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México

Pasmo y movilización: atribulaciones del yo haré y del desastre natural

Fuentes: Rebelión

Ha sido ampliamente documentado el pasmo que mostraron las autoridades de gobierno mexicano en los terremotos de 1985. Miguel de la Madrid, entonces Presidente de México, fue el pasmado más significativo, por que en él mismo se dibujaba todo el organigrama de la inútil borucracía priísta, tanto de los nuevos chicos estudiados en Harvard y […]

Ha sido ampliamente documentado el pasmo que mostraron las autoridades de gobierno mexicano en los terremotos de 1985. Miguel de la Madrid, entonces Presidente de México, fue el pasmado más significativo, por que en él mismo se dibujaba todo el organigrama de la inútil borucracía priísta, tanto de los nuevos chicos estudiados en Harvard y Yale, acostumbrados a los lustrosos escritorios de cedro, como lo viejos políticos que no dejaban de quejarse de lo sumo grave del asunto, no sin frotarse las manos por las posibilidades de seguir jalando agua para su molino: la reconstrucción. La paradoja es cruel. Edificios que fueron construidos por el gobierno, con una restabilidad de materiales deficiente (materiales e ingeniería de baja calidad), fueron los primeros en caer. Multifamiliares, Oficinas de gobierno, Hospitales, etc.

El pasmo de Miguel de la Madrid fue característico y no tanto por que se viera rebasado ante la catástrofe que veía por doquier (en la ciudad que es el centro mismo del poder político y financiero) sino por que simplemente no entendía. No entendía que las mismas estructuras de gobierno que debían servir a programas ciudadanos (emergentes o no) estaban siendo destinadas a hacerse un Hara Kiri inevitable, un Estado (si es que lo había, coherente) condenado adelgazarse hasta lo más ínfimo. Él era responsable y tampoco sabía medir el termómetro social de la inconformidad ciudadana. Se mentía a sí mismo al creer que el (su) Estado, en ese momento de la historia política mexicana, contenía a la Sociedad Civil, con mayúsculas y minúsculas. No sabía leer al sentir del ciudadano de a pie, que casi de manera uso-costumbrista odia (ba) la política y lo político.

Lo anterior expuesto lo trato de atemperar con dos situaciones que me incomodan sobremanera:

1.- El yo haré, lema de campaña no oficial de AMLO.

2.- El desastre natural (que bien sabemos sus causas potenciales no son del todo naturales, basta recordar la simple negación del Protocolo de Kioto por parte de los E.U.) como prueba de fuego para cualquier tipo de gobierno (liberal, neoliberal, social-demócrata, imperialista, socialista, fundamentalista, etc.) y prueba de fuego también para las incipientes autonomías regionales a nivel mundial, que no las ideológicas.

El yo haré de AMLO no es políticamente correcto, aún cuando su mejor efecto moral sea la austeridad republicana, empezando por MÍ. Mucho menos debe ser una estrategia persuasiva, puesto que no suple las dinámicas sociales que esperan que se logren con las redes ciudadanas pro-pejistas.

El yo haré de AMLO, ciertamente, es piramidal y verticalista (ojo, no digo con esto que sea una calamidad) tanto en lo estructural-partidario como en la asimilación del lenguaje, de la frase, de lo que se entiende por «lo político». Si la supuesta calamidad (lo vertical y piramidal) viene con signos de revolución bolivariana, ese «yo haré» es un sueñuelo intercambiable.

El yo haré de AMLO, tiene que pensar en futuros 19 de septiembres, Katrinas, Stan´s, y demás desastres naturales, por que, cuando esto suceda, no bastarán reservas internacionales, austeridad republicana, honestidad burocrática que opaque el juicio histórico de no haber puesto de manera puntual en el «yo haré» el «haremos todos», con más énfasis.

Hay que cuidar que las campañas (las que apoyamos) no se queden sin piso justamente cuando mucha gente se está quedando sin techo, como en Chiapas, las paredes se caerán como bulto. Se están cayendo. Y el pasmo está siendo cómplice.