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Palabras de despedida

Fuentes: Rebelión

Nota de edición: Palabras del traductor. «Se ha muerto Erik O. Wright. No por esperada la noticia es menos triste. En las dos últimas semanas he pensado mucho acerca de la enorme huella que ha dejado en mí. La sabiduría que encierran los últimos post de su diario de enfermedad queda como su última lección. […]

Nota de edición: Palabras del traductor. «Se ha muerto Erik O. Wright. No por esperada la noticia es menos triste. En las dos últimas semanas he pensado mucho acerca de la enorme huella que ha dejado en mí. La sabiduría que encierran los últimos post de su diario de enfermedad queda como su última lección. He traducido esto que escribió el viernes»

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Así que, queridos amigos, lo que ya sabíamos se va a hacer realidad. Me queda poco tiempo en esta maravillosa forma de polvo estelar de la que he estado hablando durante los últimos meses. No siento ningún temor. Quiero aseguraros que no tengo miedo. Me parece muy mezquino quejarme de la disipación de mi polvo de estrellas en el polvo cósmico después de haber vivido 72 años en esta extraordinaria forma de existencia que muy pocas moléculas en todo el universo experimentan. De hecho, incluso usar la palabra experiencia con respecto a este polvo de estrellas es increíble. Los átomos no tienen experiencias. Solo son materia. O sea que todo lo que soy es materia. Pero materia organizada de un modo tan complejo, a través de diferentes umbrales de complejidad material, que es capaz de reflexionar sobre su materialidad y lo extraordinario que ha sido estar vivo y consciente de estar vivo y consciente de ser consciente de estar vivo. Y de esa complejidad proviene el amor, la belleza y el sentido que constituye la vida que he vivido. Y para colmo, estoy en este rincón tremendamente privilegiado de la materia humana que se las ha arreglado contra todo pronóstico para no vivir una vida de miedo y sufrimiento por las crueldades de nuestra civilización, que nunca ha sentido el miedo al hambre, el miedo por la inseguridad física en mis vecindarios, que ha tenido los recursos para criar a mi maravillosa familia, a mis hijas, en un entorno donde creo que ellas también han sentido seguridad física y las cosas básicas que se necesitan para florecer. Así que ahí lo tenéis. He estado entre los más aventajados, privilegiados, decidlo como queráis, polvos de estrellas en este inmenso universo durante 72 años. Y así terminará. Pero ya lo sabía, al menos desde los 6 años. Son algunos años menos de lo que esperaba, pero no tengo queja. No me quejo. Y supongo que, para continuar con este ensueño un poco más, por si fuera poco, en algún momento del final de mi adolescencia, decidí aprovechar este privilegio extraordinario que tenía no para vivir una vida autocomplaciente, sino para darle sentido, a la mía y a la de los demás, tratando de hacer del mundo un lugar mejor. La forma particular en que lo hice está condicionada históricamente, por supuesto, por las corrientes intelectuales y la agitación de finales de los años sesenta y principios de los setenta. No creo que ello signifique que deba pensarse como un mero efecto de ese momento histórico. Creo que mi obstinado intento de revitalizar la tradición marxista y hacerla más relevante para la justicia y la transformación sociales en la actualidad está anclado en una comprensión científicamente válida de cómo funciona realmente el mundo. Pero sin estar inmerso en un medio social donde esas ideas fueran debatidas y conectadas -tanto de formas razonables como equivocadas- con los movimientos sociales, nunca hubiera podido perseguirlas. Pero me fue posible, y eso me condujo a una vida repleta de sentido e intelectualmente excitante. Así que no tengo queja. Moriré en unas pocas semanas, satisfecho. No estoy feliz de estar muriéndome, pero estoy profundamente feliz con la vida que he vivido y la vida que he podido compartir con todos vosotros.

Nota de edición:

(1) Comentario del filósofo Miguel Candel: «Una despedida así supera a la de Sócrates, porque no necesita justificar su serena aceptación de la muerte apelando al mito de la inmortalidad del alma».

 

Traducción de Jorge Sola