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Palabras sin carné

Fuentes: Bohemia

En esta misma publicación [Bohemia] se ha sostenido, por lo menos dos veces, que prevenible «no existe», y, con la de ahora, son también dos las ocasiones en que este articulista ha refutado tal juicio. Si fuera cuestión de preferencia lexical, bastaría decir: «Para gustos se han hecho… las palabras». Pero aquel criterio se basa […]

En esta misma publicación [Bohemia] se ha sostenido, por lo menos dos veces, que prevenible «no existe», y, con la de ahora, son también dos las ocasiones en que este articulista ha refutado tal juicio. Si fuera cuestión de preferencia lexical, bastaría decir: «Para gustos se han hecho… las palabras». Pero aquel criterio se basa en suponer que solo existen las recogidas en el Diccionario de la lengua española.

El título del sacrosanto lexicón podría sustituirse por la sigla DLE. Pero diferentes publicaciones -comenzando por sitios digitales de la propia Academia: drae.es, drae.rae.es y otros- emplean DRAE. Esa es la que se usa en el presente artículo, atendiendo a la importante precisión conceptual que, por desprevención, soberbia o sinceridad involuntaria, esa abreviatura introduce: equivale a Diccionario de la Real Academia Española, no de la lengua española en general.

Aun así, quien desee rendirle obediencia y, por ejemplo, defender con pasión que prevenible no existe, y que basta previsible, hágalo. Pero no limite su «biblia» lexical a la edición en papel del DRAE, ni a su copia digital. Si también consulta la versión en internet (rae.es), verá que su sometimiento al registro académico le ha jugado una mala pasada.

Prevenible no figura en la 22ª edición (2001, la más reciente) de esa obra, cuya utilidad es indiscutible. Pero entre los «adelantos» de la 23ª dados en rae.es figura como «artículo nuevo», con esta acepción: «que se puede prevenir». La que se caía de la mata, ¿no?

La RAE, cuyo nombre refrenda una historia monárquica aún viva -averigüemos, si no, cuánto de los impuestos que paga la población en aquel país multinacional beneficia a la Corona-, hace valer los derechos feudales de primogenitura. Las otras de su tipo, con título de realeza o sin él, tienen que añadir a su denominación el complemento requerido para indicar en qué ámbito actúan, ya sea en las bellas artes, la historia o cualquier otro. Ella, y ninguna más, es la Real Academia Española.

Esa institución ha dado pasos progresistas, inseparables del empuje de las otras Academias de la Lengua, que existen en los respectivos países hispanohablantes, y hasta en los Estados Unidos, donde crece la población que se comunica en español. Esas Academias -agrupadas con la RAE en una Asociación laboriosa- no deben ser súbditas de la que se ha erigido como alteza con palacio y trono madrileños.

Junto a su sello monárquico, y a la falibilidad de toda empresa humana, la RAE conserva un hispanocentrismo que en el plano idiomático prolonga fueros de la otrora metrópoli colonial. Con gesto que pudiera hacer pensar -se ha dicho- en la llamada Acta Patriótica promovida por George W. Bush y sus halcones, ha anunciado que en la próxima edición de su Diccionario incluirá antiespañol, derivación ordinaria formada por el prefijo anti y el gentilicio de España.

La presencia de antiespañol contrastará con la omisión de términos equivalentes referidos a otros países. Mientras tanto, de las acepciones más bien despectivas que el DRAE valida de portuguesada y andaluzada, para la 23ª edición anuncia una más suave o matizada, hasta cierto punto, solamente del segundo de esos vocablos. ¿No recuerda eso ciertos «inocentes» ninguneos con que a veces se trata a Portugal?

El DRAE, que entre las acepciones de prevenir incluye «prever […], precaver, evitar, estorbar o impedir algo», en los anticipos de la próxima edición define prevenible, y da este ejemplo de su uso: «patologías, enfermedades prevenibles». En realidad -que no realeza-, tal «adelanto» es tardanza: antes de recibirla el DRAE, ya el vocablo prevenible existía, se usaba, formado por un prefijo, un verbo y un sufijo ampliamente familiares en el idioma.

Un diccionario no tiene que recoger -¿podría?- todas las derivaciones lógicas de una voz. En su minucioso prólogo lo advierte la 22ª edición del DRAE, en la cual no figuran numerosas palabras que tampoco están entre los adelantos anunciados de la 23ª. Las derivaciones formadas con los sufijos -able o -ble -como prevenible- que no aparecen allí, cubren desde lo más elegante hasta lo más escatológico: querible, atenazable, ridiculizable, estropeable, hiperbolizable, mangoneable, orinable, escupible…¡El copón divino!, frase malsonante, según el DRAE.

El creador del idioma -el pueblo: en este caso, la heterogénea familia de pueblos que en más de un continente y de medio milenio han hecho del español la rica lengua que es hoy- ya había sentido la necesidad de usar, y usaba, prevenible. En esa palabra se percibe una acción que no se halla en previsible, cuyo significado termina en «ver con anticipación», y no incluye la voluntad de impedir que ocurra lo previsto. Eso lo da prevenir.

Lo que une a prever y prevenir recuerda los nexos entre recibir y recepcionar. El fundador cazagazapos José Zacarías Tallet rechazaba la segunda. Irreverente como era, se adelantó en décadas al conversacionalismo iconoclasta que floreció en la poesía latinoamericana a finales del siglo pasado. Pero suponía que recibir hacía innecesario el uso de recepcionar, y con ello rindió tributo de obediencia al DRAE, donde conversacionalismo no aparece, ni se anuncia que vaya a figurar.

El trasgresor Tallet no percibió los elementos por los cuales ha prosperado recepcionar. El simple acto de recibir una carta no es lo mismo que pasarla por los controles de una recepción u oficina obligada a registrarla formalmente y, en ocasiones, extender al mensajero una fe de recibo. De tales trámites surgió y creció recepcionar, que sigue ausente en el DRAE, y una plaza laboral: recepcionista, que sí está en él.

El Diccionario panhispánico de dudas, regido por la RAE, establece: «A pesar de su frecuencia en el lenguaje administrativo y periodístico, se trata de un neologismo superfluo, pues no aporta novedades con respecto al verbo tradicional recibir». Pero el DRAE reserva para recepción el papel protocolar que ya no se siente en recibo, y entre sus acepciones incluye una que muestra, en pretérito incierto, la oreja peluda del monarquismo: «Fiesta palatina en que desfilaban por delante de las personas reales los representantes de cuerpos o clases y también los dignatarios que acudían para rendirles acatamiento».

Más que los necesarios tecnicismos, la actitud hacia el idioma reclama perspectivas que desbordan lo estrechamente lingüístico. Remiten a la sensibilidad social, el sentido de nacionalidad y el arraigo en lo propio necesarios para no quedar atrapado en el colonialismo cultural, que es colonialismo. Otra cosa es cuidar el poder comunicativo del idioma para la comunidad que lo usa.

Las lenguas asociadas a etapas del poderío colonial llevan por nombre el gentilicio del país donde nacieron, pero pertenecen a una vasta familia de pueblos. En España viven asimismo otros idiomas vernáculos, y radica apenas el 10 por ciento de quienes hablan español en el mundo. Esa proporción no dejará de apreciarse en la cifra de grandes escritores y escritoras.

Decir que una palabra no existe porque no aparece en el DRAE, equivaldría a sostener que una persona no existe porque no ha sido bautizada, o porque su nombre no aparece en un registro civil o de direcciones. O porque no tiene carné de identidad.

Un cotejo de las ediciones del DRAE -de donde se desalojan periódicamente palabras que se estiman muertas (han dejado de usarse), pero pudieran resucitar- revelaría la demora de la incorporación a él de voces que desde mucho antes ya vivían, aunque estuvieran «indocumentadas». En la edición de 2001 acogió lomerío, y batazo en la de 1983 (ver buscon.rae.es). Por otra parte, que incluya una palabra no la hace de uso obligatorio. Habrá quien siga prefiriendo desempeñar un papel en vez de jugar un rol, aunque ya en ese lexicón se valida el anglicismo, deudor, como tantos otros, del francés, y del latín.

Aquí no repetirá el autor lo que en esta misma publicación ha expresado en otros textos.* Pero es ineludible reiterar que cada pueblo tiene el derecho, o deber, de defender su alma. También en el idioma. En Cuba defenderemos no solo la cubanidad, sino igualmente la cubanía, aunque aún el DRAE -que tampoco alberga cubaneo-no se haya enterado de que cubanidad y cubanía existen y, sobre todo la segunda, nos resultan entrañables, queribles.

Pero puede haber quienes resulten mangoneables y ridiculizables por una Academia de estirpe monárquica y que no acaba de quitarse la orinable costra colonialista. ¡Si lo sabrían los poetas de la generación del 27, asesinados o violentamente esparcidos muchos de ellos por el terrorismo fascista antirrepublicano! Aquella costra merece, por numerosos motivos, recibir batazos emancipadores en las llanuras y los lomeríos del mundo, no digamos ya en un país hispanohablante marcado por el béisbol, o beisbol, o simplemente pelota.

Ese deporte -aunque el DRAE diga que bate viene de la voz inglesa bat-de alguna manera recuerda para Cuba el juego de batos practicado por sus aborígenes. Y ello ocurría mucho antes de 1492.

* De forma directa se relacionan con el tema los artículos de Bohemia «Daiquirí contra imperios» y «No detengamos el carro» (27/8 y 10/9 de 2010, respectivamente).