Todo indica que el coronavirus tiene una mayor incidencia en organismos debilitados o aquejados de patologías previas. Pero al parecer esa lógica no se circunscribe a la evolución clínica de las personas infectadas, sino también a determinados comportamientos en las sociedades que están sufriendo el impacto de la pandemia. Los años del “procés” han propiciado en Catalunya la eclosión de un nacionalismo que ha ido revelándose como la inflamación patológica del sentimiento nacional a que se refería Isaiah Berlin. Esa dolencia, anterior a la crisis actual, está llevando a toda una franja del independentismo –empezando por los máximos responsables de la Generalitat– a una actuación irresponsable, cuando no francamente tóxica.
El Estado de Alarma plantea la exigencia de una estrecha cooperación entre las administraciones públicas, así como un alto grado de disciplina social para tratar de contener la epidemia. Una situación crítica como la que estamos atravesando pone de relieve el inmenso valor del funcionamiento federal de un Estado y de la cultura inherente a esa organización: un gobierno capaz de movilizar los recursos necesarios para atender a las necesidades del conjunto de la ciudadanía, una gestión operativa desde la proximidad, estrecha colaboración institucional… Y solidaridad, solidaridad a todos los niveles, fluyendo por las arterias del Estado y de la sociedad civil.
Desde luego, no es ése el ánimo que prevalece en el nacionalismo más exaltado, representado por Torra, Puigdemont y su corte de Waterloo, y ante cuyos exabruptos siguen temblándole las piernas a ERC. Bien al contrario: de un modo instintivo, el independentismo percibe como una amenaza para su influencia sobre la sociedad catalana ese espíritu de fraternidad que surge de esfuerzo y los sacrificios compartidos por la gente, así como la entrada en escena de un Estado español proveedor de recursos públicos para la ciudadanía. En contraste con el espíritu de los balcones que, en Madrid como en Barcelona, cantan y aplauden a los trabajadores de la sanidad pública y a todos los héroes anónimos sin cuya entrega el país colapsaría, el discurso de esos dirigentes se vuelve más agrio y ofensivo que nunca.
Agravio, rencor y desconfianza, también a todos los niveles. Al relato demagógico sobre el “155 encubierto” –o acerca de “los tanques entrando por la Diagonal” ante la eventualidad de una asistencia de la Unidad Militar de Emergencias– responde una tupida red de agitadores, tratando de sembrar la confusión en la opinión pública. Por no hablar de los mensajes de odio, como el que destilaba el twitt de Clara Ponsatí: “De Madrid al cielo”. Mucho más que un chiste macabro, toda una declaración de intenciones: no puede haber paz con los españoles. La pandemia es cosa de la capital. “Si nos dejasen aislar Catalunya…” Desde medios públicos se insinúa incluso que el gobierno central detrae recursos del sistema sanitario autonómico. Sesudos académicos teorizan que el gobierno de Pedro Sánchez está gestionando esta crisis en función de los intereses económicos de la Comunidad de Madrid, sin que le importen las vidas que eso pueda costar. Algún reconocido epidemiólogo exige la dimisión de los más altos responsables del Ministerio, acusándolos de incompetentes e imprevisores. (Olvidando que, hace escasas semanas, él mismo minimizaba el riesgo de una epidemia). Y es que el nacionalismo apela a lo más profundo de los apegos y las emociones, convocándolos con tal fuerza que, desbordados, anegan el campo de la razón. Los prejuicios se imponen sobre la evidencia científica y un catedrático puede expresarse con la misma insolvencia intelectual que un tertuliano. Peor aún: los diplomas y honores académicos son exhibidos como aval de opiniones carentes de cualquier rigor. Desde luego, no es éste un buen momento para que se relaje el pensamiento crítico.
Entre tanto… En los barrios, surgen redes de ayuda mutua. Asociaciones vecinales, entidades juveniles… se movilizan para atender a las necesidades de personas mayores o con dificultades para valerse por sí mismas. Los sindicatos se dejan literalmente la piel atendiendo la situación de los trabajadores afectados por expedientes o amenazados de despido. Los estibadores de Barcelona se dirigen a la ciudadanía garantizando que no le faltarán los bienes necesarios que lleguen al puerto de la ciudad. Bajo la pesada losa del confinamiento, la sociedad organizada activa sus resortes solidarios y tira de imaginación. Pero, ¿dónde están en semejante tesitura la ANC, Òmnium Cultural o los CDR? ¿En qué ha quedado su asombrosa capacidad de movilización? Lo más destacado de estos últimos días en esa esfera patriótica han sido unas declaraciones de Elisenda Paluzie, presidenta de la ANC, en defensa de Clara Ponsatí ante la tempestad desatada en las redes por su exabrupto.
¿Supone todo eso que los hechos desacreditarán por sí solos las falacias del nacionalismo y que éste perderá predicamento entre la población? No cabe esperar que sea tan sencillo. De momento, sometido a la tensión de esta crisis, lo vemos crisparse, replegarse sobre sí mismo y mostrar su rostro más intolerante. Pero parece inevitable que, tras la pandemia, una recesión económica no asole Europa. La conflictividad social y la crisis política estarán a la orden del día. En ese agitado escenario, el relato de una salida insolidaria puede volver a prender en unas clases medias en plena zozobra. No es razonable esperar que una dirección tan pusilánime como la de ERC encuentre en su propia cultura los arrestos necesarios para emanciparse totalmente de la tutela de la derecha nacionalista.
Nada ahorrará a la izquierda la necesidad de librar una dura batalla para que la sociedad catalana se encamine hacia una perspectiva democrática, acorde con los tiempos que se avecinan. El futuro estará de nuevo en disputa. La dura prueba a que nos somete la epidemia resalta el inmenso valor de lo público, de la cooperación y la fraternidad para salir adelante. Esos valores se encarnan en la perspectiva federal. Y tal vez alcancen su plenitud sobre los escombros de una monarquía que corresponde más al pasado de la imperfecta democracia española que al horizonte tormentoso de una nueva era mundial.
Fuente: https://lluisrabell.com/2020/03/18/patologias-previas/