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¿Para qué el Plan de Ordenación del Territorio de la Comarca del Litoral Occidental de Huelva?

Fuentes: Rebelión

El gobierno portugués acaba de destrozar a golpe de Decreto cualquier posibilidad de desarrollo en la vecina localidad lusa de Vila Real de Santo Antonio, haciéndonos de camino un inmenso favor a los habitantes de Huelva. Allí, en los impresionantes arenales situados entre Monte Gordo y la desembocadura del Guadiana, un grupo hotelero había previsto […]

El gobierno portugués acaba de destrozar a golpe de Decreto cualquier posibilidad de desarrollo en la vecina localidad lusa de Vila Real de Santo Antonio, haciéndonos de camino un inmenso favor a los habitantes de Huelva. Allí, en los impresionantes arenales situados entre Monte Gordo y la desembocadura del Guadiana, un grupo hotelero había previsto perpetrar un maravilloso proyecto turístico con sus lujosas plazas hoteleras, sus hermosas segundas residencias, su coqueto campo de golf (esto no podía faltar, que siempre hay que poner una nota especial de mal gusto provinciano ¡huy! perdón, quisimos decir de distinción cosmopolita) y hasta su paseo marítimo. ¡Vaya! un proyecto de esos que terminan situando el nivel de vida a la altura de Japón (y eso que los japoneses siempre han tenido fama de bajitos). Y, por supuesto, ecológico, que hoy día todo lo termina siendo, basta con colocar una etiqueta verde.

Los promotores del citado proyecto, según cuentan las lenguas (no sabemos si malas o buenas), habían previsto ubicarlo inicialmente en el litoral occidental de Huelva, pero una «buena oferta» del Ayuntamiento portugués les hizo decidirse por aquella otra zona. Mas hete aquí que los perversos Ministros portugueses, ávidos por volver a la oscuridad de las cavernas y por vestirse tal que antaño con pieles de oso, van y aprueban el Plan de Ordenación de la Zona Costera del Sotavento del Algarbe, desbaratando el negocio a promotores y a Ayuntamiento.

En cualquier caso, el grupo hotelero se ha repuesto rápidamente de tamaño revés rescatando sus intenciones iniciales de ubicar el proyecto en el litoral onubense. Que aquí ya se sabe que ya hace años son los promotores inmobiliarios y turísticos los que deciden por donde tiene que ir el crecimiento urbanístico. Basta con traer un buen puñado de euros en los bolsillos para que nuestros Ayuntamientos, a golpe de convenio urbanístico y plan parcial, den el pistoletazo de salida a la bochornosa carrera de los tragadores compulsivos de territorio y recursos naturales insustituibles. Toma el dinero y corre y tonto el último. Poco importa que el planeamiento no responda a ningún criterio territorial, ecológico o social (ya saben, repartir los beneficios y la riqueza y no sólo las calamidades y la catástrofe), con tal de que se llenen las arcas municipales con lo suficiente para garantizar la reelección.

Y cuando aparece en el horizonte un instrumento de ordenación de rango superior, como el Plan de Ordenación del Territorio de la Comarca del Litoral Occidental de Huelva (POTCLOH), los primeros ediles de los municipios «afectados», abanderan la insurrección contra el mismo al más puro estilo barriobajero, que hay que dejar las manos libres al mercado, el único instrumento capaz de proporcionarnos progreso. Y ¡vaya si lo están logrando! que el Plan de Ordenación de la zona parece que, tras la pataleta y presiones municipales, ha vuelto a la oscuridad de un cajón de obras públicas apolillándose a la espera de que ya no quede nada por ordenar, pues todo estará ya (des)ordenado a gusto del capital. Porque aquí basta con invocar al dios de la intocable autonomía de las competencias municipales (que tal y como está el patio equivale a decir competencias de los agentes privados para actuar sobre cuestiones que deberían estar reservadas exclusivamente al ámbito de lo público; o inco
mpetencia pública mal disfrazada de digna reivindicación) para que a más de un Delegado Provincial, de un Consejero y de un Ministro se les termine descomponiendo el vientre. Que ya se sabe que en esto de la política hay tanto apoltronamiento de base rotatoria -¡huy! perdón otra vez, quisimos decir renovación, renovación- que los que hoy son una cosa mañana pueden acabar con una vara de primer edil en la mano. Hoy por ti, mañana por mí.

Este es actualmente nuestro «progresista» modelo de «desarrollo» y de creación de empleo: vender nuestro patrimonio en parcelas al mejor postor, para que iniciativas empresariales foráneas hagan su agosto (sin ningún respeto hacia la conservación de las bases territoriales, socioeconómicas y ecológicas locales) y para que políticos de baja estopa se perpetúen en sus poltronas. Alguno de estos políticos onubenses, nos consta, debe estar muy feliz, pues había mostrado, al menos en privado, su preocupación por la posible destrucción de aquel paraje del país vecino, en tanto hacía la vista gorda ante la destrucción de los nuestros. La paja en el ojo ajeno. Pues nada, además de más posibilidades de que lo voten en los próximos comicios si es que el proyecto de marras acaba recalando en su pueblo, ya tiene garantizado el poder pasear tranquilamente por los arenales de Monte Gordo sin que un desérticamente verde campo de golf o una «cizañosa» cosecha de viviendas unifamiliares «acos
adas» interrumpan su ecológico periplo.

Así que ¡estamos de enhorabuena! que finalmente parece que nos van a colocar aquí lo que tanto ansiaban en Portugal. O lo que no querían, según se mire desde la perspectiva del ecologismo cavernícola -la nuestra- o desde la del progreso; pero el progreso de unos pocos ¡eh!, que no hay mundo suficiente para tanto despilfarro de todos. Otra victoria más para nuestra competitividad y nuestro desarrollo que nos están haciendo avanzar de tal modo que ya ni se sabe cuál es el ordinal de la enésima hiper-modernización en la que nos encontramos. Así que ¿para qué leches necesitamos el POTCLOH? Aunque también podríamos preguntarnos que ¿para qué demonios necesitamos tanto parasitario cargo público sumiso a la dictadura del mercado y aguerridamente insumiso ante cualquier tímida tentativa de planificar desde lo público y con criterios y objetivos sociales y sostenibles? Pero que esto último quede entre nosotros, que no es políticamente correcto.