un Estado socialista.
El libro ha tenido un éxito tremendo y se lo festeja y promueve desde espacios editoriales y medios periodísticos tanto de derecha, de izquierda como progresistas. En 2012 Padura ganó el premio nacional de literatura cubana y no son pocos los que lo presentan como la renovación de la literatura de la isla.
La derecha le ha puesto la alfombra roja a donde sea que va. Parte de la izquierda tampoco escatimó elogios. Carta Maior, medio digital brasilero, le cede el lugar de un «agudo intérprete de la historia». Para Pablo Stefanoni, en un artículo publicado en Brecha, «el libro es sin duda un alegato contra el fanatismo» [1] . La revista argentina Sudestada [2] se indignó por algunas críticas dirigidas a Padura desde izquierdistas trasnochados y nos dice que el autor tiene el valor de decirnos lo que no queremos escuchar.
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Los hijos del odio.
La historia cuenta con varios comunistas: Ramón Mercader, Caridad Mercader (su madre), Kotov (agente soviético que entrena a Ramón), África de Las Heras (comunista española a la que Padura le inventa un romance con Mercader). Si bien todos son personajes reales, en el libro de Padura son caricaturas. Se los presenta como unas figuras resentidas, frustradas y tapadas de odio. Tienen la densidad y complejidad del más simple de los personajes hollywoodenses. Se trata siempre de hombres fanatizados y enceguecidos por una causa que creyeron justa pero que luego se les reveló una farsa. La representación de los comunistas en la obra es una permanente reiteración de una misma muletilla de manual de Guerra Fría.
Si el tratamiento que el autor hace de los personajes es poco feliz, el armado del encuadre histórico que subyace en la novela no es menos simplista. En el mundo reconstruido por Padura hay un principio y un fin, un eje central que todo lo puede y todo lo explica: Stalin.
La voluntad de Stalin es el motor de la historia. El líder soviético es un ser omnisciente y omnipresente capaz de decidir y digitar todos los movimientos que ocurren, y es el entero responsable por todos los fenómenos que rodean la historia: desde la muerte de Trotsky, hasta la derrota de los republicanos en la guerra civil española y el ascenso del nazismo en Alemania. Todo el resto de los cuadros comunistas no son más que un conjunto de obsecuentes ante los antojos del líder, quien no tiene más motivaciones que una desmedida necesidad de poder mezclada con psicopatologías varias. En referencias a Stalin abundan expresiones como «encarnación del mal», «esencia maligna», etc. El autor llega hasta el absurdo de atribuirle la muerte de 20 millones de soviéticos; todo a través del relato de los personajes, escudado en el carácter «ficcionado» de la obra.
En el libro de Padura la historia de los hombres deja de ser un proceso complejo donde la lucha de clases opera como determinación fundamental para transformarse en la novela de las ocho: juego de intrigas, odios, resentimientos, el bien contra el mal y personajes principales cuya acción individual es la trama y el desenlace.
No se vaya a creer que en el relato de Padura la figura de Trotsky es mejor representada; se trata más bien de un anciano derrotado a la espera de su muerte y que diariamente le agradece a Stalin un día más de vida.
El Hombre que Amaba a los Perros no es un libro sobre nuestra historia; su tarea es más bien la reconstrucción histórica a base de una moralina facilonga y deshistorizada que se disfraza de neutralidad humanista para acabar vehiculizando el relato del enemigo sobre lo que fue la Guerra Fría y el Socialismo Real. De ahí su éxito. Estamos ante la transformación de la impresionante y brutal historia que envuelve la muerte de Trotsky en un cuento estilizado que básicamente se encarga de continuar reforzando la matriz de opinión que la burguesía ha intentado construir para diseminar el sutil mensaje de «Comunismo Nunca Más». Es una vieja operación (consciente o inconsciente, da lo mismo): recrear la historia desde un resumen liberal para demarcar el horizonte de lo deseable y lo posible. Algo así como lo que se hará por estos días con los 25 años de la caída del Muro de Berlín.
A no confundirse, no hay en el libro de Padura una crítica (¿autocrítica?) emancipadora o libertaria de ningún tipo. Solo la derecha y una izquierda profundamente extraviada pueden andar por ahí festejando semejante panfleto anticomunista.
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Perdón por la utopía.
La novela de Padura en sí no debería ser una preocupación mayor, la burguesía permanentemente contrabandea su racionalidad por medio de la ficción (Hollywood quizá sea la mayor expresión de eso). Lo preocupante es que venga un escritor con chapa de «humanista», nos cuente nuestra historia a partir de la narrativa del enemigo y nosotros lo festejemos, editemos y llenamos la red de críticas favorables.
¿Hasta qué punto hemos interiorizado el relato burgués sobre lo que fue el Socialismo Real que ya ni lo reconocemos y hasta llegamos a asumirlo como propio?
En vez de sumarnos al coro de «autocríticos» y «arrepentidos» para lavarnos las manos en las aguas del consenso liberal del fin de la historia, sería más útil hacer un balance serio de lo que fue la experiencia socialista del siglo XX, sin caer en la demonización liberal o en la mera glorificación emocionada y nostálgica. Tenemos que ajustar cuentas con nuestra historia, recuperar el debate sobre la URSS y las otras experiencias socialistas, pero no desde la razón del enemigo ni desde las lecturas que nos presentan la historia como un cúmulo de intrigas, patologías sicóticas individuales y resentimientos colectivos.
La enorme derrota que la burguesía le propinó a la clase obrera a nivel global en el último cuarto del siglo XX todavía se padece. Es lógico que por algunos años prevalezca el relato del vencedor, ya sea bajo su forma puramente liberal o en su variante posmoderna. Al igual que en Macondo aquí ha llovido demasiado, «nuestros sentidos habían sido colmados por la lluvia. Y en la mañana del lunes los había rebasado».
Notas
[1] http://www.rebelion.org/noticias/2013/5/168568.pdf
[2] http://www.revistasudestada.com.ar/article.php3?id_article=1242
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