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Partido Popular y partido Ciudadanos, la derecha retrógrada

Fuentes: Rebelión

Cuando Franco murió, Juan Carlos I tenía treinta y siete años; Felipe González, treinta y tres; Aznar, veintidós; Rajoy, veinte; Esperanza Aguirre, veintitrés; Montoro, veinticinco; Borell, veintiocho; Florentino Pérez, también veintiocho y Amancio Ortega, treinta y nueve años. Esto significa que gran parte de la sociedad española actual (poder político y económico incluidos) vivió bajo […]

Cuando Franco murió, Juan Carlos I tenía treinta y siete años; Felipe González, treinta y tres; Aznar, veintidós; Rajoy, veinte; Esperanza Aguirre, veintitrés; Montoro, veinticinco; Borell, veintiocho; Florentino Pérez, también veintiocho y Amancio Ortega, treinta y nueve años. Esto significa que gran parte de la sociedad española actual (poder político y económico incluidos) vivió bajo el franquismo. En esa España, el pintor malagueño, Pablo Picasso, no podía pintar; el cineasta aragonés, Luis Buñuel, no podía hacer películas; el poeta gaditano, Rafael Alberti, no podía escribir versos. Creaban libremente en otros países europeos donde sus obras pictóricas, cinematográficas o poéticas gozaban de prestigio y reconocimiento. El poeta sevillano, Antonio Machado, había tenido que exiliarse; el poeta alicantino, Miguel Hernández, había muerto en las cárceles franquistas; el poeta granadino, Federico García Lorca, había sido asesinado por los golpistas. Fue un movimiento fascista contra la cultura que vivió un auge extraordinario durante la República.

La brutal represión contra los mineros en Asturias por las tropas del Tercio Extranjero al mando del general Yagüe, con apoyo de regulares marroquíes y de la aviación bajo la dirección del general Franco, fue el preludio del movimiento fascista contra los trabajadores y contra todos los pueblos de España. Contra Madrid que había presentado resistencia al golpe de estado, impidiendo su triunfo inmediato; contra la ciudad vasca de Guernica bombardeada por la aviación de Hitler que apoyaba a Franco; contra Valencia, que también resistía y acogió al gobierno; contra Barcelona que rechazó el golpe fascista y acogió después al gobierno de la República española, presidido, en aquel momento, por el médico canario, Juan Negrín. Lluís Company que luego sería capturado por la siniestra Gestapo hitleriana y entregado al Gobierno de Franco que lo ejecutaría, había defendido el estado catalán, pero dentro de una república federal española. «La justicia al revés» decía con cinismo el cuñado de Franco, Serrano Suñer, cuando los golpistas fusilaban «por rebelión» a los cargos elegidos democráticamente para gobernar España. Ese movimiento fascista tenía otros representantes europeos que provocaron la II Guerra Mundial: Hitler en Alemania, Mussolini en Italia, Pétain en Francia, y unos cuantos monarcas europeos que, después de la guerra, tuvieron que abdicar. Franco apoyó a Hitler entregándole ciudades españolas como campos de bombardeo para su aviación, y enviándole la División Azul para combatir con el ejército nazi, mientras los republicanos españoles exiliados, la España democrática, luchaban contra el fascismo en el frente y la Resistencia, participando activamente en la liberación de París. Por mucho que Franco y sus seguidores disfrazaran su acción militar de «misión salvadora de España», lo suyo fue lisa y llanamente un golpe militar de clara ideología fascista contra el pueblo español, contra el avance político, económico, social y cultural de España. Contra España.

Y la derecha española – y más concretamente el partido fundado por exministros de Franco, Alianza Popular (luego, Partido Popular), y su equipo filial, el partido Ciudadanos -, heredó ese falseamiento político histórico, ese mesianismo del que se autodenominaba «Generalísimo» y «Caudillo de España por la gracia de Dios». Por eso, la derecha busca y genera siempre confrontaciones territoriales y después grita que se le rompe España, pero es la derecha la que rompe España con su autoritarismo, su inmovilismo político, su intransigencia con la realidad plurinacional que requiere un nuevo modelo territorial que nos una en un proyecto ilusionante (Alemania, México, Estados Unidos se convirtieron en repúblicas federales, pero España no pudo ni puede hacerlo porque la arcaica derecha española considera que república federal es sinónimo de país roto. Son siglos de atraso político). Y es que siguen latentes en la derecha española los esquemas franquistas, su cinismo y su falso patriotismo, como cuando Franco convocaba concentraciones en la Plaza de Oriente para mostrar su repulsa contra la campaña «antiespañola» desatada en el extranjero, cada vez que se producían manifestaciones antifascistas de los pueblos de Europa a favor de la democracia en España.

Y en el balcón del Palacio de Oriente, podíamos ver al entonces príncipe Juan Carlos al lado de Franco, el general golpista que restauró la monarquía borbónica en España, derrotada democráticamente en las urnas por los partidos republicanos, como consecuencia, entre otras, de la alianza del rey Alfonso XIII con otro general golpista, Miguel Primo de Rivera. Las alianzas de los Borbones con los generales golpistas es una peligrosa herencia que recibió el actual rey Borbón, Felipe VI, que también heredó, por parte materna, la alianza de su tío Constantino II con los coroneles golpistas en Grecia y el consiguiente rechazo a la monarquía, expresado en referéndum por el pueblo griego en 1974.

Así es la Historia, por mucho que pretendan ocultarla y tergiversarla. Y los pueblos libres la analizan. Y los españoles tenemos que analizarla con rigor: la verdad del golpe militar que dio lugar a una guerra de tres años y una larga etapa de fascismo en España, la verdad de la Transición (una ley de Amnistía que equiparó a víctimas y verdugos, sin depuración de responsabilidades; un esbozo de democracia que se sobrepuso a la herencia franquista, por lo que nunca salimos de ese círculo vicioso), la verdad del 23 F y su «Elefante blanco», la verdad del papel real de la monarquía borbónica intocable por la insólita constitucionalización de su irresponsabilidad, en suma, la verdad de la historia contemporánea para poder ir decidiendo, sin los recurrentes impedimentos retrógrados de los herederos del franquismo, el modelo territorial, el modelo de estado, el modelo económico y social para la construcción de una España avanzada, largamente anhelada.

María Puig Barrios, exconcejal del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria

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