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Fallece el crítico, editor y curador español Antonio Zaya

Panegírico y entrevista a la memoria de Antonio Zaya

Fuentes: Rebelión

Consternados recibimos en La Habana la noticia del fallecimiento el pasado 14 septiembre del crítico, editor y curador español Antonio Zaya, uno de los profesionales del arte más versátiles y sensibles, enérgicos, polémicos y con mayor proyección internacional en España. Nacido en Islas Canarias, Zaya sobresalió en el campo de la crítica de arte; fue […]

Consternados recibimos en La Habana la noticia del fallecimiento el pasado 14 septiembre del crítico, editor y curador español Antonio Zaya, uno de los profesionales del arte más versátiles y sensibles, enérgicos, polémicos y con mayor proyección internacional en España. Nacido en Islas Canarias, Zaya sobresalió en el campo de la crítica de arte; fue uno de los curadores que insuflaron un enfoque y una animación singulares al Centro Atlántico de Arte Moderno de las Palmas de Gran Canaria, donde trabaja en su equipo de expertos durante más de veinte años, y desarrolla una labor de conferencista, crítico, comisario de exposiciones y eventos internacionales. En el CAAM, desde 1992 conduce junto a su hermano gemelo Octavio la Revista de arte y pensamiento Atlántica Internacional, de la cual fue co-editor, director y finalmente, codirector, deviniendo el alma de un proyecto editorial alejado de las directrices excluyentes del mainstream y más adecuado a la prédica poscolonial, al trazar puentes culturales entre ambos lados del Atlántico y dar espacio en sus páginas, como pocos, a las problemáticas y producciones visuales del Sur. A su muerte, Antonio trabajaba como director de la II Bienal de Arquitectura, arte y paisaje de Canarias.

Destaque aparte amerita su afinidad por el Caribe y por Cuba. Seducido por el arte del Caribe, recorrió con criterio propio este multiétnico, multicultural y complejo territorio, proponiendo nuevas miradas y acercamientos a su historia y realidad. Fue el co-comisario de Caribe insular: exclusión, fragmentación y paraíso, 1998, considerable exposición que circulara por espacios de la península, confiriéndole mayor visibilidad internacional a la escena artística de ese origen. De ese modo, se convirtió en invitado habitual de eventos del área como la Bienal del Caribe y Centroamérica de Santo Domingo y los M & M Proyectos en San Juan, Puerto Rico, en los que se tenía en alta estima su saber.

Antonio fue un apasionado de Cuba. Hijo de otras islas en el Atlántico, como la nuestra, las concomitancias idiosincrásicas entre ellas hicieron que se sintiera como en su propia casa en sus incontables visitas a La Habana. Desde principios de los 90, aquí entabló amistades entrañables, profesando sentimientos humanos, afectivos, de credo, culturales y espirituales muy poderosos hacia esta tierra. Con tal devoción organiza junto a María Lluisa Borrás Cuba siglo XX. Modernidad y sincretismo, enjundioso proyecto antológico exhibido en 1996 en España. Tres años después, ofrece uno de sus textos para el catálogo de Arte cubano. Más allá del papel, que viajara a Madrid.

Especial fue su relación con el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam y la Bienal de La Habana. No faltó a una de las citas habaneras desde 1994. Su incondicional colaboración con la institución y su fidelidad al evento lo convirtieron en gestor de patrocinios, en editor de tres de sus catálogos (1994, 2000 y 2003) y en curador invitado de la Novena Bienal de La Habana, 2006, contribuyendo al mejor conocimiento del evento a escala mundial. Estas razones lo hicieron merecedor de la Distinción por la Cultura Nacional, en 2003, recibida de manos del Ministro de Cultura de Cuba, Abel Prieto.

España y Canarias pierden a un hijo ilustre. En la distancia, el mundo de las artes plásticas de Cuba está de luto por tan sensible desaparición. Cuba se queda sin un gran amigo.

José Camilo López Valls es Jefe de Relaciones Internacionales
Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam
La Habana (Cuba)

A continuación, una reciente entrevista a Antonio Zaya, por cortesía del Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam:

Una perspectiva transfronteriza de ida y vuelta. Entrevista a Antonio Zaya

Por Isabel M. Pérez
Periodista y Editoria de la Revista ARTECUBANO

Intrépido, expresivo, sociable, Antonio Zaya se cuenta entre aquellos escasos intelectuales que en nuestro medio han sostenido una actitud comprometida y militante con los proyectos más audaces de la visualidad contemporánea, aquellos que intentan articular un discurso basado en la alternatividad, la mirada «otra», la irreverencia a los estamentos del poder del mercado.

Así, además de performer y pintor desde hace más de 30 años, ha fungido como editor y crítico de innumerables publicaciones de arte – las revistas Desmanifiesto, BLANCO, BALCÓN, Triunfo, Ozono, Guadalimar, (Madrid); Vuelta (México); Cuadernos del Norte (Asturias); Fablas (Las Palmas de Gran Canaria); Papeles Invertidos ( La Laguna , Tenerife); El Europeo (Madrid). Desde 1992 es director de la revista ATLÁNTICA del Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM) de Las Palmas , editor y asesor de la revista ARCONOTICIAS y director ARCOLATINO, amen de colaborar con Artnexus (Miami / Bogotá) y Untitled (Londres). Su labor de investigación y curaduría ha estado siempre ligada a la promoción del arte del llamado «Sur» y destacan entre sus proyectos de los últimos años la Bienal de La Habana (Cuba), la Trienal de Milan y Domus (Italia), la Bienal de Jafre (Girona), Johannesburgo, PR’02, ARCO -como especialista en arte contemporáneo latinoamericano en la sección Futuribles- y su actividad con los museos Rufino Tamayo y Carillo Gil (México DF); Lalithkala Academy (New Delhi), Capc Museé (Burdeos), Canal de Isabel II (Madrid), Martinez Gallery (Brooklyn, New York), el Inova de la Universidad de Milwaukee (USA), entre otros. Ha sido editor de numerosos libros y catálogos Art for the World ( Ginebra); PR’02 (Puerto Rico), 300 Poemas de la Dinastía Tang en versión de Chang Shiru, OPEN -una monografía sobre el Fiteiro Cultural- en Sao Paulo,… En noviembre del 2003 se le concede la Distinción por la Cultura Nacional de Cuba, en el marco de la Octava Bienal.

Mientras revisábamos esta entrevista me comentaba su trabajo como comisario de la 1era Bienal de Canarias, donde se propone discursar sobre los paisajes construidos por la memoria, la identidad, las migraciones y el tiempo «que es siempre y únicamente ahora», interviniendo espacios naturales y ¿urbanos? con obras de alrededor de medio centenar de artistas (africanos, americanos, europeos, asiáticos).

Amigo de Cuba, de la Bienal. Has editado varios catálogos y colaborado con los proyectos del evento en diversas ediciones. Cuéntame de tu experiencia en esta ocasión como curador invitado.

Es una experiencia algo compleja porque ha sido una curaduría transoceánica. Vivo en España, en Cataluña, y los curadores de la Bienal se reúnen, como es lógico, en La Habana, así que como no me desplacé hasta aquí, por diferentes razones que no son del caso, no pude participar directamente en las deliberaciones del equipo curatorial y nuestra comunicación no fue como hubiéramos deseado. He estado trabajando en el tema urbano durante los últimos años y especialmente con los graffiteros históricos de Nueva York del inicio de los años 70, y también otros más cercanos en el tiempo. Me refiero a quienes iniciaron esta manifestación como arte de la calle, de resistencia a los sistemas convencionales de exhibición y expresión. Me satisface el hecho, un tanto extraordinario, de que la Bienal me aceptara invitar artistas autodidactas -entre otros- sin un aprendizaje académico propiamente dicho, más allá de la propia experiencia artística ilegal en las calles. Para mi alegría, he visto como en la Avenida del Puerto, Kez 5, Mico y Coco 144, han tenido una aceptación del vecindario que desbordó las previsiones más optimistas. Previamente se les había asignado unos muros específicos y el vecindario pretendió hacerlos trabajar más de lo negociado y pactado por la organización de la Bienal; y lo consiguieron finalmente, de algún modo los vecinos. Además, me consta que ha sido una experiencia excepcional en todos los sentidos para estos «artistas» de Nueva York, todos ellos de origen latino. Me siento plenamente satisfecho porque esta acción disidente se ha integrado por completo en el discurso urbano, social y alternativo de la Bienal, y también con el resto de sus artistas, abordando la compleja problemática citadina que tiene innumerables y complejas derivaciones.

A través de la revista Atlántica, (que dirijo para el CAAM, en Las Palmas de Gran Canaria, desde el 92, y desde hace dos años con mi hermano gemelo Octavio Zaya), y también a través de otras publicaciones transnacionales, he tenido una relación muy intensa con la Bienal, y, especialmente, con los curadores del Centro Wifredo Lam desde 1993. Es una relación antigua, por tanto, por no calificarla como tradicional o habitual. A la vez, como editor de tres catálogos de la Bienal (la Quinta, Séptima y Octava) he estado en contacto permanente con la institución. Incluso en el exterior me han asociado siempre con la Bienal y con el arte cubano, también porque he trabajado desde hace más de una década con un centenar de artistas de este país, que siempre me acogió con corazón y respeto casi como a uno más de ustedes. Desde entonces mi trabajo se ha especializado en el área del Caribe, esencialmente Cuba, Puerto Rico y República Dominicana y, en ese sentido, he tenido una experiencia muy cómoda, muy próxima en muy diferentes aspectos. No ha sido en ninguna medida ni excepcional ni extraordinaria esta relación curatorial de ahora con la Bienal, sólo supone un capítulo más que será por mi parte prácticamente indefinido en el tiempo. Mientras los curadores del Lam y la Bienal quieran, saben que estoy a su entera disposición.

A lo largo de los años el evento ha cambiado un poco su manera de mirar el mundo, su propia posición, y ello ha repercutido, por supuesto, en la propuesta conceptual. ¿Qué te debe aún la Bienal en tanto evento para exhibir obras de arte desde una postura no hegemónica?

Desde luego, la Bienal no me debe nada, si acaso yo le debo mucho todavía, porque ciertamente es con la Bienal que ratifico mi propio discurso y mi visión del arte contemporáneo al inicio de los 90. Evidentemente fue la confirmación de mi camino, entonces casi solitario, de mis presupuestos y mi empeño en demostrar que el arte contemporáneo no sólo se producía en el mundo hegemónico -me refiero a Norteamérica y Europa-, sino que simultáneamente se estaban generando grandes aportaciones al arte de nuestro tiempo en África, Latinoamérica y Asia. En ese sentido, la Bienal de La Habana es pionera y rompe con el discurso colonial, académico y racista planteado desde hacía décadas en el denominado «Occidente». Esa dinámica cultural y trascendente que se cuestionó la Bienal de La Habana se ha mantenido y, hasta tal punto ha logrado un éxito sin precedentes, que propició un cambio discursivo con respecto a la colonización, a la teorización del arte contemporáneo, al mestizaje, la transculturación, etc. Hoy es aceptado comúnmente que el arte contemporáneo no es solo occidental, y eso se le debe en gran parte a la Bienal de La Habana y a sus teóricos iniciales. Entonces, más bien somos nosotros quienes le debemos en buena medida a la Bienal de La Habana este cambio en el discurso contemporáneo, y eso no me he cansado ni me voy a cansar de repetirlo cada día, como acabo de hacer en mi última conferencia en Berlín para el Instituto Cervantes.

En ese sentido, cuando se inicia la Bienal de La Habana no tiene adversarios institucionales que le hagan sombra, porque ni Sao Paulo ni Venecia representaban un desafío para su supervivencia. Justamente estas Bienales tenían y aún siguen teniendo en buena medida una dirección muy clara dentro de las corrientes hegemónicas principales, de mercado. Luego, con la Bienal de Johannesburgo, primero, y con Estambul, después, la Bienal de La Habana entra en una dinámica, si no competitiva, por lo menos paralela, porque aquellas ya adoptan ese discurso iniciado en Cuba. Johannesburgo ha desaparecido -era la competidora principal-, y el discurso que mantenía era tan trascendental y ambicioso como el de La Habana; por supuesto, tenía lugar en África, y allí las cosas se ven con otra perspectiva, como aquí en La Habana, o al menos no se hayan tan contaminadas por intereses ajenos, aunque quizás sus propuestas estén más próximas a las concepciones más pro-«occidentales», mirando de reojo la reacción del mercado. En ese sentido, La Habana tendría que preservar su discurso, profundizarlo, revolucionarlo -por decirlo de alguna manera-, manteniendo y propiciando la ideología de la resistencia que siempre la ha caracterizado. En la medida en que siga resistiendo al discurso hegemónico y al mainstream tiene el éxito garantizado. Si la Bienal de La Habana se homogeneíza con el discurso que ella misma contribuyó a establecer y generalizar en el mundo, es entonces cuando va a perder ese protagonismo de su insularidad también conceptual, porque se uniformará o se confundirá «con» y «como» las otras bienales, y estratégicamente eso no le conviene de ningún modo.

Desde una posición no sólo de amistad y respeto sino desde alguien que se siente plenamente vinculado a ella, me aventuro a decir que la Bienal de La Habana ha de continuar ese discurso de resistencia y subrayar las dinámicas propias del arte contemporáneo africano, latinoamericano y asiático más allá de lo estrictamente geográfico. Por supuesto, ahora Asia goza de una cierta atención por su propia importancia económica, pero las modas caducan. Cuanto más incida, subraye y defienda el protagonismo del arte contemporáneo africano y latinoamericano, La Habana tendrá la batalla ganada. No sólo por razones políticas obvias, sino también por motivos históricos, la Bienal de La Habana supone y representa la alternativa, la resistencia. Si abandona ese caballo de batalla, sería en detrimento de su propio protagonismo, de su filosofía y de su tradición.

Es decir que tiene que seguirse retando a sí misma.

Sin duda. Pienso que, además, es una característica del pueblo cubano. Tiene que seguir subiendo la escalera, insistiendo en esas dinámicas que son de diálogos transfronterizos, poscoloniales. África y Latinoamérica como ejemplos del arte contemporáneo que se hace más allá del mercado y de sus fronteras. Desde que el mercado, de la mano del Arte Institución, y perdóname la expresión, empiece a meter las narices en la Bienal y comience a devorar (como ha engullido otras Bienales por razones obvias) el discurso, entonces la Bienal de La Habana va a uniformarse y va a ser una más entre otras.

Pero no creas que hablo desde el pesimismo, porque viendo el extraordinario catálogo que se acaba de hacer con matriz absolutamente cubana para esta Novena Bienal y la perspectiva que ella abre desde la ciudad y lo urbano, esta concepción autocrítica está garantizada. Cuanto más nos acerquemos a lo que supuso en la octava edición el proyecto de Alamar, de implicación directa con lo social, con la arquitectura y con la vida real, generará un beneficio indudable para la propia Bienal y para el interés que pueda suscitar tanto en el exterior como en el interior.

La homogeneización, el mercado, son un peligro siempre latente y una espada de Damocles que tiene el arte contemporáneo. Además, no podemos confundir una Bienal con una Feria. A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César.

Lucy Orta, Sue Williamson, Jean Nouvel, Shirin Neshat, Miralda, … Si revisas la nómina de la Bienal encuentras muchísimos nombres de referencia en revistas como Art Nexus, Art in America; es decir, ligados a grandes galerías comerciales, por lo tanto hay una visión un poco más de coexistencia con los eventos que promueven el mercado. ¿En qué medida piensas pudiera este fenómeno distanciarse o aproximarse a la vocación social de la Bienal?

La coexistencia en esta Novena Bienal entre artistas «superreconocidos», como es el caso de Shirin Neshat, o Sue Williamson, u otros muchos, nos confirma que la Bienal de La Habana no se equivocó en su análisis, porque gracias al discurso de la Bienal muchos de estos artistas son reconocidos hoy, incluso por el mainstream y no al revés, como algunos quisieran hacernos creer.

La Bienal tuvo tal importancia en el cambio de actitud del discurso contemporáneo que hoy los alegatos sociales poscoloniales están incluso de moda. Hace solamente una década y media habría sido imposible que la propuesta de Shirin Neshat fuera protagónica, o de revista de gran tirada o vendida a altos precios. Y, en cualquier caso, hoy es más previsible un retroceso del mundo hegemónico hacía posiciones racistas y fundamentalistas que hace una década. Lo mismo ocurre con el discurso social y transterritorial de Miralda, por ejemplo. La performance era una expresión marginal de un cierto interés alternativo pero realmente no formaba parte de la esencia del gran discurso artístico convencional y académico exhibido en las galerías. Asimismo, el «regreso» masivo de la pintura académica por la puerta de atrás de las galerías es un síntoma a tener en consideración en ese sentido.

Por otro lado, probablemente, el mejor arte contemporáneo africano y chino no se esté haciendo hoy ni en China ni en África, sino fuera de allí, en el Imperio, y esto lo ha propiciado, precisamente, esa lógica colonial de los mercados que supo ver anticipadamente la Bienal de La Habana en su análisis de las migraciones, desde la colonización española del Caribe hace más de cinco siglos. A la inversa, las grandes marcas no se fabrican ya en Europa ni en Estados Unidos. Los europeos y norteamericanos adinerados adquieren este tipo de ropa carísima, pero está confeccionada en el sudeste asiático por los condenados de la tierra, como los llamaría Fanon. Así que se está produciendo un recorrido de ida y vuelta. Mientras las grandes firmas fabrican en la periferia del Imperio, buena parte del arte contemporáneo más significativo lo están haciendo en el Imperio los emigrantes de estas «lejanos» países. La Habana abre una perspectiva más allá del territorio, es decir, transterritorial, también más allá de lo ideológico, y «occidente» ya no puede escapar a sus propias contradicciones. Es un nuevo caballo de Troya. Las grandes estrellas del arte hegemónico ya no son sólo occidentales. Pero esa dinámica de apertura del discurso artístico de la contemporaneidad se le debe a África, Latinoamérica y Asia, y esa oxigenación más allá del mercado es ahora de ida y vuelta, mal que le pese al Imperio.

Hoy conviven en la Habana Vieja creadores protagonistas del mercado internacional, asiduos de revistas de gran tirada y publicaciones especializadas, con artistas desconocidos. Ahí están Kcho, Carlos Garaicoa, Tania Bruguera o Wilfredo Prieto, ya estrellas internacionales, y otros muchos que no son cubanos. Pero, ¿quién nos llamó la atención sobre ellos, los presentó y dio a conocer, como a tantos otros del Caribe, África, Latinoamérica y Asia?: La Habana, la Bienal. En ese sentido, todavía algunos nos sentimos en deuda con ella. Y mientras ese discurso de resistencia, de autocrítica y de exploración teórica se generalice y aliente, la Bienal preservará una posición privilegiada frente al conservadurismo y la claustrofobia del anquilosado pensamiento único, que ciertamente no es el único pensamiento.